miércoles, 23 de diciembre de 2020

"Más Bienaventurado Es Dar Que Recibir..."

 


 DIOS EL DADOR GENEROSO

por Donald Norbie

     El Dios que adoramos formará nuestro carácter. Los que adoran a los ídolos vendrán a ser como ellos, degradados en su vida moral (Ro.1). Y los que adoran al Dios santo vendrán a ser más como Él, un pueblo santo.
    ¿Cómo es nuestro Dios? Es un Dios de amor, generoso y dadivoso. Toda vida procede de Él, el sabio Creador. Cuando Pablo predicó en Atenas, proclamó: “él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hch. 17:25). Toda la creación refleja la gloria de Su diseño y Su generosidad.
    Pero Él también es la fuente de toda vida espiritual. Al pecador se le describe como muerto espiritualmente, separado de Dios y quebrantado por el pecado. A los que reciben a Cristo como Señor y Salvador, Él les da vida espiritual vibrante (Ef. 2:5). Dios comienza a obrar poderosamente en su interior (Fil. 2:13). Se cumple fielmente la promesa de Cristo, de dar vida abundante (Jn. 10:10).
    Todas nuestras habilidades naturales y espirituales provienen de Dios. Pablo pregunta: “¿o qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co. 4:7). Sea intelecto, talento musical, habilidad mecánica, todo proviene de Dios. Los recursos ricos de la personalidad humana fluyen del Creador, y esto debería humillarnos.
    Las “cosas”, las posesiones materiales de esta vida, vienen de Dios. Pablo quiere que se le recuerde al rico que es “el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Ti. 6:17). Ten cuidado con el orgullo en lo referente a tus posesiones. Es Dios quien te las da.
    El Señor Jesús vivía una vida de entrega y servicio a los demás. Era una vida hermosa de auto negación, coronada con el sacrificio de sí mismo en la cruz (Mr. 10:45). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se unieron en aquel don asombroso, el don inefable (2 Co. 9:15).
    Nuestro Dios es un dador, y los que le adoran vendrán a ser un pueblo dador.

Los Creyentes Como Dadores

    Cuando uno recibe al Señor Jesucristo, también recibe al Espíritu Santo en su vida. Su cuerpo viene a ser templo de Dios para radiar la gloria divina (1 Co.6:20). El Espíritu de Cristo que mora en él (Ro. 8:9) se caracteriza también por el acto de dar. La misma vida que marcaba a Cristo en este mundo está vista ahora en Su Cuerpo, la Iglesia.
    Aquellos cuyas vidas fueron tocadas por Cristo fueron marcados por el hecho de ser dadores exuberantes. Zaqueo recibió a Cristo (Lc. 19:8) y proclamó excitado: “La mitad de mis bienes doy a los pobres”.
    En el día de Pentecostés una gran multitud creyó y fue bautizada. Cuando se reunían rebosaba el amor. “Y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:45). No es extraño que una sensación de asombro sobrecogió a los que observaban (Hch. 2:43).
    En los días del Antiguo Testamento a los israelitas se les instruía a dar el diez por ciento de todo lo que adquirían (Lv. 27:30). Esto fue una forma de reconocer que todo realmente pertenece a Dios. Cuando no lo daban, era una señal de malestar espiritual y fue reprendido fuertemente por los profetas. “¿Robará el hombre a Dios?” fue el clamor de Malaquías (Mal. 3:8).
    Cuando el Señor estuvo en este mundo, Él habló bien del diezmo, aunque si se trataba de algo divorciado de la práctica de la piedad, lo reprendía (Mt. 23:23). El ofrendar no debe ser una forma de cubrir el pecado. No podemos comprarle a Dios. Y el Señor Jesús alabó la forma sacrificada con que ofrendó la viuda (Lc. 21:1-4).
    Las iglesias primitivas fueron marcadas por ofrendas generosas, y se les exhortaba a tales ofrendas: “Dios ama al dador alegre” (2 Co. 9:7). Las ofrendas debían realizarse en secreto, esto es, sin manifestación abierta, para que no surgieran motivos incorrectos en el corazón (Mt. 6:3-4). La ofrenda debe ser algo planificado, regular y proporcional (1 Co. 16:2).
    ¿Cuánto debemos ofrendar? A. P. Gibbs acostumbraba a decir: “Si bajo la Ley se daba el diez por ciento, sería una desgracia dar menos que esto bajo la gracia!” Muchos encontrarán que el diez por ciento es un buen punto para empezar con las ofrendas. Pero si uno siente que no puede ofrendar el diez por ciento con gozo, ¡entonces debe decidir cuánto menos y pedir a Dios que aumente su fe! Debemos apartarlo para Dios cuando recibimos la nómina, en este día, aunque sea para distribuir más tarde. De este modo sabemos que estamos dando a Dios las primicias y no las sobras.
    ¿Cómo deben las iglesias y los creyentes distribuir estos fondos? Hay necesidades en la asamblea local que deben tener prioridad. También hay creyentes necesitados en nuestra localidad y en otros lugares que deben ser ayudados (Hch. 2:45; 11:29-30; 1 TI. 5:3-10). En aquellos primeros días de la iglesia hablaban del hambre y oraban por esa situación.
    Las iglesias y los individuos también daban a los obreros. Lidia abrió su hogar a Pablo y sus compañeros (Hch. 16:15). La hospitalidad es una forma cara de ofrendar; uno tiene que darse. Los cristianos en Filipos enviaban frecuentemente fondos a Pablo. Tales ofrendas nacieron de la oración y profunda preocupación. No era un ejercicio seco o rutinario de llevar la contabilidad.
    Aquellas iglesias primitivas nunca prometieron apoyo económico, ¿cómo podían ellas saber el futuro? No se contrataba a ningún obrero, ni nadie recibía salario. Tal pensamiento hubiera sido repugnante. Ellos eran los siervos del señor. Pero había oración, preocupación y ofrendas regulares de las iglesias. Esta era la obra de Dios.
    
