lunes, 11 de febrero de 2008

VERDADEROS DISCÍPULOS

“discípulo,-a. (Del latín “discípulus”, de “díscere”, aprender.) El que *aprende, con respecto a la persona que le enseña, al centro de enseñanza donde aprende o al maestro o escuela de donde toma sus doctrinas...” MARÍA MOLINER, DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL, 1987, EDITORIAL GREDOS.

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos.” JESUCRISTO: EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN. 8:31

El Señor Jesucristo no buscaba “decisiones”, sino discípulos, y no son iguales. En Mateo 28:19-20 el Señor envió a Sus apóstoles con estas instrucciones: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones...”. No decía: “fundad organizaciones, escuelas y misiones”, ni: “haced grandes campañas y llenad los estadios” ni: “recoged decisiones”, sino: “haced discípulos”. ¿Y cómo es un discípulo verdadero del Señor Jesucristo? No valdrá contestar con palabras como “Yo creo que...” o “Para mí...”, ni nada semejante, porque no es relativo. No es cuestión de opiniones, matices ni puntos de vista, porque alguien ya habló definitivamente sobre este tema – el Maestro – el Señor Jesucristo.
Jesucristo describe y define lo que quiere ver en los verdaderos discípulos varias veces en el Nuevo Testamento, y una de ellas es Mateo 28:20, en la Gran Comisión, cuando el Señor dice: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. No: “enseñándoles todas las cosas”, ni: “enseñándoles que sepan todas las cosas”, ni tampoco: “enseñándoles que hablen acerca de todas las cosas”. Todo eso sería inadecuado ante la demanda del Maestro: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. Dice “que guarden”, y la diferencia es mucha. Verás. Ahora uno puede ser un buen evangélico, normal y corriente, si “sabe” o “habla” un poco acerca de las cosas del Señor. Pero no es posible ser un discípulo así. ¿Por qué? Porque los discípulos guardan la palabra de Maestro. Guardan “todas las cosas” como el Señor indica en el versículo 20. De eso no hay rebajas, y no hay que matizarlo buscando otro sentido. Son los términos del Señor para Sus discípulos.
¿No lo dice también el Señor en Juan 8? El versículo 30 dice: “Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él.” ¿Qué eran esas personas? ¿Creyentes? ¿Evangélicos? ¿Discípulos? Sigue leyendo y veremos cómo en Señor les habló a esas personas “creyentes”. El versículo 31 dice: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Tanto aquí como en Mateo 28:20, está clarolo que el Señor quiere: no un “creer” ligero o emocional, no un evangelio “light” o “descafeinado” que no compromete a los que profesan creer. Al contrario, el Señor quiere y busca verdaderos discípulos. ¿Esos son la élite dentro del cristianismo? No, no puede ser, porque el Señor los llama verdaderos discípulos. Si son los verdaderos, luego ¿qué son los demás que profesan pero no permanecen en Su palabra? Falsos discípulos.
A un verdadero discípulo le importan mucho las palabras y las enseñanzas del Señor, más que las palabras y tradiciones de los hombres, y precisamente por eso él es un discípulo, y no solamente uno que ha estado cerca, que ha oído... etc. El discípulo es el que aprende y sigue, el que “guarda todas las cosas” que el Señor mandó. El verdadero discípulo permanece en la Palabra del Señor, aunque otros la abandonen o la tuerzan “para su propia perdición” (2 P. 3:16). Y un verdadero discípulo hace todo eso porque ama al Señor, y porque es motivado por Su gracia para vivir así. No es tanto un amor emocional, sino un amor obediente. Es un amor que nos motiva, nos constriñe a vivir para Él y poner Su Palabra antes que la nuestra. ¡Cómo lo sabe el