sábado, 12 de agosto de 2017

Acostumbrándose a las Tinieblas

 
por Vance Havner

Tiempo atrás un amigo me llevó a un restaurante donde aparentemente aman las tinieblas más que la luz. Di un traspie al entrar en la caverna oscura, manejé con torpeza la silla al sentarme y dije que hacía falta una linterna para leer el menú. Cuando llegó la comida, la comí por fe y no por vista. Sin embargo, poco a poco comencé a distinguir las cosas algo mejor. Mi amigo comentó: “¿No es curioso cómo nos acostumbramos a las tinieblas?”
    Vivimos en las tinieblas. El capítulo final de esta época está dominado por el príncipe y las huestes de las tinieblas. Los seres humanos aman más las tinieblas que la luz porque sus obras son malas. La noche está avanzada; la negrura es más extensiva, excesiva y más densa justo antes del alba.
    No obstante, los primeros cristianos iluminaron el mundo porque la luz absoluta estaba en marcado contraste con las tinieblas absolutas. Los cristianos primitivos creían que el evangelio era la única esperanza del mundo, que sin él todos los hombres estaban perdidos y que todas las religiones eran falsas. Pero llegó el día cuando la Iglesia y el mundo mezclaron la luz con las tinieblas. La Iglesia se acostumbró a las tinieblas y durante siglos vivió inmersa en ella. Hoy en día, demasiados cristianos piensan que hay algo de tinieblas en nuestra luz y algo de luz en las tinieblas del mundo. Dudamos a medias de nuestro propio evangelio y creemos a medias en la religión de esta edad. Andamos sigilosamente en la oscuridad cuando deberíamos iluminar al mundo con la luz. Necesitamos sacar nuestras antorchas de debajo de las cestas y las camas, quitar las lentes de la transigencia, y dejar que nuestra luz brille en nuestros corazones, hogares, negicios, iglesias y comunidades, con aquella luz que brilla en el Salvador, las Escrituras y los santos.

Traducido con permiso de la revista “Uplook”




viernes, 11 de agosto de 2017

¿Salarios Para Servir A Cristo?

 
William MacDonald Responde a Dennis Clark
Sobre el Ministerio Asalariado y la Vida de Fe


Tan temprano como 1959 el sr. Dennis E. Clark escribió en la revista Witness (“Testimonio”) a favor de los salarios para los siervos de Dios. Desde entonces esa idea ha extendido sus tentáculos a muchas asambleas. Incluso surge en varios lugares la idea de pagar un salario a los ancianos. Hay asambleas buscan a “obreros” [como pastores] a quienes pueden pagar y dejarles hacer el ministerio. Los que salen de institutos “bíblicos” salen contaminados ya con la mentalidad de empleos y salarios, como si para servir a Cristo se necesitase un contrato laboral. Se escuchan cosas como: “quiero ser predicador”, como si fuera una carrera. O “quiero ser misionero en tal país porque ahí hay hermanos afluentes que me mantendrán”. Hay quienes en países latinoamericanas desean ir a predicar en Norteamérica, porque allá se recogen buenas ofrendas. En España, anhelan ser apuntados como obreros para recibir una mensualidad de un “Fondo” que pretende canalizar las ofrendas a los aprobados. Aunque sus creencias y prácticas no se parecen como las de los fieles de antaño, quieren ser “obreros”. El profesionalismo y la orientación mercenaria ha invadido las asambleas.
    Incluso ahora hay obreros e iglesias que maniobran para recibir fondos aun del gobierno, y no les parece mala cosa la ayuda económica del estado, o de donde venga. ¿Pagará César a los siervos de Cristo? ¿No sería esto una violación de 3 Juan 7? “...Salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles”.Conviene repasar los comentarios escritos desde hace muchos años por el hermano William MacDonald acerca del artículo del hermano Clark:

