domingo, 30 de julio de 2017

El Señor Es Nuestro Pastor

por C. H. MacKintosh

Es muy agradable a nuestro espíritu considerar el carácter del Señor Jesús como nuestro Pastor, en cualquiera de sus aspectos, ya sea como: “el buen pastor” (Jn. 10:11) dando su vida por las ovejas; “el gran pastor” (He. 13:20) saliendo de la tumba, habiendo ya – en la grandeza de su fortaleza – despojado a la muerte de su aguijón y al sepulcro de su victoria; o, como “el príncipe de los pastores” (1 P. 5:4), rodeado por todos sus pastores subordinados, quienes por amor a Su persona adorable, y por la gracia de Su espíritu, hayan vigilado y cuidado de la grey. De los cuales ceñirá las sienes con diademas de gloria. En todos los aspectos de la historia de nuestro Pastor divino, es muy agradable y edificante pensar en Él.
    Ciertamente, hay algo en el carácter de nuestro Señor como Pastor que se adapta de manera peculiar a nuestra condición actual. Por la gracia somos constituidos en “pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Sal. 95:7); y como a tales, precisamos de manera bien especial de un pastor. Como pecadores, culpables y arruinados, le necesitamos como el “Cordero de Dios” (Jn. 1:29, 36); su sangre expiatoria nos encuentra en aquel punto de nuestra historia y satisface nuestra urgente necesidad. Como adoradores, le necesitamos como al “gran sacerdote” (He. 10:21), cuyas vestiduras, la expresión comprensiva de sus atributos y requisitos, demuestran a nuestras almas de la manera más bendita cuán eficazmente Él se encarga de este oficio. Como ovejas, expuestas a peligros innumerables en nuestro peregrinaje a través del desierto oscuro en este día sombrío y tenebroso, verdaderamente podemos escuchar la voz de nuestro Pastor, cuya vara y cayado nos proporcionan la seguridad y estabilidad para poder caminar hacia el hogar celestial.
    Ahora bien, en estos siete versículos de Lucas cap. 15, hallamos al Pastor presentado a nosotros en un aspecto profundamente interesante con respecto a su obrar bondadoso: se ve aquí buscando la oveja perdida. La parábola tiene un significado especial debido al hecho de  que fue colocada juntamente con la segunda acerca de la dracma perdida y la tercera acerca del hijo pródigo, como argumento a favor de las acciones de Dios repletas de gracia, en pro de los pecadores. (Es una sola “parábola”). Dios, en la persona del Señor Jesús, había venido tan cerca del pecador, que el legalismo y el fariseísmo (representados por escribas y fariseos), se ofendieron por ello: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. Aquí residía la ofensa de que la gracia divina fue imputada en el tribunal del corazón legal y orgulloso del hombre que se reputa justo a sí mismo. Pero el recibir así a los pecadores era la misma gloria de Dios – Dios manifestado en carne – Dios había descendido a la tierra. Fue por eso que Él bajó a este mundo arruinado. No dejó su trono en los cielos para bajar en búsqueda de los justos, pues ¿por qué tendría que buscar a los tales? ¿Quién pensaría en buscar cosa alguna sino solamente lo que se había perdido? Con toda seguridad la misma presencia de Cristo en este mundo demostró que había venido en busca de algo, y además, que ese algo estaba perdido. “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvarlo que se había perdido” (Lc. 19:10). 
    El alma debería regocijarse en gran manera por el hecho de que fue como cosa perdida que provocó la gracia y la piedad del corazón del Pastor. Podemos preguntarnos qué fue lo impulsó el corazón de Jesús hacia nosotros, tal como somos; sí, podemos preguntárnoslo, pero solamente la eternidad nos descifrará la respuesta de este enigma. Podríamos preguntar al pastor de la parábola por qué pensaba más en aquella oveja solitaria y perdida que en las noventa y nueve restantes no perdidas. ¿Cuál sería su respuesta? — La oveja perdida es mía, es de gran valor para mí, y tengo que hallarla. Jesús podía ver – Él sólo – en un pecador desvalido, un objeto de valor para sí y por el cual se viera impelido a descender del trono de gloria del Padre para salvarlo.
C. H. MacKintosh, cap. 7 de su libro Escritos Miscelaneos I

sábado, 22 de julio de 2017

¡VAMOS A LA REUNIÓN!

