lunes, 28 de septiembre de 2009

¿HAY SANIDAD EN LA CRUZ?


¿A quién le amarga un dulce, y a quién no le gusta la salud? La salud es una bendición de Dios, por la cual hay que estar agradecido. Lo que nos pasa a muchos es que no apreciamos la salud hasta que ella nos falte.
Pero algunos dicen que el creyente siempre debe tener buena salud. Citan Isaías 53:5, “y por su llaga fuimos nosotros curados” y 1 Pedro 2:24, “por cuya herida fuisteis sanados” y pretenden afirmar que el creyente tiene derecho a la salud, y que no debe enfermarse como otras personas. Llegan
a desestimar a todos los médicos, toda ciencia y medicina como inútiles, como pérdida de tiempo e incluso como pecado. Alegan que es cuestión de fe, que si tenemos suficiente fe, no tenemos que enfermar, y razonan que si un creyente está enfermo o herido es porque no tiene suficiente fe
o porque tiene pecado. Y si algún enfermo va a una supuesta “reunión de sanidades”, pero sale sin ser sanado, explican que es porque no tenía fe. El fallo lo ponen en el lado del enfermo, no en el del que pretendía sanarlo, lo cual es conveniente, supongo, pero no para el enfermo. Pero, ¿qué quieren decir las palabras: “fuimos nosotros curados”?
Si Dios lo dice, tiene que ser verdad; no nos cabe la más pequeña duda. Pero, sin dudar de Dios ni por un segundo, todavía caben las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Para entender esto correctamente, debemos consultar la Biblia en vez de ofrecer cada cual sus ideas como explicaciones.
La misma Palabra de Dios hace referencia a Isaías 53:4-5 en Mateo 8:14-17. Allí vemos que el Señor Jesucristo sanó a la suegra de Pedro, “y cuando llegó la noche trajeron a él muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos”. No hizo ninguna reunión emocionante con música, con un discurso animado para estimular a la gente, etcétera, ni pasó la colecta. Simplemente y sin montar un espectáculo, el Señor sanó a los que fueron traídos a Él. Sanó a todos. No decía que algunos no podían ser sanados porque no tenían fe. Seguimos leyendo, y en el siguiente versículo, el Espíritu Santo explica: “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (v. 17). ¿Para qué sanó el Señor a estas personas? El versículo 17 comienza con las palabras de una explicación: “para que...” Esto no es comentario mío ni opinión mía ni punto de vista de nadie. Es lo que Dios dice, que cuando el Señor sanó así a la gente en Mateo 8, se cumplió lo dicho por el profeta Isaías. Se cumplió, antes de ir el Señor a la cruz. Isaías 53:4-5 se cumplió en la sanidad de las personas en Capernaum aquella noche.
Volviendo al texto de Isaías 53:5 y 1 Pedro 2:24, vamos a considerar otra respuesta de la Biblia a las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Amados, no es aconsejable saltar a conclusiones precipitadas. Cuando el Señor Jesús dijo que si destruyesen el templo Él lo levantaría en tres días, ellos pensaban que hablaba del edificio del templo en Jerusalén, pero hablaba de Su cuerpo (Jn. 2:19-21). Los judíos se equivocaron en su manera de entender al Señor, y nosotros también podemos cometer este error si no llevamos cuidado. Luego, en Juan 21:22-23 leemos esto: “Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” Aun los discípulos del Señor pudieron equivocarse en su manera de entender las palabras del Señor. Aunque sinceros, interpretaron mal las palabras del Señor a Pedro, y dedujeron que el apóstol Juan no iba a morir, pero no fue así. Otra vez vemos que es importante entender la Palabra de Dios en su contexto y sentido correcto, y debemos aplicar esta lección a estos dos textos acerca de la sanidad.
