lunes, 28 de septiembre de 2009

¿HAY SANIDAD EN LA CRUZ?


¿A quién le amarga un dulce, y a quién no le gusta la salud? La salud es una bendición de Dios, por la cual hay que estar agradecido. Lo que nos pasa a muchos es que no apreciamos la salud hasta que ella nos falte.
Pero algunos dicen que el creyente siempre debe tener buena salud. Citan Isaías 53:5, “y por su llaga fuimos nosotros curados” y 1 Pedro 2:24, “por cuya herida fuisteis sanados” y pretenden afirmar que el creyente tiene derecho a la salud, y que no debe enfermarse como otras personas. Llegan
a desestimar a todos los médicos, toda ciencia y medicina como inútiles, como pérdida de tiempo e incluso como pecado. Alegan que es cuestión de fe, que si tenemos suficiente fe, no tenemos que enfermar, y razonan que si un creyente está enfermo o herido es porque no tiene suficiente fe
o porque tiene pecado. Y si algún enfermo va a una supuesta “reunión de sanidades”, pero sale sin ser sanado, explican que es porque no tenía fe. El fallo lo ponen en el lado del enfermo, no en el del que pretendía sanarlo, lo cual es conveniente, supongo, pero no para el enfermo. Pero, ¿qué quieren decir las palabras: “fuimos nosotros curados”?
Si Dios lo dice, tiene que ser verdad; no nos cabe la más pequeña duda. Pero, sin dudar de Dios ni por un segundo, todavía caben las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Para entender esto correctamente, debemos consultar la Biblia en vez de ofrecer cada cual sus ideas como explicaciones.
La misma Palabra de Dios hace referencia a Isaías 53:4-5 en Mateo 8:14-17. Allí vemos que el Señor Jesucristo sanó a la suegra de Pedro, “y cuando llegó la noche trajeron a él muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos”. No hizo ninguna reunión emocionante con música, con un discurso animado para estimular a la gente, etcétera, ni pasó la colecta. Simplemente y sin montar un espectáculo, el Señor sanó a los que fueron traídos a Él. Sanó a todos. No decía que algunos no podían ser sanados porque no tenían fe. Seguimos leyendo, y en el siguiente versículo, el Espíritu Santo explica: “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (v. 17). ¿Para qué sanó el Señor a estas personas? El versículo 17 comienza con las palabras de una explicación: “para que...” Esto no es comentario mío ni opinión mía ni punto de vista de nadie. Es lo que Dios dice, que cuando el Señor sanó así a la gente en Mateo 8, se cumplió lo dicho por el profeta Isaías. Se cumplió, antes de ir el Señor a la cruz. Isaías 53:4-5 se cumplió en la sanidad de las personas en Capernaum aquella noche.
Volviendo al texto de Isaías 53:5 y 1 Pedro 2:24, vamos a considerar otra respuesta de la Biblia a las preguntas: “¿Cómo y de qué fuimos curados?” Amados, no es aconsejable saltar a conclusiones precipitadas. Cuando el Señor Jesús dijo que si destruyesen el templo Él lo levantaría en tres días, ellos pensaban que hablaba del edificio del templo en Jerusalén, pero hablaba de Su cuerpo (Jn. 2:19-21). Los judíos se equivocaron en su manera de entender al Señor, y nosotros también podemos cometer este error si no llevamos cuidado. Luego, en Juan 21:22-23 leemos esto: “Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” Aun los discípulos del Señor pudieron equivocarse en su manera de entender las palabras del Señor. Aunque sinceros, interpretaron mal las palabras del Señor a Pedro, y dedujeron que el apóstol Juan no iba a morir, pero no fue así. Otra vez vemos que es importante entender la Palabra de Dios en su contexto y sentido correcto, y debemos aplicar esta lección a estos dos textos acerca de la sanidad.
Primero, recordemos que en Isaías 1, Dios describe la condición espiritual de Israel y de todo ser humano por naturaleza como una enfermedad. Usa la figura de la enfermedad para ilustrar la condición espiritual. “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is. 1:4-6). En el versículo 4 Dios dice claramente que está hablando de la maldad, malignidad y depravación del pueblo. Son palabras que describen su condición espiritual, y esta condición provocaba a ira al Señor y demandaba el castigo. La cabeza enferma y el corazón doliente no describen una condición física. Toda Israel no estaba físicamente enfermo de cabeza y de corazón. Los hinchazones y las llagas desde la cabeza hasta la planta del pie no describen una plaga o lepra física en toda la nación, sino su condición espiritual. Dios está diciendo al pueblo que está espiritualmente mal, de la cabeza hasta los pies, por dentro y por fuera, cubierto e infestado por el pecado. ¿Cómo curará Dios estas llagas espirituales de pecado y rebelión? Isaías 53:5 da la respuesta: “por su llaga fuimos nosotros curados”. Cuando el Señor Jesucristo murió pornosotros en el Calvario, lo hizo para curarnos del mal del pecado, para lavarnos y limpiarnos espiritualmente. Los que arrepentidos confían en Él, pueden decir: “por su herida fuimos sanados”, porque Él nos lava de nuestros pecados con Su sangre (Ap. 1:5).
No debemos cometer el mismo tipo de error que los judíos y los discípulos del Señor, esto es, no debemos interpretar sincera pero equivocadamente Sus palabras y sacar de ellas algo que Él no quiso decir. El Señor nunca dijo que los creyentes no deben enfermar. No dijo que derramó Su sangre para quitar toda enfermedad y sufrimiento de los Suyos. Estas son conclusiones bien intencionadas pero equivocadas que se sacan de interpretar mal lo que Él dijo.
Segundo, considera que la Palabra de Dios afirma que el Señor lavó a los discípulos (Jn. 13:10), y que a todos nosotros nos ha lavado en Su sangre (Ap. 1:5). Obviamente, esto no quiere decir que los creyentes no tenemos que bañarnos más después de creer en el Señor. Y si alguno cree de otra manera, ¡debe alejarse de los demás porque trae problemas de olor e higiene! Sabemos que cuando el Señor decía “lavados” y “limpios” hablaba de nuestros pecados, no de bañarnos usando agua y jabón.
Tercero, el Señor dijo que si alguno viene a Él, no tendrá hambre ni sed jamás (Jn. 6:35). Pero, ¿quién es el creyente que, después de convertirse al Señor, no vuelve a comer ni beber por el resto de la vida? ¡No duraría mucho la vida así! Entendemos por el contexto que el Señor hablaba de la satisfacción espiritual que viene con la salvación. Él satisface nuestra hambre y sed espiritual. De la misma manera debemos entender la promesa de Isaías 53:5 que se afirma en 1 Pedro 2:24. El Señor murió en la cruz por nuestros pecados, para que encontráramos en Él el perdón y la limpieza del pecado, esto es, la sanidad espiritual. Antes estábamos totalmente enfermos con el pecado, pero gracias a Dios, ¡Cristo nos curó!
Pero todavía vivimos en un mundo muy imperfecto, caído y arruinado por el pecado. La muerte todavía espera a cada ser humano, a no ser que el Señor venga antes para arrebatarnos, pero aun así la gran mayoría de los creyentes pasan los portales de esplendor por medio de la muerte. La piadosa Dorcas enfermó y murió en Hechos 9:37. El fiel creyente Epafrodito estuvo enfermo y casi murió, a causa de su servicio abnegado (Fil. 2:26-27). Son ejemplos que representan lo que ha pasado a muchos otros creyentes, no por pecado ni por falta de fe.
Y un día, como Apocalipsis 21:1 dice: “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Cuando lleguemos al cielo, no antes, no habrá más dolor ni lágrimas. ¡Amén!