Es hora de ir a la reunión. “A ver...llaves, teléfono móvil, Biblia. Vámonos”. Si eso es todo lo que haces para prepararte antes de empezar con un himno, ¡este artículo es para ti! Aunque la mayoría de los creyentes saben que la comunión de la iglesia supone mucho más que meramente llegar a tiempo y ocupar un asiento durante una hora, lo que es prepararse de verdad para la reunión está rápidamente volviéndose un arte perdido.
    Tres palabras servirán de ayuda para nuestra memoria:

    1.    Preparación
    2.    Examen
    3.    Reconciliación


    En cuanto a la preparación, considera las palabras del Señor en Éxodo 23:15. “Ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías”. Los adoradores en las reuniones anuales de Israel tenían que venir con una ofrenda. Ninguno podía presentarse sin más y pensar que había cumplido.
    ¿Hay largos silencios durante la Cena del Señor donde tú te reúnes? ¿Se vuelven a usar básicamente las mismas palabras semana tras semana? ¿Hay quienes ni siquiera tienen nada que decir? Sin duda esta pobreza se debe a la falta del ejercicio de la preparación. Si leyéramos y meditáramos regularmente la Palabra de Dios durante la semana, nuestros corazones automáticamente estarían llenos de material para presentar al Padre cuando nos reunimos. Los magos no compraron sus regalos en las tiendas de recuerdos en Jerusalén. Los trajeron del país donde vivían. ¿Qué traerás al Señor este domingo?
    En cuanto al examen, mirar lo que dice 1 Corintios 11:28. “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así...”  Hay cierta solemnidad en la participación de los símbolos que representan el cuerpo y la sangre de Cristo. Si pasamos la semana empapándonos del entretenimiento, el lenguage y la compañía  del mundo, y luego nos sentamos a partir el pan sin juzgarnos a nosotros mismos, estamos tratando con desprecio al Señor. Cuán solemne es arrodillarse ante el trono antes de ir a la reunión y pedir al Señor que nos muestre cualquier cosa en nuestras vidas que le entristezca, y confesarla y quitarla del medio. ¿Estás dispuesto a responder a la llamada ferviente de Pablo a examinarte regularmente antes de participar del pan y de la copa?
    En cuanto a la reconciliación, tenemos las palabras del Señor citadas en Mateo 5:23-24. “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”. Este hombre había preparado algo, pero le faltaba una cosa más. Quizás, examinándose, había recordado un arrebato de ira contra un hermano; o una palabra cruel precipitada que había escrito; o una deuda que no había pagado. Se daba cuenta de que a pesar de estar profesando por fuera que todo andaba bien entre él y su Señor, todo no andaba bien entre él y sus hermanos.
    ¿Hay algún sentimiento de antipatía entre tú y otro hermano? ¿Concluíste tu última conversación con alguien dando un portazo o colgándole el teléfono en ira? ¿Estarías dispuesto a pedir perdón y arreglar las cosas, aunque sientas que no eres del todo culpable? Es un precio difícil de pagar a cambio de una vida de adoración sin estorbo y una conciencia limpia – pero vale la pena. Vale mil veces la pena.
    ¿Estás preparado para la reunión?
– Michael Penfold, Bicester, Inglaterra, traducido de un viejo ejemplar de la revista Precious Seed (“Semilla Preciosa”)



La Gimnasía Intelectual


por Steve Hulshizer

“Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:22)

