martes, 16 de junio de 2015

LA PATERNIDAD

“Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra” (Ef. 6:2-3).




Hoy los padres no tienen autoridad.
Dios estableció la paternidad,
Pero el hombre la cambia en paridad,
Y la llama libertad, cuando es pecado.

– Lucas Batalla


“¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina... entonces sois bastardos, y no hijos” (He. 12:7-8).

sábado, 13 de junio de 2015

CRISTO MURIÓ POR LOS IMPÍOS


Horatius Bonar (predicador escocés, 1808-1889)



“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). 

El testimonio divino acerca del hombre es que él es un pecador. Dios no da testimonio a su favor, sino contra él. Testifica que “no hay justo, ni aun uno” que “no hay quien haga lo bueno” que “no hay quien entienda” Ni hay quien  busque  a  Dios, y  aun,  nadie  que le ama (Salmo 14:1-3; Romanos 3:10-12). Dios habla benignamente del hombre, pero también severamente. Habla como uno que suspira con su niño perdido, pero como uno que no se compromete con el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al culpable.
    Él declara al hombre ser un perdido, un descarriado, un rebelde, y uno de los “aborrecedores de Dios” (Romanos 1:30). No es un pecador ocasional, sino un pecador continuo. No es un pecador en parte, con muchas cosas buenas acerca de él, sino completamente un pecador, sin ninguna bondad compensatoria. Es malo de corazón y vida, y está muerto en “delitos y pecados” (Efesios 2:1). Es un hacedor de maldad, y por lo tanto está bajo condenación. Es un enemigo de Dios, y por lo tanto está bajo ira.  Es un violador de la justa ley, y por lo tanto está bajo “la maldición de la ley” (Gálatas  3:10, 12).  El  pecador  no  tan  sólo  da  a  luz  el pecado,  pero  también  lo  lleva  consigo  continuamente adondequiera que vaya como su compañero permanente.
    Él es un cuerpo o una masa del pecado (Romanos 6:6), un “cuerpo de muerte”, sujeto no a la ley de Dios, sino a “la ley del pecado” (Romanos 7:23).
    Hay otro, y todavía peor, cargo contra él. Él no cree en el nombre del Hijo de Dios, ni ama al Cristo de Dios. Este es su pecado de pecados. Que su corazón no está bien con Dios es el primer cargo contra él. Que su corazón no está  bien  con  el  Hijo  de  Dios  es  el  segundo. Y  este  segundo  es  el  pecado fulminante  destruidor,  que  recibe damnación más terrible que todos los otros pecados puestos juntos.
    “El que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo” (1 Juan 5:10). “El que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16). Por consiguiente, el primer pecado que el Espíritu Santo redarguye al hombre es su incredulidad: “Cuando él [el Espíritu Santo] venga, convencerá al mundo de pecado, por cuanto no creen en mí” (Juan 16:8-9).
    Al  hombre  no  le  vale  la  pena  de  abogar  en  favor  de sí  mismo,  ni  negar  la  acusación,  a  menos  que  pueda demostrar que ama y siempre ha amado a Dios con todo su corazón y alma. Si puede verdaderamente decir eso, pués él está bien; no es un pecador, y no necesita perdón. Él se encaminará al reino sin necesidad ni de la cruz y ni del Salvador.
    Pero  si  no  puede  decir  eso,  que  su  “boca  se  cierre”  y  “quede  bajo  el  juicio  de  Dios” (Romanos 3:19).  No  importa cuán favorablemente él y otros juzgan su caso ahora mismo por razón de su vida externamente buena, el veredicto será dictado contra él en el tiempo venidero. Hoy es el día del hombre, cuando los juicios del hombre prevalecen; pero el día de Dios viene, cuando el caso será juzgado por sus méritos reales. Entonces el Juez de toda la tierra hará lo que es justo, y avergonzará al pecador. Este es un veredicto divino, no humano. Es Dios, no el hombre, quien condena; y Dios no es hombre, para que mienta. Este es el testimonio de Dios acerca del hombre, y sabemos que su testimonio es verdadero. Nos concierne muchísimo recibirlo como tal, y actuar en consecuencia.
    “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22), un “Dios  justo  y  Salvador”  (v. 21). “Deje  el  impío  su  camino,  y  el  hombre  inicuo  sus pensamientos, y  vuélvase  a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).
    Fije  su  ojo, el  ojo  de  fe, en  la  cruz, y vea estas dos cosas: a los crucificadores y al Crucificado. Vea a los crucificadores, aborrecedores de Dios y Su Hijo. Ellos son usted mismo. Lea en ellos el carácter de usted mismo. Vea  al  Crucificado. Él  es  Dios  mismo, amor encarnado. Es Él quien creó a usted, Dios  manifestado  en  carne, sufriendo, muriendo por los impíos. ¿Puede dudar de su gracia? ¿Puede guardar pensamientos malos acerca de Él? ¿Podría pedir algo más para despertar en usted la más completa e ilimitada confianza? ¿Mal interpretaría usted aquella agonía y muerte, diciendo o que ellas no significan gracia, o que la gracia que ellas significan no es para usted? Traiga a su mente lo que está escrito: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros” (1 Juan 3:16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).  


