martes, 27 de agosto de 2019

El Martirio de Policarpo

El martirio de Policarpo de Esmirna

(c. 70 – c. 155)



Policarpo fue discípulo del apóstol Juan, lo que le convierte en el último hombre enseñado personalmente por un apóstol. Vivía en Esmirna, donde era obispo y maestro en la iglesia. Fue contemporáneo y conocido de Ignacio de Antioquía, quien fue echado a los leones en Roma, en el año 110 d.C. Era un hombre que sabía bien la advertencia del Señor acerca de la persecución venidera y Su exhortación: “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10).

     En el año sexto del emperador romano Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia, durante la cual los cristianos se destacaron por su valor heroico. Un ejemplo de cristianos que sufrieron por su fe es Germánico quien fue arrestado y llevado a Esmirna con otros once o doce cristianos, animando a pesar de ello, a los más pusilánimes a soportar el martirio por su Señor. Traído Germánico al anfiteatro, el procónsul le exhortó a no entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida aún tenía tantas cosas que ofrecerle pero él, haciendo caso omiso, provocó a las fieras que le acechaban para que le arrebataran cuanto antes la vida perecedera. También hubo cobardes: un frigio, llamado Quinto, quien consintió en hacer sacrificios a los dioses en lugar de ser condenado a muerte. A pesar de la sangre cristiana derramada, la multitud no se saciaba y clamaban por la muerte de más cristianos, gritando: “¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Muera Policarpo!”.

     Pocos días después de estos eventos, Policarpo fue detenido y en el camino a la ciudad, las autoridades intentaron persuadirle de que no “exagerase” su cristianismo, diciéndole: “¿Qué mal hay en decir ‘Señor’ al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar la muerte?”. Se debe notar que la palabra “Señor”, en aquellas circunstancias, implicaba el reconocimiento, no solo de la autoridad absoluta, sino también de la divinidad. El obispo permanecía callado al principio, pero como sus interlocutores insistían en que diera respuesta, les declaró con firmeza: “Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis”. Al oír esto, le arrojaron del carruaje en el que viajaban, con tal violencia que se fracturó una pierna.

     El santo se arrastró en silencio hasta el sitio en el que estaba reunido el pueblo, donde el procónsul le exhortó a tener compasión de sí mismo, por su avanzada edad, y a jurar por el César, gritando “¡Mueran los enemigos de los dioses!”. Escuchando esta exhortación, el santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunidos en el estadio, gritó: “¡Mueran los enemigos de Dios!”. El procónsul insistía con él, diciéndole: “Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo”. La respuesta de Policarpo fue: “Durante ochenta y seis años he servido a Cristo y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano, dame tiempo y escúchame”. El procónsul le respondió: “Convence al pueblo”, a lo que el mártir replicó: “Me estoy dirigiendo a ti porque mi religión enseña a respetar a las autoridades, si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta muchedumbre no es capaz de oír mi defensa”. En efecto, la multitud estaba consumida por una rabia y euforia que le impedía, en absoluto, prestar oído al santo.

Cambiando de táctica, el procónsul comenzó a amenazarle, diciendo: “Tengo fieras salvajes”, a lo cual Policarpo respondió: “Hazlas venir porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues solo es justo convertirse del mal al bien”. Viendo su firmeza, el procónsul replicó: “Puesto que desprecias a las fieras, te mandaré a quemar vivo”. Policarpo respondió sin titubeo: “Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra que ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras”.

     Viendo que no era posible convencerle, ni con persuasión ni con intimidación, el procónsul ordenó a un heraldo que gritara tres veces desde el centro del estadio: “Policarpo se ha confesado cristiano”. Oyendo esto, la multitud exclamó: “¡Este es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses, que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!”. Acto seguido, la multitud aclamó al procónsul, pidiendo que condenara a Policarpo a ser echado a los leones, pero éste respondió que no podía hacerlo porque los juegos ya habían sido clausurados. Entonces, tanto gentiles como judíos, pidieron que fuera quemado vivo, de modo que, de acuerdo a sus deseos, Policarpo fue atado a una estaca y quemado hasta la muerte. Por tanto, habiendo sido fiel hasta la muerte, recibirá del Señor Jesucristo la corona de la vida.

