martes, 31 de marzo de 2020

Cosas Que Dejar Atrás, Parte II




Texto: Col. 3:1-17

     En el estudio anterior leímos versos en el capítulo 1 donde Pablo daba gracias porque hemos sido hechos aptos y partícipes de una herencia espiritual. Además de esto, vimos que Dios nos ha trasladado de las tinieblas a la luz – de Egipto a Canaán. En Cristo tenemos redención de modo que ya no somos esclavos del pecado. Además vimos que todos estos son hechos de Dios que no dependen de nosotros.
    En el capítulo 2 vimos que en nuestro Señor Jesucristo resucitado y sentado a la diestra de Dios habita toda la plenitud de la divinidad. Debido a esto, en Él estamos completos – y si esto es así, ¿qué más necesitamos sino darle las gracias? El mundo no puede de ninguna manera añadir a lo que tenemos en Cristo, ya sea por su religión, su filosofía o cualquier otra cosa. Estamos completos en Él.
    En los versículos 1-4 del capítulo 3 nos condiciona, por decirlo de una manera. ¿Habéis resucitado con Cristo? Entonces, hay que buscar las cosas de arriba. Vuestro peregrinar ha de ser mirando las cosas del cielo. La orientación del cristiano debe ser celestial, no terrenal.
    En el versículo 5, entonces, habla de hacer morir lo terrenal. ¡Cuántas cosas malas nombra aquí, y es lo que hay en el mundo!  En el mundo el deseo puede ser noble, pero no tiene poder para mejorar, porque está en servidumbre a la maldad. Como mencionamos anteriormente, bien dijo el catedrático Don José Luis San Pedro: “el mundo no tiene solución, porque hizo del dinero su dios”. Hay deseos y a veces planes de mejorar el mundo, pero se quebrantan en el camino y no se pueden llevar a cabo. El mundo no puede alterar su rumbo; va de mal en peor. En este versículo vemos cosas que nos llaman la atención. A mí me gusta leer detenidamente, pararme en las palabras y pensar en el significado de ellas. Es así que aprendemos. Por ejemplo, aquí habla de los “malos deseos” entre otras cosas. Cuando Dios creó al hombre, nos creó con necesidades: de comer, de beber, de respirar, de dormir, etc. Edén estaba provisto de árboles para comer y de un río para beber. Dios también proveyó trabajo provechoso para el hombre. Pero lo que Pablo aquí les recuerda que hay que dejar son deseos, no necesidades. Hay diferencia entre deseos y necesidades. El maligno, el tentador, entró y creó y provocó toda una serie de deseos en el hombre, para arruinar la obra de Dios. Las necesidades se miden; los deseos no. Los deseos son inconmensurables, mientras que las necesidades pueden ser cuantificadas y ordenadas. Tengamos esto en cuenta. Las necesidades puede ser satisfechas, pero los deseos nunca.
    Eclesiastés 7:29 dice: “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”. La palabra “recto” también se traduce “sencillo”. Es bueno ser sencillo, porque es como Dios nos quiere. La palabra “perversiones” también se traduce “artimañas”. En el Salmo 106:13-14 leemos: “bien pronto olvidaron sus obras; no esperaron su consejo. Se entregaron a un deseo desordenado en el desierto”. Dios los sacó de Egipto por Su gran poder, y al llegar al desierto no hubo agua. Pero llegaron a Mara, donde había agua amarga, y en respuesta a su queja Dios la cambió en dulce. Luego llegaron a Elim donde había palmeras y mucha agua. Al andar por el camino en el desierto Dios les proveyó también de maná, pero tenían deseos de las cosas de Egipto – estaban cubiertas sus necesidades pero tenían deseos desordenados. Estos deseos y el dar lugar a ellos desagradaron a Dios y resultaron en juicio sobre Su pueblo. Recordemos esto al leer en Colosenses 3. Hay que hacer morir los deseos malos – no vivamos en ellos porque nada bueno nos van a traer. El deseo empieza en la mente y no termina si no lo terminamos nosotros.
    En el versículo 8 vemos como comienza con la palabra “pero”. “Pero” es una conjunción adversativa que marca un contraste, un antes y un después. Como en Efesios 2:4 – marca el cambio entre lo que éramos y lo que es Dios y cómo nos trató. En la cena del Señor que hemos celebrado venimos a recordar a Aquel que nos amó aunque éramos pecadores, y vino del cielo para rescatarnos. En Colosenses 3:7 habla de “en otro tiempo”, pero en el 3:8 nos trata en el tiempo presente: “Pero ahora dejad también vosotros...” Las cosas que hemos de dejar, es así porque todas ellas pertenecen al viejo hombre. En Romanos 6 dice que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo. La cruz del Señor rompe los lazos y el poder del viejo hombre y el pecado sobre nosotros.
    A veces queremos los creyentes que el mundo legisle conforme a nuestros principios y criticamos las leyes que aprueban. Jamás podemos cambiar el mundo por este proceder. El mundo vive en el viejo hombre y legisla según el viejo hombre. No puede hacer otra cosa porque está en una servidumbre al pecado. Sólo los que han despojado el viejo hombre pueden revestirse del nuevo hombre (v. 9).
    Dios nos hizo en Su imagen. El pecado quitó esta imagen, podemos decir que desdibujó la imagen de Dios en nosotros. Es el efecto triste del pecado. Pero el versículo 10 nos informa que no sólo nos hemos despojado del viejo hombre, sino también nos hemos revestido del nuevo, el cual es “conforme a la imagen del que lo creó”. En Cristo somos revestido de esta imagen de Dios. Los versículos 10-14 hablan de las vestiduras del nuevo hombre. “Vestíos” – se nos exhorta. Hay que proseguir la meta como Pablo dice a los filipenses, y hay que proseguir la meta como también les dijo. La idea es que vayamos renovándonos cada día y conformándonos cada día más a la imagen de Dios.
