“discípulo,-a. (Del latín “discípulus”, de “díscere”, aprender.) El que *aprende, con respecto a la persona que le enseña, al centro de enseñanza donde aprende o al maestro o escuela de donde toma sus doctrinas...” MARÍA MOLINER, DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL, 1987, EDITORIAL GREDOS.
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos.” JESUCRISTO: EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN. 8:31
El Señor Jesucristo no buscaba “decisiones”, sino discípulos, y no son iguales. En Mateo 28:19-20 el Señor envió a Sus apóstoles con estas instrucciones: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones...”. No decía: “fundad organizaciones, escuelas y misiones”, ni: “haced grandes campañas y llenad los estadios” ni: “recoged decisiones”, sino: “haced discípulos”. ¿Y cómo es un discípulo verdadero del Señor Jesucristo? No valdrá contestar con palabras como “Yo creo que...” o “Para mí...”, ni nada semejante, porque no es relativo. No es cuestión de opiniones, matices ni puntos de vista, porque alguien ya habló definitivamente sobre este tema – el Maestro – el Señor Jesucristo.
Jesucristo describe y define lo que quiere ver en los verdaderos discípulos varias veces en el Nuevo Testamento, y una de ellas es Mateo 28:20, en la Gran Comisión, cuando el Señor dice: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. No: “enseñándoles todas las cosas”, ni: “enseñándoles que sepan todas las cosas”, ni tampoco: “enseñándoles que hablen acerca de todas las cosas”. Todo eso sería inadecuado ante la demanda del Maestro: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. Dice “que guarden”, y la diferencia es mucha. Verás. Ahora uno puede ser un buen evangélico, normal y corriente, si “sabe” o “habla” un poco acerca de las cosas del Señor. Pero no es posible ser un discípulo así. ¿Por qué? Porque los discípulos guardan la palabra de Maestro. Guardan “todas las cosas” como el Señor indica en el versículo 20. De eso no hay rebajas, y no hay que matizarlo buscando otro sentido. Son los términos del Señor para Sus discípulos.
¿No lo dice también el Señor en Juan 8? El versículo 30 dice: “Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él.” ¿Qué eran esas personas? ¿Creyentes? ¿Evangélicos? ¿Discípulos? Sigue leyendo y veremos cómo en Señor les habló a esas personas “creyentes”. El versículo 31 dice: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Tanto aquí como en Mateo 28:20, está clarolo que el Señor quiere: no un “creer” ligero o emocional, no un evangelio “light” o “descafeinado” que no compromete a los que profesan creer. Al contrario, el Señor quiere y busca verdaderos discípulos. ¿Esos son la élite dentro del cristianismo? No, no puede ser, porque el Señor los llama verdaderos discípulos. Si son los verdaderos, luego ¿qué son los demás que profesan pero no permanecen en Su palabra? Falsos discípulos.
A un verdadero discípulo le importan mucho las palabras y las enseñanzas del Señor, más que las palabras y tradiciones de los hombres, y precisamente por eso él es un discípulo, y no solamente uno que ha estado cerca, que ha oído... etc. El discípulo es el que aprende y sigue, el que “guarda todas las cosas” que el Señor mandó. El verdadero discípulo permanece en la Palabra del Señor, aunque otros la abandonen o la tuerzan “para su propia perdición” (2 P. 3:16). Y un verdadero discípulo hace todo eso porque ama al Señor, y porque es motivado por Su gracia para vivir así. No es tanto un amor emocional, sino un amor obediente. Es un amor que nos motiva, nos constriñe a vivir para Él y poner Su Palabra antes que la nuestra. ¡Cómo lo sabe el Señor! En Juan 14:15 Él dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” Empleando estos términos, ¿le amamos? En Juan 14:21 insiste otra vez: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama...”, y por tercera vez en Juan 14:23. En Juan 14:24, por si todavía no estamos en la onda, repite: “El que no me ama, no guarda mis palabras”. No se manifiesta ese amor gritando “¿Cuántos aman a Dios?, ¿Cuántos dicen Aleluya?”, “¡Un aplauso para Dios!” o cosas por el estilo... El amor no es levantar las manos carismáticamente, ni bailar una charanga cristiana, sino obedecer la Palabra del Señor. Una mujer evangélica me dijo: “El amor es todo”, pero después ella abandonó la iglesia. Será que estaba hablando del amor propio, me imagino. En cambio, el verdadero discípulo está siendo diariamente librado del amor propio, y en lugar de ese amor bajo y carnal, ama al Señor y guarda la Palabra, deseando agradarle en todo. Amigo lector, ¿qué tal tu amor?