Señor! En Juan 14:15 Él dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” Empleando estos términos, ¿le amamos? En Juan 14:21 insiste otra vez: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama...”, y por tercera vez en Juan 14:23. En Juan 14:24, por si todavía no estamos en la onda, repite: “El que no me ama, no guarda mis palabras”. No se manifiesta ese amor gritando “¿Cuántos aman a Dios?, ¿Cuántos dicen Aleluya?”, “¡Un aplauso para Dios!” o cosas por el estilo... El amor no es levantar las manos carismáticamente, ni bailar una charanga cristiana, sino obedecer la Palabra del Señor. Una mujer evangélica me dijo: “El amor es todo”, pero después ella abandonó la iglesia. Será que estaba hablando del amor propio, me imagino. En cambio, el verdadero discípulo está siendo diariamente librado del amor propio, y en lugar de ese amor bajo y carnal, ama al Señor y guarda la Palabra, deseando agradarle en todo. Amigo lector, ¿qué tal tu amor?
Entonces, lo que somos y lo que deseamos conseguir influye mucho en el estado espiritual de las iglesias hoy. ¿Qué somos, los que meramente asisten, o somos “decisiones”, o “evangélicos”, o discípulos? ¿Qué seguimos, la moda, la corriente o la Palabra? ¿Nos ponemos al día o nos ponemos bajo la Palabra? ¿Hacemos particiones en la Palabra con astutos argumentos culturales, o buscamos guardarla toda? ¿Permanecemos en ella, o vamos cediendo, aflojando y encontrando dificultad diciendo “amén” a predicaciones que hace diez años o más hubiésemos apoyado cien por cien? El Señor Jesucristo quiere verdaderos discípulos.
¿Y qué clase de iglesias producimos? Ah, aquí se nos verá el plumero si hay diferencia entre lo que profesamos y lo que somos, porque produciremos según lo que somos. El Señor Jesucristo, en Lucas 6:40, dijo: “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro”. Podríamos decir de forma más castiza: “de tal palo tal astilla”. En las iglesias, y en las vidas de los miembros de las iglesias, es donde se ve qué somos y qué creemos. Porque uno no puede producir en otro lo que uno no es, ni guiar a otros a ir donde él no ha ido. Entonces, medido así, ¿qué somos? Mira en el espejo de las congregaciones. ¡Cómo son? ¿Con qué nos damos por satisfechos? ¿Locales llenos de gente que asiste y participa en los programas sociales y religiosos, congregaciones de personas a las cuales nos referimos como “decisiones”, o discípulos del Señor Jesucristo? ¿Cuál es la meta, llenar locales, tener más que otros grupos, ser populares, bien considerados, respetados en el mundo, o hacer discípulos como manda el Señor? Llenar locales es más fácil que hacer discípulos? ¿Cómo son las congregaciones? ¿Siguen al Señor, o sólo le cantan algo bonito los domingos? ¿Son buenos evangélicos, conversantes en todo, “equilibrados” y moderados en todo, o son discípulos que están comprometidos por amor a una vida de obediencia – a aprender del Señor Jesucristo y seguirle, a permanecer en la Palabra del Señor? Porque después viene una pregunta del Señor y Maestro, y es una de Sus preguntas más embarazosas: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” La vida cristiana no es una película, ni un concierto, ni un partido de fútbol en una “liga evangélica”. Es conocer, amar, confiar en, aprender de y seguir a Cristo.
Por muchas vueltas o explicaciones que den, los que no siguen, y no guardan Su Palabra, no son Sus discípulos y no le aman, aunque les parezca que sí. El Señor es quien lo define, y lo ha puesto claro. Él Señor Jesucristo todavía busca y quiere verdaderos discípulos. Ahora bien, yo no soy un discípulo perfecto, pero el Señor no pide discípulos perfectos, sino discípulos verdaderos. Quiero ser uno. ¿Y tú?

