miércoles, 3 de octubre de 2012


EL DOMINIO PROPIO

C. H. Mackintosh


      La palabra griega traducida "templanza" en 2.ª Pedro 1:6 en la versión inglesa King James tiene un significado mucho más profundo que el que normalmente se le asigna a ese término. Usualmente la palabra "templanza" se aplica a los hábitos de moderación con referencia a comer y beber. No cabe duda de que éste es parte de su significado, pero el sentido en el griego es mucho más amplio. De hecho, la palabra griega empleada por el inspirado apóstol significa propiamente "dominio propio" (como en la versión española Reina-Valera), y transmite la idea de uno que tiene el dominio de sí mismo de forma habitual y que sabe gobernar el yo. 
Ejercer el dominio de uno mismo es, en efecto, una gracia extraordinaria y admirable, la cual comunica su bendita influencia sobre toda la marcha, el carácter y la conducta del individuo. Esta gracia no sólo afecta directamente uno, dos o veinte hábitos egoístas, sino que ejerce su efecto sobre el yo en toda la gama y variedad de ese tan amplio y odioso término. Más de uno que miraría con orgulloso desdén a un glotón o a un borracho, puede él mismo faltar a toda hora de manifestar la gracia del dominio propio. Ciertamente, los excesos en la comida y la bebida deben ser clasificados junto con las formas más viles y degradantes de egoísmo. Deben ser considerados como parte de los frutos más amargos de este árbol tan extendido del yo. El yo, en efecto, es un árbol, y no solamente la rama de un árbol ni el fruto de una rama, y nosotros no sólo debemos juzgar el yo cuando está activo, sino controlarlo para que no actúe.  Puede que alguno pregunte: «¿Cómo puedo controlar el yo?» La bendita respuesta  es simple: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13). ¿No hemos obtenido la salvación en Cristo? Sí, bendito sea Dios, la hemos obtenido. ¿Y qué incluye esta palabra maravillosa? ¿Es simplemente la liberación de la ira venidera? ¿Es meramente el perdón de nuestros pecados y la seguridad de estar librados del lago que arde con fuego y azufre? Por más preciosos que fueren estos privilegios, la “salvación” abarca mucho más que ello. En una palabra, "salvación" implica una plena aceptación de Cristo con el corazón, como mi "sabiduría" para guiarme fuera de la oscuridad de la insensatez y de los caminos torcidos, hacia los caminos de luz y de paz celestial; como mi "justicia" para justificarme delante de un Dios santo; como mi "santificación" para hacerme prácticamente santo en todos mis caminos; y como mi "redención" para darme liberación final de todo el poder de la muerte, y entrada en los campos eternos de gloria (1.ª Corintios 1:30).
Por eso, es evidente que el "dominio propio" está incluido en la salvación que tenemos en Cristo. Es el resultado de esa santificación práctica de que nos ha dotado la gracia divina. Debemos guardarnos con cuidado del hábito de tener una visión estrecha de la salvación. Debemos procurar entrar en toda su plenitud. Es una palabra que se extiende desde la eternidad hasta la eternidad y abarca, en su poderoso barrido, todo los detalles prácticos de la vida diaria. No tengo ningún derecho de hablar de salvación de mi alma en el futuro mientras rehúse conocer y manifestar su influencia práctica en mi conducta en el presente. Somos salvos, no sólo de la culpa y la condenación del pecado, sino del poder, la práctica y el amor de él en su plenitud. Estas cosas nunca deben separarse; y ninguno que ha sido divinamente enseñado en cuanto al significado, magnitud y poder de esa palabra preciosa —salvación—, lo hará. 
Al presentar ahora a mi lector unas observaciones prácticas sobre el asunto del dominio propio, voy a considerarlo bajo las tres divisiones siguientes, a saber: a) los pensamientos, b) la lengua y c) el temperamento. Doy por sentado que me estoy dirigiendo a personas salvas. Si mi lector no lo fuere, sólo puedo dirigirlo a la única senda verdadera y viviente: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa" (Hechos 16:31). Pon tu entera confianza en Él y estarás tan seguro como Él mismo lo es. Ahora procederé a tratar el práctico y tan necesario tema del dominio propio.  