Primero, recordemos que en Isaías 1, Dios describe la condición espiritual de Israel y de todo ser humano por naturaleza como una enfermedad. Usa la figura de la enfermedad para ilustrar la condición espiritual. “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is. 1:4-6). En el versículo 4 Dios dice claramente que está hablando de la maldad, malignidad y depravación del pueblo. Son palabras que describen su condición espiritual, y esta condición provocaba a ira al Señor y demandaba el castigo. La cabeza enferma y el corazón doliente no describen una condición física. Toda Israel no estaba físicamente enfermo de cabeza y de corazón. Los hinchazones y las llagas desde la cabeza hasta la planta del pie no describen una plaga o lepra física en toda la nación, sino su condición espiritual. Dios está diciendo al pueblo que está espiritualmente mal, de la cabeza hasta los pies, por dentro y por fuera, cubierto e infestado por el pecado. ¿Cómo curará Dios estas llagas espirituales de pecado y rebelión? Isaías 53:5 da la respuesta: “por su llaga fuimos nosotros curados”. Cuando el Señor Jesucristo murió pornosotros en el Calvario, lo hizo para curarnos del mal del pecado, para lavarnos y limpiarnos espiritualmente. Los que arrepentidos confían en Él, pueden decir: “por su herida fuimos sanados”, porque Él nos lava de nuestros pecados con Su sangre (Ap. 1:5).
No debemos cometer el mismo tipo de error que los judíos y los discípulos del Señor, esto es, no debemos interpretar sincera pero equivocadamente Sus palabras y sacar de ellas algo que Él no quiso decir. El Señor nunca dijo que los creyentes no deben enfermar. No dijo que derramó Su sangre para quitar toda enfermedad y sufrimiento de los Suyos. Estas son conclusiones bien intencionadas pero equivocadas que se sacan de interpretar mal lo que Él dijo.
Segundo, considera que la Palabra de Dios afirma que el Señor lavó a los discípulos (Jn. 13:10), y que a todos nosotros nos ha lavado en Su sangre (Ap. 1:5). Obviamente, esto no quiere decir que los creyentes no tenemos que bañarnos más después de creer en el Señor. Y si alguno cree de otra manera, ¡debe alejarse de los demás porque trae problemas de olor e higiene! Sabemos que cuando el Señor decía “lavados” y “limpios” hablaba de nuestros pecados, no de bañarnos usando agua y jabón.
Tercero, el Señor dijo que si alguno viene a Él, no tendrá hambre ni sed jamás (Jn. 6:35). Pero, ¿quién es el creyente que, después de convertirse al Señor, no vuelve a comer ni beber por el resto de la vida? ¡No duraría mucho la vida así! Entendemos por el contexto que el Señor hablaba de la satisfacción espiritual que viene con la salvación. Él satisface nuestra hambre y sed espiritual. De la misma manera debemos entender la promesa de Isaías 53:5 que se afirma en 1 Pedro 2:24. El Señor murió en la cruz por nuestros pecados, para que encontráramos en Él el perdón y la limpieza del pecado, esto es, la sanidad espiritual. Antes estábamos totalmente enfermos con el pecado, pero gracias a Dios, ¡Cristo nos curó!
Pero todavía vivimos en un mundo muy imperfecto, caído y arruinado por el pecado. La muerte todavía espera a cada ser humano, a no ser que el Señor venga antes para arrebatarnos, pero aun así la gran mayoría de los creyentes pasan los portales de esplendor por medio de la muerte. La piadosa Dorcas enfermó y murió en Hechos 9:37. El fiel creyente Epafrodito estuvo enfermo y casi murió, a causa de su servicio abnegado (Fil. 2:26-27). Son ejemplos que representan lo que ha pasado a muchos otros creyentes, no por pecado ni por falta de fe.
Y un día, como Apocalipsis 21:1 dice: “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Cuando lleguemos al cielo, no antes, no habrá más dolor ni lágrimas. ¡Amén!