El testimonio bíblico acerca de los hombres es que a pesar de tener el conocimiento de Dios, cometieron el suicidio espiritual: “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador” (Ro.1:21-25). Aunque esos versículos hablan de algo que sucedió en el pasado, la verdad es que en el mundo de hoy sucede exactamente lo mismo. ¡Se suicidan espiritualmente! Realmente creen que el universo vino a existir mediante un “big bang” y que el ser humano, finito y pecaminoso, puede solucionar los problemas del mundo e introducir una nueva era de paz mundial. Pero la Biblia nos advierte claramente acerca de esto, diciendo: “...cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Ts. 5:3).
    Desafortunadamente la insensatez espiritual no se limita a los del mundo. Muchos de los que están en las iglesias evangélicas, aun en “las asambleas”, juegan a la gimnasia intelectual con las Escrituras. Son los que adoptan el rumbo mundano de nuestra época, o ignoran las Escrituras como si no tuvieran relevancia alguna, o las explican con sus propios razonamientos que las dejan sin poder. Se enfatiza la “libertad cristiana” hasta el extremo de usarla como excusa para disfrutar el mundo y todos sus placeres, e incluso introduce conceptos y prácticas del mundo en las iglesias bajo el concepto de consejos de “cómo mejor alcanzar a los del mundo”.
    Tal vez veamos más claramente esos gimnásticos intelectuales en la campaña feminista para la “igualdad de la mujer en la iglesia”. Muchos líderes de eminencia ya se han manifestado a favor de organizaciones como “Cristianos A Favor De La Igualdad Bíblica”, que promocionan enseñanzas y prácticas no bíblicas. Esta organización juega a la gimnasia intelectual con Gálatas 3:28 que dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. De ahí sacan la conclusión de que no hay cabeza en el matrimonio, la familia o la iglesia. Si fuera verdad, esto significaría no solamente que los hombres y las mujeres son iguales en el orden divino de gobierno, sino que también los niños son iguales con sus padres.  
    Esa organización lanzó dos páginas de publicidad en el número de Abril, 1990 de la revista Christianity Today (“El Cristianismo Hoy”) donde presentar sus puntos de vista. Destaca la enseñanza de que el liderazgo del hombre sobre la mujer fue resultado de la caída. Una simple lectura de 1 Timoteo 2:12-13 descubriría el fallo de esa enseñanza. Su publicidad decía que las mujeres deberían estar involucradas en “el cuidado pastoral, la enseñanza, la predicación y la adoración”. No es el propósito de este artículo dirigirse a todas esas enseñanzas falsas, sino sólo señalarlas y advertir que tales ideas entran en las asambleas mediante los seminarios, los pastores, los líderes de organizaciones paraeclesiales y las agencias de consulta para “iglesia-crecimiento”.  Sin apoyo bíblico organizan y emplean reuniones y retiros para mujeres, campamentos y retiros para jóvenes universitarios, etc. Lo más común entre todos los que creen así es el infame argumento cultural, que carece de apoyo y base bíblico. Son presuposiciones y predisposiciones traídas ya a la Biblia como unos lentes que distorsionan la vista y no permiten que uno simplemente haga lo que la Biblia dice. Usan argumentos complicados que dependen de un conocimiento extra-bíblico y se aprenden fuera de la Biblia, porque no están en ella. Ya que los ancianos de las iglesias no vigilan ni gobiernan lo que es enseñado en esas situaciones, ni asisten los ancianos para escuchar y si es necesario corregir,  la mala doctrina entra y comienza a obrar como levadura. O cambiando de figura, los que asisten a estos grupos u organizaciones y sus estudios salen con la mente y la actitud contaminadas.
    Quizás lo más espantoso sea que de más de doscientas personas que firmaron manifestando su acuerdo con las declaraciones de este grupo, aparecieron apellidos conocidos como: Bruce, Cole, Davids y Liefeld, que son evangélicos conocidos en las asambleas de Norte América e Inglaterra. Además aparecen otras “eminencias evangélicas” como Stuart Briscoe, Tony Campolo y Bill Hybels, para nombrar unos cuantos.
    Está claro que estos hombres y mujeres no usan bien la palabra de verdad (2 Ti. 2:15), por cuanto no hacen distinción entre la posición del creyente bajo la gracia de Dios, y el lugar o la función del cristiano bajo el gobierno de Dios. Su texto fundamental, Gálatas 3:28, se encuentra en una epístola que trata nuestra posición bajo la gracia de Dios, donde es absolutamente verdad que en Cristo todos somos iguales. No obstante, las Escrituras que tratan nuestro lugar o función como creyentes bajo el gobierno de Dios, nos enseñan que hay un orden que observar y seguir en el hogar y también en la iglesia. Este orden divino incluye papeles distintos para los hombres y las mujeres (1 Co. 11:3; 14:34-35; Ef. 5:22-25; 1 Ti. 2:11-14). [por ej. La mujer no debe enseñar]
    Tristemente, el mundo y ahora también un número creciente de iglesias descartan el orden que Dios estableció, llamando lo que hacen “progreso”, cuando realmente no es sino una señal clara del fracaso. Es el fracaso de los hombres respecto al liderazgo que debieran tomar, y el fracaso de las mujeres que ya no quieren cumplir las responsabilidades tan importantes que la Biblia les asigna. En estos postreros tiempos hay un precio que pagar por ser fiel a la Palabra de Dios cuando muchos llamados evangélicos se vuelven atrás y no se someten a ella (Ap. 3:8). Procuremos con diligencia presentarnos a Dios aprobados, no teniendo de qué avergonzarnos, usando bien la Palabra de verdad, y persistiendo en ella (2 Ti. 2:15; 3:14).
 traducido y adaptado con permiso de su artículo que apareció en MILK & HONEY (“Leche Y Miel”), en 1992