En primer lugar, trataremos acerca de nuestros pensamientos y del control que habitualmente debemos ejercer sobre ellos. Supongo que hay pocos cristianos que no han padecido pensamientos perversos: esos intrusos molestos que aparecen en nuestra más profunda intimidad, perturbando continuamente el descanso de nuestra mente, y que tan frecuentemente oscurecen la atmósfera alrededor de nosotros y nos privan de mirar arriba con una vista clara y plena hacia el cielo luminoso. El salmista podía decir, "Los pensamientos vanos aborrezco" (Salmo 119:113). Son verdaderamente aborrecibles y deben ser juzgados, condenados y desechados. Alguien, hablando del asunto de los malos pensamientos, dijo:  «Yo no puedo impedir que los pájaros vuelen sobre mí, pero sí puedo evitar que se posen en mí.» Asimismo, no puedo evitar que los malos pensamientos surjan en mi mente, pero sí puedo impedir que se alojen en ella."  
Pero ¿cómo podemos controlar nuestros pensamientos? No más de lo que podríamos borrar nuestros pecados o crear un mundo. ¿Qué deberíamos hacer? Mirar a Cristo. Éste es el verdadero secreto del dominio propio. Él puede guardarnos, no sólo de que se alojen malos pensamientos, sino también de que los tales surjan en nuestra mente. No podríamos prevenir lo uno ni lo otro. Él puede prevenir ambas cosas. Él puede evitar no sólo que los viles intrusos entren, sino  que también golpeen a la puerta. Cuando la vida divina está en su actividad, cuando la corriente de pensamiento y sentimiento espiritual es profunda y rápida, cuando los afectos del corazón están intensamente ocupados con la Persona de Cristo, los vanos pensamientos no vienen a atormentarnos. Sólo cuando nos dejamos invadir por la indolencia espiritual, los malos pensamientos vienen sobre nosotros. Entonces nuestro único recurso es fijar nuestros ojos en Jesús. Podríamos también intentar combatir contra las organizadas huestes del infierno, así como contra una horda de malos pensamientos. Mas nuestro refugio es Cristo. Él ha sido hecho para nosotros “santificación”. Podemos hacer todas las cosas por medio de Él. Sólo tenemos que llevar el nombre de Jesús contra el diluvio de malos de pensamientos, y Él dará con toda seguridad una plena e inmediata liberación.  
Sin embargo, el medio más excelente para ser preservado de las sugerencias del mal consiste en estar ocupados con el bien. Cuando la corriente del pensamiento fluye invariablemente hacia arriba, cuando es profundo y perfectamente estable, sin ningún desvío ni lagunas, entonces la imaginación y los sentimientos, que brotan de las profundas fuentes del alma, fluirán naturalmente hacia adelante en el lecho de dicho canal. Éste es indiscutiblemente el camino más excelente. ¡Ojalá que lo probemos en nuestra propia experiencia! "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz será con vosotros" (Filipenses 4:8-9). Cuando el corazón está lleno de Cristo, habiendo incorporado de forma viva todas las cosas enumeradas en el versículo 8, disfrutamos de una paz profunda e imperturbable frente a los malos pensamientos. Éste es el verdadero dominio propio.  
En segundo lugar, podemos pensar en la lengua, ese miembro influyente tan fructífero para el bien como para el mal, el instrumento con el que podemos proferir acentos de dulce y tierna simpatía, o palabras de amargo sarcasmo y de ardiente indignación. ¡Qué importancia enorme tiene la gracia del dominio propio en su aplicación a tal miembro! Graves daños, irreparables con el tiempo, puede causar la lengua en un instante. Palabras por las cuales daríamos el mundo para que fuesen borradas, puede proferir la lengua en un momento de descuido. Oigamos lo que el inspirado apóstol dice sobre este asunto:
"Porque todos ofendemos en muchas cosas. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, que también puede con freno gobernar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos frenos en las bocas de los caballos para que nos obedezcan, y gobernamos todo su cuerpo. Mirad también las naves: aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde quisiere el que las gobierna. Así también, la lengua es un miembro pequeño, y se gloría de grandes cosas. ¡He aquí, un pequeño fuego -cuán grande bosque enciende! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, é inflama la rueda de la creación, y es inflamada del infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres de la mar, se doma y es domada de la naturaleza humana: Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado; llena de veneno mortal." (Santiago 3:2-8).
