lunes, 13 de julio de 2009

Pecar En Las Cosas Santas (Robar a Dios)

Levítico 5:15-16 dice así: “Cuando alguna persona cometiere falta, y pecare por yerro en las cosas santas de Jehová, traerá por su culpa a Jehová un carnero sin defecto de los rebaños, conforme a tu estimación en siclos de plata del siclo del santuario, en ofrenda por el pecado. Y pagará lo que hubiere defraudado de las cosas santas, y añadirá a ello la quinta parte, y lo dará al sacerdote; y el sacerdote hará expiación por él con el carnero del sacrificio por el pecado, y será perdonado”. Se trata de uno de los pecados por yerro o ignorancia. Observad que comienza diciendo: “cuando una persona cometiera falta, y pecare por yerro”. La ignorancia no exime de culpa, porque la medida del pecado no es nuestra conciencia sino Dios. Aunque hecho por ignorancia o equivocación, es cometer falta, es pecar, y es defraudar a Dios. Cuando Dios se ha tomado la molestia de revelar Su voluntad en un libro, la Biblia, tenemos la responsabilidad solemne de conocer todo lo que Dios ha dicho y de guardarlo y agradarle. Si bien un israelita que no tenía copia personal de la ley más fácilmente podía haber olvidado o descuidado algo, ¿qué excusa podemos ofrecer nosotros los que tenemos nuestros ejemplares personales de la Biblia para consultar a cualquier hora? Si ignoramos la Palabra de Dios somos más culpables que los de Israel. Pero, ¿cuánto tiempo diariamente pasamos leyendo, estudiando y meditando la Palabra de Dios? Ciertamente el descuido de ella es una falta, y nuestra ignorancia no tiene excusa. El Salmo 1 nos invita a la bienaventuranza de los que meditan en la ley de Dios día y noche y tienen su delicia en ella.
Ahora bien, en Levítico 5:15, esta frase: “las cosas santas de Jehová”, se refiere a todo lo que debiera ser dedicado al Señor y entregado a Él. Por ejemplo, en Levítico 22:14-15 leemos el caso del que “por yerro comiere cosa sagrada”. Levítico 27:28-34 dice que las cosas consagradas a Dios no deben ser vendidas: “todo lo consagrado será cosa santísima para Jehová” (v. 28). El versículo 32 declara que todo diezmo es cosa consagrada a Jehová. El último ejemplo en el Antiguo Testamento de este pecado está en Malaquías 3:8-10 cuando el Señor reprende al pueblo por robarle en sus diezmos y ofrendas (v. 8), lo maldice (v. 9) y manda (v. 10) “traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa”.
Al hablar de cosas santas o cosas consagradas a Jehová, en primer lugar, no se trata aquí de ofrendas voluntarias, sino cosas debidas, como una deuda, la parte que pertenece a Dios. Luego si uno quería ofrendar, su ofrenda venía de lo que le había quedado después de diezmar y dar las primicias. Según Tatford en su comentario sobre Malaquías, los diezmos eran comprendidos de la siguiente manera:

1. El diezmo del campo y las primicias de los rebaños cada año.
Dt. 14:22-23 “el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados”
2. Las porciones de Jehová (y de los levitas) en los sacrificios.
Lv. 6:16; 7:14; 32-34, Dt. 18:3-4
3. El diezmo de la tierra y de los ganados, después de las primicias.
Lv. 27:30-32
4. Los levitas pagaron el diezmo en ofrenda mecida delante de Jehová.
Nm. 18:26-28
5. Cada tres años debieron sacar el diezmo de todos sus productos de este año, y guardarlo en sus ciudades para el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que moraban en Israel.
Dt. 14:28-29