ESPERA


La Prueba De La Espera

    Vivimos en un mundo que la palabra “ahora” bien describe. ¡Queremos todo ahora! Tenemos restaurantes de comida rápida, cajeros automáticos en los bancos, ordenadores personales, email y chat y mensajes de texto instantáneos, y servicio de internet de alta velocidad. Y debido a estas conveniencias nos cuesta esperar.
    La impaciencia no se halla sólo en el mundo, sino también entre los del pueblo de Dios. Abraham y Sara vienen a la mente. Dios les había prometido un hijo, pero con el paso del tiempo se volvieron impacientes y tomaron las cosas en sus propias manos. Moisés intentó acelerar el horario de Dios, pero tuvo que esperar cuarenta años más para ser llamado por el Señor para sacar a Israel del cautiverio.
    A menudo la impaciencia es asociada con la juventud. Primeramente, ellos son los que más familiarizados están con el mundo de alta velocidad en que vivimos. A veces un joven puede pensar que debiera ser utilizado más en la asamblea o en algún ministerio, especialmente si ha recibido formación, pero los demás no ven las cosas de la misma manera. Algunos de los que pasan por esta situación simplemente se retiran, en lugar de tomar el lugar del siervo y esperar el desarrollo del plan del Señor. Es maravilloso considerar que el Hijo de Dios esperó treinta años antes de empezar Su ministerio público. Sin lugar a dudas, Él pasó Su tiempo de espera en completa paz, porque Él sabía que el tiempo de Su Padre siempre es perfecto.
    Cuando pensamos que los demás no nos tienen en consideración, quizá es porque estamos apurando el horario de Dios. Necesitamos ser pacientes como el Maestro, y continuar sirviendo humildemente a los demás, esperando pacientemente en el Señor. Su tiempo siempre es perfecto.

    “Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová” (Sal. 27:14).

                         Steve Hulshizer, de un viejo número de Milk & Honey ("Leche y Miel"). El hermano
Hulshizer es un anciano y obrero a tiempo completo en una asamblea en Pennsylvania, EE.UU.