¿Quién entonces puede controlar la lengua? "Ningún hombre" es capaz de hacerlo, pero Cristo sí puede, y nosotros sólo tenemos que contemplarlo a Él, con simple fe. Esto implica la conciencia tanto de nuestra absoluta impotencia como de Su plena suficiencia. Es absolutamente imposible que seamos capaces de controlar la lengua. Es lo mismo que si intentáramos detener la marea del océano, los ríos de deshielo o el alud de la montaña. ¡Cuántas veces, al sufrir las consecuencias de alguna equivocación de la lengua, hemos resuelto ordenar a ese miembro desobediente algo mejor la próxima vez, pero nuestras resoluciones resultaron ser como el rocío de la mañana que se desvanece, y no tuvimos más remedio que retirarnos y llorar por nuestro deplorable fracaso en el asunto del dominio propio! ¿A qué se debió esto? Simplemente a que nosotros emprendimos esta obra sobre la base de nuestras propias fuerzas o por lo menos sin tener una conciencia suficientemente profunda de nuestra propia debilidad. Ésta es la causa de constantes fracasos. Debemos aferrarnos a Cristo como un niño se aferra a su madre. Esto no significa que el hecho de aferrarnos tenga algún mérito en sí mismo; sin embargo, debemos aferrarnos a Cristo, pues ésta es la única manera en que podemos refrenar la lengua con éxito. Recordemos siempre estas palabras  solemnes y escudriñadoras del mismo apóstol Santiago: " Si alguno piensa ser religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino engañando su corazón, la religión del tal es vana." (Santiago 1:26).  Son éstas palabras saludables para un tiempo como el presente cuando tantas lenguas desobedientes y vanas palabras pululan por doquier. ¡Ojalá que tengamos gracia para prestar oídos a estas palabras! ¡Que su santa influencia cale hondo en nuestros caminos!  
El tercer punto que vamos a considerar es el temperamento o el carácter, el cual se halla íntimamente relacionado con la lengua y con los pensamientos. Cuando la fuente del pensamiento es espiritual, y la corriente celestial, la lengua es sólo el agente activo para el bien, y el temperamento será calmo y apacible. Si Cristo mora en el corazón por la fe, todo se halla bajo control. Sin Él, nada tiene valor. Yo puedo poseer y manifestar la calma de un Sócrates, y al mismo tiempo ignorar por completo el "dominio propio" de que habla el apóstol Pedro en 2.ª Pedro 1:6. Este último se funda en la "fe"; mientras que la calma estoica de los sabios de este mundo se funda sobre el principio de la filosofía: dos cosas totalmente diferentes. No debemos olvidar que se nos dice: "Agregad a vuestra fe, virtud..." Esto pone a la fe primero como el único eslabón que vincula el corazón con Cristo, la fuente viviente de todo poder. Teniendo a Cristo y permaneciendo en Él, somos hechos capaces de agregar a la fe "virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal, amor". Tales son los preciosos frutos que brotan como resultado de permanecer en Cristo. Pero yo no puedo controlar mi temperamento más que mi lengua o mis pensamientos, y si me propusiera hacerlo, con toda seguridad fracasaré a cada instante. Un filósofo sin Cristo puede que manifieste un mayor dominio sobre sí mismo, su carácter y su lengua que un cristiano, si éste no permanece en Cristo. Esto no tendría que ocurrir y no ocurriría si tan sólo el cristiano considerara a Jesús. Sólo cuando falla en este punto, el enemigo gana ventaja. El filósofo sin Cristo tiene un éxito aparente en la obra tan importante del dominio propio, sólo que así puede estar más efectivamente cegado acerca de la realidad de su condición delante de Dios, y ser arrastrado precipitadamente a la perdición eterna. Satanás se deleita cuando hace tropezar y caer a un cristiano, haciendo así que éste halle así una ocasión para blasfemar el nombre precioso de Cristo. 
Lector cristiano, tengamos en cuenta estas cosas. Consideremos a Cristo a fin de que controle nuestros pensamientos, nuestra lengua y nuestro temperamento. Prestemos "toda diligencia". Sopesemos todo lo que esto involucra. "Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Mas el que no tiene estas cosas, es ciego, y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados" (2.ª Pedro 1:8-9).  Estas palabras son profundamente solemnes. ¡Con qué facilidad caemos en un estado de ceguedad y negligencia espiritual! Ninguna medida de conocimiento, ya de doctrina, ya de la letra de la Escritura, preservará al alma de esta horrible condición. Únicamente "el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" será de provecho. Y este conocimiento crecerá en el alma "dando toda la diligencia para agregar a nuestra fe" los diversos dones de gracia a los que el apóstol se refiere en el pasaje tan eminentemente práctico que cala hondo en nuestra alma. “Por lo cual, hermanos, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (v. 10-11).