jueves, 4 de junio de 2015

DIOS QUIERE HACERNOS JUSTOS

 
A Dios Le Interesa Hacernos Justos

A. W. Tozer

“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5).

    Se ha levantado toda una nueva generación de cristianos que creen que es posible “aceptar” a Cristo sin renunciar al mundo.
    Pero, ¿qué dice el Espíritu Santo? “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). Y “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15).
    Esto no requiere comentario, sino obediencia.
    Es un error pensar que podemos experimentar la justificación sin la transformación. La justificación y la regeneración no son iguales; y pueden ser separados en el pensamiento teológico, ¡pero nunca pueden ser separados en la experiencia del creyente auténtico!
    Cuando Dios declara justa a una persona, instantáneamente comienza a obrar para que sea justa en la práctica.
    El error común hoy en día es que no esperamos que un hombre convertido sea un hombre transformado, y como resultado de ese error nuestras iglesias están llenas de “cristianos” de calidad inferior, es decir, que no dan la talla. Muchos de esos siguen de día en día creyendo que la salvación es posible sin el arrepentimiento, y que pueden hallar algo de valor en la religión sin la justicia.
    ¡Un avivamiento es, entre otras cosas, un retorno a la creencia de que la fe auténtica produce santidad en el corazón y justicia en la vida!


de su libro, Renewed Day by Day (“Renovado de Día en Día”)

martes, 2 de junio de 2015

La Recepción A La Asamblea


del libro UNA ASAMBLEA CRISTIANA,  por Littleproud

Es evidente a cualquiera que lee el Nuevo Testamento que Cristo es el punto focal en todas las reuniones de la asamblea y es el centro de todas sus actividades y la autoridad de toda su administración. El lugar de preeminencia dado por Dios al Señor Jesucristo, haciéndole Centro de su pueblo, siempre ha de gobernar todos los asuntos de la iglesia. Esto es, en verdad, el tercer distintivo de una asamblea sana y espiritual.
     La predicación del apóstol Pedro el día de Pentecostés no sólo era enérgica, sino también efectiva. Los que recibieron su mensaje del evangelio fueron convertidos a Dios, y, bautizándose, así dieron testimonio público de su conversión. Entonces dieron un paso más- se identificaron con los santos. “Se añadieron aquel día como tres mil personas.” La recepción a una asamblea, para disfrutar de su comunión, es una gran bendición, a la cual debe aspirar todo hijo de Dios.