Carlos Tomás Knott

martes, 1 de septiembre de 2009

UN DILEMA EVANGÉLICO










Hay un problema curioso hoy en el mundo evangélico, y plantea preguntas muy serias a
la Iglesia y a cada creyente. En breve, el problema es el siguiente: un gran ejército de “ganadores de almas” ha sido movilizado en algunos sectores para alcanzar a la población para Cristo con campañas, cruzadas, etc. Indudablemente son sinceros, celosos, entusiastas y persuasivos. A favor suyo tenemos que decir que son enérgicos y no perezosos. Y es uno de los fenómenos de nuestra era, que han conseguido un número casi astronómico de conversiones. Hasta ahora, parece que todo está en el lado positivo.
Pero no es así, porque el problema es este: gran cantidad de estas conversiones no duran. El “fruto” no permanece. Seis meses después, no hay nada visible como buen resultado de tanto evangelización agresiva. La técnica del evangelio encapsulado ha producido partos malogrados.
¿Qué hay en la raíz de todo este procedimiento ilícito en nuestra evangelización? Aunque parezca raro, el problema empieza con un compromiso a predicar el puro evangelio de la gracia de Dios. Queremos preservar el mensaje en su forma más sencilla – sin la más pequeña sugerencia de que el hombre pueda merecer la vida eterna, porque la justificación es solamente por la fe, obras aparte. En esto estamos de acuerdo. Así que, el mensaje es: “sólo tienes que creer”.
Y de allí reducimos el mensaje a una fórmula concisa. Cuatro leyes o pasos, una oración, y ¡ya está! Por ejemplo, la evangelización se suele reducir a unas pocas preguntas y respuestas, como en el siguiente ejemplo:
—¿Crees que eres un pecador?
—Sí.
—¿Crees que Cristo murió por los pecadores?
—Sí.
—¿Le recibirás como tu Salvador?
—Sí.
—Entonces, ¡eres salvo!
—¿Sí?
—¡Sí! ¡La Biblia dice que tú eres salvo!