    Nuestra función no es criticar las leyes de los parlamentos, sino predicar el evangelio. Es únicamente por el evangelio que pueden venir los cambios deseados. Cuando los hombres oyen y creen, reciben poder para ser hechos hijos de Dios, y entonces hay cambios buenos. No sirve de nada criticar los productos sin cambiar la fábrica– esto es– la vieja naturaleza, el viejo hombre, la naturaleza pecaminosa, y este cambio lo hace Dios, no los hombres. El viejo hombre nunca va a ser renovado. No puede cambiar su naturaleza. Hace falta una obra de Dios.
    Hace poco que el Secretario General de la O.N.U. nombró una comisión para estudiar el problema de la pobreza y la distribución de los bienes en el mundo. Llegó a la conclusión de que el mundo produce suficiente alimentos, pero están mal distribuidos. Esto es debido a los malos deseos, porque los malos deseos, además de malos, son insaciables. El problema radica en los deseos y el corazón humano, no en sistemas políticos, leyes, etc. Por esto el mundo va de mal en peor y no tiene posibilidad de solucionar sus problemas, porque no puede tratar la raíz de estos problemas: la naturaleza humana.
    En Romanos 6:6 leemos así: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado...” Dios no quiere que seamos ignorantes. Quiere que actuemos en base a conocimientos correctos. Por esto comienza con “sabiendo esto” – ahí está la base del conocimiento correcto – algo que saber y tener en cuenta. Nuestro viejo hombre fue crucificado. ¿Qué es nuestro viejo hombre? Es la naturaleza que recibimos de Adán, el progenitor de la raza humana. Dios tiene un plan para este viejo hombre, esta vieja naturaleza que es pecaminosa. Su plan es: “crucificado”, porque Su propósito es: “para que el cuerpo del pecado sea destruido”. Ahora bien, “destruido” no quiere decir aniquilado, sino arruinado, dejado sin efecto.
    En Romanos 6:11 leemos: “consideraos muertos al pecado”. Esto es el segundo paso. Primero hay que saber, no sentir (v. 6). Después hay que considerar (v. 11). ¿Qué significa esto? “Consideraos” quiere decir: “estimaos”, “contaos”. Debemos estimarnos o contarnos como muertos al pecado. Tercero, en Romanos 6:13 nos dice: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”. Esto es nuestro proceder. Nuestros miembros, nuestro ser y nuestro cuerpo, son instrumentos o del pecado o de la justicia. Aquí entra nuestra voluntad, nuestra decisión y consagración práctica.
    Dios no quiere que seamos ignorantes. En el versículo 6 dice: “Sabiendo esto”. En Colosenses 3:16 dice que “la Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros”. Romanos 6:6 es difícil de entender, porque no podemos razonarlo – hay que creerlo y asentarlo como base. Hay que creer los hechos de Dios. Luego el versículo 11 dice “consideraos”, y el versículo 13 dice “presentaos” (entregar, rendir, consagrar, etc.). Habla de nuestra voluntad porque es lo que tenemos.
    La salvación de Dios descansa sobre dos cosas: el amor de Dios y la humildad de Su Siervo, Cristo. Él dijo: “aprended de mí, que soy manso y humilde”. Humilde y entregado. No vino a hacer Su voluntad sino la del que le envió. La cruz es el más alto grado de la humillación, y el Señor Jesucristo la escogió. Debemos aprender de Él, porque Su mansedumbre y humildad son comunicables – son para imitar. Si no hacemos esto, no podemos servir bien a Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, otro “salvador” aunque en sentido secundario, sin embargo es una ilustración del Señor Jesucristo. Israel sufría en esclavitud a los egipcios, y Dios en Su amor, se acordó de Su pacto y envió un libertador, que fue Moisés. Ahora bien, Moisés como joven y adulto fue adoptado por la casa de Faraón y educado en toda la sabiduría de Egipto. Pero siendo él poderoso, se adelantó, tratando de comenzar a salvar a su pueblo matando a un egipcio y escondiendo su cuerpo. Pensó que nadie lo sabía. Pero luego cuando reprendió a dos hebreos que reñían, uno de ellos  respondió: “¿Quién te ha puesto...sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?” (Éx. 2:11-14). Y tuvo que huir de Egipto y vivió cuarenta años en el desierto, un lugar sin cultura y donde no podía emplear nada de lo que aprendió en Egipto. Allí estuvo, cuarenta años cuidando ovejas, y los pastores de ovejas eran una abominación a los egipcios. Fue un largo tiempo de humillación para Moisés, porque “cuarenta años” se dice pronto, pero pasan lentamente. Y allí Dios estaba obrando en él, por medio de estos cuarenta años, por medio del desierto, por medio del pueblo nómada y su vida sencilla, por medio de aquellas ovejas. Dios estaba formando a Su siervo, porque la obra de Dios depende del amor de Dios, y de la humildad de Su siervo. Moisés tuvo que aprender la humildad y la mansedumbre para llegar a ser buen siervo de Dios, útil en Sus manos. Luego dice la Biblia que Moisés era el hombre más manso de la tierra (Nm. 12:3).
    Así, hermanos, Dios desea obrar en nosotros, formando la imagen de Su Hijo en nosotros. Quiere que dejemos atrás las cosas de este mundo, y que nos vistamos de las cosas que le agradan. Quiere que aprendamos la mansedumbre y la humildad, para que seamos útiles en Sus manos para dar testimonio de Él  en el mundo y para servir a Su pueblo. Que así sea para la gloria de Dios. Amén.
de un estudio dado en Sevilla por D. José Álvarez que es de Avilés, Asturias, el 13 de enero, 2008