 Traducido del original en inglés «Things New and Old»
Flavio H. Arrué

martes, 4 de septiembre de 2012

GUARDA LA VERDAD


El pueblo de Dios en la edad de la iglesia tiene una responsabilidad específica respecto a la falsa doctrina y la enseñanza errónea. La verdad de Dios debe ser siempre guardada celosamente. Nuestro corazón necesita ser íntegro y nuestra enseñanza sana: “Ten cuidado de ti mismo, y de la doctrina” (1 Ti. 4:16; véase también Hch. 20:28). Nuestra responsabilidad divinamente dada de preservar la pureza doctrinal demanda que tomemos estos siete pasos:

1. Examina Todo Por La Palabra De Dios. “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Ts. 5:21). La inerrante Palabra de Dios es el estándar objetivo con el que debemos probar todas las cosas. En nuestros tiempos hay muchos vientos de doctrina (Ef. 4:14), y deben ser examinados y escrudiñados según la perfecta verdad de Dios. El pueblo de Dios necesita mucho discernimiento cuando lee libros, escucha mensajes grabados o mensajes de radio, y ve programas religiosos en el televisor. Debemos preguntarnos cómo cada enseñanza cuadra con la Palabra de Dios. ¿Lo que enseñan es una verdad que podemos sostener/defender o es un error que debe ser rechazado? Que el bendito Espíritu de Dos nos dé mentes alertas para discernir entre la verdad y el error, para que no abracemos ninguna opinión que sea contraria a la mente del Señor, aunque venga de un conocido y respetado maestro de la Biblia.

2. Instruir Al Pueblo De Dios. Tal era el ministerio del apóstol Pablo: “porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hch. 20:27). El pueblo de Dios necesita sumergirse en un programa de instrucción total. El diablo mismo sabe la importancia de la enseñanza. El “testigo de Jehová” normal y corriente, por ejemplo, está siempre preparado para explicar la esperanza falsa que tiene. Pero el creyente bíblico normal y corriente es terriblemente ignorante respecto a la verdad de Dios. Muchos creyentes tendrían dificultad demostrando de las Escrituras aun la verdad básica de que Jesucristo es Dios. Muchas iglesias locales funcionan como centros evangelísticos en lugar de centros de edificación. Se le enseña a la gente cómo ser salva, y por eso damos gracias a Dios, pero los creyentes no están siendo edificados en la santísima fe. Por lo tanto son doctrinalmente analfabetos y carecen totalmente de preparación para evaluar correctamente un punto de vista doctrinal desviado como lo es por ejemplo la teoría de que Cristo comenzó a ser el Hijo en la encarnación. Cuanto más entendamos la verdad acerca de la persona de Cristo, más podremos detectar lo que es falso. Un maestro de la Biblia dijo que “la mejor defensa contra la enseñanza falsa es una cristología profundamente bíblica”.