Carlos Tomás Knott

martes, 1 de septiembre de 2009

UN DILEMA EVANGÉLICO










Hay un problema curioso hoy en el mundo evangélico, y plantea preguntas muy serias a
la Iglesia y a cada creyente. En breve, el problema es el siguiente: un gran ejército de “ganadores de almas” ha sido movilizado en algunos sectores para alcanzar a la población para Cristo con campañas, cruzadas, etc. Indudablemente son sinceros, celosos, entusiastas y persuasivos. A favor suyo tenemos que decir que son enérgicos y no perezosos. Y es uno de los fenómenos de nuestra era, que han conseguido un número casi astronómico de conversiones. Hasta ahora, parece que todo está en el lado positivo.
Pero no es así, porque el problema es este: gran cantidad de estas conversiones no duran. El “fruto” no permanece. Seis meses después, no hay nada visible como buen resultado de tanto evangelización agresiva. La técnica del evangelio encapsulado ha producido partos malogrados.
¿Qué hay en la raíz de todo este procedimiento ilícito en nuestra evangelización? Aunque parezca raro, el problema empieza con un compromiso a predicar el puro evangelio de la gracia de Dios. Queremos preservar el mensaje en su forma más sencilla – sin la más pequeña sugerencia de que el hombre pueda merecer la vida eterna, porque la justificación es solamente por la fe, obras aparte. En esto estamos de acuerdo. Así que, el mensaje es: “sólo tienes que creer”.
Y de allí reducimos el mensaje a una fórmula concisa. Cuatro leyes o pasos, una oración, y ¡ya está! Por ejemplo, la evangelización se suele reducir a unas pocas preguntas y respuestas, como en el siguiente ejemplo:
—¿Crees que eres un pecador?
—Sí.
—¿Crees que Cristo murió por los pecadores?
—Sí.
—¿Le recibirás como tu Salvador?
—Sí.
—Entonces, ¡eres salvo!
—¿Sí?
—¡Sí! ¡La Biblia dice que tú eres salvo!