* Algunos consideran Dt. 12:17-19 como otro diezmo distinto, pero probablemente es una repetición de otras instrucciones.
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En Números 18:8-24 leemos que Dios dio el diezmo a los levitas para sostenerlos. Ellos como siervos de Dios no tenían heredad en Israel como el resto de las tribus. Se dedicaron al servicio de Dios en el tabernáculo y el templo, y enseñaron la ley de Dios al pueblo. Dios instituyó el sistema de diezmos, primicias y ofrendas de manera que proveyera para ellos. En pocas palabras, funcionó así: cuando el pueblo traía todos los diezmos y las primicias a Dios, había alimento en su casa. Además, los sacerdotes y levitas comían parte de las ofrendas voluntarias: las oblaciones (de pan) y las ofrendas de paz. Pero si el pueblo no cumplía lo que Dios mandó respecto a diezmos y ofrendas, no honraba a Dios ni había alimentos para sostener a Sus ministros los sacerdotes y levitas. Así que, Dios mandó repetidas veces que Israel tuviera cuidado de no desamparar a los levitas (Dt. 12:19; 14:27). En cierto sentido los diezmos y ofrendas eran indicio de la salud espiritual del pueblo. Cuando el pueblo estaba espiritualmente sensible y ejercitado en la piedad, presentaba diezmos y ofrendas a Dios, y cuando el pueblo estaba espiritualmente desviado, frío o rebelde, menguaban los diezmos y ofrendas.
Siglos después, bajo Nehemías, cuando reedificaron la ciudad, hubo avivamiento espiritual y prometieron traer los diezmos (Neh. 10:35-39), pero cuando Nehemías volvió a visitarles descubrió que habían desamparado a los levitas y la casa del Señor (Neh. 13:5, 10-12). En la cámara para almacenar los diezmos, había entrado Tobías su enemigo para vivir, y los levitas habían huido cada uno a su heredad (Neh. 13:6-14). Él reprendió a los oficiales, echó fuera los enseres de Tobías, mandó limpiar la cámara, recogió a los levitas, y Judá trajo nuevamente los diezmos. Así quedó rectificado el error de abandonar la casa de Dios. Pero vemos que los judíos volvieron a cometer este pecado de abandonar la casa y la obra del Señor, porque corriendo el tiempo, vino Malaquías, enviado por Jehová, y acusó a Israel de robar a Dios en diezmos y ofrendas. En Malaquías 3:10 la exhortación fue: “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa”.
Tatford comenta así acerca del pecado en las cosas santas, que no es otra cosa que robar a Dios:
“Una condenación similar podría ser pronunciada sobre el pueblo de Dios en nuestros tiempos. Con respecto a las posesiones materiales, Dios está siendo defraudado. Ya no hay ejercicio de corazón acerca de diezmar de lo que uno gana, sino una presunción de que los requisitos de la ley han sido anulados y ya no se aplican – ¡como si ofrendar a Dios bajo la gracia pudiera ser menos que lo que fue bajo la ley! Además, en cuanto a lo de ofrendarle nuestro tiempo, talentos, habilidades y servicio, ¡cuán pocos podrían demostrar que no son culpables! La palabra divina sigue igual: “Me habéis robado”.”1

Aunque se por yerro o ignorancia, es una falta, un pecado y un fraude cuando no honremos a Dios con lo primero y lo mejor, cuando nuestra ofrenda es insuficiente para cubrir siquiera las necesidades básicas del servicio de “su casa” (la iglesia – 1 Ti. 3:15). Hermanos, Dios no puede bendecir a Su pueblo cuando el pueblo le desprecia y le deshonra con sus actitudes y con lo material. El profeta Hageo denunció a los que edificaron sus casas y descuidaron la casa del Señor. Podríamos decir que pecaron en las cosas santas. Proverbios 3:9 dice: “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”. Aunque no vivimos bajo la ley ni se nos requieren el pago de los diezmos como con Israel, los principios dados en el Antiguo Testamento todavía son vigentes. Debemos ofrendar no de cualquier manera, sino de manera que honra a Dios. Debemos darle las primicias, esto es, lo primero y lo mejor. Traigamos nuestras ofrendas al lugar donde se reúne la asamblea en Su Nombre, y ofrendemos allí.
Como Dios ordenó que los levitas comiesen de los diezmos, las primicias y las ofrendas, recordemos que en el Nuevo Testamento Dios ordenó que “los que anuncian el evangelio, vivan del evangelio” (1 Co. 9:14). Pero a nosotros también se nos tendría que decir en algunos casos: “traed todos los diezmos”, esto es, dejemos de robar a Dios de lo que es Suyo y de traerle ofrendas inferiores. Dios no puede bendecir a un pueblo que le deshonra ofreciéndole lo que sobra en lugar de lo primero y lo mejor. No podemos honrar a Dios permitiendo que falte alimento en Su casa.
Consideremos un ejemplo práctico. Cuando los hermanos de una asamblea dan la diestra de comunión a un hombre o una pareja para que vaya a predicar el evangelio y hacer obra misionera, y luego retienen el apoyo que podrían dar, están robando a Dios. No sirve absolutamente de nada decir: "no son obreros encomendados", porque es vana palabrería. Si la asamblea los permitió ir con bendición, para servir a Cristo, abrir brecha, predicar el evangelio, hay que pensar en su apoyo, pues es la obra de Dios. De otro modo estará cometiendo el error (por no decir pecado), de decir: "calentaos y saciaos" sin darles las cosas que son necesarias para el cuerpo (Stg. 2:16). Santiago pregunta: "¿De qué aprovecha?"
La respuesta es obvia: "NADA". ¿De qué aprovecha enviar a hermanos a la obra y luego dejarles destituidos en la obra cuando podríamos enviarles apoyo y cuidarles? No sirve de nada. Es peor, servirá para nuestra condenación si robamos así a Dios. Y hermanos, no es que no haya nada que ofrendar, es que descuidan a los siervos y la obra de Dios. Es como en los tiempos de Malaquías cuando el pueblo descuidadaba y despreciaba la obra del Señor. Dios no puede bendecir a un pueblo que obra así. Él maldijo en Malaquías a los que le habían robado. Pensémoslo seriamente, porque Dios puede quitar el candelereo de una iglesia o de unas iglesias.
Conviene que preguntemos como el hermano William MacDonald: “¿Debe un creyente bajo la gracia ofrendar a Dios menos que un judío bajo la ley?” Examinemos nuestras prácticas, para que no seamos dadores quejosos, sino alegres y generosos, y sobre todo que no robemos más a Dios. No pequemos más en las cosas santas de Jehová. Y donde ha habido este pecado, hay que arrepentirse y manifestar frutos de arrepentimiento. No hay lugar para ladrones en las iglesias.


