viernes, 20 de marzo de 2020

QUERIDO DOKIMOS

Todavía no ha sucedido el arrebatamiento de la iglesia, así que no han comenzado los siete terribles años de la Tribulación. En cualquier momento desapareceremos y los que quedan atrás, que no habían rechazado el evangelio, podrán ser salvos. El sr. Nicholson reflexiona sobre esto:


"Querido Dókimos" – Creyente Durante La Tribulación,

    Saludos en el Nombre de Jesucristo, Señor nuestro y tuyo.  Nosotros nos hemos ido a la gloria y anticipamos tu pronto rescate.  Permítenos afirmar de entrada que nuestro Señor Jesucristo es más radiante y glorioso que jamás podíamos imaginarnos por más que lográramos pensar en nuestros momentos más santos y sublimes cuando vivíamos allí abajo. Todo el cielo está iluminado con la luz sin sombra de la gloria del Cordero – una gloria que sobrepasa la hermosura del arco iris. La atmósfera está dulce y fresca con la fragancia del Lirio. Los ejércitos del cielo se están juntando, y pronto seguirán al Rey de reyes y Señor de señores en el despliegue de la batalla final.
    Toma aliento, querido del Señor, porque pronto terminará tu sufrimiento y vendrá el Señor, cuyo derecho es reinar, y Su gloria cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar. Ahora te preguntas quiénes éramos nosotros, cómo vivíamos y cuál era la condición de la Iglesia mientras esperábamos la venida del Señor del cielo.
    Por supuesto, sólo éramos pecadores salvados por Su gracia sin par, y redimidos por la preciosa sangre del Cordero. En aquellos tiempos antes del rapto, estábamos enriquecidos con exposiciones eruditas. Nos engordábamos con las delicias teológicas mientras que dialogábamos acerca de problemas sociales y cuestiones religiosas que no nos costaban absolutamente nada. Nos recreábamos en nuestra propia comunión y nos separábamos de todos los demás creyentes que no estaban de acuerdo con nuestras propias confesiones y credos hechos por los hombres. Edificábamos unos locales magníficos, unos templos, a coste de millones, y nos alimentábamos los unos a los otros con lo mejor de la instrucción bíblica y con nuestro entretenimiento religioso. 
    Subíamos el compás y el volumen de nuestra música para atraer al mundo, o tal vez para no echarlo tanto de menos. Parece que no oíamos el sollozo de los tristes, el lloro de los quebrantados de corazón y el llanto de las almas perdidas. Nuestros pies marcaban el ritmo de las músicas del mundo. Malgastamos nuestras fuerzas en el mundo socio-político, (lo solíamos llamar eso para no decir “el mundo” a secas) manifestaciones, marchas y campañas contra esto y lo otro. Fue inútil. La furia final de este mundo es lo que tú, querido hermano en la fe, estás sufriendo ahora.
    Nosotros adorábamos nuestros ídolos en los polideportivos y estadios, y como aficionados de los deleites sacrificábamos horas incontables que jamás podremos recuperar.  Encerrábamos nuestras Biblias en fundas de piel, plástico o nilón cada domingo por la noche, y las sacábamos el domingo siguiente. Los domingos predicábamos y escuchábamos sermones bien organizados, ilustrados, elocuentes y fervientes, y después, durante la semana sujetábamos a nuestras familias a nuestro mal humor. Esto era porque nuestra homilía estaba repleta de Cristo, pero a veces Él no reinaba en nuestros corazones ni hogares.
    Destinábamos las verdades preciosas de la Palabra a nuestras estanterías para recoger polvo, y en nuestras vidas practicábamos las alternativas carnales y los métodos organizados del mundo del negocio. Descartábamos el divinamente dado símbolo de sumisión, llamándolo la cultura de Corinto e irrelevante para nuestros tiempos, y asombrábamos a los santos ángeles de Dios que nos observaban cómo insultábamos a su glorioso Señor de esa manera, dando así ocasión de burla a los ángeles caídos, que se alegraban al ver la gloria de la criatura expuesta en la Iglesia.
    Formábamos sociedades religiosas y organizaciones con oficiales auto-designados para controlar fondos de millones, y ese dinero lo invertíamos en acciones de la bolsa y en certificados del tesoro, apuntándonos en el juego del mundo para ganar más dinero. Hicimos tesoros en la tierra, aunque el Señor lo había prohibido. Todo este tiempo, nuestros misioneros, sobrecargados con trabajos, luchaban con máquinas de imprenta rotas y anticuadas, y con herramientas y recursos inadecuados para el ministerio. Los hospitales y las clínicas misioneras experimentaban escasez de facilidades modernas y adecuadas para atender a la gente.
    Fuera de las puertas de nuestro egoísmo y desinterés en los demás estaban niños mal nutridos con la barriga hinchada y los ojos vacíos, mirándonos engordar en el nombre del Salvador, y las multitudes en países lejanos, hambrientas y sedientas, vagaban en las tinieblas para morir al final. No nos dimos cuenta. Los vehículos de los misioneros, viejísimos y gastados, tenían sueltos todos los tornillos y las tuercas debido al mal estado de los caminos y las pistas. Algunos yacían en desguaces, oxidándose y esperando recambios de neumáticos, baterías u otras piezas que no se nos ocurría suplir. Pensábamos que si nosotros andábamos bien de transporte, los demás también. Bueno, no sé si realmente pensábamos mucho en el tema.

