viernes, 31 de agosto de 2018

Leer Para Crecer


El hombre que desea crecer espiritual e intelectualmente estará constantemente estudiando sus libros. El abogado que desa el éxito en su profesión debe estar al corriente de los casos más importantes y de los cambios de la ley. El médico de medicina general debe seguir constantemente los nuevos descubrimientos en su profesión. De la misma forma, los líderes espirituales deberán llegar a ser expertos en la Palabra de Dios y sus principios, y saber lo que está pasando en las mentes de aquellos quienes esperan ser guiados por él. Para estos fines, además de tener contactos personals, él debe comprometerse a la lectura selectiva. Hoy la costumbre de leer literatura clásica y espiritual que sea sólida está disminuyendo gravemente. En una edad cuando la gente tiene más horas libres que nunca en la historia del mundo, muchos aseguran que no tienen tiempo para leer. Esta excusa no es válida... Wesley les dijo a los jóvenes pastores de su propia sociedad que ¡leyeran o que dejasen el ministerio!
   La decisión de pasar, como mínimo, media hora leyendo libros que valgan la pena para el desarrrollo mental y espiritual, resultará muy ventajosa para quienes han estado siempre inclinados a limitar sus lecturas a libros superficiales o fáciles.

del libro LIDERAZGO ESPIRITUAL,
 por J. Oswald Sanders, págs. 124-125 
El enemigo de los libros y la lectura

miércoles, 22 de agosto de 2018

Samuel: El Siervo de Dios En Su Vejez


Texto: 1 Samuel 9 y 16

La Necesidad del Discernimiento Espiritual
Quizás la obra más grande de Samuel le vino cerca del final de su vida natural. Puede que el lector sea un santo de avanzada edad: ¡Dios todavía podría tener para ti una gran obra! El hecho de llegar al otoño de la vida no significa que te jubiles ni que tu contribución tenga menos valor. La asamblea debe ser el lugar de servicio a Dios para  los creyentes de todas las edades. Los capítulos 9 y 16 de 1 Samuel nos relatan las ocasiones cuando Samuel ungió primero a Saúl y luego a David. Su responsabilidad era reconocer y ungir al hombre que el Señor había elegido. Era un trabajo de vital importancia. Israel, el pueblo de Dios necesitaba un hombre, no cualquiera, sino aquel que Dios había levantado. Los hay que se levantan a sí mismos, comienzan una obra y se autodenominan pastores. Los hay que los hermanos viejos y con delicada salud escogen imprudentemente sólo porque sienten su edad y desean el relevo.  Los hay que son alzados por el pueblo porque están disponibles, tienen estudios o hablan bien, pero ninguno de esos casos representa el criterio divino. Es Dios, no nosotros, que se encarga de elegir a Sus siervos.
    Hoy no existe una sucesión apostólica entre el pueblo de Dios, ni se ungen líderes en el sentido apostólico. Además, en una asamblea no le toca a un solo anciano actuar unilateralmente como Samuel, pues la asamblea no es la nación de Israel, y un anciano no es juez y profeta como Samuel. Como vemos en Hechos 13:2 y 20:28, es el Espíritu Santo que llama y envía obreros, y que hace y pone ancianos. No obstante, debemos reconocer que todavía se requieren hombres de Dios para trabajar con otra generación y tomar la responsabilidad del cuidado espiritual del pueblo de Dios. Saúl nos ilustra aquellos hombres que a menudo tendrán defectos. Sin embargo, el bienestar del pueblo de Dios requiere que los hermanos responsables invertamos tiempo en aquellos que Dios pueda estar levantando. Como el caso de Samuel con Saúl, esa inversión puede producir tristeza, pero es vital para la continuación del testimonio.
    El reino de Saúl en muchos sentidos resultó decepcionante. Pero hay dos lecciones principales que podemos seleccionar desde el punto de vista de Samuel en el capítulo 9. Primero, Dios dirigió a Samuel a esa tarea nueva cuando él ya estaba sirviendo, haciendo lo que estaba a mano (v. 14). Ésta es una lección ya vista en la vida de Samuel, que no podemos esperar la guía de Dios y nuevas responsabilidades si Él ya nos ha dado trabajo y no nos ocupamos en ello. Segundo, lo que el naciente líder necesitaba era un encuentro personal con la Palabra de Dios (v. 27). Hoy también esto es necesario. Samuel fue responsable de traer la Palabra de Dios a Saúl. En la asamblea, los varones que van creciendo y tomando responsabilidad todavía necesitan que los varones de Dios pongan delante suyo la Palabra de Dios, para su orientación y ayuda al afrontar la responsabilidad de guiar al pueblo de Dios. Lo que sin duda fortalecería las asambleas de los santos es más de la Palabra de Dios y menos ideas de hombres entre los del liderazgo. No necesitamos las novedades ni la sabiduría del mundo para guiar al pueblo de Dios, pues 2 Timoteo 3:17 indica que con la Palabra de Dios el hombre de Dios está “enteramente preparado para toda buena obra”.
    Después del fracaso de Saúl, Dios le recordó a Samuel (16:1) que Él estaba en control, y que aun sería levantado y provisto un liderazgo piadoso. Dios todavía hoy tiene a Sus siervos. Es comprensible que lamentemos el liderazgo malo y el fracaso humano, pero debemos recordar que Dios puede levantar a hombres para guiar a Su pueblo, y lo hará. Es Su responsabilidad, no la nuestra. No podemos controlar lo que pasará después de nuestra muerte, y si lo intentamos haremos mal porque no vemos el futuro, ni vemos bien en el presente a veces. Pero Dios estará, y Él actuará, pues no desampara a los Suyos. Las asambleas pueden estar débiles, pero no está todo perdido, pues nuestro Dios está en control. En el caso de Samuel e Israel, el nuevo rey vendría de un contexto y lugar no anticipados, pero lo importante es que era el hombre que Dios escogió.
    Aun al final de su vida había costo para Samuel en el servicio de Dios (16: 2). Dios le mandó a ungir otro rey. Conviene recordar que eso no da base a que hoy un hermano actúe unilateralmente llamando a alguien a servir en una asamblea, pues son dos situaciones muy distintas – el reino de Israel y la iglesia local donde hay un consejo de ancianos que deberían actuar en conjunto y comunión. En cuanto a Samuel, hacer la voluntad de Dios le podía haber costado la pérdida de todo, pero hizo exactamente lo que el Señor le había indicado (v. 4). Observa que él preparó para la tarea (v. 2 – trajo el cuerno de aceite y la becerra). Esto enseña que aunque dependía del poder y la guía de Dios, no descuidaba su responsabilidad en el servicio divino. Haríamos bien en seguir este ejemplo. El poder y los recursos de Dios nunca son excusa para una falta de preparación para servirle.
    Seguramente hoy muchos lectores conocen desde su juventud la historia de la unción de David. El resto del capítulo 16 relata cómo Samuel primero pasó revista a los primeros siete hijos de Isaí. Inicialmente Samuel supuso quién sería, basándose en su apariencia física. Pero Dios le enseñó que ni motivo ni aptitud espiritual pueden ser discernidos mediante un examen físico del cuerpo o la apariencia. Samuel veía lo externo, y por eso se suponía que sería Eliab el mayor (v. 6). Pero Dios le reprendió para que no mirara su parecer ni lo grande de su estatura. Dios ve donde nosotros no, Él ve el corazón (v. 7). Tristemente, hermanos, es fácil ser culpable de juzgar aptitud para servir en base a consideraciones visuales – aspecto físico, forma de vestir, etc.
    Es verdad que hay hechos que pueden descalificar a uno de ciertos aspectos de servicio público para Dios, pero dejando a un lado esos casos, es Dios que levanta a Sus siervos, y nosotros debemos ser lentos para cuestionar su aptitud, llamamiento o motivo. En el caso de los hijos de Isaí, no era necesariamente que los hermanos mayores hubiesen hecho algo malo, sino que no por razones de omnisciencia, sabiduría y soberanía divina ellos no habían sido llamados a ocupar la posición de responsabilidad y gobernar. Tengamos cuidado de no decirle a Dios a quienes puede y no puede llamar para servirle, porque el pueblo de Dios y la iglesia local no son nuestros; todos nosotros somos Suyos, y Él es el Señor.
Artículo 5 en una serie escrita por Eric Baijal Jr. en la revista “Present Truth” (Verdad Presente), Fife: Escocia, Reino Unido, vol. 19, nº 218, octubre/noviembre 2017. Traducido y adaptado.

