¿A quién le amarga un dulce, y a quién no le gusta la salud? La salud es una bendición de Dios, por la cual hay que estar agradecido. Lo que nos pasa a muchos es que no apreciamos la salud hasta que ella nos falte.
Pero algunos dicen que el creyente siempre debe tener buena salud. Citan Isaías 53:5, “y por su llaga fuimos nosotros curados” y 1 Pedro 2:24, “por cuya herida fuisteis sanados” y pretenden afirmar que el creyente tiene derecho a la salud, y que no debe enfermarse como otras personas. Llegan
a desestimar a todos los médicos, toda ciencia y medicina como inútiles, como pérdida de tiempo e incluso como pecado. Alegan que es cuestión de fe, que si tenemos suficiente fe, no tenemos que enfermar, y razonan que si un creyente está enfermo o herido es porque no tiene suficiente fe
o porque tiene pecado. Y si algún enfermo va a una supuesta “reunión de sanidades”, pero sale sin ser sanado, explican que es porque no tenía fe. El fallo lo ponen en el lado del enfermo, no en el del que pretendía sanarlo, lo cual es conveniente, supongo, pero no para el enfermo. Pero, ¿qué quieren decir las palabras: “fuimos nosotros curados”?
Si Dios lo dice, tiene que ser verdad; no nos cabe la más pequeña duda. Pero, sin dudar de Dios ni por un segundo, todavía caben las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Para entender esto correctamente, debemos consultar la Biblia en vez de ofrecer cada cual sus ideas como explicaciones.
La misma Palabra de Dios hace referencia a Isaías 53:4-5 en Mateo 8:14-17. Allí vemos que el Señor Jesucristo sanó a la suegra de Pedro, “y cuando llegó la noche trajeron a él muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos”. No hizo ninguna reunión emocionante con música, con un discurso animado para estimular a la gente, etcétera, ni pasó la colecta. Simplemente y sin montar un espectáculo, el Señor sanó a los que fueron traídos a Él. Sanó a todos. No decía que algunos no podían ser sanados porque no tenían fe. Seguimos leyendo, y en el siguiente versículo, el Espíritu Santo explica: “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (v. 17). ¿Para qué sanó el Señor a estas personas? El versículo 17 comienza con las palabras de una explicación: “para que...” Esto no es comentario mío ni opinión mía ni punto de vista de nadie. Es lo que Dios dice, que cuando el Señor sanó así a la gente en Mateo 8, se cumplió lo dicho por el profeta Isaías. Se cumplió, antes de ir el Señor a la cruz. Isaías 53:4-5 se cumplió en la sanidad de las personas en Capernaum aquella noche.
Volviendo al texto de Isaías 53:5 y 1 Pedro 2:24, vamos a considerar otra respuesta de la Biblia a las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Amados, no es aconsejable saltar a conclusiones precipitadas. Cuando el Señor Jesús dijo que si destruyesen el templo Él lo levantaría en tres días, ellos pensaban que hablaba del edificio del templo en Jerusalén, pero hablaba de Su cuerpo (Jn. 2:19-21). Los judíos se equivocaron en su manera de entender al Señor, y nosotros también podemos cometer este error si no llevamos cuidado. Luego, en Juan 21:22-23 leemos esto: “Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” Aun los discípulos del Señor pudieron equivocarse en su manera de entender las palabras del Señor. Aunque sinceros, interpretaron mal las palabras del Señor a Pedro, y dedujeron que el apóstol Juan no iba a morir, pero no fue así. Otra vez vemos que es importante entender la Palabra de Dios en su contexto y sentido correcto, y debemos aplicar esta lección a estos dos textos acerca de la sanidad.
Primero, recordemos que en Isaías 1, Dios describe la condición espiritual de Israel y de todo ser humano por naturaleza como una enfermedad. Usa la figura de la enfermedad para ilustrar la condición espiritual. “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is. 1:4-6). En el versículo 4 Dios dice claramente que está hablando de la maldad, malignidad y depravación del pueblo. Son palabras que describen su condición espiritual, y esta condición provocaba a ira al Señor y demandaba el castigo. La cabeza enferma y el corazón doliente no describen una condición física. Toda Israel no estaba físicamente enfermo de cabeza y de corazón. Los hinchazones y las llagas desde la cabeza hasta la planta del pie no describen una plaga o lepra física en toda la nación, sino su condición espiritual. Dios está diciendo al pueblo que está espiritualmente mal, de la cabeza hasta los pies, por dentro y por fuera, cubierto e infestado por el pecado. ¿Cómo curará Dios estas llagas espirituales de pecado y rebelión? Isaías 53:5 da la respuesta: “por su llaga fuimos nosotros curados”. Cuando el Señor Jesucristo murió pornosotros en el Calvario, lo hizo para curarnos del mal del pecado, para lavarnos y limpiarnos espiritualmente. Los que arrepentidos confían en Él, pueden decir: “por su herida fuimos sanados”, porque Él nos lava de nuestros pecados con Su sangre (Ap. 1:5).