    “Me parece que la gran debilidad del artículo del Sr. Clark, donde ha fallado, está en que no presenta apoyo bíblico para la idea de un salario garantizado para los obreros cristianos. La razón, por supuesto, es que esta idea no se halla en el Nuevo Testamento.
    Clark cita la paráfrasis de Phillips en 1 Timoteo 5:17: “Los ancianos que tienen don de liderazgo deben ser considerados dignos de respecto, y de salario adecuado”.
    En la Reina Valera, la traducción dice: “...dignos de doble honor”. Aunque la palabra “honor” puede ser remuneración de finanzas, no conlleva la idea de un salario fijo y estipulado.
    La palabra “doble” significa “dos veces” o “duplicado”, no “adecuado” como Phillips la traduce. Si insiste que “honor” significa “salario”, entonces debía haber reconocido que el anciano es digno de DOBLE SALARIO, no solamente de salario adecuado. Sin embargo, nunca he oído a nadie sugerir que los siervos del Señor deben ser pagados dos veces más que sus colegas en el mundo secular. La interpretación tomada de la versión Phillips en este caso prueba demasiado.
    En el séptimo párrafo de su artículo, Clark cita el ejemplo de Abraham, José y Samuel para apoyar su punto de vista. Es interesante observar que todos estos son tomados del Antiguo Testamento. No emplea el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo ni de Sus apóstoles. Sus vidas han sido descritas como una crisis perpetua de fe y dependencia en el Dios vivo, y las nuestras también deben ser así. “El siervo no es más que su señor”.
    El Sr. Clark sugiere que la fe de los hombres tales como Mueller, Hudson Taylor y Studd quizás fuera un fenómeno temporal al principio de la edad de las misiones, y que al igual que con las lenguas, las sanidades, etc., no sea vigente hoy en día.
    Esto realmente me sorprende. En 1 Corintios 13:8-13 tenemos la refutación de su posición. Ahí dice que las lenguas y las profecías cesarán, sí, pero también el texto dice claramente que la fe permanece.
    El Sr. Clark implica que no necesariamente debemos seguir la fe de Groves, Mueller, Taylor y Studd. Pero Hebreos 13:7 dice: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e IMITAD SU FE”.
    Todos debemos conocer los males de un ministerio asalariado:
    1. Es más fácil que entren los que no tienen un llamado claro de Dios al servicio cristiano, puesto que saben que serán apoyados. Si un hombre está seguro del llamamiento divino, no tiene que preocuparse por las finanzas.

    2. Con el salario viene el control humano, aunque digan que no. La historia de las denominaciones organizadas es bastante prueba de esto.

    3. Con el salario, un predicador puede continuar en la obra mucho después de que la ayuda divina le ha abandonado.

    4. El sistema al cual el Sr. Clark llama “la linea de la fe” glorifica más a Dios. Cuanto mayor nuestra dependencia en Él, y más manifestemos ante los demás que el Señor está proveyendo, más honor damos a Su nombre.

    Dios desea que vivamos por fe, continuamente dependientes de Él. Esto es contrario a la naturaleza carnal, y por eso solemos introducir métodos más “lógicos”, mas “prácticos” y “pragmáticos” de hacer Su obra.
    Fue durante los días más negros de la historia de Israel que Micaía alquiló al sacerdote joven de Belén-Judea, diciendo: “Quédate en mi casa, y serás para mí padre y sacerdote; y yo te daré diez siclos de plata por año, vestidos y comida” (Jue. 17:10; ver también Jue. 18:18-20) ¿No tiene esto nada que decirnos?
    El apóstol Pablo fue apoyado por sus propias labores y por las ofrendas de las asambleas. El tiempo y la cantidad de las ofrendas fueron dictados por el Espíritu Santo. Para llevar a cabo inteligentemente la distribución de sus ofrendas, la asamblea tenía que estar en contacto con el Espíritu Santo. Esto requiere constante ejercicio del alma.
    Profesamos reconocer al Espíritu Santo en la iglesia, pero cada paso dado hacia el ritual, el formalismo y el procedimiento mecánico es una negación de Su autoridad.
    El Espíritu de Dios es fluido, esto es, que no podemos predecir exactamente qué hará ni cómo lo hará (Él es ilustrado por figuras tales como el agua, el fuego, el viento y el aceite). Esto significa que no puedes encasillarle o encerrarle en un patrón que de ahí en adelante elimina tu necesidad de dependencia en Él.
    Sólo puedo concluir que el artículo del Sr. Clark representa un desliz de las enseñanzas y el ejemplo de nuestro Señor y de los apóstoles”.
William MacDonald
traducido