A primera vista, el método y el mensaje pueden parecer estar fuera del alcance de la crítica. Pero al mirarlo más detenidamente estamos obligados a volverlo a pensar, y concluimos que así hemos simplificado demasiado el evangelio. En el ejemplo dado la persona sólo tiene que decir “sí” tres o cuatro veces para ser considerada creyente, ¡aunque tal vez ni siquiera entiende el evangelio!
El primer defecto es la falta de énfasis en el arrepentimiento. No puede haber ninguna verdadera conversión sin convicción del pecado y verdadero arrepentimiento. Una cosa es estar de acuerdo que soy un pecador, y totalmente otra cosa es experimentar el ministerio convencedor del Espíritu Santo que me deja convicto del pecado en mi vida personal. Si no tengo del Espíritu Santo la convicción de mi estado completamente perdido, nunca podré ejercer fe salvadora. Es inútil decirles a los pecadores que “sólo tienen que creer en Jesús”, porque aquel mensaje es únicamente para los que tienen convicción de su pecado y saben que están perdidos. Endulzamos erróneamente el evangelio al quitar el énfasis en la condición pecaminosa y caída del ser humano. Con este tipo de mensaje debilitado que sólo dice cosas como: “Dios es amor”, la gente recibe la Palabra con gozo y no con la debida contrición de corazón. Por esto no tiene raíces profundas, y aunque dure un poco, pronto llega a abandonar su profesión de fe al surgir la persecución o las dificultades (Mt.13:21). Sólo es cuestión de tiempo. Hemos olvidado que el mensaje divino, a judíos y a gentiles, es arrepentimiento hacia Dios y fe en Nuestro Señor Jesucristo (Hch. 20:21).
El segundo defecto serio es la falta de énfasis en el señorío de Cristo. Un mero asentimiento intelectual, ligero y alegre de que Jesús es el Salvador, no es suficiente. Jesucristo es Señor primero, y entonces también es Salvador. Pero el Nuevo Testamento siempre le presenta como Señor antes que Salvador (2 P. 1:11; 2:20; 3:2). ¿Presentamos las implicaciones de Su señorío a la gente cuando evangelizamos? Él siempre lo hacía.
La tercera mácula en este tipo de mensaje es nuestra tendencia a esconder los términos que presenta el Señor respecto al discipulado, hasta que obtengamos una “decisión” hecha a favor de Jesús. Pero nuestro Señor nunca hacía esto. Su mensaje que anunciaba incluía la cruz, y no solamente la corona. “Él nunca escondió sus cicatrices para ganar seguidores”. Revelaba lo peor junto con lo mejor, y luego decía a Sus oyentes que calculasen los gastos. En cambio, nosotros somos culpables de popularizar el mensaje y prometerle a la gente diversión.
El resultado de todo esto es que hay personas en nuestras iglesias que “creen” y son sinceros, pero sin saber qué es lo que creen. En la mayoría de los casos, no tienen ninguna base doctrinal en la cual pueden basar su decisión. No saben las implicaciones del compromiso con Cristo. Tales personas nunca han experimentado la obra misteriosa y milagrosa de la regeneración del Espíritu Santo.
Y también hay otras que por la técnica astuta (como de los hábiles vendedores) han sido presionadas para hacer una profesión de fe, y han respondido diciendo que “sí”. También hay quienes quieren dar placer al joven (evangelista) tan amigable que sonríe tanto. Además, hay los cuyo deseo es solamente salir de apuros, por lo que dicen: “Sí, acepto”, a sus parientes, amigos u otros. Seguramente Satanás se ríe cuando estas “conversiones”se anuncian a la iglesia con aires de triunfo.
Quisiera hacer unas preguntas que posiblemente nos guiarán a cambiar nuestra estrategia de evangelismo. La primera es: ¿Podemos, generalmente, esperar que alguien haga un compromiso inteligente, con Cristo la primera vez que oye el evangelio? Ciertamente hay el caso excepcional cuando alguien está preparado ya por el Espíritu Santo. Pero hablando generalmente, el proceso consiste en sembrar la semilla, regarla y luego, más tarde, recoger la siega. En nuestra manía por la conversión instantánea, nos hemos olvidado que la concepción, la gestación y el nacimiento no acontecen en el mismo día.
La segunda pregunta es: ¿Puede una presentación encapsulada del evangelio exponer bien un mensaje tan grande? Como uno que ha escrito varios folletos evangelísticos, confieso que aún tengo unas dudas e inquietudes al intentar reducir las Buenas Nuevas a cuatro hojas pequeñas. ¿No sería mejor dar a la gente una presentación más completa tal y como vemos en los Evangelios o en el Nuevo Testamento?
En tercer lugar: ¿Es realmente bíblica toda esta presión para que haya “decisiones”? ¿Dónde en el Nuevo Testamento fue la gente apresurada hasta hacer una profesión, a levantar la mano, hacer una oración, pasar al frente de la congregación, etc.? Justificamos nuestra práctica diciendo que si sólo uno de cada diez es genuino, vale la pena. Pero, ¿qué de los otros nueve, desilusionados, amargados, o quizá decepcionados y encaminados hacia el infierno por una falsa profesión?
Y tengo que preguntar esto: ¿Es precisa toda esta jactancia y reportajes sobre las conversiones? A lo mejor tú también te has encontrado con una persona que con toda seriedad habla de las diez personas que ella contactaba hoy y cómo todas ellas se han convertido. Un médico joven testificaba que cada vez que va a una ciudad nueva, busca en la guía telefónica las personas con su mismo apellido. Luego les visita una a una y les guía en los cuatro pasos de la salvación. “Maravillosamente”, cada uno abre su corazón a Jesús. No quiero dudar de la honestidad de tales cristianos, pero, ¿me equivoco en pensar que son un poco ingenuos? ¿Dónde está todas las personas que “se han salvado” así? Para nuestra vergüenza, no podemos encontrarles.
Todo esto significa que debemos volver a examinar muy seriamente nuestra forma de presentar el evangelio tan encapsulada, tan ligeramente. Debemos estar dispuestos a invertir el tiempo para enseñar el evangelio, poniendo un fundamento sólido de doctrina para que la fe tenga dónde reposar. Debemos enfatizar la necesidad del arrepentimiento, un cambio de sentido de 180 grados del pecado. Debemos insistir en las implicaciones prácticas del señorío de Cristo y en Sus condiciones de discipulado. El Señor busca discípulos, no “decisiones”. Tenemos la responsabilidad de hacer bien la obra, y explicar a las personas inconversas lo que realmente significa “creer”. Y debemos estar dispuestos a esperar para que el Espíritu Santo produzca una convicción genuina del pecado. Entonces debemos estar listos para ayudar a la persona a llegar a la fe salvadora en el Señor Jesucristo. Si hacemos esto, tendremos menos cifras astronómicas de las llamadas “conversiones”, pero más casos genuinos de renacimiento espiritual y fruto que permanece.
William MacDonald

traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott con permiso del autor

martes, 4 de agosto de 2009

LA MUJER PIADOSA Y DISCRETA


Proverbios 11:22 dice: “Como anillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa que carece de discreción” (BAS).

Discreta se define así:
“tener o mostrar discernimiento o buen juicio en la conducta, y especialmente en el habla”.
Algunos sinónimos son: prudente, sensata, y modesta.

La mujer piadosa debe ser prudente y sensible en su manera de hablar. Hay casadas que no sólo influyen para mal a sus maridos (manipulándolos con comentarios en privado), sino que también arruinan iglesias porque no guardan sus lenguas. Alguien dijo: “Cuidado con la lengua – es un lugar resbaladizo donde es fácil caerse”. Es un buen consejo para todos. La discreción nos lleva a pensar en lo que es o no es apropiado decir, y somete nuestra lengua al control del Espíritu Santo. La mujer discreta debe desechar todo chismorreo, incluso lo que se suele compartir “para orar”– una excusa favorita. Es mejor guardar silencio que pecar con los labios. El Salmo 141:3-4 debe ser una oración diaria:
“Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites”.
La mujer discreta no domina la conversación; no es liviana, irreverente ni insana en su hablar. En compañía de otros no es una payasa ni coqueta, ni se comporta de ninguna manera que llame la atención sobre ella misma, especialmente con los hombres. Las solteras deben tener especial cuidado de no usar la conversación para coquetear ni para tener la atención de los solteros. El mundo enseña lo contrario, pero la mujer piadosa no es del mundo. Si ocurre algo gracioso o humorístico, la mujer discreta sabe reírse sin dar carcajadas o cacarear haciendo que todas las miradas se dirijan a ella. Sabe guardar silencio prudentemente cuando conviene, y no necesita divulgar sus opiniones y sentimientos. No es una habladora compulsiva. Ella recuerda que Dios estima el espíritu manso y apacible. Si es discreta reconoce qué conducta es apropiado para ella.
Si es verdaderamente una discípula del Señor, acepta la enseñanza de 1 Timoteo 2:9-10 para su propia vida:

“Asimismo que las mujeres se atavíen con ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.

