viernes, 1 de enero de 2021

LA CRUZ VIEJA Y LA NUEVA - A. W. Tozer

 La Cruz Vieja Y La Nueva

        

Ha surgido un nuevo género de “cristianos” que piensan que pueden  “aceptar” a Cristo sin negarse a sí mismo ni renunciar al mundo.
A.W. Tozer

Sin anunciar y casi sin ser detectada, ha entrado en el círculo evangélico una cruz nueva en tiempos modernos. Es parecida a la cruz vieja, pero distinta: las semejanzas son superficiales pero las diferencias son fundamentales.
    Ahora mana de esa nueva cruz una nueva filosofía de la vida cristiana. De esa filosofía procede una nueva técnica evangélica – una nueva clase de reunión y de predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo lenguaje que el de antes, pero su contenido no es lo mismo como tampoco lo es su énfasis.
    La cruz vieja no tenía nada que ver con el mundo. Para la orgullosa carne de los descendientes de Adán, ella significaba el fin del viaje. Ejecutaba la sentencia impuesta por la ley dada en el Sinaí. 

    En cambio, la cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una compañera amistosa y, si es entendida correctamente, ella puede ser fuente de un mar de diversión y placer. Esto es porque ella deja a Adán vivir sin interferencias. La motivación de su vida sigue sin cambios, y él todavía viva para su propio placer, lo único que ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas religiosas en lugar de las juergas con sus canciones sugestivas y sus copas. Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la diversión haya subido a un nivel más alto, hablando del moral si bien no del intelecto.
    La cruz nueva fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelístico. El evangelista no demanda la negación o la renuncia de la vida anterior antes de que uno pueda recibir vida nueva. Él predica no los contrastes sino las similitudes. Él intenta sintonizar con el interés popular y el favor del público mediante la demostración de que el cristianismo no contiene demandas desagradables, antes al contrario, ofrece lo mismo que el mundo ofrece pero en un nivel más alto. Cualquier cosa que el mundo desea y demanda en su condición enloquecida por el pecado, pues eso mismo el evangelista demuestra que el evangelio ofrece, y el género religioso es mejor.
    Esa cruz nueva no mata al pecador. Permite que siga vivo, y simplemente modifica un poco su rumbo. Le asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su autoimagen o su opinión de sí mismo. Al hombre de carácter atrevido, lanzado y autoconfiado le dice: “Ven y atrévete para Cristo”. Al egoísta le dice: “Ven y jáctate en el Señor”. Al que busca placeres le dice: “Ven y disfruta el placer de la comunión cristiana”. Al rico le dice: “Cristo también necesita a los ricos”. El mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté de moda en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al público. Puede que la filosofía detrás de esto sea sincera, pero su sinceridad no le salva de ser falsa y dañina. Es falsa porque está ciega. No acaba de comprender el verdadero significado de la cruz.
    La cruz vieja es un símbolo de muerte. Ella representa el final bruto y violento de un ser humano. En los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz y empezaba a caminar con ella, ya se había despedido de sus amigos. Él no iba a volver, y no iba para que le renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que le pusiesen punto final a su vida. La cruz no claudicaba, no modificaba nada, no perdonaba nada, sino que mató a todo el hombre por completo y finalmente. No trataba de quedar bien con su víctima, sino que le dio fuerte y con crueldad, y cuando había terminado su trabajo, ese hombre ya no estaba.
    La raza de Adán está bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por inocentes o hermosos que parezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva al individuo mediante su propia liquidación, porque después de terminado, Dios le levanta en vida nueva.
    El evangelismo que traza paralelos amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres es un evangelio falso en cuanto a la Biblia y cruel a las almas de sus oyentes. La fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque cruza al mundo de manera perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un nivel más alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de trigo debe caer en tierra y morir.
    Nosotros, los que predicamos el evangelio, no debemos considerarnos agentes de relaciones públicas mandados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo. No debemos imaginarnos comisionados para hacer a Cristo aceptable a las grandes empresas, la prensa, el mundo del deporte o el mundo de la educación. No nos manda Dios para ejercer como diplomáticos sino como profetas, y nuestro mensaje no es otra cosa que un ultimátum.
    Dios ofrece vida al hombre, pero no le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que Él ofrece es vida que surge de la muerte. Es una vida que siempre está en el otro lado de la cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo la vara. Tiene que repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a la sentencia divina que le condena.
    ¿Qué significa eso para el individuo, el hombre bajo condenación quisiera hallar vida en Cristo Jesús?  ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él? Simplemente, él debe arrepentirse y creer.  Debe abandonar sus pecados y negarse a sí mismo. ¡Que no oculte nada, ni defienda nada, ni excuse nada!  Tampoco debe regatear con Dios, sino agachar la cabeza ante la vara de la ira divina y reconocer que es reo de muerte.
    Habiendo hecho esto, ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrán vida, renacimiento, purificación y poder. La cruz que acabó con la vida terrenal de Jesús es la misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos es el mismo que ahora levanta al pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con Cristo.
    A los que objetan o discrepan con esto, o lo consideran una opinión demasiado estrecha o solamente mi punto de vista sobre el asunto, déjenme decir que Dios ha sellado este mensaje con Su aprobación desde los tiempos del Apóstol Pablo hasta el día de hoy. Si ha sido proclamado en estas mismísimas palabras o no, no importa tanto, pero sí que es y ha sido el contenido de toda predicación que ha traído vida y poder al mundo a lo largo de los siglos. Los místicos, los reformadores y los predicadores de avivamientos han puesto el énfasis aquí, y señales y prodigios y repartimientos del Espíritu Santo han dado testimonio juntamente con ellos de la aprobación divina.
    ¿Nos atrevemos, pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de que heredamos semejante legado de poder?  ¿Intentaríamos cambiar con nuestros lápices las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte? ¡En ninguna manera!  Prediquemos la vieja cruz, y conoceremos el viejo poder.   
       
“El corazón que aprende a morir con Cristo pronto gustará la bendita experiencia de resucitar con Él, y toda la persecución del mundo no puede callar las dulces notas del santo gozo que surge en el alma que ha venido a ser morada del Espíritu Santo”.  

 

 Traducido por Carlos Tomás Knott


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