La Fragmentación de la Iglesia Local



escribe W. H. Burnett

El Problema Presentado
    Uno de los problemas corrientes que afecta la vida de la iglesia local es la “fragmentación”. Nos referimos a lo que pasa cuando, por una variedad de razones, una asamblea se divide en pequeños grupos según sexo [reuniones de mujeres], edad [jóvenes] o localidad (barrio) para practicar las actividades de la iglesia local. Esta moda es un peligro para la iglesia, y una negación de la unidad del Cuerpo de Cristo como el Nuevo Testamento enseña. Además, en algunos casos, es un intento de circunnavegar o suprimir la enseñanza del Nuevo Testamento respecto a la conducta de hombres y mujeres en la Iglesia, ya que estos grupos no son considerados una “reunión de la iglesia”.

La Enseñanza Del Nuevo Testamento Respecto A La Unidad En La Iglesia Local

    El Nuevo Testamento enseña claramente que cada iglesia local debe ser una representación en miniatura del Cuerpo de Cristo en toda su unidad y diversidad (1 Co. 12). Como en el cuerpo humano, cada miembro tiene una función particular, pero su utilidad sólo se realiza en conjunto con los demás, y funciona en unidad para el bien estar del cuerpo. El apóstol Pablo escribió: “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:16). Es una extensión lógica de lo que el apóstol había enseñado antes en el capítulo, cuando escribió: “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;  un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;  un Señor, una fe, un bautismo,  un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:3-6).  La fragmentación en la iglesia, cualquiera que sea su forma, es una negación de la verdad presentada en estos versículos donde el apóstol trabaja para enseñar la “unidad” de todas las cosas conectadas con la Iglesia. De la misma manera, en Juan 17 el Señor Jesús constantemente enfatizaba la unidad de los creyentes: “...para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Jn. 17:22).  Disecar y desmembrar el Cuerpo es, bíblicamente hablando, un enigma. Fragmentar las reuniones de los santos tiene el efecto de desmembrar el Cuerpo de Cristo, y es salirse del ejemplo puesto por la Divinidad. Sólo puede conducir a un desastre.

La Protección Que Ofrece El Estar Juntos
 
    1 Corintios 14 nos presenta una vista de la operación de la iglesia primitiva local. Uno de los asuntos que le preocupaba era la integridad del ministerio de enseñanza, la importancia de tener a personas espiritualmente calificadas para dar la enseñanza y  juzgar la integridad de ella. En 1 Corintios 14:29 leemos: “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”. Aquí tenemos el secreto para prevenir la introducción de error en la iglesia. Cuando los profetas hablan, "los demás", esto es, “los otros” deben juzgar. Hay dos palabras para “otros” en el texto original; una significa “otros del mismo tipo”, y la otra significa “otros que son distintos”. La palabra empleada en el texto es la primera, y su significado es que cuando los profetas hablan, otros profetas [son varones] deben juzgar. Esto no puede tomar lugar en un grupo donde no hay está toda la iglesia ni hay control de la enseñanza. El escritor conoce a una asamblea que durante un tiempo experimentaba con pequeñas reuniones en casas [nota del traductor: repartidos los de la iglesia en varios grupos pequeños, a veces llamados "células"]. Un hermano que asistía a estas reuniones se le acercó y manifestó su preocupación, porque en uno de estos estudios habían concluido que al Señor Jesucristo le tenía que ser posible pecar, porque si no, no sería auténticamente humano. Es un grave error doctrinal, pero no había nadie presente para corregirlo. “Los demás” profetas no estaban presentes en la reunión. También hay casos cuando la fragmentación aprobada por los ancianos se les escapó de las manos y fracturó a la iglesia entera. Esto nos debe servir de aviso de los peligros de la fragmentación, y de que debemos evitarla de todos modos.