Entonces, lo que somos y lo que deseamos conseguir influye mucho en el estado espiritual de las iglesias hoy. ¿Qué somos, los que meramente asisten, o somos “decisiones”, o “evangélicos”, o discípulos? ¿Qué seguimos, la moda, la corriente o la Palabra? ¿Nos ponemos al día o nos ponemos bajo la Palabra? ¿Hacemos particiones en la Palabra con astutos argumentos culturales, o buscamos guardarla toda? ¿Permanecemos en ella, o vamos cediendo, aflojando y encontrando dificultad diciendo “amén” a predicaciones que hace diez años o más hubiésemos apoyado cien por cien? El Señor Jesucristo quiere verdaderos discípulos.
¿Y qué clase de iglesias producimos? Ah, aquí se nos verá el plumero si hay diferencia entre lo que profesamos y lo que somos, porque produciremos según lo que somos. El Señor Jesucristo, en Lucas 6:40, dijo: “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro”. Podríamos decir de forma más castiza: “de tal palo tal astilla”. En las iglesias, y en las vidas de los miembros de las iglesias, es donde se ve qué somos y qué creemos. Porque uno no puede producir en otro lo que uno no es, ni guiar a otros a ir donde él no ha ido. Entonces, medido así, ¿qué somos? Mira en el espejo de las congregaciones. ¡Cómo son? ¿Con qué nos damos por satisfechos? ¿Locales llenos de gente que asiste y participa en los programas sociales y religiosos, congregaciones de personas a las cuales nos referimos como “decisiones”, o discípulos del Señor Jesucristo? ¿Cuál es la meta, llenar locales, tener más que otros grupos, ser populares, bien considerados, respetados en el mundo, o hacer discípulos como manda el Señor? Llenar locales es más fácil que hacer discípulos? ¿Cómo son las congregaciones? ¿Siguen al Señor, o sólo le cantan algo bonito los domingos? ¿Son buenos evangélicos, conversantes en todo, “equilibrados” y moderados en todo, o son discípulos que están comprometidos por amor a una vida de obediencia – a aprender del Señor Jesucristo y seguirle, a permanecer en la Palabra del Señor? Porque después viene una pregunta del Señor y Maestro, y es una de Sus preguntas más embarazosas: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” La vida cristiana no es una película, ni un concierto, ni un partido de fútbol en una “liga evangélica”. Es conocer, amar, confiar en, aprender de y seguir a Cristo.
Por muchas vueltas o explicaciones que den, los que no siguen, y no guardan Su Palabra, no son Sus discípulos y no le aman, aunque les parezca que sí. El Señor es quien lo define, y lo ha puesto claro. Él Señor Jesucristo todavía busca y quiere verdaderos discípulos. Ahora bien, yo no soy un discípulo perfecto, pero el Señor no pide discípulos perfectos, sino discípulos verdaderos. Quiero ser uno. ¿Y tú?
Carlos Tomás Knott
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos.” JESUCRISTO: EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN. 8:31
El Señor Jesucristo no buscaba “decisiones”, sino discípulos, y no son iguales. En Mateo 28:19-20 el Señor envió a Sus apóstoles con estas instrucciones: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones...”. No decía: “fundad organizaciones, escuelas y misiones”, ni: “haced grandes campañas y llenad los estadios” ni: “recoged decisiones”, sino: “haced discípulos”. ¿Y cómo es un discípulo verdadero del Señor Jesucristo? No valdrá contestar con palabras como “Yo creo que...” o “Para mí...”, ni nada semejante, porque no es relativo. No es cuestión de opiniones, matices ni puntos de vista, porque alguien ya habló definitivamente sobre este tema – el Maestro – el Señor Jesucristo.
Jesucristo describe y define lo que quiere ver en los verdaderos discípulos varias veces en el Nuevo Testamento, y una de ellas es Mateo 28:20, en la Gran Comisión, cuando el Señor dice: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. No: “enseñándoles todas las cosas”, ni: “enseñándoles que sepan todas las cosas”, ni tampoco: “enseñándoles que hablen acerca de todas las cosas”. Todo eso sería inadecuado ante la demanda del Maestro: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. Dice “que guarden”, y la diferencia es mucha. Verás. Ahora uno puede ser un buen evangélico, normal y corriente, si “sabe” o “habla” un poco acerca de las cosas del Señor. Pero no es posible ser un discípulo así. ¿Por qué? Porque los discípulos guardan la palabra de Maestro. Guardan “todas las cosas” como el Señor indica en el versículo 20. De eso no hay rebajas, y no hay que matizarlo buscando otro sentido. Son los términos del Señor para Sus discípulos.
¿No lo dice también el Señor en Juan 8? El versículo 30 dice: “Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él.” ¿Qué eran esas personas? ¿Creyentes? ¿Evangélicos? ¿Discípulos? Sigue leyendo y veremos cómo en Señor les habló a esas personas “creyentes”. El versículo 31 dice: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Tanto aquí como en Mateo 28:20, está clarolo que el Señor quiere: no un “creer” ligero o emocional, no un evangelio “light” o “descafeinado” que no compromete a los que profesan creer. Al contrario, el Señor quiere y busca verdaderos discípulos. ¿Esos son la élite dentro del cristianismo? No, no puede ser, porque el Señor los llama verdaderos discípulos. Si son los verdaderos, luego ¿qué son los demás que profesan pero no permanecen en Su palabra? Falsos discípulos.