sábado, 17 de agosto de 2019

Libros Buenos y Malos



Una vez el alcalde de Nueva York dijo: “Nunca he oído que nadie ha sido arruinado por un libro”. Pero eso solo significa que sus conocimientos eran muy limitados o que tenía una idea erronea de la palabra arruinar. Su afirmación de que nadie ha sido arruinado por un libro es cien por cien falsa. La realidad es otra.
    La historia demuestra que libros malos han arruinado no solo a individuos sino también a naciones enteras. No es necesario explicar el efecto negativo de los escritos de Voltair y Rousseau en Francia.  Tampoco sería difícil establecer relación de causa y efecto entre la filosofía de Friedrich Nietzsche y la carrera sangrienta de Adolfo Hitler. Ciertamente las doctrinas de Nietzsche aparecieron nuevamente en la boca de der Führer y llegaron a ser la postura oficial del partido Nazi y sus propagandistas. Y es casi inconcebible que el comunismo ruso pudiera haber surgido aparte de los escritos de Karl Marx.
    La verdad es que los pensamientos son cosas, y las palabras son semillas. La palabra impresa puede yacer ignorado cual semilla durante largo invierno, pero al llegar el tiempo favorable, brota y produce una cosecha abundante de creencias y prácticas. Muchos de los que hoy son cristianos verdaderos fueron atraidos a Cristo mediante la lectura de un libro. Miles han conocido el poder del humilde folleto evangelístico para capturar la atención y enfocarla en Dios y la salvación.
    Hasta cuando los hombres comparezcan ante el Dios santo para ser juzgados por sus hechos impíos, no sabremos qué parte la literatura mala ha jugado en la degeneración moral en nuestro país. Para miles de jovenes, las primeras dudas acerca de Dios y la Biblia vinieron con la lectura de algún libro malo. Debemos respetar el poder de las ideas. Las ideas impresas son tan poderosas como las habladas – pueden tener una mecha más larga, pero su poder explosivo es igual.
    Todo esto significa que los cristianos estamos obligados por conciencia a disuadir a las personas de la lectura de literatura subversiva, y a promover al máximo la circulación de buenos libros y revistas. Nuestra fe cristiana nos enseña que daremos cuenta de toda palabra ociosa (Mt. 12:36). ¡Cuánto más severamente seremos juzgados por toda palabra mala, sea escrita o hablada!
    La tolerancia de la literatura nociva no es marca de grandeza intelectual – pero puede indicar una simpatía secreta hacia la maldad. Todo libro debe
estar en pie o caerse en base a su propio mérito, pese a la reputación de su autor. El hecho de que un libro sucio o sugestivo fue escrito por un autor “aceptado” no lo hace menos dañino. Si es malo, es malo, pese a su origen. Los cristianos debemos juzgar al libro por su pureza, no por la reputación de su autor.
    El deseo de aparecer tolerante o abierto de mente no es fácil de vencer, porque está arraigado en nuestro ego y es simplemente una forma no muy sutil de orgullo. En el nombre de tolerancia muchos hogares cristianos se han abierto a literatura que no nació de una menta abierta, sino de una mente pequeña, sucia y contaminada con la maldad.
    Insistimos que nuestros hijos limpien sus zapatos antes de entrar en casa. ¿Nos atrevemos a demandar menos de la literatura que entra en nuestro hogar?

A. W. Tozer, del libro This World: Playground or Battleground? (“Este Mundo: Campo de Recreo o de Batalla?”), págs. 31-33.


Si te interesa la vida eterna en lugar de la perdición, sólo hay un libro que leer: La Biblia – es el único libro de Dios. ¿No lo crees?  Sólo hay que leerla para ver que no es un libro cualquiera.  Nos da la mejor educación, porque nos enseña lo que realmente somos, el porqué de los problemas y cuál es su solución. Nos explica cosas que serían imposibles de saber sin la Biblia. Nos dice de dónde venimos y a dónde vamos. Habla del cielo y del infierno, de Dios y del diablo, del problema del pecado y de cómo obtener el perdón y la vida nueva y eterna.
    Alguien designó JUNIO  “el mes del libro”. Pero todos los meses son buenos para leer algo que tanto bien puede hacerle. Obtén una Biblia y comienza a leerla. Es un libro compuesto de 66 libros, desde Génesis (el comienzo del mundo)  hasta Apocalipsis (el fin del mundo).
    Hay quienes dicen que la Palabra de Dios es más importante que su comida diaria, y otros que la declaran de más valor que mucho oro afinado. ¿Sabías que el apóstol San Juan pronuncia una bendición sobre los que leen el libro de Apocalipsis? Así es. Y el mismo apóstol dijo en el Evangelio según S. Juan que el propósito de lo que escribió es que los lectores crean y tengan vida eterna. La Biblia está llena de promesas y bendiciones, pero hay que leerla para encontrarlas. ¡Qué pena que tantos no toman el tiempo para leer este maravilloso libro, y qué vergüenza que de esos ignorantes haya tantos que opinan y la critican sin saber de qué hablan! ¡Sé diferente – leela!
    Si lo haces, descubrirás cosas asombrosas y maravillosas. No te quedes con las ganas.