3. Poner Al Descubierto La Enseñanza Errónea. Pablo hacía esto repetidamente en sus epístolas. Expuso la falsa enseñanza de Himeneo y Fileto, que se desviaron respecto a la resurrección (2 Ti. 2:17-18). Cuando era necesario, Pablo nombraba a los culpables. Hoy en día solemos oír que nuestro ministerio debe ser positivo y amoroso, y que no debemos señalar diferencias doctrinales porque esto causa división en el cuerpo de Cristo. El predicador John MacArthur, al tratar al movimiento moderno carismático, dijo, muy acertadamente, lo siguiente:

“Ese tipo de pensamiento sacrifica la verdad por una paz superficial. Tal actitud se ha extendido en la iglesia contemporánea... No es malo analizar diferencias doctrinales a la luz de las Escrituras. No  es necesariamente contencioso enunciar desacuerdo con lo que se proclama en el nombre de Jesús, y exponer y condenar enseñanza falsa y comportamiento no bíblico. El apóstol Pablo veía necesario a veces reprender a personas nombrándolas en las epístolas que iban a ser leídas públicamente (Fil. 4:2-3; 1 Ti. 1:20; 2 Ti. 2:17)”.

4. Advertir Al Pueblo De Dios. No debemos despreciar el ministerio de advertir. No quiera Dios que los que hoy están en los púlpitos sean centinelas tímidas. De nuevo Pablo es nuestro ejemplo: “Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hch. 20:31). Los que se limitan a enseñar al pueblo de Dios verdades “positivas” sin dar advertencias, sólo engordan a las ovejas para los lobos que no perdonarán al rebaño (Hch. 20:29-30).
¿Son los creyentes inmunes a los peligros? ¿Están a salvo de la contaminación de los errores sutiles? ¿El dios de este mundo ha perdido todo control e influencia sobre nuestras mentes? Si esas preguntas pueden ser respondidas afirmativamente, entonces el ministerio de advertir es totalmente innecesario.

5. Exige La Integridad Doctrinal. Si una iglesia... u organización tiene una declaración doctrinal fundamentada en las claras enseñanzas de la Biblia, debe ser mantenida por todos los líderes. La honestidad y la integridad demandan que realmente crean lo que profesan creer. Si firman o declaran que están de acuerdo, deben hacerlo sin reservas. No se deben admitir a los que no están en pleno acuerdo con la sana doctrina. La consistencia e integridad doctrinal demandan esto. Si una declaración doctrinal no refleja precisamente la enseñanza de la Biblia, debe ser cambiada para que corresponda con precisión a “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas” (Lc. 1:1).
No hace muchos años, el director de una misión anunció que ya no estaba de acuerdo con la doctrina del arrebatamiento pretribulacional. Ese cambio en su modo de pensar le puso en conflicto con la declaración doctrinal de la misión que dirigía. Ya no podía estar totalmente de acuerdo con ella. Los directores tenían que tomar una decisión. Podían seguir los deseos del director y cambiar la declaración doctrinal para permitir su nuevo punto de vista sobre el arrebatamiento, o podían permanecer firmes en su posición doctrinal. Rehusaron cambiar, y el resultado fue que el director dimitió. El director se equivocó al abandonar la doctrina bíblica del arrebatamiento pretribulacional, pero hizo bien en dimitir ya que no podía con toda honestidad estar de acuerdo con la declaración doctrinal.
Si una declaración doctrinal incluye algo que dice: “Creemos que el Señor Jesucristo es el Hijo Eterno de Dios”, ¿cómo puede alguien firmar su acuerdo con la declaración si niega que Jesucristo es eternamente el Hijo de Dios? Los que creen que Jesucristo sólo comenzó a ser el Hijo cuando se encarnó no deberían esconder su desacuerdo en este punto. La inconsistencia es seria y el punto es todavía más serio cuando hombres cuyos escritos contradicen la sana posición doctrinal manifestada por sus colegas. Tales hombres dicen en efecto que la declaración doctrinal no significa lo que dice. Es una forma peligrosa de proceder. Hace que una declaración doctrinal sea un documento sin sentido.  Norman L. Geisler hizo la siguiente observación acertada:

“Esto es precisamente cómo las denominaciones se vuelven liberales, es decir, cuando sus declaraciones doctrinales son estiradas más allá de su sentido original para acomodar nuevas desviaciones doctrinales...No podemos permitir que esta doctrina crucial [de la resurrección corporal] sea diluida acomodando diferentes puntos de vista, no importa cuánto nos gusten los que mantienen esas posiciones. La verdad sencilla es que la caridad fraternal no debe usarse como excusa para descuidar la pureza doctrinal. La vigilancia eterna es el costo de la ortodoxia... Es verdaderamente triste el día en el que permitimos cambios en el sentido original de las doctrinas...”