La Unidad En La Iglesia Primitiva
 
    En Hechos expresiones como “unánimes” y sus equivalentes aparecen 10 veces. Es una sola palabra en el griego, derivada de dos palabras griegas. Una significa “ir deprisa” y la otra significa “juntos”. Los estudiosos sugieren que la palabra es una connotación musical, como en el caso de un orquesta que va deprisa pero todos los músicos juntos. Hay orden porque operan todos bajo el control del conductor. Así era en la iglesia primitiva. No había idea de separarse en grupos. Todos estaban “unánimes juntos” (Hch. 2:1). ¿Por qué quisiéramos cambiar esto?
    Finalmente, el Cuerpo de Cristo es uno, y debemos preservar esto, cueste lo que cueste. Nos acercamos a los peligros si nos apartamos del ejemplo de la iglesia primitiva que los apóstoles establecieron. Comprometámonos a estar “unánimes juntos” para los ejercicios de la iglesia local.
W. H. Burnett, de un viejo número de Milk & Honey ("Leche y Miel"), traducido y adaptado con permiso

El Amor de Dios


El Amor de Dios

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos 
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a 
su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10).

    El amor verdadero es caracterizado por el sacrificio propio. En ningún lugar es esto más evidente que con el amor de Dios (Jn. 3:16). Es un amor sin causa, en el sentido de que no hay nada en los objetos amados que causara que Dios les amara. No somos amables por naturaleza, sino más bien aborrecibles (Tit. 3:3). Sin embargo,  Él nos amó porque Él es amor, y porque Él escogió amarnos.
    Este amor de Dios es incondicional. Con esto queremos decir que el amor divino no se basa en el amor del individuo a Él. No es un amor recíproco. Nuestro amor normalmente responde al amor que otro nos manifiesta. Pero en el caso del amor de Dios, Él nos ha amado pese a la ausencia de amor y amabilidad de nuestra parte. Su amor no se condiciona sobre el amor nuestro a Él.
    El amor de Dios es inmerecido. Ya que es incondicional, no hay nada que podamos hacer para merecerlo. Muchos quieren creer que si se enderezan, si limpian o arreglan sus vidas, entonces Dios les amará porque serán más atractivos. Ésta es una enseñanza errónea.
    Para apreciar el amor de Dios debemos lograr comprender más cuál es nuestra propia gran pecaminosidad. Qué lástima que muchas personas, y entre ellas muchos creyentes, tienen un concepto muy pobre de lo pecaminoso que es el ser humano no regenerado. Se fijan en los pecados obvios de los demás, y encuentran cosas que ellos afirman: “yo nunca haría esto”, o “yo no he hecho esto”. Y así no comienzan a ver lo pecaminoso que es su propio corazón. No es tanto lo que hemos hecho, sino lo que somos por naturaleza. Somos pecadores. El pecado mora en nosotros; somos torcidos, contaminados y perversos por naturaleza (Mr. 7:20-23). Así que, amados, el pecado no es sólo una cosa que hacemos, sino el estado natural de nuestro corazón, es nuestra forma de ser, nuestra naturaleza. No somos pecadores porque pecamos, antes al contrario, pecamos porque somos pecadores. Debemos meditar en esto, porque la diferencia entra las dos formas de pensar es muy grande. Con demasiada frecuencia  no comprendemos que la carne no es mejor hoy que el día cuando nos convertimos. No sólo necesitamos perdón de nuestros pecados cometidos, sino también necesitamos ser limpiados y cambiados por dentro. La salvación hace más que perdonar unos cuantos hechos malos, porque es la conversión de la persona. Dios nos perdona, nos limpia, y nos transforma, nos da una naturaleza nueva, de modo que somos nuevas criaturas en Cristo (2 Co. 5:17).
    Así que, aquellos que conocen su propia gran pecaminosidad son los que llegan a conocer y apreciar el amor de Dios (Lc. 15:21; Ro. 5:8). Los que sienten que no merecen el amor de Dios, llegan a conocerlo y ahora pueden apreciarlo (1 Jn. 4:16). “Conservaos en el amor de Dios” (Jud. 21).