Cosas Que Dejar Atrás

 Parte I

Texto: Colosenses 3:1-10

     En el capítulo 1 Pablo pide a Dios porque les dé sabiduría. En 1:12 dice que Dios fue quien nos hizo aptos, para que seamos partícipes – tengamos una parte en la herencia de los santos. Es un hermoso futuro el que el Señor tiene preparado para los Suyos. En el versículo 13 dice que nos ha librado. Desde el Edén pertenecíamos a las tinieblas y vivíamos de espaldas a Dios – triste condición. El apóstol Pablo está hablando en tiempo pasado, no futuro. No es algo que vaya a suceder, sino lo que ya ha pasado. Ahora estamos en el reino de Su amado Hijo, porque Dios lo ha hecho. Somos redimidos de esta condición perdida y de este reino de las tinieblas. La palabra redención es hermosa, porque tiene que ver con el mercado donde compraban esclavos y luego, terminado su trabajo, los volvían a vender. Entonces, “redención” guarda siempre una relación con la servidumbre de la esclavitud. Éramos esclavos y Dios nos ha comprado y redimido, y nos ha sacado fuera del mercado para no ser más objetos de compra-venta. Como bien dice el título de uno de los libros del amado hermano William MacDonald: Una vez en Cristo, para siempre en Cristo.
    Luego, en el capítulo 2 aprendemos que en este Cristo estamos completos, de modo que no necesitamos ya nada de lo que el mundo ofrece, ni sus filosofías ni otras cosas. La redención que Dios obró en Cristo tiene el resultado de que ahora estamos completos. Ahora dependemos de la suficiencia del Señor.
    Dichas estas cosas, venimos a nuestro texto en el capítulo 3, donde observamos que hay un cambio en la forma de hablar. Aquí el apóstol habla gramáticamente con la condición “si”. No es una afirmación sino algo condicional para los que profesan ser creyentes. Si es vuestra experiencia que habéis resucitado con Cristo, entonces introduce el imperativo: “buscad”. “Buscad” es un mandato, una orden de Dios. “Buscad las cosas de arriba” – esto es, ocupaos en las cosas de arriba. Luego dice: “Poned la mira en las cosas de arriba”. Es otro mandato. ¿Por qué debemos hacer esto? “Porque habéis muerto” – se ha terminado vuestra vida de antes.
    Ahora Cristo es nuestra vida y Él está en el cielo – nuestra vida está escondida en Él – esto es – guardada en Él. Se cuenta la anécdota de un viajero cristiano que fue sorprendido por unos ladrones, quienes le dijeron en ultimátum: “La bolsa o la vida”. El creyente respondió: “Bolsa no tengo, y mi vida está escondida en Cristo”. Él había aprendido esta verdad que seguramente los ladrones no entendieron.
    En los versículo 5-9 encontramos una relación de las cosas terrenales, cosas del mundo, que como creyentes identificados con Cristo debemos renunciar y dejar. “Haced morir, pues, lo terrenal” “dejad también” –  lo que no es celestial, y entre las cosas en la lista está la avaricia que es idolatría. La ciudad de Sevilla tiene mucha fama de su religión, sus imágenes y sus procesiones, y no hace falta que lo explique, pues lo sabéis mejor que yo vosotros los que vivís aquí. Es la idolatría típica de la Iglesia Católica Romana. Pero luego, hay los ídolos que no se ven, esto es – como dice el texto – la avaricia. Esta idolatría la practican muchísimas personas. Hoy en el mundo lo que prima es el dinero. Los valores han desaparecido, y si los hay, son vendibles, negociables. Que se incline el mundo ante el dinero, me parece normal, porque es el mundo, pero lo malo es que lo hagan los que se llaman hijos de Dios.
    Al señor D. José Luis San Pedro, catedrático en economía, hace poco le preguntaron qué solución daba frente a la pobreza en el mundo, los movimientos de inmigrantes y la inestabilidad que hay. Fue muy interesante su respuesta, puesto que es un hombre del mundo. Dijo: “El mundo no tiene solución, porque hizo del dinero su dios”. Bien dicho.
    Recordemos que en Éxodo, después de salir de Egipto, Moisés y los hijos de Israel se encontraron en el desierto con Jetro, el suegro de Moisés. Allí él dio un consejo a Moisés, respecto a la administración del pueblo, que repartiera el trabajo, asignando a un grupo de hombres los casos menos importantes, y reservando los más difíciles para él. A Moisés le pareció bueno el consejo y lo llevó a cabo, apuntando a setenta hombres como jueces en Israel. Pero de especial interés para nosotros es que entre las condiciones de estos setenta jueces estaba que tenían que aborrecer la avaricia. No sólo estar libre de ella, sino además, aborrecerla, porque si no, por ella el juicio podría ser pervertido. Y Dios todavía quiere que Su pueblo esté sin avaricia y que aborrezca la avaricia. Si tenemos los ojos puestos en el Señor Jesús, como Hebreos 12:1-3 nos indica, no amaremos las cosas terrenales y pasajeras. Que Dios nos guarde de este amor ilícito y necio, y seámosle un pueblo fiel y puro.