El Obrero

    Hoy a menudo decimos “vive por fe” acerca de uno que deja un empleo regular para lanzarse a una esfera más amplia de servicio. Admitimos que todos los creyentes deben vivir por fe, en su trabajo, vida familiar y relación cotidiana con Dios. Sin fe nadie puede agradar a Dios (He. 11:6). No obstante, es verdad que es una prueba adicional de nuestra fe cuando uno deja la seguridad de una paga o nómina regular. Los que menosprecian esto deberían probarlo primero.
    El que sale así para servir al Señor debe tener un claro sentido del llamado de Dios. Pablo reconoció que había sido apartado desde el vientre de su madre (Gá. 1:15). En esto él compartía la convicción ardiente de los profetas del Antiguo Testamento (Jer. 1:5). Él no escogió su ministerio, sino que fue ordenado por Dios. Se deleitaba en llamarse el siervo de Dios, el esclavo de Dios.
    El dinero crea control. No se podía alquilar ni contratar a ningún profeta de Dios; era un portavoz de Dios. Por lo tanto, así los profetas del Antiguo Testamento como los del Nuevo Testamento expresaron desdén hacia el dinero. Que les apoyaran los que tenían confianza en ellos. No eran hombres solicitando un trabajo o apoyo económico. Para estar libre del control de los hombres, se debe estar libre del dinero del hombre. Pablo dijo: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hch. 20:33).
    Su apoyo era diversificado. Ayudaban en varias asambleas y a veces viajaban (2 Co. 11:26). Porque su apoyo no venía de una sola fuente, podían viajar cuando era necesario, ayudar a asambleas débiles, y comenzar iglesias nuevas. Pablo habló de cómo ofrendas de otras iglesias hicieron posible que él ayudara en Corinto (2 Co. 11:8).
    Esto no quiere decir que sea un camino fácil. A veces uno puede sentirse como el que va en una tabla de surfing al pie de una ola de 10 metros de altura. Le obliga a orar, a examinar sus motivos, y a clamar a Dios. Rehusará enviar cartas de oración que publican sus necesidades, o como algunos hacen hoy en día, pedir descaradamente. Está en juego el honor de Dios, y él llamará humildemente a Dios para que honre la fe de Su siervo (un amo está obligado a cuidar de sus siervos). A Dios le gusta que le recordemos Su honor. Moisés hizo esto repetidas veces (Éx. 32:11-13).
    Si un siervo de Dios tiene que trabajar con sus manos, esto no es vergonzoso (Hch. 20:34-35). Puede probar la sinceridad del obrero y su devoción a Dios y Su obra. Pablo rehusó salir de Éfeso buscando pastos más verdes cuando no había fondos. No era parte de un clero profesional que buscaba una iglesia más grande que pagaría más salario. Su corazón era él de un verdadero pastor, trabajando desinteresadamente para el bien de las ovejas.
    En un mundo de tecnología magnífica, es fácil desviarse del camino de fe. Los hombres pueden edificar vastos imperios religiosos, con listas de mailings informatizadas y publicidad en los medios de comunicación. Ellos realmente no necesitan a Dios para traer fondos, y Dios no tiene control de sus operaciones. Su maquinaría masiva rueda adelante, produciendo su propio combustible.
    En la vida de fe todos están involucrados, tanto los que ofrendan como los que reciben. Esto produce fruto espiritual y crecimiento de carácter (Fil. 4:17). Y también deja que Dios controle Su obra. Si los fondos no llegan para un proyecto, Su siervo puede descansar en paz. Que sea hecha la voluntad de Dios. Ofrendas espirituales resultan en obras espirituales. Sé discriminador en tus ofrendas, y apoya las obras que funcionan conforme a las Escrituras. Que tengamos más fe para la obra de Dios.
                       

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