No debemos cometer el mismo tipo de error que los judíos y los discípulos del Señor, esto es, no debemos interpretar sincera pero equivocadamente Sus palabras y sacar de ellas algo que Él no quiso decir. El Señor nunca dijo que los creyentes no deben enfermar. No dijo que derramó Su sangre para quitar toda enfermedad y sufrimiento de los Suyos. Estas son conclusiones bien intencionadas pero equivocadas que se sacan de interpretar mal lo que Él dijo.
Segundo, considera que la Palabra de Dios afirma que el Señor lavó a los discípulos (Jn. 13:10), y que a todos nosotros nos ha lavado en Su sangre (Ap. 1:5). Obviamente, esto no quiere decir que los creyentes no tenemos que bañarnos más después de creer en el Señor. Y si alguno cree de otra manera, ¡debe alejarse de los demás porque trae problemas de olor e higiene! Sabemos que cuando el Señor decía “lavados” y “limpios” hablaba de nuestros pecados, no de bañarnos usando agua y jabón.
Tercero, el Señor dijo que si alguno viene a Él, no tendrá hambre ni sed jamás (Jn. 6:35). Pero, ¿quién es el creyente que, después de convertirse al Señor, no vuelve a comer ni beber por el resto de la vida? ¡No duraría mucho la vida así! Entendemos por el contexto que el Señor hablaba de la satisfacción espiritual que viene con la salvación. Él satisface nuestra hambre y sed espiritual. De la misma manera debemos entender la promesa de Isaías 53:5 que se afirma en 1 Pedro 2:24. El Señor murió en la cruz por nuestros pecados, para que encontráramos en Él el perdón y la limpieza del pecado, esto es, la sanidad espiritual. Antes estábamos totalmente enfermos con el pecado, pero gracias a Dios, ¡Cristo nos curó!
Pero todavía vivimos en un mundo muy imperfecto, caído y arruinado por el pecado. La muerte todavía espera a cada ser humano, a no ser que el Señor venga antes para arrebatarnos, pero aun así la gran mayoría de los creyentes pasan los portales de esplendor por medio de la muerte. La piadosa Dorcas enfermó y murió en Hechos 9:37. El fiel creyente Epafrodito estuvo enfermo y casi murió, a causa de su servicio abnegado (Fil. 2:26-27). Son ejemplos que representan lo que ha pasado a muchos otros creyentes, no por pecado ni por falta de fe.
Y un día, como Apocalipsis 21:1 dice: “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Cuando lleguemos al cielo, no antes, no habrá más dolor ni lágrimas. ¡Amén!
Pero algunos dicen que el creyente siempre debe tener buena salud. Citan Isaías 53:5, “y por su llaga fuimos nosotros curados” y 1 Pedro 2:24, “por cuya herida fuisteis sanados” y pretenden afirmar que el creyente tiene derecho a la salud, y que no debe enfermarse como otras personas. Llegan
a desestimar a todos los médicos, toda ciencia y medicina como inútiles, como pérdida de tiempo e incluso como pecado. Alegan que es cuestión de fe, que si tenemos suficiente fe, no tenemos que enfermar, y razonan que si un creyente está enfermo o herido es porque no tiene suficiente fe
o porque tiene pecado. Y si algún enfermo va a una supuesta “reunión de sanidades”, pero sale sin ser sanado, explican que es porque no tenía fe. El fallo lo ponen en el lado del enfermo, no en el del que pretendía sanarlo, lo cual es conveniente, supongo, pero no para el enfermo. Pero, ¿qué quieren decir las palabras: “fuimos nosotros curados”?
Si Dios lo dice, tiene que ser verdad; no nos cabe la más pequeña duda. Pero, sin dudar de Dios ni por un segundo, todavía caben las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Para entender esto correctamente, debemos consultar la Biblia en vez de ofrecer cada cual sus ideas como explicaciones.
La misma Palabra de Dios hace referencia a Isaías 53:4-5 en Mateo 8:14-17. Allí vemos que el Señor Jesucristo sanó a la suegra de Pedro, “y cuando llegó la noche trajeron a él muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos”. No hizo ninguna reunión emocionante con música, con un discurso animado para estimular a la gente, etcétera, ni pasó la colecta. Simplemente y sin montar un espectáculo, el Señor sanó a los que fueron traídos a Él. Sanó a todos. No decía que algunos no podían ser sanados porque no tenían fe. Seguimos leyendo, y en el siguiente versículo, el Espíritu Santo explica: “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (v. 17). ¿Para qué sanó el Señor a estas personas? El versículo 17 comienza con las palabras de una explicación: “para que...” Esto no es comentario mío ni opinión mía ni punto de vista de nadie. Es lo que Dios dice, que cuando el Señor sanó así a la gente en Mateo 8, se cumplió lo dicho por el profeta Isaías. Se cumplió, antes de ir el Señor a la cruz. Isaías 53:4-5 se cumplió en la sanidad de las personas en Capernaum aquella noche.