de un estudio dado en Sevilla por D. José Álvarez que es de Avilés, Asturias

https://es.wikipedia.org/wiki/Avil%C3%A9s

lunes, 30 de marzo de 2020

Las Iglesias También Se Enferman

  
  La iglesia o asamblea cristiana puede ser considerada como un cuerpo muy similar a un cuerpo humano (1 Co. 12). El cuerpo humano está compuesto de células individuales que en su conjunto forman la entidad entera. Células individuales muerte y otras se dividen. En tiempo, las células que componen un cuerpo pueden cambiar numerosas veces, pero el cuerpo es el mismo. Así es con la Iglesia. Primero, en el sentido mayor o universal, fue creada en Pentecostés con sólo unas pocas células individuales, pero la Iglesia nació. Y luego, en el sentido local, se establecen expresiones individuales (iglesias o asambleas locales) del Cuerpo de Cristo. Todas estas asambleas tienen también un nacimiento, una vida, y en cierto sentido una “personalidad” y conducta que afectan cómo maduran. Tristemente, muchas también llegan a morir. De ahí  la advertencia del Señor Jesucristo a la asamblea de Éfeso (Ap. 2:5).
    También como pasa con seres humanos, una asamblea puede experimentar “mortalidad infantil”, en casos cuando la asamblea como entidad, porque nunca fue arraigada en la Palabra del Señor Jesucristo (Su Evangelio y Sus caminos), nunca madura, sino que muere. Puede que las “células” que comenzaron esa asamblea fueron en verdad establecidas y arraigadas como individuos, pero por alguna razón, fallaron en lo de comunicar y establecer este fundamento respecto a la generación siguiente. Y el triste resultado es que la asamblea cesa de existir. Es necesario que haya hombres maduros y sabios para enseñar todo el consejo de Dios a los creyentes en una localidad (2 Ti. 2:2; Hch. 20:27).
    Una asamblea puede sufrir daño cuando el pecado invada como una enfermedad hace en el cuerpo humano. La infección suele originar fuera del cuerpo. Los métodos y caminos del mundo pueden menguar la fuerza de una asamblea antes de que se dé cuenta de que está enferma. En lugar de valorar y atender bien a la Palabra de Dios, pone la atención en lo que parece sabio, lógico, o necesario. Escucha otras voces que la de Dios, y busca otros intereses que los del Señor.
    También la tradición de los hombres puede agarrar a una asamblea como una fiebre que no se marcha. Las tradiciones se hacen leyes, alguien ha dicho. Entonces hay que tomar medidas bíblicas y serias para que la asamblea recupere su salud. Hay que abandonar las tradiciones de los hombres completamente, y reestablecer el “proceder en Cristo” (1 Co. 4:17).  Muchas enfermedades crónicas comienzan sutilmente, casi sin ser detectadas. Se disfrazan como “buenas” ideas (contemporáneas) para mejorar o renovar la asamblea. Pero después de un tiempo, esas “buenas” ideas ocasionarán la muerte del testimonio y quizás también de la asamblea. Algunas, tras probar varias novedades, han cerrado las puertas.
    Pero, la enfermedad no siempre origina fuera del cuerpo. El cáncer comienza y crece dentro y se extiende a todo el cuerpo. Solamente hay un remedio seguro; hay que quitar el cáncer, extirparlo, sacarlo del cuerpo. A pesar del dolor de la cirugía y la opinión de los demás en un mundo que entiende mal el “amor”, cualquier pecado debe ser quitado del cuerpo. Si es dejado allí sin pararlo, con tiempo se extenderá y ocasionará el final de la asamblea. El cáncer debe ser extirpado sin tenerle misericordia ni postergar el asunto, de acuerdo a la Palabra de Dios (1 Co. 5:7, 13; 2 Co. 2:5-8).
    Es triste y angustioso ver a una persona sostenida físicamente viva por medio de máquinas en el hospital. Pero, ¡cuánta más angustia o tristeza surge al ver una asamblea, que profesa fe en Cristo, siendo sostenida por nada más que lo equivalente a máquinas de respiración! A la iglesia en Sardis, el Señor Jesucristo dijo: “...tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Ap. 3:1). De nada sirve que los del mundo digan que les gusta  una iglesia porque tiene “vida”, cuando Cristo dice que está muerta. Algunas de las “muertas” respiran artificialmente mediante la música contemporánea, drama y otros programas especiales para que la gente no se aburra. Pero considera esto: pocas de ellas comenzaron así. ¿Cuántas asambleas ahora dependen de los métodos de la sabiduría humana para mantener o aumentar su número de miembros?
    Josías, rey de Judá, halló el libro que había sido perdido en la cada de Dios. Fue mediante la estricta obediencia a la Palabra de Dios y la dependencia en Él que Josías vio un avivamiento tremendo en el pueblo de Dios (2 Cr. 34:15). Las soluciones a los problemas legítimos que tienen muchas asambleas hoy en día no están en el mundo, ni en la sabiduría ni los métodos de los hombres. Pueden ser halladas por fe práctica en la Persona del Libro, el Señor Jesucristo. Y estas soluciones serán experimentadas solamente mediante la obediencia a Él. Poco a poco, está resultando más difícil encontrar el Libro en la casa de Dios. En verdad el cuerpo está enfermo.
    Últimamente la promesa del Señor Jesucristo está segura: “sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:18). La Roca es Cristo (1 Co. 10:4). Él es el fundamento (1 Co. 3:11). Él tiene que ser el centro, el punto de enfoque y la Cabeza en todo tanto al individuo como a la asamblea (Ef. 1:22). Sus métodos son los únicos que valen (1 Co. 14:37). Si es nuestro deseo dar placer al corazón de Dios, debemos tener gran cuidado con lo que hacemos en relación con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y su expresión local (1 Co. 3:12). No es suficiente ser oidores de la Palabra (Stg. 1:22). Si amamos al Señor Jesucristo, le obedeceremos aun cuando sea difícil o cuando nos parezca imposible (Jn. 14:15, 24). Dios desea que la iglesia no se quede como infante, sino que crezca y madure en Cristo Jesús nuestro Señor (Ef. 4:15-16). Como Dios dijo a Josué acerca de su obediencia a la Palabra de Dios: “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidad de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te partes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Jos. 1:7).