Carlos Tomás Knott

Consejos para Padres:


“Conquista la Voluntad del Niño”

por Susanna Wesley, madre de John y Charles Wesley

Para formar la mente de los niños, la primera cosa que hacer es conquistar su voluntad y traerlos a una disposición obediente. Informar el entendimiento es un trabajo que requiere su tiempo, y con niños debe proceder lenta y gradualmente según puedan soportarlo. Pero la sujeción de la voluntad es algo que debe hacerse en seguida, y cuanto antes, mejor. Porque si descuidamos la corrección a tiempo, ellos contraerán una terquedad y obstinación que después a penas serán conquistadas, y nunca sin usar tal severidad que sería tan dolorosa a mí como al niño. En la estimación del mundo pasan por benignos e indulgentes aquellos a quienes yo llamo padres crueles, que permiten que sus hijos formen hábitos los cuales ellos saben que después tendrán que ser quebrantados. Además, algunos son tan neciamente dispuestos como para enseñar en broma a sus hijos a hacer cosas que más tarde los castigarán severamente si los hacen.
Cuando un niño es corregido, debe ser conquistado; y esto no será demasiado difícil si no se ha vuelto cabezón debido a demasiada permisividad. Y cuando la voluntad del niño es totalmente sojuzgada, y traída a reverenciar y respetar a sus padres, entonces muchas tonterías de niños y inadvertencias pueden ser evitadas. Algunas deberían ser pasadas por alto sin echarles cuenta, y otras reprendidas suavemente, pero ninguna transgresión voluntariosa debe serles perdonado a los niños sin castigo, más o menos según la naturaleza y circunstancias de la ofensa.
Insisto en conquistar siempre la voluntad de los niños, porque es el único fundamento fuerte y razonable de una educación religiosa, y sin esto tanto precepto como ejemplo serán ineficaces. Pero cuando sea bien hecho, entonces el niño es capaz de ser gobernado por la razón y piedad de sus padres hasta que su propia comprensión llegue a madurez y los principios de la religión se hayan arraigado en su mente.
Aún no puedo despedir este tema. Debido a que la voluntad propia es la raíz de todo pecado y miseria, cualquier cosa que favorezca o nutra esta voluntad en los niños asegura su mal estar y falta de piedad en el futuro. Lo que sirva para parar y hacer morir la voluntad propia también promueve su futura alegría y piedad. Esto está todavía más claro si consideramos además que la religión no es otra cosa que hacer la voluntad de Dios y no la nuestra. El gran impedimento singular a nuestra felicidad temporal y eterna es esta voluntad propia, así que ninguna indulgencia de ella puede ser trivial, y ninguna negación de ella carece de beneficio. El cielo y el infierno dependen sólo de esto. Por esto, el padre o la madre que estudia sojuzgarla en sus hijos colabora con Dios en la renovación y salvación de un alma. El padre que trata con permisividad e indulgencia a sus hijos hace el trabajo del diablo, hace impracticable la religión, inaccesible la salvación, y hace todo lo posible para condenar a sus hijos, alma y cuerpo, para siempre.
_______________________________

Susanna Wesley tuvo 19 hijos, de los cuales son Juan y Carlos a quienes conocemos como predicadores del evangelio y compositores de himnos. Ella escribió estas y muchas otras instrucciones a su hijo Juan y aparecen en el libro The Journal of John Wesley (“El Jornal de John Wesley”), Moody Press.

viernes, 1 de febrero de 2008


EL PECADO DE CHISMEAR
por William MacDonald

El siguiente artículo apareció en un periódico llamado Atlanta Journal (“Diario de Atlanta”):


Soy más mortal que la bala de un cañón. Gano sin matar. Derrumbo casas, quebranto corazones y destruyo vidas. Viajo sobra las alas del viento. Ninguna inocencia tiene fuerza para intimidarme, ninguna pureza puede pararme. No tengo en consideración la verdad, ni respecto la justicia, ni tengo misericordia de los indefensos. Mis víctimas son tan numerosas como la arena del mar, y muchas veces son inocentes. Nunca olvido y muy pocas veces perdono. Mi nombre es “Chisme”.

Quizás Santiago pensaba especialmente en el pecado de chismear cuando escribió esto: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Stg. 3:2).
Pero chismear es tan fácil y natural, y dejar de hacerlo es muy difícil. ¿Qué es chismear? William R. Marshall dice que es el arte de decir todo y dejar la impresión de que no ha dicho nada. Bill Gothard dice que es compartir información con alguien que ni es parte del problema ni parte de la solución. Podemos expandir la definición diciendo que es hablar de forma derogatoria acerca de alguien que no está presente. El chisme pone a su víctima en una luz desfavorable; dice cosas que no son benignas, ni edificantes ni necesarias. Es hablar mal de una persona detrás de sus espaldas en lugar de confrontarle cara a cara. Es una forma de asesinar el carácter.
El escritor de Proverbios lo expresó bien: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Pr. 18:21). La Biblia habla duramente de esta práctica: “No andarás chismeando entre tu pueblo” (Lev. 19:16a). “El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13). “El que anda en chismes descubre el secreto; no te entremetas, pues, con el suelto de lengua” (Pr. 20:19). “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Pr. 16:28). “Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas” (Pr. 18:8). “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda” (Pr. 26:20).
En Romanos 1:30 Pablo apunta a los chismosos (“murmuradores, detractores”) y los coloca con los homicidas y las personas inmorales.
A veces intentamos camuflar el chismeo bajo pretensión de compartir algo como motivo de oración. “Sólo menciono esto para que puedas orar. ¿Sabías que....?” O pensamos que evitamos la ofensa si lo decimos en confianza (“confidencialmente”). Lo siguiente es a menudo el resultado.
Dos mujeres hablaban en Brooklyn.
- Pili me dijo que le dijiste el secreto que te dije no decirle.
- ¡Qué mala! Le dije a Pili que no te dijera que te lo había dicho.
- Pues, le dije que no te diría que ella me lo dijo, así que no le digas que te lo he dicho.