El bien documentado caso del desvío del Seminario Fuller (en Los Ángeles, EE.UU.) de la doctrina de la inerrancia de la Biblia ilustra lo que sucede cuando se claudica en la integridad doctrinal. La posición original de Fuller era muy clara. Decía que la Biblia “está libre de todo error en todo y en cada parte”. Un profesor no pudo, en conciencia, firmar y como resultado salió del seminario. Sin embargo, hubo otros profesores que firmaron su acuerdo cuando realmente no creían en la doctrina de la inerrancia de la Biblia. Claramente violaron la integridad doctrinal. ¿Cómo pueden tales declaraciones tener validez si los que firman lo hacen con reservas mentales y no creen realmente lo que firman? Se vuelve un documento sin sentido. Aproximadamente una década después del comienzo de la controversia, el Seminario Fuller cambió su declaración doctrinal para que ya no dijera “libre de todo error”. La levadura de la transigencia doctrinal leudó toda la masa.
Los líderes espirituales no deben tolerar ni acomodar posiciones doctrinales que no están de acuerdo  con la Palabra de Dios... La integridad y honestidad demandan que nos mantengamos firmes en la sana doctrina, la cual hemos dicho que creemos. Aun la Palabra de Dios es sin provecho si rehusamos creerla, obedecerla y practicarla (He. 4:2). La exhortación de Pablo a Timoteo es apropiada: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 1:13). 
6. Habla La Verdad En Amor. El apóstol Pablo expresó la importancia de estar los creyentes unidos en el conocimiento del Hijo de Dios, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). La unidad que  gozan los creyentes se basa en la verdad, y esta verdad se centra en la persona del Hijo de Dios. En este contexto Pablo declaró la necesidad de hablar “la verdad en amor” para que los creyentes crezcan “en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Ef. 4:15).
Hoy hay muchos que minimizan la importancia de la doctrina bíblica, diciendo que lo único que realmente importa es el amor. Dicen que lo que creemos no importa mientras nos amemos unos a otros. Para ellos la marca de verdadera ortodoxia es el amor, no la doctrina. Dirían que si verdaderamente nos amamos, no nos dejaremos dividir por asuntos doctrinales. Piensan que si los creyentes van a ganar el mundo para Cristo, deben enterrar sus diferencias y proclamar el corazón esencial del evangelio de modo positivo.
¿Realmente debemos sacrificar la verdad y sana doctrina por el amor, la tolerancia, la paz y la unidad? ¿No se goza el amor de la verdad? (1 Co. 13:6) El apóstol Juan habló frecuentemente del amor en sus epístolas, pero también pronunció palabras muy fuertes en contra de los que no permanecen en la doctrina correcta de Cristo (2 Jn. 7-11). Es esencial predicar el evangelio, pero si descuidamos la verdad y la doctrina, peligra incluso el evangelio que predicamos. El mensaje del evangelio se centra en la persona de Jesucristo el Hijo de Dios (Ro. 1:1-4). ¿Cómo podemos predicar a Cristo de manera que honra a Dios si no guardamos celosamente la verdad acerca de Cristo y quién es? El mensaje del evangelio siempre debe ser “conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3-4).
La doctrina bíblica es extremadamente importante. Se salvan las almas y los creyentes son santificados y unidos en base a la verdad de Dios (Stg. 1:18; Jn. 17:17; Ef. 4:13-15). Si realmente amamos a una persona, desearemos que sea totalmente adoctrinada y fundamentada en la verdad de Dios desde Génesis hasta Apocalipsis. La unidad verdadera se goza sólo en la medida que creyentes entran en una comprensión común de la Palabra de Dios. Desde la perspectiva divina los que impiden la causa de la unidad cristiana son los que rehúsan sostener fiel y obedientemente la Palabra escrita de Dios. La verdad de Dios debe prevalecer. “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tit. 2:1).