Joe Wilbur, Rochester, NY

de Milk & Honey (“Leche y Miel”), Octuber 2000 traducido y adaptado
















NOTAS


viernes, 20 de marzo de 2020

QUERIDO DOKIMOS

Todavía no ha sucedido el arrebatamiento de la iglesia, así que no han comenzado los siete terribles años de la Tribulación. En cualquier momento desapareceremos y los que quedan atrás, que no habían rechazado el evangelio, podrán ser salvos. El sr. Nicholson reflexiona sobre esto:


"Querido Dókimos" – Creyente Durante La Tribulación,

    Saludos en el Nombre de Jesucristo, Señor nuestro y tuyo.  Nosotros nos hemos ido a la gloria y anticipamos tu pronto rescate.  Permítenos afirmar de entrada que nuestro Señor Jesucristo es más radiante y glorioso que jamás podíamos imaginarnos por más que lográramos pensar en nuestros momentos más santos y sublimes cuando vivíamos allí abajo. Todo el cielo está iluminado con la luz sin sombra de la gloria del Cordero – una gloria que sobrepasa la hermosura del arco iris. La atmósfera está dulce y fresca con la fragancia del Lirio. Los ejércitos del cielo se están juntando, y pronto seguirán al Rey de reyes y Señor de señores en el despliegue de la batalla final.
    Toma aliento, querido del Señor, porque pronto terminará tu sufrimiento y vendrá el Señor, cuyo derecho es reinar, y Su gloria cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar. Ahora te preguntas quiénes éramos nosotros, cómo vivíamos y cuál era la condición de la Iglesia mientras esperábamos la venida del Señor del cielo.
    Por supuesto, sólo éramos pecadores salvados por Su gracia sin par, y redimidos por la preciosa sangre del Cordero. En aquellos tiempos antes del rapto, estábamos enriquecidos con exposiciones eruditas. Nos engordábamos con las delicias teológicas mientras que dialogábamos acerca de problemas sociales y cuestiones religiosas que no nos costaban absolutamente nada. Nos recreábamos en nuestra propia comunión y nos separábamos de todos los demás creyentes que no estaban de acuerdo con nuestras propias confesiones y credos hechos por los hombres. Edificábamos unos locales magníficos, unos templos, a coste de millones, y nos alimentábamos los unos a los otros con lo mejor de la instrucción bíblica y con nuestro entretenimiento religioso. 
    Subíamos el compás y el volumen de nuestra música para atraer al mundo, o tal vez para no echarlo tanto de menos. Parece que no oíamos el sollozo de los tristes, el lloro de los quebrantados de corazón y el llanto de las almas perdidas. Nuestros pies marcaban el ritmo de las músicas del mundo. Malgastamos nuestras fuerzas en el mundo socio-político, (lo solíamos llamar eso para no decir “el mundo” a secas) manifestaciones, marchas y campañas contra esto y lo otro. Fue inútil. La furia final de este mundo es lo que tú, querido hermano en la fe, estás sufriendo ahora.
    Nosotros adorábamos nuestros ídolos en los polideportivos y estadios, y como aficionados de los deleites sacrificábamos horas incontables que jamás podremos recuperar.  Encerrábamos nuestras Biblias en fundas de piel, plástico o nilón cada domingo por la noche, y las sacábamos el domingo siguiente. Los domingos predicábamos y escuchábamos sermones bien organizados, ilustrados, elocuentes y fervientes, y después, durante la semana sujetábamos a nuestras familias a nuestro mal humor. Esto era porque nuestra homilía estaba repleta de Cristo, pero a veces Él no reinaba en nuestros corazones ni hogares.
    Destinábamos las verdades preciosas de la Palabra a nuestras estanterías para recoger polvo, y en nuestras vidas practicábamos las alternativas carnales y los métodos organizados del mundo del negocio. Descartábamos el divinamente dado símbolo de sumisión, llamándolo la cultura de Corinto e irrelevante para nuestros tiempos, y asombrábamos a los santos ángeles de Dios que nos observaban cómo insultábamos a su glorioso Señor de esa manera, dando así ocasión de burla a los ángeles caídos, que se alegraban al ver la gloria de la criatura expuesta en la Iglesia.
    Formábamos sociedades religiosas y organizaciones con oficiales auto-designados para controlar fondos de millones, y ese dinero lo invertíamos en acciones de la bolsa y en certificados del tesoro, apuntándonos en el juego del mundo para ganar más dinero. Hicimos tesoros en la tierra, aunque el Señor lo había prohibido. Todo este tiempo, nuestros misioneros, sobrecargados con trabajos, luchaban con máquinas de imprenta rotas y anticuadas, y con herramientas y recursos inadecuados para el ministerio. Los hospitales y las clínicas misioneras experimentaban escasez de facilidades modernas y adecuadas para atender a la gente.
    Fuera de las puertas de nuestro egoísmo y desinterés en los demás estaban niños mal nutridos con la barriga hinchada y los ojos vacíos, mirándonos engordar en el nombre del Salvador, y las multitudes en países lejanos, hambrientas y sedientas, vagaban en las tinieblas para morir al final. No nos dimos cuenta. Los vehículos de los misioneros, viejísimos y gastados, tenían sueltos todos los tornillos y las tuercas debido al mal estado de los caminos y las pistas. Algunos yacían en desguaces, oxidándose y esperando recambios de neumáticos, baterías u otras piezas que no se nos ocurría suplir. Pensábamos que si nosotros andábamos bien de transporte, los demás también. Bueno, no sé si realmente pensábamos mucho en el tema.

