martes, 18 de noviembre de 2025

¡Cuánto he deseado comer esta pascua!

 “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!”   Lucas 22.15


    En Éxodo 12 se instauró la Pascua, para conmemorar su salvación y liberación de la servidumbre en Egipto. Entre esta primera Pascua del éxodo de Israel, y la que celebró Cristo con Sus discípulos en Lucas 22 intervienen aproximadamente 2.450 años.  A lo largo de este tiempo se celebraron  muchas pascuas, una vez cada año. Digamos que fue como una cuenta retrocesiva, desde Éxodo 12 hasta Lucas 22, “esta pascua”.

    Fijémonos en la expresión del Señor: “Cuánto he deseado comer esta pascua”; no “la pascua” sino “esta pascua”. Tenía especial significado por ser la que comió con Sus discípulos antes de ser sacrificado como el Cordero de Dios. Había anticipado este momento durante los últimos 2.450 años. Es más, lo había esperando desde la eternidad, ya que Él murió como “un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 P. 1.19-20 ). Sabía que había venido al mundo para salvar a los pecadores, y que, para ello, era necesario morir por ellos. Es el “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Ap. 13.8). Deseaba cumplir la voluntad del Padre. Deseaba proveer para nuestra salvación. Así que, en las horas antes de Su pasión, decía: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Jn. 12.27-28).
    Sabiendo todo lo que significaba esta última pascua, admiramos al Señor por Su gran deseo de comerla con los Suyos antes de padecer. Sentado en mesa con ellos, los miraba con especial amor. Miraba los símbolos, el pan y el vino, con pleno conocimiento de su significado: mi cuerpo, mi sangre. No solo celebraba la pascua, sino “nuestra pascua, que es Cristo” fue sacrificado por nosotros (1 Co. 5.7). De ahí en adelante, celebramos la Cena del Señor como Él mandó: “Haced esto en memoria de mí”, no una vez al año, sino cada primer día de la semana (Hch. 20.7; véase también 1 Co. 16.2). Y el Señor está presente, en medio de los Suyos en cada Cena del Señor, lo que hace que sea de especial importancia. Quiere ver nuestros rostros, y recibir nuestra gratitud y adoración.
    Queda para nosotros la pregunta: ¿Cuánto deseamos comer con Él la Cena del Señor? Él desea estar con nosotros. ¿Deseamos estar con Él? ¿Hay acaso otro lugar o persona más importante que Él, para que nos ausentemos de Su cena conmemorativa? ¿Deseamos venir y recordar según Su voluntad Su muerte a favor nuestro? Él nos ha amado tanto, pero ¿nosotros le amamos? ¿Con qué motivo podríamos decirle al Señor: “Te ruego que me excuses”? (Lc. 14.18).
    No tuvimos que ir a la cruz ni padecer. No nos costó nada, pues Él lo pagó todo. ¿Qué menos, entonces, que acudir cada primer día de la semana, conforme a Su deseo, para hacer memoria de Él y anunciar Su muerte hasta que Él venga? El Señor fue a la cruz. ¡Le costó mucho establecer la Cena del Señor! ¿Cuánto nos cuesta acudir como Él quiere? ¿Hay algo de más valor o prioridad?
    Sus palabras en Lucas 22.15 expresan un deseo grande y ferviente. “¡Cuánto he deseado!” Ya que hemos sido redimidos por Su sangre, ¿no debemos tener un gran deseo de venir a estar con Él, recordarle y honrarle, en la Cena del Señor? ¿Qué podría ser más importante? Ahí Él nos espera, ¿le dejaremos plantado? ¿Cuáles son nuestros deseos, y nuestras prioridades? No le digamos al Señor, sino más bien a cualquier otro: “te ruego que me excuses”, para que acudamos a la mesa donde Él nos espera.

Carlos Tomás Knott

 

"Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, 

allí estoy yo en medio de ellos". 

Mateo 18.20 


 

 

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