Dios enseña acerca de “cosas externas” como la forma de vestir. Para la mujer que profesa piedad, no sirve cualquier cosa, ni se preocupa mucho por la moda. Claro que se preocupa por cosas como peinados, ropa, adornos y el comportamiento, porque el Señor habla de todas estas cosas en Su Palabra. Dice que el cabello largo de una mujer es su gloria (1 Co. 11:15). El oro, las perlas, los vestidos costosos, y los peinados de moda no son para ella, pues sabe que todo esto viene del mundo que es enemigo de Dios, y no corresponde a una mujer que profesa piedad. Las joyas, el maquillaje, el tinte de pelo, y toda esta clase de adornos externos para aumentar la atracción física o visual no son las preocupaciones de la mujer piadosa. Desafortunadamente la mundanalidad ha entrado en muchas congregaciones – es síntoma de los postreros tiempos – pero es un error. Algunos dicen que todo esto es mera ocupación con lo externo, y se les olvida que es Dios quien se tomó la molestia de dar instrucciones así en Su Palabra. El decoro, el pudor, la modestia y la sencillez en el porte y el vestir deben marcar la mujer que profesa ser creyente.
La mujer discreta se da cuenta de ciertas cosas. Primero, reconoce que es inconsistente moral y espiritualmente que una mujer que profesa ser creyente se adorne con joyas, y con vestidos y peinados costosos y ostentosos, porque el Señor Jesucristo, siendo rico se hizo pobre (2 Co. 8:9). Segundo, ya que quiere ser modesta y discreta, no desea que los hombres se recreen mirándola y pensando en lo atractiva que es externamente. Aparte de la belleza natural dada por Dios, lo que el hombre espiritual aprecia es el carácter piadoso de la mujer, y su espiritualidad, que es lo que enfatiza el Señor. Tercero, ella quiere ser honesta consigo misma y con los demás – no quiere vivir de fachada. Por ejemplo, si su pelo no es rubio, ¿por qué teñirlo y hacerse pasar por rubia? ¿Por qué estar insatisfecha con el color que Dios ha elegido? Si no tiene los ojos azules, ¿por qué llevar lentes de contacto para cambiar de color? Si no tiene las pestañas largas, ni las uñas brillantes, ¿por qué pintarlas y hacer que parezcan algo que realmente no son? ¿No es esto es ser falsa? Debería preguntarse si es allí donde quiere que los demás se fijen, y si quiere que la gente piense que ella es alguien que realmente no es. La Biblia dice que la piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia.
La mujer discreta y sabia reconoce que la ropa modesta le conviene. No anda liada con la última moda. En cuanto a las solteras creyentes, hermanas, la discreción no es sólo para las casadas. No tenéis licencia de usar el modo de vestir para exponer el cuerpo ni llamar la atención a vosotras mismas ni agradar el ojo de los chicos. Recordad que Dios dio la ropa a los seres humanos para cubrir el cuerpo. Pensad: ¿Qué clase de hombre queréis, carnal o espiritual? ¿Queréis hacer que los hombres, al veros, os codicien más fácilmente? Esto no es el proceder de la mujer piadosa. ¿Les invitas a mirarte y pensar en ti? Así es el propósito muchas veces de la mujer del mundo, pero no agrada al Señor. Por ejemplo, las faldas con rajas, las blusas escotadas o parcialmente desabrochadas, o con tirantes para dejar expuestos los hombros y la espalda, y las telas transparentes son cosas que una mujer piadosa y discreta evita. La discreción le ayuda a evitar ropa ajustada y estilos llamativos, porque no quiere que su cuerpo sea la atracción. Su apariencia y comportamiento son una declaración de piedad y le separan de las mujeres del mundo. Y si Dios le ha dado hijas, la mujer piadosa y discreta se esfuerza para enseñarles sencillez, modestia y discreción en la ropa y en el comportamiento, y no es indulgente ni permisiva. El mundo enseña que hay que dejar a los jóvenes hacer lo que les parece. Pero la Biblia enseña otra cosa. La discreción y la piedad son de gran valor ante Dios, y deben ser practicadas y enseñadas en el hogar y en la iglesia. “Cuando la sabiduría entrare en tu corazón...la discreción te guardará” (Pr. 2:110-12).

lunes, 13 de julio de 2009

Pecar En Las Cosas Santas (Robar a Dios)

Levítico 5:15-16 dice así: “Cuando alguna persona cometiere falta, y pecare por yerro en las cosas santas de Jehová, traerá por su culpa a Jehová un carnero sin defecto de los rebaños, conforme a tu estimación en siclos de plata del siclo del santuario, en ofrenda por el pecado. Y pagará lo que hubiere defraudado de las cosas santas, y añadirá a ello la quinta parte, y lo dará al sacerdote; y el sacerdote hará expiación por él con el carnero del sacrificio por el pecado, y será perdonado”. Se trata de uno de los pecados por yerro o ignorancia. Observad que comienza diciendo: “cuando una persona cometiera falta, y pecare por yerro”. La ignorancia no exime de culpa, porque la medida del pecado no es nuestra conciencia sino Dios. Aunque hecho por ignorancia o equivocación, es cometer falta, es pecar, y es defraudar a Dios. Cuando Dios se ha tomado la molestia de revelar Su voluntad en un libro, la Biblia, tenemos la responsabilidad solemne de conocer todo lo que Dios ha dicho y de guardarlo y agradarle. Si bien un israelita que no tenía copia personal de la ley más fácilmente podía haber olvidado o descuidado algo, ¿qué excusa podemos ofrecer nosotros los que tenemos nuestros ejemplares personales de la Biblia para consultar a cualquier hora? Si ignoramos la Palabra de Dios somos más culpables que los de Israel. Pero, ¿cuánto tiempo diariamente pasamos leyendo, estudiando y meditando la Palabra de Dios? Ciertamente el descuido de ella es una falta, y nuestra ignorancia no tiene excusa. El Salmo 1 nos invita a la bienaventuranza de los que meditan en la ley de Dios día y noche y tienen su delicia en ella.
Ahora bien, en Levítico 5:15, esta frase: “las cosas santas de Jehová”, se refiere a todo lo que debiera ser dedicado al Señor y entregado a Él. Por ejemplo, en Levítico 22:14-15 leemos el caso del que “por yerro comiere cosa sagrada”. Levítico 27:28-34 dice que las cosas consagradas a Dios no deben ser vendidas: “todo lo consagrado será cosa santísima para Jehová” (v. 28). El versículo 32 declara que todo diezmo es cosa consagrada a Jehová. El último ejemplo en el Antiguo Testamento de este pecado está en Malaquías 3:8-10 cuando el Señor reprende al pueblo por robarle en sus diezmos y ofrendas (v. 8), lo maldice (v. 9) y manda (v. 10) “traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa”.
Al hablar de cosas santas o cosas consagradas a Jehová, en primer lugar, no se trata aquí de ofrendas voluntarias, sino cosas debidas, como una deuda, la parte que pertenece a Dios. Luego si uno quería ofrendar, su ofrenda venía de lo que le había quedado después de diezmar y dar las primicias. Según Tatford en su comentario sobre Malaquías, los diezmos eran comprendidos de la siguiente manera:

1. El diezmo del campo y las primicias de los rebaños cada año.
Dt. 14:22-23 “el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados”
2. Las porciones de Jehová (y de los levitas) en los sacrificios.
Lv. 6:16; 7:14; 32-34, Dt. 18:3-4
3. El diezmo de la tierra y de los ganados, después de las primicias.
Lv. 27:30-32
4. Los levitas pagaron el diezmo en ofrenda mecida delante de Jehová.
Nm. 18:26-28
5. Cada tres años debieron sacar el diezmo de todos sus productos de este año, y guardarlo en sus ciudades para el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que moraban en Israel.
Dt. 14:28-29

* Algunos consideran Dt. 12:17-19 como otro diezmo distinto, pero probablemente es una repetición de otras instrucciones.
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En Números 18:8-24 leemos que Dios dio el diezmo a los levitas para sostenerlos. Ellos como siervos de Dios no tenían heredad en Israel como el resto de las tribus. Se dedicaron al servicio de Dios en el tabernáculo y el templo, y enseñaron la ley de Dios al pueblo. Dios instituyó el sistema de diezmos, primicias y ofrendas de manera que proveyera para ellos. En pocas palabras, funcionó así: cuando el pueblo traía todos los diezmos y las primicias a Dios, había alimento en su casa. Además, los sacerdotes y levitas comían parte de las ofrendas voluntarias: las oblaciones (de pan) y las ofrendas de paz. Pero si el pueblo no cumplía lo que Dios mandó respecto a diezmos y ofrendas, no honraba a Dios ni había alimentos para sostener a Sus ministros los sacerdotes y levitas. Así que, Dios mandó repetidas veces que Israel tuviera cuidado de no desamparar a los levitas (Dt. 12:19; 14:27). En cierto sentido los diezmos y ofrendas eran indicio de la salud espiritual del pueblo. Cuando el pueblo estaba espiritualmente sensible y ejercitado en la piedad, presentaba diezmos y ofrendas a Dios, y cuando el pueblo estaba espiritualmente desviado, frío o rebelde, menguaban los diezmos y ofrendas.
Siglos después, bajo Nehemías, cuando reedificaron la ciudad, hubo avivamiento espiritual y prometieron traer los diezmos (Neh. 10:35-39), pero cuando Nehemías volvió a visitarles descubrió que habían desamparado a los levitas y la casa del Señor (Neh. 13:5, 10-12). En la cámara para almacenar los diezmos, había entrado Tobías su enemigo para vivir, y los levitas habían huido cada uno a su heredad (Neh. 13:6-14). Él reprendió a los oficiales, echó fuera los enseres de Tobías, mandó limpiar la cámara, recogió a los levitas, y Judá trajo nuevamente los diezmos. Así quedó rectificado el error de abandonar la casa de Dios. Pero vemos que los judíos volvieron a cometer este pecado de abandonar la casa y la obra del Señor, porque corriendo el tiempo, vino Malaquías, enviado por Jehová, y acusó a Israel de robar a Dios en diezmos y ofrendas. En Malaquías 3:10 la exhortación fue: “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa”.
Tatford comenta así acerca del pecado en las cosas santas, que no es otra cosa que robar a Dios:
“Una condenación similar podría ser pronunciada sobre el pueblo de Dios en nuestros tiempos. Con respecto a las posesiones materiales, Dios está siendo defraudado. Ya no hay ejercicio de corazón acerca de diezmar de lo que uno gana, sino una presunción de que los requisitos de la ley han sido anulados y ya no se aplican – ¡como si ofrendar a Dios bajo la gracia pudiera ser menos que lo que fue bajo la ley! Además, en cuanto a lo de ofrendarle nuestro tiempo, talentos, habilidades y servicio, ¡cuán pocos podrían demostrar que no son culpables! La palabra divina sigue igual: “Me habéis robado”.”1

Aunque se por yerro o ignorancia, es una falta, un pecado y un fraude cuando no honremos a Dios con lo primero y lo mejor, cuando nuestra ofrenda es insuficiente para cubrir siquiera las necesidades básicas del servicio de “su casa” (la iglesia – 1 Ti. 3:15). Hermanos, Dios no puede bendecir a Su pueblo cuando el pueblo le desprecia y le deshonra con sus actitudes y con lo material. El profeta Hageo denunció a los que edificaron sus casas y descuidaron la casa del Señor. Podríamos decir que pecaron en las cosas santas. Proverbios 3:9 dice: “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”. Aunque no vivimos bajo la ley ni se nos requieren el pago de los diezmos como con Israel, los principios dados en el Antiguo Testamento todavía son vigentes. Debemos ofrendar no de cualquier manera, sino de manera que honra a Dios. Debemos darle las primicias, esto es, lo primero y lo mejor. Traigamos nuestras ofrendas al lugar donde se reúne la asamblea en Su Nombre, y ofrendemos allí.
Como Dios ordenó que los levitas comiesen de los diezmos, las primicias y las ofrendas, recordemos que en el Nuevo Testamento Dios ordenó que “los que anuncian el evangelio, vivan del evangelio” (1 Co. 9:14). Pero a nosotros también se nos tendría que decir en algunos casos: “traed todos los diezmos”, esto es, dejemos de robar a Dios de lo que es Suyo y de traerle ofrendas inferiores. Dios no puede bendecir a un pueblo que le deshonra ofreciéndole lo que sobra en lugar de lo primero y lo mejor. No podemos honrar a Dios permitiendo que falte alimento en Su casa.
Consideremos un ejemplo práctico. Cuando los hermanos de una asamblea dan la diestra de comunión a un hombre o una pareja para que vaya a predicar el evangelio y hacer obra misionera, y luego retienen el apoyo que podrían dar, están robando a Dios. No sirve absolutamente de nada decir: "no son obreros encomendados", porque es vana palabrería. Si la asamblea los permitió ir con bendición, para servir a Cristo, abrir brecha, predicar el evangelio, hay que pensar en su apoyo, pues es la obra de Dios. De otro modo estará cometiendo el error (por no decir pecado), de decir: "calentaos y saciaos" sin darles las cosas que son necesarias para el cuerpo (Stg. 2:16). Santiago pregunta: "¿De qué aprovecha?"
La respuesta es obvia: "NADA". ¿De qué aprovecha enviar a hermanos a la obra y luego dejarles destituidos en la obra cuando podríamos enviarles apoyo y cuidarles? No sirve de nada. Es peor, servirá para nuestra condenación si robamos así a Dios. Y hermanos, no es que no haya nada que ofrendar, es que descuidan a los siervos y la obra de Dios. Es como en los tiempos de Malaquías cuando el pueblo descuidadaba y despreciaba la obra del Señor. Dios no puede bendecir a un pueblo que obra así. Él maldijo en Malaquías a los que le habían robado. Pensémoslo seriamente, porque Dios puede quitar el candelereo de una iglesia o de unas iglesias.
Conviene que preguntemos como el hermano William MacDonald: “¿Debe un creyente bajo la gracia ofrendar a Dios menos que un judío bajo la ley?” Examinemos nuestras prácticas, para que no seamos dadores quejosos, sino alegres y generosos, y sobre todo que no robemos más a Dios. No pequemos más en las cosas santas de Jehová. Y donde ha habido este pecado, hay que arrepentirse y manifestar frutos de arrepentimiento. No hay lugar para ladrones en las iglesias.