En su libro: Seasons of Life (“Las Estaciones de la Vida”), Charles Swindoll trata a los que trafican en rumores, que es otra faceta de los chismosos. He aquí su comentario:

“Los que se alimentan de rumores son almas pequeñas y sospechosas. Se satisfacen traficando en callejones oscuros, sueltan bombas sutiles, encienden la mecha de la sugestión y luego explotan en las mentes de otros. Su consuelo la hallan en ser “sólo un canal inocente” de la información incierta...ellos nunca son la fuente. Sus frases favoritas son: “se oye decir”, “¿has oído?” y “alguien me ha dicho que...”, y estas frases sirven de escudo para el repartidor de rumores.
“¿Oíste que la ‘Iglesia de tal calle’ está a punto de dividirse?”
“Alguien me ha dicho que Fernando y Flor se divorcian... se
cuenta que ella le fue infiel”.
“Dicen que sus padres tienen mucho dinero”.
“¿Oíste que el Pastor Elfinstonski fue despedido de su
iglesia de antes?”
“Me dijeron que su hijo es un drogadicto... fue detenido hurtando algo de una tienda”.
“Alguien dijo que ellos tuvieron que casarse”.
“Se oye decir que él bebe demasiado”.
“He escuchado que a ella le gusta provocar a los hombres...ten cuidado con ella”.
“Dicen que él sólo llegó a ser jefe a base de sobornos y malas jugadas”.
“Varias personas están preocupadas, porque dicen que no se pueden fiar de él”.

Charles Swindoll, Growing Strong in the Seasons of Life (“Fortaleciéndose en las Estaciones de la Vida”), Portland, OR: Multnomah Press, 1983, pags. 105-106

Todos sabemos como los chismes y los rumores crecen viajando de una persona a otra. Cada uno añade un toque negativo hasta que la versión final no se parece mucho al original.
Puede que alguien objete diciendo que Pablo habló críticamente acerca de Himeneo y Alejandro (1 Ti. 1:19-20); sobre Figelo y Hermógenes (2 Ti. 1:15), y Alejandro el calderero (2 Ti. 4:14). Y Juan no se cortó al hablar de Diótrefes (3 Jn. 9-10). Este testimonio es verdadero. Pero el propósito era advertir a los creyentes acerca de estos hombres, no atacarlos calumniosamente.
A veces los líderes necesitan hablar entre sí (no a otros ni recibir quejas o críticas) acerca de ciertas personas en su, cuando se trata de disciplina o corrección. Pero esto es con la intención de ayudar a las personas, no difamarlas ni despreciarlas. Esto no es lo mismo que chismear.
Hay ciertos pasos positivos que podemos tomar para tratar a los chismosos. Primero, podemos insistir que identifiquen sus fuentes. Pablo nos puso ejemplo en 1 Corintios 1:11, “Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas”.
Segundo, podemos pedir permiso para citar al chismoso por nombre a la persona sobre la cual él habla. “¿Te importaría si le dijera lo que acabas de decir acerca de él?” — “¡Oh, horrores, no hagas esto! Sería el fin de nuestra amistad”.
O podríamos rehusar escuchar las historias y comentarios del chismoso. Podemos efectuar esto diciéndole cortésmente que preferimos no escucharlo, o quizás podríamos dirigir la conversación a temas más edificantes. “Si nadie escuchara al chismoso, no podría contar nada. Haz sordos a los oyentes y harás mudo al chismoso” (William R. Marshall). Un proverbio turco nos recuerda: “El que te cuenta chismes, chismeará a otros acerca de ti”.
En conclusión permíteme citar a un escritor desconocido que se expresa bien sobre este asunto. Me gustaría haber escrito esto:

“¿Qué debe hacer el cristiano con su lengua? Debe controlarla, nunca buscando dominar una conversación. Debe enseñarla a decir menos de lo que podría. Nunca debe usarla para decir mentiras, media-mentiras, cosas con malicia, indirectas, sarcasmos, palabras sucias o conversación hueca y vana. Siempre debe usarla cuando las circunstancias reclaman un testimonio, una confesión o una palabra de ánimo o consuelo. Si es una de aquellas personas extrañas que tienen dificultad para decir “gracias”, debe enseñar a su lengua a decir esta palabra, y abatir el orgullo vicioso que le impide”.

William MacDonald, de su libro The Disciple’s Manual
- traducido por Carlos Tomás Knott