    Aparecieron hombres – y mujeres – buscando apartar al pueblo de Dios de la verdad, fascinándolo con novedades y formas religiosas para no obedecer al Señor Jesucristo, y usando la libertad como ocasión para la carne. Algunos, mejor dicho, muchos volvieron atrás y mostraron que para ellos la fe era una moda, un experimento o un juego juvenil, pero no una realidad. Los disculpábamos llamándolos “cristianos carnales”, pero para vergüenza nuestra y pena suya, muchos de ellos no aparecen aquí.  Algunos se desviaban tras las señales y los prodigios y se preocupaban con la experiencia subjetiva en lugar de la Palabra de Dios. Otros, encargados del cuidado del rebaño de Dios, se ocupaban tanto con sus negocios y su ocio que no tenían tiempo para la grey. Entonces, tomaron a salario a hombres para cuidar de los santos, llamándolos “el obrero” y “el pastor”, en lugar de hacer su trabajo de pastores/ancianos (Hch.20:28).
    Raramente escuchábamos predicar el Evangelio de la gloria del Dios bendito en toda su pureza y poder. En muchos lugares abandonamos la reunión evangelística, porque era difícil salir por la tarde. Queríamos descansar o visitar a amigos o familia. Durante todo este tiempo, hombres y mujeres sin Cristo pasaban delante de nuestros hermosos locales, preguntándose qué es lo que se hacía adentro.
    A pesar de nuestra condición tibia, el Señor no nos abandonó. Él llamaba a la puerta, siempre buscando entrada y comunión, y deseando ocupar Su debido lugar entre nosotros. Gracias a Dios, en algunos lugares había personas o asambleas que escucharon Su voz,  se arrepintieron y le abrieron la puerta para que Él entrara con vida abundante
la única clase de vida que Él tiene. Éstas vivían en santidad, amaban mucho, servían fielmente y anhelaban de todo corazón la venida de su Señor. Llegaron a la meta en buena forma.
    Querido santo convertido después de Rapto, viviendo en “La Tribulación”, no deseamos tus sufrimientos. Pero tal vez si hubiéramos conocido más acerca de la persecución que de la popularidad, más dolor y menos deporte, más separación del mundo y menos colaboración, esta carta sería diferente y nuestra recompensa también sería diferente. A veces oíamos un llamado, pero como algo distante y difícil de entender, porque estábamos tan cómodos en nuestros locales climatizados que no nos convencía mucho. Decía algo así: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos...”.  Entonces, un día ordinario, el Señor Jesucristo vino de sorpresa, nos arrebató y nos llevó a la gloria.  Así terminó para nosotros nuestro tiempo como mortales sobre la tierra.
    Pero tú todavía estás, y puedes glorificar a Dios con tu cuerpo y con tu espíritu, por vida o por muerte. No desmayes, querido hermano, porque pronto el Rey aparecerá en Su gloria y hermosura para salvarte. "Sé fiel hasta la muerte". Tu corona te espera. Así que, por Su gracia juntos seremos para la alabanza de Su gloria. Hasta entonces, adiós, querido hermano sufridor, siervo fiel, y seguidor atribulado. Pronto Dios quitará toda lágrima de tus ojos, como ya ha quitado las lágrimas de los  nuestros. Acuérdate de lo que nosotros tendríamos que haber recordado más. Lo cantábamos a veces pero en retrospectiva vemos que no lo creíamos o no lo pensábamos mucho. Es una canción cuya letra reza así: ‘¡Maranata, maranata, Cristo pronto volverá, y debemos estar listos para verle!’  Un abrazo y hasta pronto.”
J. Boyd Nicholson
editorial en un número antiguo de la revista “Counsel
traducido y adaptado

A LOS QUE A DIOS AMAN (Romanos 8:28)


   

 
    1. Del amor divino, ¿quién me apartará?
    Escondido en Cristo, ¿quién me tocará?
    Si Dios justifica, ¿quién condenará?
    Cristo por mí aboga, ¿quién me acusará?

    CORO:
    A los que a Dios aman todo ayuda a bien.
    Esto es mi consuelo, esto es mi sostén.

    2. Todo lo que pasa en mi vida aquí,
    Mi Dios lo permite; es bien para mí.
    En mis pruebas duras Dios me es siempre fiel.
    ¿Por qué, pues, las dudas? Yo descanso en Él.

    3. Plagas y la muerte en mi derredor;
    Ordenó mi suerte El que es Dios de amor.
    Ni una sola flecha me podrá dañar.
    Si Él no lo permite, no me alcanzará.



 Pincha aquí para escuchar la música del himno:


Romanos 8:28  
"Y sabemos que a los que aman a Dios, 
todas las cosas les ayudan a bien, esto es, 
a los que conforme a su propósito son llamados". 
 

miércoles, 18 de marzo de 2020

BUSCA A DIOS


 
Nuestra vida acabará, cual la hoja caerá,
    Cual el haz se ligara; ¡Busca a Dios!
    Vuela cada día veloz, y volando da su voz:
    “Ven a dar tu cuenta a Dios”,
    ¡Busca a Dios!

       Busca a Dios, busca a Dios;
    Entretanto tengas tiempo, ¡Busca a Dios!
    Si te atreves a esperar, Dios la puerta cerrará;
    Te dirá: “Es tarde ya”, ¡Busca a Dios!


    Pierde el hombre su vigor, se marchita cual la flor,
    Desvanece cual vapor, ¡Busca a Dios!
    Como el río de prisa va hasta entrar en el gran mar,
    Vas así a la eternidad; ¡Busca a Dios!