Carlos Tomás Knott

1. F. A. Tatdord, “Prophet of the Reformation” (“Profeta de la Reforma”), 1972, Prophetic Witness Publishing House, págs. 68-69.

LA POLITICA

William MacDonald

Pensemos ahora en el mundo de la política. Con frecuencia escuchamos a algunos repetir cual loros este su refrán gastado: “Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombre buenos no hagan nada”. El problema es que es su refrán es una opinión mundana, no una revelación divina. A menudo se suele recordar que José, Moisés y Daniel estaban involucrados en la política. En realidad, José y Daniel eran siervos civiles, no hombres que ocupasen el poder. Y Moisés era una espina clavada en el costado de la institución política de Egipto.
¿Qué dice el testimonio de la Escritura al respecto?
El Señor Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (Jn. 18:36).
Pablo dijo: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida” (2 Ti. 2:4).
Juan dijo: “El mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
El ejemplo del Señor Jesús es contrario a la participación política. Su relación en cuanto al establecimiento era adversa. Los apóstoles no recurrieron a la política. Sus órdenes consistían en ir por todo el mundo y predicar el evangelio.
La ciudadanía principal del cristiano es celestial (Fil. 3:20). Su deber para con el gobierno terrenal es pagar, orar y obedecer. No se involucra en movimientos políticos.
El propósito de Dios en la actualidad no es una reforma política, sino tomar de entre las naciones un pueblo para Su Nombre (Hch. 15:14). La pregunta es, ¿vamos a seguir Su plan?
El problema básico del mundo es el pecado, y tan sólo el evangelio tiene poder eficaz para tratarlo. El método que Dios emplea es espiritual: el nuevo nacimiento.
La política es corrupta por naturaleza. Si participo, colaboro, le entrego un voto de confianza, y tal confianza es completamente injustificada. Ya lleva cientos de años intentando demostrar su eficacia, ¿y cuál ha sido el resultado?
El registro de los cristianos que se han involucrado en la política no es nada bueno. Sufren una pérdida de poder espiritual. William Kelly dijo: “Cuando los cristianos se enredan con el gobierno del mundo, tan sólo logran deshonrar para el nombre de Cristo y vergüenza para sí mismos. Ahora son llamados a sufrir con Cristo; después reinarán con Él. Ni aun Él ha tomado todavía Su gran poder para reinar”.
Todavía no ha llegado el tiempo en que los creyentes hayan de reinar. Será cuando Cristo vuelva como Rey de reyes y Señor de señores. Pablo corrigió a los corintios por comportarse como si ya estuviesen reinando. Él mismo deseaba que estuviesen reinando ya, para poder él también, junto con los demás apóstoles, reinar con ellos. Pero mientras que los corintios estaban, de modo figurado, coronados y sentados en el anfiteatro, los apóstoles eran como hombres en la arena, condenados a muerte, un espectáculo al mundo, y considerados como la escoria del mundo (1 Co. 4:8-13).
Es falsa la esperanza de pensar que las condiciones de este mundo se van a arreglar o mejorar (1 Ti. 4:1-3; 2 Ti. 3:1-5). Tanto la Biblia como las noticias de cada día refutan tal cosa.
El cristiano encuentra poder al separarse del mundo (2 Co. 6:17). Nunca podremos moverlo si nosotros mismos formamos parte de él. Nuestro gran recurso es la oración; podemos conseguir más por medio de la oración que todos los políticos juntos. Podemos ver transformaciones milagrosas en vidas humanas. Por medio de la oración podemos introducir a hombres y mujeres en el reino de Dios. La clave del poder en el mundo ya obra en nuestro poder. ¿Por qué trocar esto por un sistema político arruinado?
de su libro: MUNDOS OPUESTOS

jueves, 26 de marzo de 2009


¿Choque Cultural En El Rapto?

R.E. Harlow

El término “choque cultural” describe la sorpresa y dificultad que siente el misionero al tener contacto con personas en un país distinto al suyo. A los misioneros prospectivos se les recomienda que aprendan de antemano algo de la cultura del país a dónde van.
Todos los creyentes irán al cielo cuando venga el Señor. La resurrección de Cristo garantiza Su venida a por los Suyos. Debemos saber algo de las condiciones allí y considerar cómo son diferentes a nuestro estilo de vida corriente.

1. No habrá dolor, fatiga ni debilidad en el nuevo cuerpo. Esto será un cambio dichoso para muchos.

2. No habrá lazos familiares. Tampoco habrá matrimonio ni bodas.

3. No habrá las distinciones sociales, económicas y étnicas que prevalecen tanto hoy en día; ni lujo ni pobreza; y no habrá deporte.


4. Sin embargo, habrá otras distinciones muy grandes en el cielo. Algunos recibirán coronas, y no todas las coronas son iguales. La Biblia no enseña que todos los creyentes recibirán todas las coronas. Si los galardones vienen en base a servicio en sacrificio, quizá algunos misioneros destacarán más.


5. En el cielo el dinero no figurará; un contraste fundamental con nuestra cultura presente. Una posible cause de sorpresa y choque en el rapto será el cambió repentino de rango social: muchos que se pensaban pobres descubrirán que son ricos, porque hicieron tesoros en el cielo. Por contrapartida, otros que estaban acostumbrados a la afluencia podrán encontrarse allí sin nada.


6. Lo más importante es que en el cielo Cristo será central y supremo. Esto será un choque para los creyentes egoístas. La alabanza y la adoración llenarán nuestras bocas y nuestros días. Debemos prepararnos para esto, viviendo para Él y cediéndole el lugar supremo en nuestros corazones y vidas.