A un verdadero discípulo le importan mucho las palabras y las enseñanzas del Señor, más que las palabras y tradiciones de los hombres, y precisamente por eso él es un discípulo, y no solamente uno que ha estado cerca, que ha oído... etc. El discípulo es el que aprende y sigue, el que “guarda todas las cosas” que el Señor mandó. El verdadero discípulo permanece en la Palabra del Señor, aunque otros la abandonen o la tuerzan “para su propia perdición” (2 P. 3:16). Y un verdadero discípulo hace todo eso porque ama al Señor, y porque es motivado por Su gracia para vivir así. No es tanto un amor emocional, sino un amor obediente. Es un amor que nos motiva, nos constriñe a vivir para Él y poner Su Palabra antes que la nuestra. ¡Cómo lo sabe el Señor! En Juan 14:15 Él dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” Empleando estos términos, ¿le amamos? En Juan 14:21 insiste otra vez: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama...”, y por tercera vez en Juan 14:23. En Juan 14:24, por si todavía no estamos en la onda, repite: “El que no me ama, no guarda mis palabras”. No se manifiesta ese amor gritando “¿Cuántos aman a Dios?, ¿Cuántos dicen Aleluya?”, “¡Un aplauso para Dios!” o cosas por el estilo... El amor no es levantar las manos carismáticamente, ni bailar una charanga cristiana, sino obedecer la Palabra del Señor. Una mujer evangélica me dijo: “El amor es todo”, pero después ella abandonó la iglesia. Será que estaba hablando del amor propio, me imagino. En cambio, el verdadero discípulo está siendo diariamente librado del amor propio, y en lugar de ese amor bajo y carnal, ama al Señor y guarda la Palabra, deseando agradarle en todo. Amigo lector, ¿qué tal tu amor?
Entonces, lo que somos y lo que deseamos conseguir influye mucho en el estado espiritual de las iglesias hoy. ¿Qué somos, los que meramente asisten, o somos “decisiones”, o “evangélicos”, o discípulos? ¿Qué seguimos, la moda, la corriente o la Palabra? ¿Nos ponemos al día o nos ponemos bajo la Palabra? ¿Hacemos particiones en la Palabra con astutos argumentos culturales, o buscamos guardarla toda? ¿Permanecemos en ella, o vamos cediendo, aflojando y encontrando dificultad diciendo “amén” a predicaciones que hace diez años o más hubiésemos apoyado cien por cien? El Señor Jesucristo quiere verdaderos discípulos.
¿Y qué clase de iglesias producimos? Ah, aquí se nos verá el plumero si hay diferencia entre lo que profesamos y lo que somos, porque produciremos según lo que somos. El Señor Jesucristo, en Lucas 6:40, dijo: “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro”. Podríamos decir de forma más castiza: “de tal palo tal astilla”. En las iglesias, y en las vidas de los miembros de las iglesias, es donde se ve qué somos y qué creemos. Porque uno no puede producir en otro lo que uno no es, ni guiar a otros a ir donde él no ha ido. Entonces, medido así, ¿qué somos? Mira en el espejo de las congregaciones. ¡Cómo son? ¿Con qué nos damos por satisfechos? ¿Locales llenos de gente que asiste y participa en los programas sociales y religiosos, congregaciones de personas a las cuales nos referimos como “decisiones”, o discípulos del Señor Jesucristo? ¿Cuál es la meta, llenar locales, tener más que otros grupos, ser populares, bien considerados, respetados en el mundo, o hacer discípulos como manda el Señor? Llenar locales es más fácil que hacer discípulos? ¿Cómo son las congregaciones? ¿Siguen al Señor, o sólo le cantan algo bonito los domingos? ¿Son buenos evangélicos, conversantes en todo, “equilibrados” y moderados en todo, o son discípulos que están comprometidos por amor a una vida de obediencia – a aprender del Señor Jesucristo y seguirle, a permanecer en la Palabra del Señor? Porque después viene una pregunta del Señor y Maestro, y es una de Sus preguntas más embarazosas: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” La vida cristiana no es una película, ni un concierto, ni un partido de fútbol en una “liga evangélica”. Es conocer, amar, confiar en, aprender de y seguir a Cristo.
Por muchas vueltas o explicaciones que den, los que no siguen, y no guardan Su Palabra, no son Sus discípulos y no le aman, aunque les parezca que sí. El Señor es quien lo define, y lo ha puesto claro. Él Señor Jesucristo todavía busca y quiere verdaderos discípulos. Ahora bien, yo no soy un discípulo perfecto, pero el Señor no pide discípulos perfectos, sino discípulos verdaderos. Quiero ser uno. ¿Y tú?
Carlos Tomás Knott