sábado, 31 de octubre de 2015

Capítulo 1, DISCIPULADO EN EL HOGAR (revisión 2015)

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¿QUIÉN ESTÁ PRIMERO?

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre,
 y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas,
 y aun también su propia vida,
 no puede ser mi discípulo”.

Lucas 14:26
 

Alguien dijo: “Dios no tiene dos palabras”. No es chaquetero, ni político, ni cambia como camaleón. Sin embargo, al leer los siguientes textos bíblicos acerca de la familia, si causa dudas para alguien, se le  podría perdonar.

    (1) “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios...” (Gn. 1:27-28). “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Gn. 2:22).  "...dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Gn. 2:24).
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    (2) “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). “Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:29-30). “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen” (1 Co. 7:29).

    ¿Realmente puede ser que la misma persona hizo todas estas afirmaciones? ¿No se contradice a sí mismo? El caso es que habla Dios, y sabemos que Él es verdad; no se contradice a sí mismo. Pero honestamente nos puede parecer que uno de estos grupos de versículos no significar lo que dice. Muchos piensan los problemáticos son los del segundo grupo, los textos del “verdadero discipulado”. Seguramente el Señor no dijo esas cosas a las familias, al menos no literalmente. Pero aunque no te parezca, puedo afirmar que ambos grupos de versículos significan exactamente lo que dicen. Tiene que ser así, porque todos vienen de Dios, y Él no se contradice.
    El problema lo tenemos nosotros. Quizás hemos adoptado la opinión o aceptado la enseñanza que abunda hoy entre los evangélicos, que el hogar cristiano y la vida de discipulado verdadero son conceptos mutuamente exclusivos. Escoger uno elimina al otro. Es típico entre cristianos pensar que si quieres tener una familia feliz y sana no puedes comprometerte sacrificadamente con Cristo. “Hay que ser equilibrados”, se dice, porque se cree que el verdadero discipulado es un extremismo, un comportamiento radical, desequilibrado y nada sabio. Alguien incluso llegó a escribir una artículo adviertiendo acerca de “Los Peligros del Discipulado en los Postreros Tiempos”. En un sentido siempre es peligroso seguir a Cristo en este mundo que le crucificó. Pero hubiera sido más sabio y ciertamente más bíblico escribir sobre los peligros de la mundanalidad, la carnalidad o el materialismo en los los postreros tiempo. ¡La Biblia nunca nos advierte a tener cuidado de no ser discípulos de Cristo! Pero Santiago 5:1-3 dice:

    “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros”.

Se podía haber advertido de la frialdad en las iglesias, como en la epístola del Señor a Laodicea, en Apocalipsis 3:14-17,

    “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.     

    ¡Así aconseja la Biblia acerca de los peligros en los postreros tiempos! Pero los que huyen del compromiso y el sacrificio, retratan el verdadero discipulado como algo sólo para jóvenes, solteros, o quizás algún misionero en la selva. “Ese tipo de compromiso no es para todos”, dicen, y eso apela a nuestra inercia natural, al egoísmo, al pasivismo y la pereza espiritual, y a la carne. “¡Claro!” decimos, porque ¿a quién le amarga un dulce? Es más fácil y agradable pensar así. Además, miramos a nuestro alrededor sin ver a muchos en el camino del verdadero discípulo. Entonces, seguimos en nuestro bache cómodo. Seguramente, decimos, los casados están exentos: “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”. Los solteros podrían ir, a menos que tengan planes de casarse pronto. Tal vez podrían irse un par de años para ayudar en el campo misionero, y luego volver y establecer su familia. Así lo quitan de su sistema, y satisfacen sus ganas de aventura. ¿Quién sabe, a lo mejor encontrarán alguien con quien casarse, asentarse y vivir una “vida normal”, si es que se sabe qué significa esto.
    Surgió al final del siglo XX la idea de ministrar a la famlia, en lugar de ir a todo el mundo y predicar el evangelio. Se reúnen para “enriquecerse” (emocional y espiritualmente), como un fin en sí. Sus maestros son diplomados psicólogos, consejeros o “expertos” en ministerio a la familia. ¡No se ven en la Biblia en ninguna lista de dones espirituales o ministerios, pero han invadido la iglesia, trayendo las ideas del mundo. Y suelen advertir a los del grupo a tener cuidado con demasiado compromiso porque podría arruinar su familia.  Típicamente ponen de ejemplo al sumo sacerdote  Elí, porque según dicen, pasó tanto tiempo sirviendo a Dios que descuidó y arruinó a sus hijos. La Biblia no dice esto, pero ellos sí lo afirman. También suelen señalar a Samuel y a David como otros ejemplos de hombres demasiado ocupados en las cosas de Dios que por eso dañaron a sus hijos. Son sus suposiciones, deducciones y conjecturas, no lo que dice la Biblia. El efecto neto de ese tipo de ministerio apagar el deseo de servir al Señor Jesucristo y buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia. La familia viene a ser un fin en sí, no un medio para servir a Dios. Si los matrimonios y las familias se deshacen, Cristo, el evangelio y la iglesia no tienen la culpa.
    No es malo querer tener una familia feliz, ¡por supuesto! Pero el discipulado no es el enemigo de la familia.  Un ejemplo de muchos fue una familia que iba al “enriquecimiento familiar”, y el padre llegó a prohibir el uso de la palabra “compromiso”, como si fuera una palabrota. Pero si dejamos de escuchar a esa gente, y leemos la Biblia, está claro que el Señor nos llama al compromiso total, a seguirle, imitarle y servirle.
    Así que, pregunto: ¿Es acertado este retrato los peligros del discipulado en los postreros tiempos? ¿Es el compromiso y la entrega a Cristo y Su reino realmente el problema principal que la iglesia y la familia afrontan? ¿Acaso hay tantos discípulos tomando al Señor tan literalmente, viviendo tan sacrificadamente que superabundancia de obreros para Cristo? Si leemos la Biblia, sabemos que no es así. El Señor Jescristo no falla cuando dice:

    “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc. 10:2).

    Según Él, el problema actual es escasez  —no tanto de gente cristiana que asiste a reuniones, sino de obreros que se sacrifican para servir, le aman por encima de todo y buscan en primer lugar Sus intereses, Su reino y Su justicia. No nos engañemos, no hay abundancia de éstos, sino escasez. La población del mundo explota,. “mas los obreros pocos” dice el Señor. Puesto que es así, ¿es justo que un cristiano se quede sentado en casa, mirando la tele, divirtiéndose, trabajando, ganando dinero, acumulando cosas que no puede llevar al cielo, y disfrutando la buena vida? ¿Es correcto que pasa más tiempo y gasta más dinero en viajes y vacaciones que lo que invierte en servir a Cristo? Amigos, no ignoremos que el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida (Mr. 10:45).
    Las familias cristianas son un gran recurso para Cristo. Deben estar en la lucha para la gloria de Dios. El hogar cristiano es el primer lugar donde se debe aprender y practicar el discipulado. En ese santo entorno deben criarse siervos y soldados de Cristo. Los que impiden que las familias sigan al Señor como Sus discípulos, son culpables desanimar al pueblo del Señor. En efecto dice:  “¡Israel, a tus tiendas!”, pero de eso darán cuenta en el tribunal de Cristo, cuando Él juzgue a los que niegan Su Señorío, Su derecho de ser amado, seguido y servido por los que Él compró a precio de sangre.
    Como creyentes afirmamos que Dios desea bendecir los hogares de los Suyos. Quiere matrimonios y familias fuertes y bíblicas, donde habitan discípulos dedicados y sacrificados. El verdadero discipulado debe ser enseñado y practicado en nuestros hogares. Para las familias también es vigente la gran comisión que el Señor dio: “id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos...enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”.
    Nuestra prioridad es el Señor y Sus intereses. "Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia”, lo cual incluye la vida de familia, claro, pero no se limita a ella. La prioridad no es la familia, sino el reino de Dios y Su justicia. El Señor no dijo: “por tanto, id a vuestras casas y estad felices”, sino “id...a todas las naciones...”  La verdadera felicidad no se encuentra en un hogar ensimismado. La familia que pone a Cristo en primer lugar será bendecida y conocerá el gozo de servirle.
    ¿Cómo ponemos al Señor en primer lugar? Primero significa darle a Él el primer lugar en nuestros afectos. El primero y más grande de los mandamientos sigue vigente: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5). Nuestro Señor volvió a enfatizar esta prioridad cuando estuvo sobre la tierra. Observa que Él no suprimió la palabra “todo” ni modificó su significado (Mt. 22:37). Si hubiera querido reducir el compromiso o explicarlo de una manera más “equilibrada”, ¡tenía oportunidad! En otra ocasión habló a una multitud, de la cual algunos llegarían a ser Sus seguidores. No ocultó las demandas del discipulado sino las afirmó públicamente:

    “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26).