A primera vista, el método y el mensaje pueden parecer estar fuera del alcance de la crítica. Pero al mirarlo más detenidamente estamos obligados a volverlo a pensar, y concluimos que así hemos simplificado demasiado el evangelio. En el ejemplo dado la persona sólo tiene que decir “sí” tres o cuatro veces para ser considerada creyente, ¡aunque tal vez ni siquiera entiende el evangelio!
El primer defecto es la falta de énfasis en el arrepentimiento. No puede haber ninguna verdadera conversión sin convicción del pecado y verdadero arrepentimiento. Una cosa es estar de acuerdo que soy un pecador, y totalmente otra cosa es experimentar el ministerio convencedor del Espíritu Santo que me deja convicto del pecado en mi vida personal. Si no tengo del Espíritu Santo la convicción de mi estado completamente perdido, nunca podré ejercer fe salvadora. Es inútil decirles a los pecadores que “sólo tienen que creer en Jesús”, porque aquel mensaje es únicamente para los que tienen convicción de su pecado y saben que están perdidos. Endulzamos erróneamente el evangelio al quitar el énfasis en la condición pecaminosa y caída del ser humano. Con este tipo de mensaje debilitado que sólo dice cosas como: “Dios es amor”, la gente recibe la Palabra con gozo y no con la debida contrición de corazón. Por esto no tiene raíces profundas, y aunque dure un poco, pronto llega a abandonar su profesión de fe al surgir la persecución o las dificultades (Mt.13:21). Sólo es cuestión de tiempo. Hemos olvidado que el mensaje divino, a judíos y a gentiles, es arrepentimiento hacia Dios y fe en Nuestro Señor Jesucristo (Hch. 20:21).
El segundo defecto serio es la falta de énfasis en el señorío de Cristo. Un mero asentimiento intelectual, ligero y alegre de que Jesús es el Salvador, no es suficiente. Jesucristo es Señor primero, y entonces también es Salvador. Pero el Nuevo Testamento siempre le presenta como Señor antes que Salvador (2 P. 1:11; 2:20; 3:2). ¿Presentamos las implicaciones de Su señorío a la gente cuando evangelizamos? Él siempre lo hacía.
La tercera mácula en este tipo de mensaje es nuestra tendencia a esconder los términos que presenta el Señor respecto al discipulado, hasta que obtengamos una “decisión” hecha a favor de Jesús. Pero nuestro Señor nunca hacía esto. Su mensaje que anunciaba incluía la cruz, y no solamente la corona. “Él nunca escondió sus cicatrices para ganar seguidores”. Revelaba lo peor junto con lo mejor, y luego decía a Sus oyentes que calculasen los gastos. En cambio, nosotros somos culpables de popularizar el mensaje y prometerle a la gente diversión.
El resultado de todo esto es que hay personas en nuestras iglesias que “creen” y son sinceros, pero sin saber qué es lo que creen. En la mayoría de los casos, no tienen ninguna base doctrinal en la cual pueden basar su decisión. No saben las implicaciones del compromiso con Cristo. Tales personas nunca han experimentado la obra misteriosa y milagrosa de la regeneración del Espíritu Santo.
Y también hay otras que por la técnica astuta (como de los hábiles vendedores) han sido presionadas para hacer una profesión de fe, y han respondido diciendo que “sí”. También hay quienes quieren dar placer al joven (evangelista) tan amigable que sonríe tanto. Además, hay los cuyo deseo es solamente salir de apuros, por lo que dicen: “Sí, acepto”, a sus parientes, amigos u otros. Seguramente Satanás se ríe cuando estas “conversiones”se anuncian a la iglesia con aires de triunfo.
Quisiera hacer unas preguntas que posiblemente nos guiarán a cambiar nuestra estrategia de evangelismo. La primera es: ¿Podemos, generalmente, esperar que alguien haga un compromiso inteligente, con Cristo la primera vez que oye el evangelio? Ciertamente hay el caso excepcional cuando alguien está preparado ya por el Espíritu Santo. Pero hablando generalmente, el proceso consiste en sembrar la semilla, regarla y luego, más tarde, recoger la siega. En nuestra manía por la conversión instantánea, nos hemos olvidado que la concepción, la gestación y el nacimiento no acontecen en el mismo día.
La segunda pregunta es: ¿Puede una presentación encapsulada del evangelio exponer bien un mensaje tan grande? Como uno que ha escrito varios folletos evangelísticos, confieso que aún tengo unas dudas e inquietudes al intentar reducir las Buenas Nuevas a cuatro hojas pequeñas. ¿No sería mejor dar a la gente una presentación más completa tal y como vemos en los Evangelios o en el Nuevo Testamento?
En tercer lugar: ¿Es realmente bíblica toda esta presión para que haya “decisiones”? ¿Dónde en el Nuevo Testamento fue la gente apresurada hasta hacer una profesión, a levantar la mano, hacer una oración, pasar al frente de la congregación, etc.? Justificamos nuestra práctica diciendo que si sólo uno de cada diez es genuino, vale la pena. Pero, ¿qué de los otros nueve, desilusionados, amargados, o quizá decepcionados y encaminados hacia el infierno por una falsa profesión?
Y tengo que preguntar esto: ¿Es precisa toda esta jactancia y reportajes sobre las conversiones? A lo mejor tú también te has encontrado con una persona que con toda seriedad habla de las diez personas que ella contactaba hoy y cómo todas ellas se han convertido. Un médico joven testificaba que cada vez que va a una ciudad nueva, busca en la guía telefónica las personas con su mismo apellido. Luego les visita una a una y les guía en los cuatro pasos de la salvación. “Maravillosamente”, cada uno abre su corazón a Jesús. No quiero dudar de la honestidad de tales cristianos, pero, ¿me equivoco en pensar que son un poco ingenuos? ¿Dónde está todas las personas que “se han salvado” así? Para nuestra vergüenza, no podemos encontrarles.
Todo esto significa que debemos volver a examinar muy seriamente nuestra forma de presentar el evangelio tan encapsulada, tan ligeramente. Debemos estar dispuestos a invertir el tiempo para enseñar el evangelio, poniendo un fundamento sólido de doctrina para que la fe tenga dónde reposar. Debemos enfatizar la necesidad del arrepentimiento, un cambio de sentido de 180 grados del pecado. Debemos insistir en las implicaciones prácticas del señorío de Cristo y en Sus condiciones de discipulado. El Señor busca discípulos, no “decisiones”. Tenemos la responsabilidad de hacer bien la obra, y explicar a las personas inconversas lo que realmente significa “creer”. Y debemos estar dispuestos a esperar para que el Espíritu Santo produzca una convicción genuina del pecado. Entonces debemos estar listos para ayudar a la persona a llegar a la fe salvadora en el Señor Jesucristo. Si hacemos esto, tendremos menos cifras astronómicas de las llamadas “conversiones”, pero más casos genuinos de renacimiento espiritual y fruto que permanece.
William MacDonald

traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott con permiso del autor