Steve Hulshizer
traducido y adaptado de “Milk and Honey”, febrero 2002, con permiso



jueves, 20 de julio de 2017

CREER EN DIOS Y CREER A DIOS

Creer En Dios
    No todos creen en Dios. Algunos son ateos, y otros son agnósticos o por lo menos profesan serlo. Los que ni siquiera creen en Dios son necios, pues así lo declara Salmo 14:1 y 53:1, “Dice el necio en su corazón: no hay Dios”. La raza humana conoció a Dios en el principio, pero le rechazó y se corrompió (Romanos 1:21-22). “Profesando ser sabios, se hicieron necios”. Hoy más que nunca abundan los necios.
    Pero tú, amigo, probablemente dices que no eres así – crees en Dios. No le conoces, pero crees que existe. Probablemente eres religioso, y practicas los ritos o sacramentos de tu religión. ¿Estarás sorprendido cuando te digo que creer en Dios no te asegura de Su favor? No irás al cielo porque crees en Dios.
    En Santiago 2:19 leemos estas sorprendentes palabras: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. Si crees en Dios, eres como los demonios, porque ellos también creen. Y tiemblan, eso es, le tienen miedo, gran respecto. Pero aunque eso es así, los demonios no confían en Dios, no le creen, ni le obedecen, ni le adoran. Creen en Dios, pero hacen lo que les parece, y no se someten a Él. Ningún demonio irá al cielo, ni ningún ser humano que “cree en Dios”, porque no hay mérito ni salvación en eso. Millones de personas que creen en Dios irán al castigo eterno.
   
Creer A Dios
    Hay que creerle a Dios, eso es, darle la razón en lo que dice, aceptar y confiar en Su Palabra. Considera el ejemplo del patriarca Abraham. Pablo escribe en Romanos 4:3, “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Cuando Dios le habló, Abraham le creyó. Jeremías 23:18 pregunta: “¿Quién estuvo atento a su palabra?”  La respuesta fue “no muchos” o “casi nadie” en los días de Jeremías, y hoy también es así, aun entre muchos que se consideran “cristianos”.    Tengo amigos religiosos, que humanamente hablando son buenas personas, pero que cuando les enseño lo que dice la Palabra de Dios acerca de qué es el pecado, o del castigo eterno, o de que Jesucristo es el único camino de salvación, o de sus prácticas religiosas como por ejemplo los sacramentos, o el uso de imágenes y la devoción a santos, remueven la cabeza y dicen: “no creo esto”, o “no estoy de acuerdo con esto”. Ése es precisamente el problema. No creen a Dios. Tienen sus opiniones, filosofías o tradiciones y no quieren romper sus esquemas. Dios habla en las Escrituras, pero ellos no le creen. Creen en Dios, pero no a Dios, y por eso no son salvos. Creen antes al Papa, a la Iglesia, la tradición, al sacerdote, o la opinión de su familia o amigos. Suyo es el pecado de no creer a Dios. Piensan que irán al cielo porque creen en Dios, pero se equivocan.
    Ya hemos visto que Santiago 2:19-20 comenta sobre este error al decir: "También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” El que solo cree en Dios es como esos seres malévolas, porque vive para hacer su propia voluntad, no la de Dios. Tito 1:16 dice: “profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan”.  Creer en Dios está bien hasta donde llega, pero no trae salvación.
    Por ejemplo, Israel, el antiguo pueblo de Dios, rehusó entrar en la tierra prometida y fue castigado durante cuarenta años en el desierto. Murieron miles y miles, toda una generación. ¿Por qué? Dios explica en el Salmo 106:24, “No creyeron a su palabra”. Hebreos 4:2 advierte: “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron”. Creyeron en Dios pero no creyeron a Dios – un error fatal.
    Digo que esto es pecado, porque el apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, afirmó: “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso” (1 Juan 5:10). Entonces, está bien que crees en Dios. Mejor eso que ser ateo. Pero si quieres ser salvo, cree a Dios que dice: “mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).
 
Carlos