martes, 11 de junio de 2013

BORRANDO LOS DISTINTIVOS


“Cuando Jehová tu Dios haya destruido delante de ti las naciones adonde tú vas para poseerlas, y las heredes, y habites en su tierra, guárdate que no tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré. No harás así a Jehová tu Dios... cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Deut. 12:29-32).

Había en Israel una tendencia constante a conformarse a las prácticas de las naciones vecinas. No era un rechazo abierto de Jehová su Dios, sino la introducción de costumbres y prácticas paganas. A lo largo de la historia de Israel los profetas advirtieron en contra de esto. Israel debía ser diferente, no cómo las naciones alrededor de ella.
La iglesia tiene la misma tendencia a través de los siglos. El clamor del apóstol Pablo era: “salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Co. 6:17).
Después del primer siglo, las iglesias a una comenzaron a deslizarse hacia la conformidad al mundo, adoptando prácticas paganas en sus cultos y doctrinas. Esta corrupción aceleró después de la “conversión” de Constantino y la legalización del cristianismo.
Cuando llegó el tiempo de la Reforma, el evangelio de la gracia estaba enterrado bajo el ritualismo y los dogmas pervertidos de la iglesia. Se consideraba la salvación como un proceso durante toda la vida de guardar las normas de la iglesia, y al morir uno iba al Purgatorio para expiar el resto de sus pecados. El evangelio de la gracia de Dios había sido olvidado excepto en pequeños grupos esparcidos de creyentes devotos. 
En tiempos de la Reforma algunos descubrieron nuevamente el evangelio de la gracia de Dios y lo proclamaban fielmente. Desafortunadamente, muchos de los reformadores no se separaron limpia y completamente de todas las prácticas romanas. Llevaron a sus iglesias la enseñanza del bautismo de los niños, el concepto del clero y los laicos, y el deseo de tener una iglesia estatal.
A lo largo de la historia de la iglesia ha habido repetidos movimientos para volver a la sencillez de la iglesia primitiva. Esas personas creían que las enseñanzas y el ejemplo de la iglesia apostólica eran para emular. Este ejemplo no se veía como algo aislado en la historia, sino como la norma para las iglesias en todas las edades.
Después de tratar muchos asuntos de la conducta de la iglesia, Pablo escribió: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Co. 14:37). Pablo no dijo que estas cosas eran sus sugerencias u opiniones, sino los mandamientos del Señor. Hoy todavía están vigentes.
En las islas británicas a principios del siglo XIX hubo un avivamiento de interés en seguir la sencillez de la iglesia apostólica. Desde entonces este movimiento se ha extendido en muchos lugares del mundo. Hubo un rechazo del denominacionalismo con todas sus divisiones y una insistencia en que la iglesia es una, compuesta de todos los verdaderos cristianos (Ro. 12:4-5). La distinción de clero-laico se rechazó; todos los creyentes son sacerdotes y como tales, dotados por Dios con dones (1 P. 2:5, 9; Ro. 12:6-8). Consideraban la Cena del Señor como central respecto a la adoración, dando la oportunidad para la función del sacerdocio de los creyentes (1 Co. 11:23-34) según el orden establecido por Dios. Se esperaba que todos los creyentes estarían testificando y difundiendo el evangelio. Los que eran llamados por Dios a servir “a tiempo completo” salían  por fe, y eran apoyados por las ofrendas generosas del pueblo de Dios de acuerdo con tales Escrituras como Filipenses 4:15-16.
Era un movimiento radical: radical en su deseo de obedecer la Palabra de Dios, radical en su fe y fervor. Dios ha bendecido este movimiento durante los últimos 175 años. Pero es difícil mantener la pureza ferviente y la sencillez conforme a las Escrituras. El celo espiritual tiende a enfriarse y los hombres intentan compensar con organizaciones y rituales. La mundanalidad apaga el entusiasmo espiritual.
Algunas asambleas que tienen sus orígenes en el principio del movimiento en los años 1800 pueden sentirse tentadas a mirar las grandes iglesias de hoy con sus muchos miembros, y sentir envidia o deseo de imitarlas. ¿Quizás ellas deben ser ahora nuestro patrón? La gente está acostumbrada a tener a un “pastor” que es contratado y que puede ser despedido. ¿Por qué no contratar a un buen predicador para liderar a la iglesia? Quizás debemos dejar de enfatizar la importancia de la Cena del Señor, ya que no todos los miembros de las iglesias la aprecian. Tal vez debemos tenerla como un culto opcional en una sala más pequeña para aquellos que son más “tradicionales”. 
El movimiento feminista está fuerte. ¿Debemos ahora adoptar un formato más igualado en nuestras reuniones, permitiendo a las mujeres dirigir o participar vocalmente en ellas? Algunos sugieren que hay que admitir a mujeres ancianas (pastoras). Esto nos haría más aceptables al mundo alrededor nuestro. Así que, algunas asambleas se vuelven más como iglesias fundamentalistas e iglesias contemporáneas. Ya no son distintas. Puede que contraten a un predicador llamándole “el pastor” o disimulen llamándole “nuestro obrero”. La Cena del Señor es minimizada y las mujeres participan vocal y visiblemente.
Cuando pasan estas cosas, la asamblea se vuelve otra de tantas agradables iglesias evangélicas. Ahora respecto a sus miembros tiene competencia con las demás iglesias. A menos que tengas mejores edificios y programas, ¿por qué debe alguien asistir a tu iglesia?  No ofreces nada distinto. ¿No sería más sencillo unirte a una de esas iglesias establecidas y fortalecerla?
O quizás es tiempo de volver a estudiar las Escrituras y renovar las convicciones acerca de los principios de la iglesia que Dios da en Su Santa Palabra, y confiar en Él para los resultados.
Donald Norbie, 
traducido de la revista “Precious Seed” Abril 2002