  Busca a Dios, busca a Dios;
    Entretanto tengas tiempo, ¡Busca a Dios!
    Si te atreves a esperar, Dios la puerta cerrará;
    Te dirá: “Es tarde ya”, ¡Busca a Dios!
    
    Clama a Dios de corazón, con sincera contrición,
    En Jesús te da perdón, ¡Busca a Dios!
    Si no escuchas al Señor, si desprecias Su perdón,
    Te acarreas perdición, ¡Busca a Dios!

  Busca a Dios, busca a Dios;
    Entretanto tengas tiempo, ¡Busca a Dios!
    Si te atreves a esperar, Dios la puerta cerrará;
    Te dirá: “Es tarde ya”, ¡Busca a Dios!

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martes, 17 de marzo de 2020

Escóndete




ESCÓNDETE POR UN MOMENTO (Is. 26:20)

“El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño” Pr. 22:3.

No es por demás que este texto se repita dos veces en los Proverbios con una clara invitación a la prudencia frente a un peligro como este mortal virus (Pr.27:12). Es así que las autoridades han llamado a evitar el contacto social y no participar de reuniones de más de 50 personas y debemos acatar estas instrucciones.

Es tiempo de esconderse del peligro, no de nuestra fe y amor a Dios y a nuestros hermanos, sino de esta amenaza de muerte. Dios dijo así a Su pueblo que sería invadido por la muerte a manos de sus invasores: "Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación” (Is. 26:20).

Es interesante que el dueño del evangelio práctico esté principio en medio de un gran peligro cuando se vio amenazada su vida siendo un niño. Un enviado del cielo instruyó a José que huyeran a Egipto por el peligro de que Herodes atentara contra la vida de su hijo adoptivo Jesús: “Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (Mt. 2:13).

La cuarentena que Él vivió en Egipto fue de casi dos años y pudo regresar a su patria solo cuando Herodes falleció (Mt. 2:19-20). ¿Podía haberle quitado la vida Herodes al que es dueño de todo el universo? Indudablemente que podía haberlo dañado; de otro modo no habría permitido Dios que huyera hacia Egipto. En su naturaleza divina era imposible que algo le sucediera, pero Él asumió una naturaleza humana capaz de morir y ella solo estaba reservada para las horas de la crucifixión.

Más adelante en la vida del Señor vemos que hubo muchas ocasiones en que Sus enemigos lo asechaban para matarle: "Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle” (Jn. 7:1). 

Nuestro Señor en su humanidad no fue un supermán sino un hombre que podía ser dañado en su cuerpo y la hora de aquello aún no llegaba: “Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue” (Jn. 8:59). Él con toda prudencia evitó este peligro y nosotros debemos imitarlo no exponiéndonos al peligro de contagio de este virus.

Si Dios quiere que muramos por el Coronavirus no ha de ser por ser negligentes, sino porque a pesar de respetar las normas establecidas el virus nos alcanzó, porque Dios así lo permitió.

Si las autoridades han dispuesto restricciones para reunirnos por un período de tiempo debemos hacerlo y evitar el peligro innecesario quedándonos en casa pues ya vendrá el tiempo y ocasión dada por el Señor para ser útiles no dejándonos de congregar como algunos tienen por costumbre. Esto es una condición excepcional no una costumbre y debemos hacer la diferencia (He. 10:25).

Jonatan le dijo a David: “escóndete”, tras el evidente peligro de Saúl que quería matarlo (1 S. 19:2). Dios también le dijo a Elías: “escóndete”, pues la sequía había comenzado y se extendería por tres años y medio (1 R. 17:3; Stg. 5:17). Ambas advertencias de esconderse no fueron sinónimo de cobardía sino de precaución. Del mismo modo hemos de escondernos del virus esperando nuevas instrucciones.

Es así que las autoridades recomendaron al apóstol Pablo no exponerse al peligro tras el alboroto de Asia y este siervo se escondió del mal: “También algunas de las autoridades de Asia, que eran sus amigos, le enviaron recado, rogándole que no se presentase en el teatro” (Hch 19:31). La contingencia precisaba esconderse del mal y así lo hizo Pablo: “Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió y salió para ir a Macedonia” (Hch. 20:1).

William MacDonald escribió: “Todo aquel que anda en la voluntad de Dios es inmortal hasta que ha acabado su trabajo”, y es cierto, pero esto no significa que debemos exponernos a la muerte negligentemente, sino que imitando a nuestro Salvador debemos cuidarnos y esperar el tiempo en que sí debemos gastarnos hasta la muerte.

Parte de nuestra responsabilidad como ciudadanos celestiales, respecto al gobierno, es respetar las medidas de prevención dadas por las autoridades sanitarias, cuidar nuestras familias como a nuestros hermanos en Cristo y permanecer en casa el tiempo que sea necesario. 

Camilo Enrique Vásquez Vivanco

lunes, 16 de marzo de 2020

COVID 19



“Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, En medio de los tiempos hazla conocer; En la ira acuérdate de la misericordia”.  Habacuc 3:2

Es un mortal virus microscópico que ha puesto entre la espada y la pared a todos y que convulsionara toda nuestra normal vida. 

¿Por qué permite Dios esto?

Es bueno saber que nada escapa del control de Dios y que él mantiene un propósito en cada desastre que ocurre en la tierra. Entonces veamos algunas razones bíblicas del proceder de nuestro buen Padre Celestial en estos casos.