7. Protege La Pureza Doctrinal De la Asamblea Local De Creyentes.  El error debe ser afrontado, no ignorado. No debe ser tolerado ni minimizado. Los que enseñan el error deben ser confrontados de manera honesta y bíblica, en amor. Los líderes piadosos en las iglesias deben proteger a la iglesia local de errores y desvíos: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hch. 20:28-30). Ironside reconoció esto y dio la siguiente amonestación:

“El error doctrinal entra en las iglesias de maneras muy sutiles y aparentemente inofensivas.
Siempre es correcto estar firme en lo que Dios ha revelado acerca de la Persona y obra de Su bendito Hijo. El padre de mentiras trafica en media-verdades, y especializa en falacias muy sutiles acerca del Señor Jesús, nuestro único y suficiente Salvador”.

Los desvíos de la Palabra de Dios pueden ser muy pequeños al principio y difíciles de discernir. Por esta razón muchos no han podido ver los problemas y peligros de la posición de los que creen que Cristo comenzó a ser el Hijo en la encarnación. Muchos de los que niegan que Cristo sea el Hijo eterno todavía creen en la deidad de Cristo. Creen en la preexistencia o eternidad de Cristo. Creen en las tres personas de la Trinidad que eternamente han existido. ¿Es su concepto de Cristo como Hijo realmente un problema serio? ¿Es un error insidioso que, de no ser detenido, dañará el cuerpo de Cristo?
La negación de la relación verdadera, esencial, apropiada, única, eterna e inherente con el Padre es error serio. No debemos aprobar la enseñanza que dice que la relación Padre/Hijo no existía antes de la encarnación. No debemos robar a la segunda persona de la Trinidad de Su identidad esencial como el amado y eterno Hijo del Padre (Col. 1:13). Debemos oponernos estrenuamente a cualquier enseñanza que diga que  para Cristo el ser Hijo no tiene nada que ver con Su naturaleza y esencia. Es el verdadero corazón del asunto de la eternidad del Hijo.
El negar la eternidad del Hijo puede parecer sólo una pequeña variación, un pequeño desvío, pero el error puede conducir a otros serios desvíos de la verdad. La enseñanza falsa es peligrosa no sólo porque tergiversa la verdad que es el fundamento de nuestra fe, sino también porque nos encamina mal y puede causar el desvío de otros. El que acepta una doctrina falsa acerca de Cristo puede contribuir a un ambiente  en la que otra persona albergue otra doctrina peligrosa. Los cristianos tienen la responsabilidad de guardar la verdad acerca de Jesucristo el Hijo Eterno para ayudar a otros a evitar otros errores serios.
Si se permite, la negación de la doctrina del Hijo Eterno dañará al cuerpo de Cristo. Podemos colaborar en la prevención de tal daño si defendemos la doctrina, y podemos defender la doctrina señalando los problemas que afrontan los que la niegan.

del libro The Eternal Sonship Of Christ (“El Hijo Eterno de Dios”), por George W. Zeller y Renald E. Showers, Loizeaux, 1993, págs. 80-88, traducido por Carlos Tomás Knott

viernes, 6 de abril de 2012

"Es Necesario Nacer De Nuevo"


Texto Bíblico: S. Juan 3:1-21

El Señor Jesucristo dijo: "os es necesario nacer de nuevo" (v. 7), y nos llaman la atención esas palabras: "es necesario". Hay cosas opcionales y otras necesarias. Cuando uno come, puede echar sal en la comida, o no. Es opcional. Pero es necesario comer, porque si no come, morirá. Cuando duerme, puede hacerlo de un lado o de otro, o de espalda, o como le guste. Pero es necesario dormir, porque si no se arruina la salud. El Señor Jesucristo dice que "es necesario" nacer de nuevo.

Mucha gente cree que en cuanto a la religión, que lo importante es ser sincero y lo demás son gustos. Unos son más devotos que otros, unos creen de una manera y otros de otra, pero ¿qué importa sin son sinceros y no hacen daño a nadie? Así razona el ser humano que ignora la verdad de Dios. Dice: "Si uno es sincero, ¿qué más se le puede pedir?"  Dios pide mucho más.