Por un lado, por la sangre de Cristo nos ha preparado para ir al cielo, gracias a Dios, pero por el otro lado, debemos prepararnos para vivir allí, meditando en la Palabra de Dios y viviendo según los valores celestiales que ella enseña. Los creyentes somos ciudadanos del cielo, pero, amigo, ¿estás realmente preparado para el rapto?


traducido de la revista Missions (“Missiones”) por Carlos Tomás Knott

martes, 10 de marzo de 2009

A DIOS LE IMPORTA NUESTRA FORMA DE VESTIR

“Londres recibe sus modas directamente de París,
y París las recibe directamente del infierno”.

Charles H. Spurgeon

1 Timoteo 2:9-10 “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan la piedad”.

"Ropa modesta", en este pasaje, no se refiere a una característica de la ropa, sino a un tipo específico de ropa. “Katastole” es la palabra griega (καταστολη) que es traducida: “ropa decorosa”. Entonces, la norma bíblica para vestirse es una prenda larga y suelta, para no revelar los contornos de una mujer que son destinados exclusivamente para los ojos de su esposo. ¿Qué clase de ropa incluye esto?
Primeramente, no incluye pantalones como ropa femenina. Algunas iglesias y escuelas permiten a las mujeres usar pantalones para deportes y actividades para decir que es más modesto que un vestido o una falda, pero no hay nada de modesto en los pantalones. No hay manera de estrechar la enseñanza bíblica de “una prenda de vestir larga y suelta” para que incluya pantalones. Quizás sean largos, pero no modestos. El cuerpo de una mujer no está completamente tapado con unos pantalones, es solamente desplegado en otro color. Toda la anatomía debe ser discretamente cubierta por un KATASTOLE; los muslos y las curvas son especialmente enfatizados por los pantalones.
Una amiga mía me dijo que su decisión de limitar su ropa a vestidos y faldas fue el resultado de una conversación en un grupo de mujeres. Todos los argumentos y razones eran en vano hasta que una señora dijo: “Permítanme demostrarles algo”. Pidió a las mujeres que cerraran los ojos momentáneamente. Mostró un dibujo grande de una mujer con una falda y blusa atractivas. Pidió a las mujeres que abrieran sus ojos. Entonces preguntó: “¿Cuál es el punto central del dibujo?” “¿Dónde han fijado sus ojos naturalmente?” Las mujeres estuvieron de acuerdo que su ojos fueron primeramente atraídos hacia la cara de la mujer.
Pidió otra vez que cerraran los ojos. Cuando abrieron sus ojos vieron un cuadro grande de una mujer en blusa deportiva y pantalones vaqueros. Ella dijo: “Sean honestas consigo mismas y díganme: ¿Dónde fijaron sus ojos en el dibujo?” Muchas de las mujeres se sorprendieron al notar que la mayoría de los ojos fueron primeramente atraídos al área de las caderas y las curvas enfatizadas, antes de notar la cara de la mujer. Si esto ocurre con un grupo de mujeres, ¿cuánto más con un grupo de hombres? Para mi amiga, ésta fue toda la “evidencia” que necesitaba”.
Extracto de “¿Qué Vestirá?” por C. Corle

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“La vestidura SIEMPRE es una expresión exterior de la filosofía, actitud, cultura y creencias de una persona. Todos saben que “¡Yo me pongo los pantalones en mi casa!” es una expresión de AUTORIDAD.
La filosofía moderna que se ha promulgado en el occidente es que la mujer no tiene ningún límite de lo que ella pueda ponerse, porque no hay ningún límite de lo que ella pueda hacer. No se tiene que sujetar a su padre, ni a su marido, ni a nadie. Ella es “igual” al hombre, y por lo tanto, si quiere vestirse de ropa masculina, está en su derecho. Así es que el movimiento de la liberación femenina dio a luz al movimiento “unisex”.
Ahora, el hombre “unisex” es decepcionante. Uno pensaría que con este nombre, todos pudieran usar la ropa de todos. Pero no es así. El movimiento permite en la actualidad que la mujer use ropa masculina, pero no que el hombre use ropa femenina.
Nuestra contención es que la Biblia dice que la mujer no puede ponerse traje de hombre, ni que el hombre pueda ponerse ropa de mujer. Es obvio que el hombre no debe usar faldas, y que esto sería abominación a Dios. Que la mujer debe usar la ropa que es exclusivamente para mujeres: las faldas y los vestidos, y que el hombre debe usar ropa que sea exclusivamente para hombres: los pantalones.
Extracto de “¿Mundanalidad o santidad? – El mensaje de la vestidura”, por Steve Brogdon

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Mujeres que profesan piedad, ¿en bikinis?

¿Por qué los "cristianos" descuidan las instrucciones bíblicas acerca de cómo vestir cuando se van al río o a la playa? Me refiero a la costumbre de ponerse un "traje de baño", bañador o bikini para estar en la playa, ropa que frecuentemente es más inmodesta que su ropa interior. Un grupo de jóvenes se fueron a pasar el día en la playa. Algunas de las chicas llevaron bañador en la playa, enseñando casi todo. Pero al final del día, con cada uno en su casa, uno de los chicos recordó que había dejado algo en el vehículo, y llamó a la puerta de la casa para pedir las llaves. La hermana gritó de sorpresa y dijo que esperara, que ella no podía abrir la puerta porque estaba en el bañador. Esto al chico le hizo pensar: "Estaba todo el día en la playa en el bañador y siendo vista por todos nosotros, pero ¿ahora no puede abrir la puerta? ¿Qué hay de nuevo?" No tenía sentido. La verdad es que si es ropa inmodesta para contestar la puerta, tampoco se debe llevar en público. ¿Qué hace una mujer que profesa piedad poniéndose ropa inmodesta para bañarse en público? ¿A qué Escritura puede acudir para defender esta práctica moderna? ¡Ninguna!

viernes, 20 de febrero de 2009

LA TELEVISIÓN


¿Indiscutible para cristianos?