    Es un  mensaje sencillo, claro y poderoso. William MacDonald escribe: “Nunca se debe permitir que la consideración a los vínculos familiares desvíe a un discípulo de un camino de plena obediencia al Señor” ( Comentario Al Nuevo Testamento, CLIE, pág. 291). Alguno dirá: “Ah, pero él era soltero; no entendió la vida de familia”. No es una crítica válida, pues el apóstol Pablo tampoco estaba casado. Pero para responder a esa clase objeción, citamos a Donald Norbie, un siervo del Señor, casado, que escribió:

    “Jesús era un hombre de familia. Aunque la historia guarda silencio en cuanto a detalles, puede que José hubiera sido mucho más mayor que María. Cuándo murió, no lo sabemos. Pero durante el tiempo del ministerio de Jesús, aparentemente, había muerto. Tempranamente Jesús había tomado la responsabilidad como el hijo mayor, y la familia dependía de Él. Su madre María y Sus hermanos y hermanas conocían la fuerza de Su afecto y amor. La familia de Jesús se nos presenta muy unida. Parte del dolor de Jesús mientras estaba clavado en la cruz, era la agonía de ver sufrir a su madre. Pero la familia no ocupaba el primer lugar en los pensamientos de Cristo. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Enfatizó que las relaciones espirituales son más profundas y duraderas que los lazos familiares (Marcos 3:33-35). El centro de la vida de Cristo no era la familia... Una motivación era la delicia de hacer la voluntad del Padre... Otra era Su propia y profunda compasión por aquellos que estaban perdidos... Pero tú dices: “Yo no soy Jesús. Tengo una familia que sacar adelante, un trabajo al que atender cada día. Necesito recrearme. No tengo tiempo”. Y así, los días y los años pasan, y es fácil irse a la deriva. Dejamos de repartir folletos y de testificar. Hemos olvidado cómo llorar por los perdidos y cómo rogar a Dios por ellos. Nuestra dirección y estilo de vida difiere bien poco de la del mundo perdido que nos rodea”.
                           (“Evangelism, An Option?” artículo en la revista “Missions”, 1981)

    Sin lugar a dudas, el amor a Dios nombrado en el primer y gran mandamiento es la prioridad y la base. Une nuestros corazones al corazón de Dios en todo lo que a Él le es importante y precioso. Si el Señor ocupa el primer lugar en nuestros afectos, todo lo demás encontrará su lugar correcto. Nuestros intereses estarán en las cosas de arriba (Col. 3:1), cosas espirituales y eternas, no absorbidas en las cosas pasajeras de este mundo que son indignas de nuestro amor (1 Jn. 2:15-17). Pero los que siguen insistiendo en anteponer a su familia, se arrepentirán un día, quizás tarde, cuando Dios les diga como dijo a Elí en desaprobación: “has honrado a tus hijos más que a mí” (1 S. 2:29). ¡No es malo amar a nuestra familia, pero si la ponemos antes de Dios y Sus intereses, erramos.
    Dar a Dios primer lugar significa dar preferencia a la comunión diaria con Él. En el Salmo 27:4-5 David habla de “una cosa” que deseaba. Era Dios mismo —la comunión con Él. Le quería a Dios más que Sus bendiciones. No era una emoción pasajera, sino declaró: “...ésta buscaré”. ¿Es nuestra prioridad? El Señor la aprobó en Lucas 10:42 cuando María se sentó a Sus pies. Sus instrucciones en Mateo 6:33 hablan de lo mismo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Más necesitamos desarrollar nuestra relación con Dios que con otros. No que seamos hermitaños, pero sí, nos va a costar tiempo. Habrá que sacrificar un lado otras ocupaciones, aun legítimas, a veces. Buscarle es invertir tiempo en conocerle por medio de la lectura de Su Palabra, meditando en ella (Sal. 1:2) y orando. No estamos hablando de “siete minutos con Dios” para comenzar el día, sino pasar más tiempo con Él que con la tele u otras cosas.
    Además, “Dios primero” significa darle el primer lugar en nuestros hechos. Debemos invertir los medios que Él nos da —el tiempo, el dinero y otros bienes materiales, la energía, y los dones espirituales— para servir al Señor. La devoción no termina con el devocional. Podemos abrir nuestros hogares a otros para tener comunión, utilizarlo para un estudio evangelístico o reunirnos para orar (Hch. 12:12). 
    A veces debemos salir de casa para servir al Señor, haciendo visitas, asistiendo a reuniones, ayudando a necesitados, testificando, etc. Todos los días la gente sale de su casa para ir a trabajar, a veces horas largas y horarios raros, con tal de ganar dinero. Salgamos para servir al Señor. En algunos caso habrá que dejar la casa e ir a otro lugar, aunque hayas vivido allí toda la vida. No seas anclado por una casa. directa de las Escrituras. ¡El Señor, el Maestro de todos Sus discípulos ha hablado respecto a este asunto! En Marcos 10:28-31 el Señor Jesús aprobó las prioridades del ministerio de Sus discípulos en cuanto a la familia. Si ellos hubiesen estado equivocados, desequilibrados, mal encaminados, o dándonos mal ejemplo, el Señor los habría corregido, pero no lo hizo. Al contrario, les prometió una recompensa y reafirmó sus prioridades. A nosotros Sus seguidores siglos después esto debe animarnos a hacer lo mismo. 
     Claramente, sin arrepentimiento y regreso al plan bíblico para los discípulos del Señor, continuará el declive de la Iglesia de nuestros tiempos, tal como lo lamentaba A. W. Tozer:

    “Cristo llama a los hombres a llevar su cruz; nosotros les llamamos a pasarlo bien en Su nombre. Él les llama a abandonar el mundo: nosotros les aseguramos que si aceptan a Jesús, el mundo se constituye una ostra en la que pueden desarrollarse y vivir. Él les llama a sufrir; nosotros les llamamos a gozar de las comodidades que ofrece la civilización burguesa moderna. Él les llama a la autoabnegación y a la muerte; nosotros les llamamos a extenderse como árbol frondoso, o tal vez, incluso, a llegar a ser estrellas de un deplorable zodiaco religioso de quinta clase. Cristo les llama a la santidad; nosotros les vendemos una felicidad barata que hubiera sido rechazada con desdén por el más ínfimo de los filósofos estoicos”.              
            (A. W. Tozer, DESPUÉS DE MEDIANOCHE, Editorial Clie, pág. 143)

    “El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo, “cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame, porque cualquiera que quiera ganar su vida la perderá, y cualquiera que pierda su vida por causa de mí, la hallará”? Y muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su suegra”. Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría para tomar un camino tan definitivo y final como éste”.

    “El clima moral contemporáneo no facilita una fe tan maciza y sólida como la que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y frágiles cristianos de invernadero que estamos produciendo hoy en día se pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle al pueblo la verdad. Le están pidiendo a la gente que dé a Dios únicamente lo que no les cuesta nada”.

    “Hoy en día nuestras iglesias está llenas (o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia pero están muy familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser llamados meros adherentes a una fe que nunca comprendieron”.
        (A. W. Tozer, ESE INCREÍBLE CRISTIANO, Christian Publications, Inc., págs. 73-74)

    El Nuevo Testamento no nos enseña a enfocarnos en la pareja y la familia, sino a presentarnos en sacrificio vivo para el Señor. El principio de auto sacrificio es casi desconocido en nuestros tiempos excepto para aprobar exámenes o ganar dinero. Walter Chantry, en su libro The Shadow of the Cross (“La Sombra De La Cruz”), indica cómo debemos negarnos a nosotros mismos aun en el matrimonio:

    “Al escoger un cónyuge, el negarse a sí mismo debería ser una característica buscada. ¿Quiénes más apropiados para el matrimonio que hombres y mujeres que han muerto a sí mismos? Ya se encuentran viviendo para servir y agradar a Otro en lugar de sus deseos egoístas. Aún ahora se niegan, respecto a sus intereses propios y legítimos, para esperar en Uno a quien le han hecho votos solemnes”.
    (Banner of Truth Trust, pág. 55). 

    En 1 Corintios 7:29 leemos que aquellos que tienen mujer sean como si no la tuvieran “de ahora en adelante” (BAS). Esta es una de las declaraciones “desequilibradas” de las Escrituras. No hay ningún versículo cerca que lo dé equilibrio. Al contrario, así el Espíritu Santo abruptamente reta nuestros pensamientos. Mientras que Dios diseñó, designó y aprueba el matrimonio para los Suyos, también aprueba y recomienda especialmente en estos postreros tiempos la subordinación aun de relaciones legítimas para algo de mayor importancia. ¿Qué puede tener más importancia o prioridad? El servir al Señor; proclamando el evangelio, ganando almas, enseñando la Palabra, haciendo discípulos, preparando y equipando obreros para Su servicio (Ef. 4:11-12).
    “El tiempo es corto”. El Señor viene pronto, “el lucero de la mañana” (2 P. 1:19). Es una referencia al arrebatamiento de la Iglesia para llevarla al cielo. Entonces, terminarán las oportunidadas para servirle No posterguemos nuestro servicio al Señor. Hay que redimir el tiempo, no perderlo,“porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (He. 10:37). “La noche está avanza". Pronto oiremos Su voz, la trompeta, “y así estaremos siempre con el Señor”. Seamos solteros o casados, sirvamos al Señor. ¡Ojalá que halle verdaderos discípulos en nuestros hogares.“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Lc. 12:43).

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