Toma el caso de ese hombre Nicodemo en nuestro texto en el Evangelio según Juan. Era un hombre religioso y sincero, un hombre principal de los judíos (v. 1), practicante de su religión y que enseñaba a otros (v. 10). Si Nicodemo no era sincero, no lo es nadie. Era un hombre inteligente. Creía en Dios. Era un hombre moralmente recto (fariseo, v. 1). Asistía regularmente a la sinagoga, estaba en los cultos y era maestro. Tenía interés personal en el Señor, le observaba y escuchaba, y fue a hacerle visita. ¿Quién diría que Nicodemo no era religioso y sincero? 

Pero observa conmigo, amigo, que con todo eso Nicodemo estaba perdido. No iba a ver el reino de Dios porque le faltaba lo inprescindible: nacer de nuevo. Jesucristo le habló claro acerca de él y sus compañeros de religión: "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (v. 3), y "os es necesario nacer de nuevo" (v. 7). En los versículos 5, 6 y 8 el Señor aclara que nacer de nuevo es nacer del Espíritu. Es un nacimiento espiritual cuando Dios le regenera y le da vida nueva y eterna. La práctica de la religión no otorga esto, es obvio, porque Nicodemo la practicaba y enseñaba, pero Cristo le enseñó su necesidad.

Nicodemo nos hace pensar en muchas personas que sinceramente practican su religión. Asisten a los cultos. Rezan. Participan en los sacramentos. Tratan de hacer el bien sin mirar a quién. Buscan de alguna manera agradar a Dios y son sinceras. Algunos son maestros de su religion, como Nicodemo. Pero todos tienen la misma carencia: no han nacido de nuevo. Y las palabras de Cristo son la receta para tener perdón de pecados y vida nueva y eterna: "es necesario nacer de nuevo". La religión no nos hace aptos para el reino de Dios. La sinceridad no abre las puertas del cielo.

Sólo a través de Jesucristo, por medio de la fe en Él, podemos nacer de nuevo y tener vida espiritual. "Lo que es nacido de la carne, carne es", dijo el Señor. Tenemos un dicho: "la mona, aunque se vista de seda, mona es y mona se queda". Es aplicable a esto que dice Cristo. El ser humano, nacido de la carne, por mucha religión que se vista, es carne y nada más. No puede ver el reino de Dios. Se puede vestir de túnicas largas, de sotana, de cualquier traje religioso o elegante, pero la persona a dentro es carne, no espíritu.

Jesucristo explicaba a Nicodemo que necesitaba nacer de nuevo, nacer del Espíritu, y cuando Nicodemo preguntó "¿cómo puede hacerse esto?" el Señor, paciente, se lo explicó. Seguimos leyendo en Juan 3 y vemos cómo el Señor enseña que uno puede nacer de nuevo.

Los versículos 14-16 del Evangelio son palabras del Señor Jesucristo:

"Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,  para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".

El nuevo nacimiento por el cual recibimos vida eterna no viene a través de sacramentos, ritos y liturgias de la religión, sino por medio de la fe (confianza) personal en el Señor Jesucristo. Creer no es en el sentido histórico o intelectual, sino un acto de confianza personal, esto es, creer es depositar la confianza en Jesucristo "para que no se pierda, mas tenga vida eterna". Dios envió a Su Hijo unigénito a encarnarse para representarnos a nosotros en el juicio. Él vino a sustituirnos, mediante Su muerte en la cruz. El apóstol Pedro, quien muchos dicen que fue el primer Pápa (pero no le hacen caso), enseñó (ex-cátedra) que Cristo "llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Pedro 2:24). Así es cómo Dios trató el pecado, no con religión, sino con el sacrificio de Su Hijo, como leemos arriba en Juan 3:14-16.

Así que, deja de confiar en tu sinceridad o religiosidad, y reconoce que eres un pecador nacido de carne y perdido, y necesitas la vida nueva que Dios ofrece. La religión no puede quitarte los pecados, pero Jesucristo sí. Él llevó los tuyos y los de todos en Su cuerpo sobre el madero. Resucitó el tercer día, y está dispuesto a perdonarte todos tus pecados y darte vida nueva ahora mismo, si arrepentido confías únicamente en Él. Entonces, nacerás de nuevo, y verás el reino de Dios. Espero que lo hagas sin más demora.