martes, 8 de agosto de 2017

Cristo en la Barca (Parte II)

por C. H. MacKintosh

Como ya lo hemos dicho, la incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de su sueño. AY le despertaron, y le dijeron: Maestro, )no tienes cuidado que perecemos?@ (Mr. 4:38). (Qué pregunta! A)No tienes cuidado?@ (Cuánto debió de herir el sensible corazón del Señor! )Cómo podían pensar que era indiferente a su angustia en medio del peligro? (Cuán completamente habían perdido de vista su amor Cpor no decir nada de su poderC cuando se atrevieron a decirle estas palabras: A)No tienes cuidado?@!
Y, sin embargo, querido lector cristiano, esta escena )no es un espejo que refleja nuestra propia miseria? Ciertamente. Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los labios: A)No tienes cuidado?@ Quizá estemos enfermos y suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos dificultades económicas; sabemos que Ael oro y la plata, y los millares de animales en los collados@ son de Dios, que incluso los tesoros del universo están en su mano; sin embargo, pasan los días sin que nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos, no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a dirigir al Señor la terrible pregunta: A)No tienes cuidado?@ Este pensamiento es profundamente humillante. La simple idea de lastimar el corazón de Jesús, lleno de amor, con nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda contrición.
      Además, (qué absurda es la incredulidad! )Cómo Aquel que dio su vida por nosotros, que dejó su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad imperecedera. Cuanto más se prueba laverdadera fe, tanto más brilla; y por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza, gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre ella durante todo ese tiempo.
Pero los pobres discípulos desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al Maestro con esta indigna pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Ay, qué criaturas somos! Estamos dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad. David dijo: AAl fin seré muerto algún día por la mano de Saúl@ (1 S. 27:1). Y )qué ocurrió al final? Saúl cayó en la montaña de Guilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, )y cómo terminó todo? Jezabel fue arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre, mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1 R. 19:1-4; 2 R. 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios a bordo, y creían que estaban perdidos; )y qué pasó al final? La tempestad fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. AY levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza@ (Mr. 4:39).
(Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de reprochar a sus discípulos  por haber interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado. Así respondía a la pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Bendito Maestro! )Quién no confiaría en ti? )Quién no te adoraría por tu paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches?
Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa, sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios, se levanta y, con su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el mar.
Tal era el Señor Jesús Cverdadero Dios y verdadero hombreC, y tal es hoy, siempre dispuesto a responder a las necesidades de los suyos, a calmar sus ansiedades y alejar sus temores. (Ojalá que confiemos más simplemente en él! No tenemos más que una débil idea de lo mucho que perdemos al no apoyarnos más de lo que lo hacemos en los brazos de Jesús cada día. Nos aterrorizamos con demasiada facilidad. Cada ráfaga de viento, cada ola, cada nube nos agita y deprime. En vez de permanecer tranquilos y reposados cerca del Señor, nos dejamos sobrecoger por el terror y la perplejidad. En vez de tomar la tempestad como una ocasión para confiar en él, hacemos de ella una ocasión para dudar de él. Tan pronto como se hace presente la menor dificultad, pensamos en seguida que vamos a sucumbir, a pesar de que nos asegura que nuestros cabellos están contados. Bien podría decirnos, como a sus discípulos: A)Por qué estáis así amedrentados? )Cómo no tenéis fe?@ (v. 40). Parecería, en efecto, que por momentos no tuviésemos fe. Pero (oh, qué tierno amor es el suyo! Él está siempre cerca de nosotros para socorrernos y protegernos, aun cuando nuestros incrédulos corazones sean tan propensos a dudar de su Palabra. Su actitud para con nosotros no es conforme a los pobres pensamientos que tenemos acerca de Él, sino según su perfecto amor. He aquí el consuelo y el sostén de nuestras almas al atravesar el tempestuoso mar de la vida, en camino hacia nuestro reposo eterno. Cristo está en la barca. Esto siempre nos basta. Descansemos con calma en él. (Ojalá que, en el fondo de nuestros corazones, siempre pueda haber esta calma profunda que proviene de una verdadera confianza en Jesús. Entonces, aunque la tempestad ruja y se encrespen las olas hasta lo sumo, no diremos: A)No tienes cuidado que perecemos?@ )Podemos acaso perecer con el Maestro a bordo? )Podemos pensar eso alguna vez, teniendo a Cristo en nuestros corazones? Quiera el Espíritu Santo enseñarnos a servirnos más plena, libre y ardientemente de Cristo. Realmente necesitamos esto justamente ahora, y lo necesitaremos cada vez más. Nuestro corazón debe asir a Cristo mismo por la fe y gozar de él. (Que esto sea para su gloria y para nuestra paz y gozo permanentes!
Podemos señalar todavía, para terminar, cómo afectó a los discípulos la escena que acabamos de ver. En lugar de la calma adoración de aquellos cuya fe ha recibido respuesta, manifiestan el asombro de aquellos cuyos temores fueron objeto de reproche. AEntonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: )Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?@ (v. 41). Seguramente, tendrían que haberlo conocido mejor. Sí, querido lector, y nosotros también.