(i) ¿Quiénes deben ser recibidos?
     ¿Quiénes son los aptos para ser recibidos en, o incorporados en, la asamblea? En el caso que estamos considerando, eran los que habían recibido la Palabra (v. 41), y que se habían bautizado, quienes fueron añadidos a la asamblea.
     Tales personas se describen en el versículo 47 como “los que habían de ser salvos”, o, literalmente, “los salvados”. En el 2:47 dice: “el Señor añadía cada día a la iglesia” a los salvados. Eso de ser añadidos a la iglesia es obra del Señor, y siempre tiene que preceder la recepción a la asamblea local.
    Se ha llamado la atención a distintos términos que se usan para describir a los hijos de Dios, los cuales son sujetos aptos para participar de los privilegios de la asamblea. Son salvados (Hechos 2:47), creyentes (Hechos 5:14), discípulos (Hechos 20:7), cristianos (Hechos 11:26), santos (1 Corintios 1:2) y hermanos (Colosenses 1:2). ¡Qué hermosos títulos ha conferido Dios a su pueblo!

(ii) Dos principios en cuanto a la recepción
     Hay dos principios en las Escrituras para guiar a las asambleas en la cuestión de la recepción:
     El uno es el de recibir a quienes el Señor ha recibido. Léase Romanos 14:1-3.
     Aquí tenemos instrucciones acerca de la recepción de un hermano que es “débil en la fe”; es decir, uno que no entiende las Escrituras, ni las bendiciones ni las libertades que están en Cristo Jesús. “Recibid al débil en la fe .... porque Dios le ha recibido.” En la porción del pasaje anteriormente citado, el apóstol nos instruye a que no pretendamos a decidir sobre los escrúpulos del hombre, ni dilucidar sus dudas tocante a comer ciertos alimentos y desechar otros. Antes bien, hemos de recibirle a pesar de la debilidad dé su fe, porque Dios le ha recibido. ¿En dónde encontrará un ambiente más sano y espiritual, o enseñanza mejor para fortalecer su fe, que en la asamblea en la cual le han recibido?
    De acuerdo con esta instrucción, tenemos una amonestación semejante en Romanos 15:7: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios”.
 
     El otro es de negar de recibir a aquellos que son inmundos moral o doctrinalmente.
     Hay seis inmoralidades nombradas en 1 Corintios 5:11, que son: la fornicación, la avaricia, la idolatría, la maledicencia, la borrachera y el robo. La práctica de éstas excluye a un hombre o a una mujer de ser recibido en una asamblea, y por cierto, de la comunión en ella. Aunque la persona se llame cristiana, queda excluida de toda participación en una asamblea si es culpable de practicar los pecados nombrados. La asamblea es una casa de Dios (1 Timoteo 3:15), un lugar donde Dios escoge morar, “una morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22). Siendo ésta la morada de Dios, ha de mantenerse limpia. (Comp. Salmo 93:5).
     La mala doctrina es también obstáculo para la recepción y la comunión. “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo” (Tito 3:10). Parece que la primera amonestación de parte de los ancianos es para convencerle por las Escrituras de que está en error. Véase Tito 1:9. Si se empeña en seguir enseñando el error, entonces debe impedírsele toda participación en la enseñanza. “Es preciso taparle la boca” (Tito 1:11). Esta seria la segunda amonestación. Pero si con todo esto persiste en esparcirla mala doctrina, sería preciso desecharle. Como hemos visto, debilidad de fe no constituye ningún obstáculo para la recepción. (Véase Romanos 14:1-3). Pero, en cambio, la fe pervertida, manifestada en la retención y la propagación de errores en doctrinas fundamentales -- esto, sí, excluye a uno de comunión en las asambleas de Dios.
 
Principios para guiar en la recepción
     Algunas veces resulta difícil saber si un postulante para la recepción a la asamblea es o no verdaderamente nacido de Dios. Así era en el caso de Saulo de Tarso. Él tenía fama de ser enconado perseguidor de los cristianos antes de ser salvo. Cuando procuró tener comunión en la asamblea en Jerusalén, “todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo”. En este caso era preciso averiguar y considerar con mucho cuidado antes de recibirle. Bernabé podía contarles cómo era el proceder de Saulo después de ser salvo, y cómo había predicado “denodadamente” en el nombre de Jesús. A base de este testimonio le recibieron; “y estaba con ellos en Jerusalén, y entraba y salía” (Hechos 9:26-29).


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