    Aparecieron hombres – y mujeres – buscando apartar al pueblo de Dios de la verdad, fascinándolo con novedades y formas religiosas para no obedecer al Señor Jesucristo, y usando la libertad como ocasión para la carne. Algunos, mejor dicho, muchos volvieron atrás y mostraron que para ellos la fe era una moda, un experimento o un juego juvenil, pero no una realidad. Los disculpábamos llamándolos “cristianos carnales”, pero para vergüenza nuestra y pena suya, muchos de ellos no aparecen aquí.  Algunos se desviaban tras las señales y los prodigios y se preocupaban con la experiencia subjetiva en lugar de la Palabra de Dios. Otros, encargados del cuidado del rebaño de Dios, se ocupaban tanto con sus negocios y su ocio que no tenían tiempo para la grey. Entonces, tomaron a salario a hombres para cuidar de los santos, llamándolos “el obrero” y “el pastor”, en lugar de hacer su trabajo de pastores/ancianos (Hch.20:28).
    Raramente escuchábamos predicar el Evangelio de la gloria del Dios bendito en toda su pureza y poder. En muchos lugares abandonamos la reunión evangelística, porque era difícil salir por la tarde. Queríamos descansar o visitar a amigos o familia. Durante todo este tiempo, hombres y mujeres sin Cristo pasaban delante de nuestros hermosos locales, preguntándose qué es lo que se hacía adentro.
    A pesar de nuestra condición tibia, el Señor no nos abandonó. Él llamaba a la puerta, siempre buscando entrada y comunión, y deseando ocupar Su debido lugar entre nosotros. Gracias a Dios, en algunos lugares había personas o asambleas que escucharon Su voz,  se arrepintieron y le abrieron la puerta para que Él entrara con vida abundante
la única clase de vida que Él tiene. Éstas vivían en santidad, amaban mucho, servían fielmente y anhelaban de todo corazón la venida de su Señor. Llegaron a la meta en buena forma.
    Querido santo convertido después de Rapto, viviendo en “La Tribulación”, no deseamos tus sufrimientos. Pero tal vez si hubiéramos conocido más acerca de la persecución que de la popularidad, más dolor y menos deporte, más separación del mundo y menos colaboración, esta carta sería diferente y nuestra recompensa también sería diferente. A veces oíamos un llamado, pero como algo distante y difícil de entender, porque estábamos tan cómodos en nuestros locales climatizados que no nos convencía mucho. Decía algo así: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos...”.  Entonces, un día ordinario, el Señor Jesucristo vino de sorpresa, nos arrebató y nos llevó a la gloria.  Así terminó para nosotros nuestro tiempo como mortales sobre la tierra.
    Pero tú todavía estás, y puedes glorificar a Dios con tu cuerpo y con tu espíritu, por vida o por muerte. No desmayes, querido hermano, porque pronto el Rey aparecerá en Su gloria y hermosura para salvarte. "Sé fiel hasta la muerte". Tu corona te espera. Así que, por Su gracia juntos seremos para la alabanza de Su gloria. Hasta entonces, adiós, querido hermano sufridor, siervo fiel, y seguidor atribulado. Pronto Dios quitará toda lágrima de tus ojos, como ya ha quitado las lágrimas de los  nuestros. Acuérdate de lo que nosotros tendríamos que haber recordado más. Lo cantábamos a veces pero en retrospectiva vemos que no lo creíamos o no lo pensábamos mucho. Es una canción cuya letra reza así: ‘¡Maranata, maranata, Cristo pronto volverá, y debemos estar listos para verle!’  Un abrazo y hasta pronto.”
J. Boyd Nicholson
editorial en un número antiguo de la revista “Counsel
traducido y adaptado

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