de sus Escritos Miscelaneos, tomo I


 



Cristo En La Barca (Parte ()

por C. H. MacKintosh

En el momento de extremo peligro o de angustiosa necesidad en la vida del hombre es el momento oportuno para Dios. Éste es un dicho muy familiar en el mundo de habla inglesa, que citamos a menudo y que, sin ninguna duda, creemos plenamente; y, sin embargo, cuando a nosotros mismos nos toca pasar por un momento crítico, cuando nos vemos enredados en un gran aprieto, a menudo estamos poco dispuestos a contar únicamente con la oportunidad de Dios. Una cosa es exponer una verdad o escucharla, y muy otra realizar el poder de esa verdad. No es lo mismo hablar de la capacidad de Dios para guardarnos de la tempestad cuando navegamos sobre un mar en reposo, que poner a prueba esa misma capacidad cuando realmente se desata la tempestad a nuestro alrededor. Sin embargo, Dios es siempre el mismo. En la tempestad o en la calma, en la enfermedad o en la salud, en las necesidades o en las circunstancias favorables, en la pobreza o en la abundancia, Él es Ael mismo ayer, y hoy, y por los siglos@ (He. 13:8); Él es la misma gran realidad sobre la cual la fe puede apoyarse y de la cual puede echar mano en cualquier tiempo y circunstancia.
     Lamentablemente, (somos incrédulos!, y ésta es la causa de nuestras flaquezas y caídas. Nos hallamos perplejos y agitados cuando deberíamos estar tranquilos y confiados; buscamos socorro de todos lados cuando deberíamos contar con Dios; hacemos Aseñas a los compañeros@ en lugar de Aponer los ojos en Jesús@. Y de este modo, sufrimos una gran pérdida al mismo tiempo que deshonramos al Señor en nuestros caminos. Pocas cosas habrá, sin duda, por las que debamos humillarnos más profundamente que por nuestra tendencia a no confiar en el Señor cuando surgen las dificultades y las pruebas; y seguramente afligimos su corazón al no confiar en Él, pues la desconfianza hiere siempre a un corazón que ama.