En nuestro mundo evangélico hay un silencio sospechoso sobre la cuestión “Cristiano y Televisión”. He observado que cuando surgió este medio de comunicación en blanco y negro, los verdaderos cristianos en general tomaron una posición clara en contra de él, sin considerar siquiera la calidad constructiva que tenía la tele entonces. Ellos querían impedir que un espíritu mundano se apoderara de sus familias. Los dos componentes Cristo y la tele en una misma casa lo consideraron completamente incompatibles.
Pero unos treinta años más tarde estas actitudes firmes ya no se encuentran entre nosotros salvo pocas excepciones. Hoy en día con frecuencia son llamados “extremistas y fanáticos” aquellos pocos que reprueban a un “medio de comunicación” que en pocos años se ha convertido en un instrumento poderoso de manipulaciones políticas y sociales, así como de escenas inmorales y desenfrenos excesivos.
El televisor es un aparato que se ríe del poder de la bomba atómica, pues es aún más peligroso. Es un “mundo mágico” que arremete contra las almas, las enreda con suaves mentiras, las paraliza, y las arrastra a los pies del “padre de la mentira” (Juan 8:44).
Es verdad que un televisor en sí no es nada malo, es neutral – SI NO ESTÁ ENCHUFADO. La pantalla gris, sin color ni voz, es absolutamente ingenua e inocente. Pero una vez puesta en marcha se convierte en una fuerza no física, capaz de mover a las multitudes cada vez un poco más lejos de Dios. Sin duda la televisión es un ladrón y un asesino de toda virtud y sobriedad que nos adornan. Es la mejor “lavadora de cerebros” con detergentes concentrados de todos los siglos. Es una ventana al corazón humano (Marcos 7:20-23), y a la vez una plataforma del diablo. Desde ahí vierte sus productos venenosos en las mentes tiernas de nuestros hijos ... y los padres no se dan cuenta de esto porque en gran parte el sano juicio ya les ha sido quitado.
¿Es todo esto una exageración y fanatismo? En ninguna manera. Hay un buen número de gentes importantes en nuestra civilización “moderna” que advierten seriamente del peligro real del consumo diario de la televisión. Hace unos cuatro años un hombre muy bien informado de nuestra ciudad afirmó que los directores de la TVE no tienen televisor en casa, porque saben bien los que es. Hay libros hasta en el mundo secular que dan señales de alarma a causa de este medio de manipulación.
¿Y los pastores evangélicos que predican sobre el texto en Santiago 4:4 que dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera pues, que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.”? ¿Tienen acaso ellos mismos este “mundo” y “altar familiar” en sus hogares, y dejan “pasar sus hijos por el fuego” como los incrédulos lo hacen? Levítico 18:21 y 20:2 ¡¡bien aplicado a nuestro tiempo!!
¿Es justo y aconsejable ceder la palabra al diablo “encantador” en nuestro hogar cristiano? ¿Se puede en la casa hacer discípulos a los hijos, mientras la tele echa a tierra lo que fue edificado? Difícilmente. En el hogar todo debería aportar para la edificación espiritual. Todavía hay muchos factores con influencias negativas en la calle, en colegios y entre amigos.
¿Pueden acaso haber dos antenas en la casa? ¿Una que recibe las ondas del aire (del “príncipe de la potestad del aire” Ef. 2:2), y otra que percibe la voz del “Buen Pastor”? Difícilmente. ¿Es posible servir a dos señores al mismo tiempo? Imposible. El Señor Jesús no dice que hay que servir al uno más que al otro, sino que excluye todo servicio al diablo. Más aún: Jesús dijo: “... o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.” (Lucas 16:13).
Querido hermano, conozco los argumentos que hablan en pro de la televisión. Los atribuyo al “dios de este mundo”, y no al Dios de los redimidos por la preciosa sangre de Jesús. Por la siguiente razón: Los “argumentos” de Dios valen más que meras opiniones. Deuteronomio 7:26 dice claramente: “Y no traerás cosa abominable a tu casa (!), para que no seas anatema. Del todo la aborrecerás y abominarás, porque es anatema.”
Este versículo se suele aplicar a las imágenes tales como “vírgenes” y crucifijos, y también a revistas sucias etc. Con toda razón. Pero, ¿no es mucho más peligrosa la televisión que una imagen de yeso o de plata? Por supuesto que sí. Israel como pueblo de Dios y apartado para El (Lev.20:24), siempre tenía que destruir las imágenes. Lo mismo debemos hacer hoy con las imágenes que se mueven en color y voz: Echarlas fuera, como dice el profeta: “Entonces profanarás la cubierta de tus ídolos de plata, y el ornato de tus imágenes fundidas de oro; los rechazarás como trapo asqueroso. ¡Fuera de aquí!, los dirás. Entonces dará el Señor lluvia a tu sementera ...” (Isaías 30:20-23).
Ezequiel 14:3 dice: “Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han colocado delante de su rostro lo que les hace caer en sus pecados. ¿Acaso he de ser consultado yo en modo alguno por ellos?” David dijo en Salmos 24:3-6 “...¿quién estará en su lugar santo? ... El que no ha llevado su alma a cosas vanas...”
Hermano, no frecuentes por tanto los “videoclubes”. Pasa por alto, ora por todos los que allí entran, los cautivos de sus ojos que desesperadamente buscan satisfacción.
¿Sabes que las dos cadenas de la Televisión Española son sólo el principio de numerosas cadenas más con las cuales Satanás quiere atar a sus marionetas?
La iglesia del Señor Jesús debe ser pura y hermosa y bien preparada para el Novio Celestial. El tiempo es muy corto. Lee la Biblia diariamente, y lee varios capítulos. Dios te dará su VISIÓN sin TELE.
¿Y el Evangelio proclamado por la tele? Hay que ver por lo menos tres cosas al respecto:
a) Esto no justifica ni santifica la colocación de un televisor en casa.
b) Los apóstoles evangelizaron sin este medio, y aún más eficazmente.
c) La predicación del Evangelio se debe escuchar, y no necesariamente “ver”. Uno de los medios más poderosos para la proclamación de las Buenas Nuevas es la radio que va sin “imágenes”. No olvidemos el medio mejor: Nuestra vida, nuestro testimonio, las predicaciones, las visitas, la literatura etc.
Yo se que estas palabras pueden ser objeto de disputas, o causar choques y enfados. Derrumbar ídolos en el pueblo de Dios siempre ha sido algo peligroso. Sin embargo es una necesidad que nos enseña la Biblia. Considéralo ante el Señor en oración.
Más referencias bíblicas al respecto: Job 11:14; Salmos 97:10; 101:3; 119:37; Proverbios 9:13-18; 19:27; Eclesiastés 10:5-7; 2ª Corintios 7:15-18; 2ª Tesalonicenses 2:11; 1ª Juan 2:15; 3:3; 5:21; Apocalipsis 3:17-20. Y por último: Romanos 12:2 no se puede hacer sin la obediencia al versículo primero.
El reformador Lutero dijo una vez: “No se puede evitar que los pájaros vuelen sobre nuestras cabezas, pero se puede impedir que pongan sus nidos encima.”
Peter Neuhaus A.
(Este artículo sólo es para creyentes)