miércoles, 15 de agosto de 2018

El Dilema Calvinista

Los calvinistas raramente conceden que su posición transige y empobrece el carácter y los atributos de Dios. Pero en un capítulo titulado: “Dios, Libertad y Maldad en el Pensamiento Calvinista”, el teólogo calvinista Dr. John Feinberg reconoce:

    
A veces sería más fácil no ser calvinista. Hay un precio intelectual asociado con cualquier esquema de conceptos, pero el que viene con el calvnismo parece estar más allá de las posibilidades de la inteligencia humana. Los calvinistas mantienen posiciones que como mínimo parecen ilógicas. Es especialmente así con la enseñanza calvinista del control soberano de Dios en relación al libre albedrío humano y la responsabilidad moral por el pecado.
        Si tienen razón los calvinistas acerca de la soberanía divina, no parece haber mucho lugar para la libertad humana. Si desaparece la libertad, también desaparece la responsabilidad moral y humana por el pecado. Lo peor de todo es que si los calvinistas llevan razón, parece que Dios decidió que habrá pecado y maldad en nuestro mundo, y quizás incluso los causa. Sin embargo, según los calvinistas Dios no es moralmente responsable por nada de eso. Es nuestra culpa.
        Si éste es su Dios, el calvnismo está en la bancarrota intelectual y religiosa. ¿Quién podría adorar a ese Dios? Además, si los ateos comprenden este retrato de Dios como paradigmático del cristianismo tradicional, no es extraño que lo rechazan. Aunque es dudoso que un ateo abandone su ateismo a favor de cualquier concepto de Dios, por lo menos el retrato arminiano de Dios parace más atractivo que el calvinista”.
 (énfasis añadido)

Extracto del libro LIMITANDO LA OMNIPOTENCIA, por David Dunlap, que Dios mediante estará disponible en el otoño del 2018, Gospel Folio Press y Libros Berea