1. Ninguno de sus hijos redimidos por la sangre del Señor está exento de padecer o morir en tales circunstancias. Entonces puede ser esta la forma en que algunos de los suyos partiremos a su presencia. Aún más para ellos lo mejor no está aquí sino en el cielo, y es así como lo precisa el apóstol Pablo: "... teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Fil. 1:23). Muchos de los creyentes han partido en catástrofes naturales como tsunamis, terremotos, huracanes y aún por dolorosas enfermedades, todo ello permitido por Dios en su soberanía. La muerte ha perdido para ellos su horrible aguijón y es solo el paso restante para el inicio de un mundo mejor. Al igual que Lázaro ninguno de ellos ha partido sin que los ángeles hallan venido para acompañarlos en este desconocido paso (Lc. 16:22). Entonces la forma de morir para un hijo de Dios puede ser cualquiera, eso no debe preocuparle sino su condición espiritual al morir pues tiene que dar cuenta a Dios de la clase de vida que llevó.

2. En segundo lugar con esta pandemia el hombre es alertado a considerar lo pequeño e impotente que es delante de Dios. No cabe duda que Dios está buscando que los incrédulos se arrepientan y busquen la verdad en la palabra de Dios. Existen varios casos de personas que estuvieron gravemente afectados por este virus y salieron de la gravedad, otros fueron portadores sin agravarse. Otros fallecieron partiendo a la eternidad. Para todos ellos fue el día de su visitación (1 P. 2:12) y la oportunidad dada por Dios entristeciéndoles para que se arrepintieran:  "Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte" (2 Co. 7:10). Las personas que se han contagiado no son peores que aquellas sin contagio indudablemente para todos es un llamado al arrepentimiento: "O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lc. 13:4-5). Dios está usando este pequeño microbio como aquellas pequeñas cosas usadas para invitar a Faraón al arrepentimiento, moscas, langostas, ranas, úlceras, en que todo Egipto quedó colapsado. Este orgulloso monarca no quiso hacerlo y vio no solo a su hijo morir, sino que el mismo partió a la eternidad con su corazón endurecido: "Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey de Egipto..." (Ex 14:8). Si hoy está pandemia es posible de evitarla ya que existen 8 proyectos para encontrar la vacuna, en el futuro después que Cristo venga por su iglesia y comience la gran tribulación, será imposible no ser afectados:  "Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro…" (Ap. 9:20). Entonces en su gracia Dios da la ocasión favorable a toda la humanidad a que se arrepientan.

3. En tercer lugar esta pandemia es usada por Dios para que la iglesia se examine: "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?" (1 P. 4:17). Este juicio al que alude Pedro podría ser cualquier desastre natural como lo es este virus originado en animales. En la iglesia de Corintio habían mucho que estaban comiendo indignamente en la Cena del Señor a saber participaban de los símbolos el pan y la copa con una vida pecaminosa y licenciosa: "Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen" (1 Co. 11:30). Que toda una comunidad estuviese enferma y muchos ya habían partido a la presencia del Señor pudo haber sido por las famosas epidemias de esos entonces como la fiebre amarilla o el cólera y otras más antiguas como la bubónica, tifus, tifoidea, o escarlatina. Es así que, tras el orgulloso pecado de David de censar al pueblo sin confiar en la gracia de Dios, se desató una grave plaga sobre todo Israel ya que tal orgullo no solo estaba en su rey, sino que en muchos del pueblo: "Y Jehová envió la peste sobre Israel desde la mañana hasta el tiempo señalado; y murieron del pueblo, desde Dan hasta Beerseba, setenta mil hombres" (2 S. 24:15). En años posteriores se vio Europa como el Oriente afectado por pandemias que afectaron a la iglesia como fue la influenza, viruela, disentería bacilar, cólera y difteria. De este modo Podemos decir que Dios quiere preparar a los suyos antes de presentarlos en el tribunal de Cristo para que puedan cambiar sus vidas y no dejen de recibir el galardón completo: "Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo" (2 Jn. 1:8). Es indispensable ver esta pandemia causada por este virus no como una plaga apocalíptica pues la iglesia está presente y ninguno de aquellos acontecimientos descritos por el Señor en Mateo 24 como en Marcos 13 y en Lucas 21 y Apocalipsis desde el capítulo 6 al 19, sucederá o están sucediendo pues su palabra nos dice terminantemente:  "y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera" (1Ts. 1:10). Entonces la iglesia no pasará por la tribulación futura, sino que lo hará el mundo incrédulo y principalmente Israel. Evidentemente Dios no quiere arrebatar de este mundo a una masa de creyentes mundanos más comprometidos con el mundo que expectantes del regreso del Señor. En pocas palabras, santos como lo fue la vida de Lot a quien hubo que apurarlo y forzarlo a que escapara del juicio contra Sodoma: "Y cuando los hubieron llevado fuera, dijeron: Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas" (Gn. 19:17).

4. En cuarto lugar esta epidemia es una ocasión especial dada a cada creyente como en forma colectiva a la iglesia, de cumplir su llamado de anunciar la palabra de Dios: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P. 2:9). Pretender salvar la vida sin cumplir esta comisión será una pérdida de coronas para muchos de nosotros: "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará" (Mr. 8:35). La persecución que la iglesia sufrió al comienzo cerró las bocas de los apóstoles y de la mayoría en Jerusalén sin embargo fue lo que incendió los espíritus de algunos que se atrevieron a predicar con valor fuera de Jerusalén (Hch. 11:19). Esto no fue una irresponsabilidad sino un acto de fe que el apóstol enuncia así:  "y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Co. 5:15). Con esta epidemia que quizás se llevara a muchos compatriotas al infierno debemos preguntarnos: "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" (Ro. 10:14). Posiblemente por el peligro al contagio no debemos reunirnos por algún tiempo para partir el pan,  pero si podemos salir a predicar y usar nuestros locales para cumplir la comisión de anunciar este glorioso evangelio el cual nos endeuda delante de Dios:  "Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano" (Ez 3:18).



Camilo Enrique Vásquez Vivanco,
Castro, Isla de Chiloe, Chile