domingo, 12 de diciembre de 2010

Acostumbrándose a las Tinieblas

escribe Vance Havner

Tiempo atrás un amigo me llevó a un restaurante donde aparentemente aman las tinieblas más que la luz. Di un traspie al entrar en la caverna oscura, manejé con torpeza la silla al sentarme y dije que hacía falta una linterna para leer el menú. Cuando llegó la comida, la comí por fe y no por vista. Sin embargo, poco a poco comencé a distinguir las cosas algo mejor. Mi amigo comentó: “¿No es curioso cómo nos acostumbramos a las tinieblas?”
    Vivimos en las tinieblas. El capítulo final de esta época está dominado por el príncipe y las huestes de las tinieblas. Los seres humanos aman más las tinieblas que la luz porque sus obras son malas. La noche está avanzada; la negrura es más extensiva, excesiva y más densa justo antes del alba.
    No obstante, los primeros cristianos iluminaron el mundo porque la luz absoluta estaba en marcado contraste con las tinieblas absolutas. Los cristianos primitivos creían que el evangelio era la única esperanza del mundo, que sin él todos los hombres estaban perdidos y que todas las religiones eran falsas. Pero llegó el día cuando la Iglesia y el mundo mezclaron la luz con las tinieblas. La Iglesia se acostumbró a las tinieblas y durante siglos vivió inmersa en ella. Hoy en día, demasiados cristianos piensan que hay algo de tinieblas en nuestra luz y algo de luz en las tinieblas del mundo. Dudamos a medias de nuestro propio evangelio y creemos a medias en la religión de esta edad. Andamos sigilosamente en la oscuridad cuando deberíamos iluminar al mundo con la luz. Necesitamos sacar nuestras antorchas de debajo de las cestas y las camas, quitar las lentes de la transigencia, y dejar que nuestra luz brille en nuestros corazones, hogares, negicios, iglesias y comunidades, con aquella luz que brilla en el Salvador, las Escrituras y los santos.

Traducido con permiso de la revista “Uplook”

viernes, 16 de julio de 2010

Cuatro Cosas Crucificadas...


en la crucifixión de Cristo

El Viejo Hombre Crucificado. “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él” (Ro. 6:6). El verbo compuesto que se traduce “crucificado juntamente” significa ser crucificado en compañía de otros, como cuando los malhechores fueron crucificados con Cristo. El “viejo hombre” que fue crucificado con Cristo es la suma total de nuestra vieja vida egoísta.
Cuando los gabaonitas vinieron a Josué, vinieron con “sacos viejos...cueros viejos...zapatos viejos...vestidos viejos”. Todo ese lote de basura debía haberse quemado, pero tomaron a Josué de sorpresa. Ahora bien, nuestro “Josué” no se engañó: nuestras viejas costumbres formadas en el pecado no deben dominarnos más cuando las veamos en el Calvario.

Nuestro “Yo” Crucificado. “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gá. 2:20). Aquí de nuevo es co-crucifixión. Si se examina la ramita de una hoja muerta, se verá que el viejo canal de la savia está bloqueado por una barrera invisible al ojo natural. La planta cerró la puerta a la hoja del año pasado, condenándola a podrirse. Pronto se comienza a soltar de la rama, el viento la sacude, y se cae. Así también la cruz de Cristo cierra la vida del “yo”, y se torna una barrera entre él y nosotros cuando nos consideremos muertos con Cristo. No es auto-crucifixión sino crucifixión con Cristo; no es mortificarnos a nosotros mismos, sino creer que hemos muerto con Él en Su muerte.

La Carne Crucificada. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24). La carne denota el principio de vida en el hombre que está alejada de Dios, y es incurable e irreparablemente mala. De la manera en que la sangre de Cristo nos acerca a Dios, esta muerte mata aquello que nos hizo alejar de Él. Escojo poner en medio de la situación al Cristo que murió por me. Ante Él toda tentación huye.

El Mundo Crucificado. “El mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14). El mundo es el sistema del hombre por el cual la gente intenta estar feliz sin Dios – la religión, los placeres, la política y todo lo demás.
Somos crucificados al mundo y a todo lo que en él hay. Si quieres ver el mundo como es en realidad, ¡mira lo que hizo a nuestro Salvador! Leemos de la sabiduría degradante del mundo (1 Co. 1:21); el carácter malvado del mundo (Gá. 1:4), la corriente del mundo (Ef. 2:2), las tinieblas dominantes del mundo (Ef. 6:12), la oposición de la amistad del mundo (Stg. 4:4), la contaminación del mundo (2 P. 2:20) y la trinidad falsa de las cosas del mundo (1 Jn. 2:15). Deben ser a nosotros como cosas muertas; entonces nosotros también seremos como cosa muerta al mundo.
Seleccionado,
traducido de la revista UPLOOK, septiembre 2003

miércoles, 17 de marzo de 2010

CARTA A UNA HERMANA EN PELIGRO


Querida hermana:

¿Está usted buscando un esposo bueno y fiel? Hay dos señores que quieren facilitarle un esposo.
El primero se llama en Efesios 2:2 el “príncipe de la potestad del aire” Él tiene una familia grande y ellos se llaman los hijos de la desobediencia. Ellos no han obedecido al evangelio (ver 1 Pedro 4:17), y el apóstol Juan los llama “hijos del diablo” (1 Juan 3: 10). Una hija de Dios que se case con uno de éstos tendrá al diablo por suegro y le será imposible guardarle a él fuera del hogar. Pero el diablo es astuto, y él y los suyos pueden disfrazarse como ángeles de luz o ministros de justicia, con tal de engañar a un creyente y tenderle trampa. No han sido pocos los que han profesado ser creyentes para poderse casar con un creyente del cual estaban enamorados, por no decir encaprichados. Se bautizarán, irán a reuniones de iglesia, y harán casi lo que se les pida para “entrar en el círculo” y conseguir casarse con la persona que desean. Incluso se engañan a sí mismos, pensando que se han convertido cuando es todo una obra de teatro dirigido por los deseos carnales y por la mente del príncipe de la potestad del aire, el engañador maestro.
Algunos de los hijos de este príncipe de las tinieblas son de buen parecer, amables, decentes y educados, pero no hay luz en sus corazones. Son entenebrecidos y son llevados cautivos por el diablo a la voluntad de él. Cuando una joven que confiesa el nombre del Señor se rebela contra Su palabra: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6:14), ella se convierte en una hija de desobediencia y pone en tela de duda si es salva o no. El amor es ciego y Satanás emplea muchas artimañas para enredar a una dama en un compromiso. Es como una araña que amarra a una mosca en su tela.
El otro que le puede proveer un esposo se llama el Príncipe de la vida y paz. Desde el momento en que uno cree en Él como su Salvador, Él lleva el nombre de la tal persona sobre su corazón. Sus ojos están puestos en los suyos día y noche. Él es la fuente de toda bendición y felicidad. Tiene una familia grande y está llevando “muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2: 10). Es infinitamente sabio, nunca se ha equivocado, y es digno de toda nuestra confianza.
El sí sabe si usted debe casarse o no, y sabe cuándo y con quién se debe casar. Si usted debe casarse, lo cual sería el caso normal de la mayoría de las personas, el Señor sabe como nadie más con quién debe casarse. Pero hay que tener cuidado, no con el Señor, sino con algunos de Su casa que quieren hacer el trabajo de Él. Están dispuestos a arreglar parejas, y piensan que hacen un servicio, pero sus conocimientos no son infinitos, tampoco lo es su sabiduría, y como seres humanos puede equivocarse fácilmente. Por esto aconsejamos que esperes en el Señor, porque Él sabe lo mejor. Si es Su divina voluntad que te cases, Él y nadie más tiene el esposo idóneo para usted, y quiere que usted tenga un hogar donde Él sea honrado. Se contenta cuando sus hijos le obedecen, y dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Pero se aflige cuando sus hijos echan por detrás de la espalda Su Palabra y obedecen a otras voces, a las de seres humanos que operan en una esfera que no les corresponde, a la voz de sus pasiones, o la voz de Satanás. Cualquiera de estas voces puede sacarle a un creyente de la voluntad de Dios que es buena, perfecta y agradable como ninguna otra (Ro. 12:1-2). Así se equivocó nuestra primera madre, Eva, y ella tuvo que llevar un castigo de dolor y lágrimas, es decir, tuvo que vivir con las consecuencias de su error y pecado.
Le aconsejó encarecidamente que se pare en el camino y pregunte por “el buen camino” (Jeremías 6:16). “Andad por él”, dijo Dios por el profeta, “y hallaréis descanso para vuestra alma”. No sea rebelde como aquellos de quienes habló él, que contestaron: “No andaremos”. Hable al Señor en oración en esta noche. Pida su perdón por rebeldía contra la Palabra de Dios, y busque su consejo, con la Biblia abierta. Pida fortaleza para evitar el desastre en su vida, y que el Señor le bendiga.

Nótese: Esta carta está igual de válida para el hermano en Cristo que busca esposa.


Adaptado de un artículo que apareció en la revista “Nuestra Santificación”, una compilación de escritos por S. J. Saword (1894-1988), publicado en Venezuela, 1999. Tomado de: CONGREGADOS EN MI NOMBRE, Año 2003, Nº 1.

sábado, 13 de febrero de 2010

¿FIN DE SEMANA?


Hasta en esta expresión se ve cómo el paganismo prevalece, porque se piensa que fin de semana es sábado y domingo, y en España los calendarios salen así, con lunes como el primer día de la semana y domingo como el último. Pero es un error. Domingo no es fin de semana; es principio. El fin semana es sábado o quizás viernes tarde y sábado. Pero claramente el Nuevo Testamento habla del día de la resurrección de Jesucristo como el primer día de la semana, el día después del sábado que era día de reposo (Mateo 28:1; Marcos 16:2; 16:9; Lucas 24:1; Juan 20:1; Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2. En estos últimos dos textos observamos también que la iglesia apostólica se reunía el primer día de la semana, no el séptimo día como alegan los "adventistas del séptimo día". El domingo no es la marca de la bestia como ellos alegan. Es el día de la resurrección de Cristo y el día de la reunión de Su iglesia para adorarle y aprender de Su Palabra. Es el PRIMER día de la semana, no el último, y pertenece al Señor, no a la chocolatería, el televisór, la cama, el campo ni la pista de deporte. Honremos al Señor en Su día, el primer día de la semana, y recordemos que este día no es nuestro para regalar a otros: es día del Señor. No dejemos que el mundo nos meta en su molde (Romanos 12:1-2).