Volviendo al texto de Isaías 53:5 y 1 Pedro 2:24, vamos a considerar otra respuesta de la Biblia a las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Amados, no es aconsejable saltar a conclusiones precipitadas. Cuando el Señor Jesús dijo que si destruyesen el templo Él lo levantaría en tres días, ellos pensaban que hablaba del edificio del templo en Jerusalén, pero hablaba de Su cuerpo (Jn. 2:19-21). Los judíos se equivocaron en su manera de entender al Señor, y nosotros también podemos cometer este error si no llevamos cuidado. Luego, en Juan 21:22-23 leemos esto: “Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” Aun los discípulos del Señor pudieron equivocarse en su manera de entender las palabras del Señor. Aunque sinceros, interpretaron mal las palabras del Señor a Pedro, y dedujeron que el apóstol Juan no iba a morir, pero no fue así. Otra vez vemos que es importante entender la Palabra de Dios en su contexto y sentido correcto, y debemos aplicar esta lección a estos dos textos acerca de la sanidad.
Primero, recordemos que en Isaías 1, Dios describe la condición espiritual de Israel y de todo ser humano por naturaleza como una enfermedad. Usa la figura de la enfermedad para ilustrar la condición espiritual. “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is. 1:4-6). En el versículo 4 Dios dice claramente que está hablando de la maldad, malignidad y depravación del pueblo. Son palabras que describen su condición espiritual, y esta condición provocaba a ira al Señor y demandaba el castigo. La cabeza enferma y el corazón doliente no describen una condición física. Toda Israel no estaba físicamente enfermo de cabeza y de corazón. Los hinchazones y las llagas desde la cabeza hasta la planta del pie no describen una plaga o lepra física en toda la nación, sino su condición espiritual. Dios está diciendo al pueblo que está espiritualmente mal, de la cabeza hasta los pies, por dentro y por fuera, cubierto e infestado por el pecado. ¿Cómo curará Dios estas llagas espirituales de pecado y rebelión? Isaías 53:5 da la respuesta: “por su llaga fuimos nosotros curados”. Cuando el Señor Jesucristo murió pornosotros en el Calvario, lo hizo para curarnos del mal del pecado, para lavarnos y limpiarnos espiritualmente. Los que arrepentidos confían en Él, pueden decir: “por su herida fuimos sanados”, porque Él nos lava de nuestros pecados con Su sangre (Ap. 1:5).
No debemos cometer el mismo tipo de error que los judíos y los discípulos del Señor, esto es, no debemos interpretar sincera pero equivocadamente Sus palabras y sacar de ellas algo que Él no quiso decir. El Señor nunca dijo que los creyentes no deben enfermar. No dijo que derramó Su sangre para quitar toda enfermedad y sufrimiento de los Suyos. Estas son conclusiones bien intencionadas pero equivocadas que se sacan de interpretar mal lo que Él dijo.
Segundo, considera que la Palabra de Dios afirma que el Señor lavó a los discípulos (Jn. 13:10), y que a todos nosotros nos ha lavado en Su sangre (Ap. 1:5). Obviamente, esto no quiere decir que los creyentes no tenemos que bañarnos más después de creer en el Señor. Y si alguno cree de otra manera, ¡debe alejarse de los demás porque trae problemas de olor e higiene! Sabemos que cuando el Señor decía “lavados” y “limpios” hablaba de nuestros pecados, no de bañarnos usando agua y jabón.
Tercero, el Señor dijo que si alguno viene a Él, no tendrá hambre ni sed jamás (Jn. 6:35). Pero, ¿quién es el creyente que, después de convertirse al Señor, no vuelve a comer ni beber por el resto de la vida? ¡No duraría mucho la vida así! Entendemos por el contexto que el Señor hablaba de la satisfacción espiritual que viene con la salvación. Él satisface nuestra hambre y sed espiritual. De la misma manera debemos entender la promesa de Isaías 53:5 que se afirma en 1 Pedro 2:24. El Señor murió en la cruz por nuestros pecados, para que encontráramos en Él el perdón y la limpieza del pecado, esto es, la sanidad espiritual. Antes estábamos totalmente enfermos con el pecado, pero gracias a Dios, ¡Cristo nos curó!
Pero todavía vivimos en un mundo muy imperfecto, caído y arruinado por el pecado. La muerte todavía espera a cada ser humano, a no ser que el Señor venga antes para arrebatarnos, pero aun así la gran mayoría de los creyentes pasan los portales de esplendor por medio de la muerte. La piadosa Dorcas enfermó y murió en Hechos 9:37. El fiel creyente Epafrodito estuvo enfermo y casi murió, a causa de su servicio abnegado (Fil. 2:26-27). Son ejemplos que representan lo que ha pasado a muchos otros creyentes, no por pecado ni por falta de fe.
Y un día, como Apocalipsis 21:1 dice: “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Cuando lleguemos al cielo, no antes, no habrá más dolor ni lágrimas. ¡Amén!
Carlos Tomás Knott