     Veamos, por ejemplo, la escena entre José y sus hermanos en el capítulo 50 del Génesis: AViendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban@ (vv. 15-17).
     Triste respuesta a cambio de todo el amor y los cuidados que José había prodigado a sus hermanos. )Cómo podían suponer que aquel que les había perdonado tan libre y completamente, que había salvado sus vidas cuando estaban enteramente en sus manos, querría desatar contra ellos, después de tantos años de bondad, su ira y su venganza? Fue ciertamente grave el error de parte de ellos, y no es de extrañar que José llorara mientras hablaban. (Qué respuesta a todos sus indignos temores y a sus terribles sospechas! (Un mar de lágrimas! (Así es el amor! AY les respondió José: No temáis; )acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón@ (vv. 19- 21).
Así ocurrió con los discípulos en la ocasión que estamos considerando. Meditemos un poco este pasaje. AAquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal@ (Mr. 4:35-38).

     Tenemos aquí una escena interesante a la vez que instructiva. A los pobres discípulos les toca vivir un momento de extremo peligro, una situación límite. No saben qué más hacer. Una recia tempestad, la barca llena de agua, el Maestro durmiendo. Era realmente un momento de prueba y, si nos miramos a nosotros mismos, seguramente no nos extrañará el miedo y la agitación de los discípulos. De haber estado en su lugar, sin duda habríamos reaccionado de la misma manera. Sin embargo, no podemos sino ver dónde fallaron. El relato se escribió para nuestra enseñanza, y debemos estudiarlo y tratar de aprender la lección que nos enseña. 
No hay nada más absurdo ni más irracional que la incredulidad, cuando la consideramos con calma. En la escena que nos ocupa, la incredulidad de los discípulos es, evidentemente, absurda. En efecto, )qué podía ser más absurdo que suponer que la barca podía hundirse con el propio Hijo de Dios a bordo? Y, sin embargo, eso es lo que temían. Se dirá que precisamente en ese momento no pensaban en el Hijo de Dios. A la verdad, pensaban en la tempestad, en las olas, en la barca que se llenaba de agua, y, juzgando a la manera de los hombres, parecía una situación desesperada. El corazón incrédulo razona siempre así. Mira las circunstancias y deja a Dios de lado. La fe, en cambio, no considera más que a Dios, y deja las circunstancias de lado.
(Qué diferencia! La fe se goza en los momentos de extremo peligro o de angustiosa necesidad, simplemente porque los tales son una oportunidad para Dios. La fe se complace en concentrarse en Dios, en encontrarse sobre ese terreno ajeno a la criatura, para que Dios manifieste su gloria; en ver que las Avasijas vacías@ se multipliquen para que Dios las llene (2 R. 4:3-6). Podemos afirmar ciertamente que la fe habría permitido a los discípulos acostarse y dormir junto a su divino Maestro en medio de la tempestad. La incredulidad, por otro lado, los hizo estar sobresaltados; no pudieron permanecer tranquilos ellos mismos, y perturbaron el sueño del Señor con sus incrédulas aprensiones. Él, cansado por un intenso y agobiador trabajo,  había aprovechado la travesía para reposar durante unos instantes. Sabía lo que era el cansancio. Había descendido hasta todas nuestras circunstancias, de modo que pudo familiarizarse con todos nuestros sentimientos y debilidades, habiendo sido tentado en todo según nuestra semejanza, a excepción del pecado. En todo respecto fue hallado como hombre y, como tal, dormía sobre un cabezal, balanceado por las olas del mar. El viento y las olas sacudían la barca, a pesar de que el Creador se hallaba a bordo en la persona de ese Siervo abrumado y dormido.
     (Profundo misterio! El que hizo el mar y podía sostener los vientos en su mano todopoderosa, dormía allí, en la popa de la barca, y dejaba que el viento le tratase sin más miramientos que a un hombre cualquiera. Tal era la realidad de la naturaleza humana de nuestro bendito Señor. Estaba cansado, dormía, y era sacudido en medio de ese mar que sus manos habían hecho. Detente, lector, y medita sobre esta maravillosa escena. Ninguna lengua podría hablar de ella como conviene. No podemos detenernos más en este punto; sólo podemos meditar y adorar.

continuará, d.v.

de sus Escritos Misceláneos, tomo I, capítulo 3