Carlos Tomás Knott

1. F. A. Tatdord, “Prophet of the Reformation” (“Profeta de la Reforma”), 1972, Prophetic Witness Publishing House, págs. 68-69.

LA POLITICA

William MacDonald

Pensemos ahora en el mundo de la política. Con frecuencia escuchamos a algunos repetir cual loros este su refrán gastado: “Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombre buenos no hagan nada”. El problema es que es su refrán es una opinión mundana, no una revelación divina. A menudo se suele recordar que José, Moisés y Daniel estaban involucrados en la política. En realidad, José y Daniel eran siervos civiles, no hombres que ocupasen el poder. Y Moisés era una espina clavada en el costado de la institución política de Egipto.
¿Qué dice el testimonio de la Escritura al respecto?
El Señor Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (Jn. 18:36).
Pablo dijo: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida” (2 Ti. 2:4).
Juan dijo: “El mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
El ejemplo del Señor Jesús es contrario a la participación política. Su relación en cuanto al establecimiento era adversa. Los apóstoles no recurrieron a la política. Sus órdenes consistían en ir por todo el mundo y predicar el evangelio.
La ciudadanía principal del cristiano es celestial (Fil. 3:20). Su deber para con el gobierno terrenal es pagar, orar y obedecer. No se involucra en movimientos políticos.
El propósito de Dios en la actualidad no es una reforma política, sino tomar de entre las naciones un pueblo para Su Nombre (Hch. 15:14). La pregunta es, ¿vamos a seguir Su plan?
El problema básico del mundo es el pecado, y tan sólo el evangelio tiene poder eficaz para tratarlo. El método que Dios emplea es espiritual: el nuevo nacimiento.
La política es corrupta por naturaleza. Si participo, colaboro, le entrego un voto de confianza, y tal confianza es completamente injustificada. Ya lleva cientos de años intentando demostrar su eficacia, ¿y cuál ha sido el resultado?
El registro de los cristianos que se han involucrado en la política no es nada bueno. Sufren una pérdida de poder espiritual. William Kelly dijo: “Cuando los cristianos se enredan con el gobierno del mundo, tan sólo logran deshonrar para el nombre de Cristo y vergüenza para sí mismos. Ahora son llamados a sufrir con Cristo; después reinarán con Él. Ni aun Él ha tomado todavía Su gran poder para reinar”.
Todavía no ha llegado el tiempo en que los creyentes hayan de reinar. Será cuando Cristo vuelva como Rey de reyes y Señor de señores. Pablo corrigió a los corintios por comportarse como si ya estuviesen reinando. Él mismo deseaba que estuviesen reinando ya, para poder él también, junto con los demás apóstoles, reinar con ellos. Pero mientras que los corintios estaban, de modo figurado, coronados y sentados en el anfiteatro, los apóstoles eran como hombres en la arena, condenados a muerte, un espectáculo al mundo, y considerados como la escoria del mundo (1 Co. 4:8-13).
Es falsa la esperanza de pensar que las condiciones de este mundo se van a arreglar o mejorar (1 Ti. 4:1-3; 2 Ti. 3:1-5). Tanto la Biblia como las noticias de cada día refutan tal cosa.
El cristiano encuentra poder al separarse del mundo (2 Co. 6:17). Nunca podremos moverlo si nosotros mismos formamos parte de él. Nuestro gran recurso es la oración; podemos conseguir más por medio de la oración que todos los políticos juntos. Podemos ver transformaciones milagrosas en vidas humanas. Por medio de la oración podemos introducir a hombres y mujeres en el reino de Dios. La clave del poder en el mundo ya obra en nuestro poder. ¿Por qué trocar esto por un sistema político arruinado?
de su libro: MUNDOS OPUESTOS