miércoles, 10 de enero de 2018

Cosas Que Dejar Atrás

Parte I

Texto: Colosenses 3:1-10

En el capítulo 1 Pablo pide a Dios porque les dé sabiduría. En 1:12 dice que Dios fue quien nos hizo aptos, para que seamos partícipes – tengamos una parte en la herencia de los santos. Es un hermoso futuro el que el Señor tiene preparado para los Suyos. En el versículo 13 dice que nos ha librado. Desde el Edén pertenecíamos a las tinieblas y vivíamos de espaldas a Dios – triste condición. El apóstol Pablo está hablando en tiempo pasado, no futuro. No es algo que vaya a suceder, sino lo que ya ha pasado. Ahora estamos en el reino de Su amado Hijo, porque Dios lo ha hecho. Somos redimidos de esta condición perdida y de este reino de las tinieblas. La palabra redención es hermosa, porque tiene que ver con el mercado donde compraban esclavos y luego, terminado su trabajo, los volvían a vender. Entonces, “redención” guarda siempre una relación con la servidumbre de la esclavitud. Éramos esclavos y Dios nos ha comprado y redimido, y nos ha sacado fuera del mercado para no ser más objetos de compra-venta. Como bien dice el título de uno de los libros del amado hermano William MacDonald: Una Vez en Cristo, Para Siempre en Cristo.
    Luego, en el capítulo 2 aprendemos que en este Cristo estamos completos, de modo que no necesitamos ya nada de lo que el mundo ofrece, ni sus filosofías ni otras cosas. La redención que Dios obró en Cristo tiene el resultado de que ahora estamos completos. Ahora dependemos de la suficiencia del Señor.
    Dichas estas cosas, venimos a nuestro texto en el capítulo 3, donde observamos que hay un cambio en la forma de hablar. Aquí el apóstol habla gramáticamente con la condición “si”. No es una afirmación sino algo condicional para los que profesan ser creyentes. Si es vuestra experiencia que habéis resucitado con Cristo, entonces introduce el imperativo: “buscad”. “Buscad” es un mandato, una orden de Dios. “Buscad las cosas de arriba” – esto es, ocupaos en las cosas de arriba. Luego dice: “Poned la mira en las cosas de arriba”. Es otro mandato. ¿Por qué debemos hacer esto? “Porque habéis muerto” – se ha terminado vuestra vida de antes.
    Ahora Cristo es nuestra vida y Él está en el cielo – nuestra vida está escondida en Él – esto es – guardada en Él. Se cuenta la anécdota de un viajero cristiano que fue sorprendido por unos ladrones, quienes le dijeron en ultimátum: “La bolsa o la vida”. El creyente respondió: “Bolsa no tengo, y mi vida está escondida en Cristo”. Él había aprendido esta verdad que seguramente los ladrones no entendieron.
    En los versículo 5-9 encontramos una relación de las cosas terrenales, cosas del mundo, que como creyentes identificados con Cristo debemos renunciar y dejar. “Haced morir, pues, lo terrenal” “dejad también” –  lo que no es celestial, y entre las cosas en la lista está la avaricia que es idolatría. La ciudad de Sevilla tiene mucha fama de su religión, sus imágenes y sus procesiones, y no hace falta que lo explique, pues lo sabéis mejor que yo vosotros los que vivís aquí. Es la idolatría típica de la Iglesia Católica Romana. Pero luego, hay los ídolos que no se ven, esto es – como dice el texto – la avaricia. Esta idolatría la practican muchísimas personas. Hoy en el mundo lo que prima es el dinero. Los valores han desaparecido, y si los hay, son vendibles, negociables. Que se incline el mundo ante el dinero, me parece normal, porque es el mundo, pero lo malo es que lo hagan los que se llaman hijos de Dios.
    Al señor D. José Luis San Pedro, catedrático en economía, hace poco le preguntaron en televisión qué solución daba frente a la pobreza en el mundo, los movimientos de inmigrantes y la inestabilidad que hay. Fue muy interesante su respuesta, puesto que es un hombre del mundo. Dijo: “El mundo no tiene solución, porque hizo del dinero su dios”. Bien dicho.
    Recordemos que en Éxodo, después de salir de Egipto, Moisés y los hijos de Israel se encontraron en el desierto con Jetro, el suegro de Moisés. Allí él dio un consejo a Moisés, respecto a la administración del pueblo, que repartiera el trabajo, asignando a un grupo de hombres los casos menos importantes, y reservando los más difíciles para él. A Moisés le pareció bueno el consejo y lo llevó a cabo, apuntando a setenta hombres como jueces en Israel. Pero de especial interés para nosotros es que entre las condiciones de estos setenta jueces estaba que tenían que aborrecer la avaricia. No sólo estar libre de ella, sino además, aborrecerla, porque si no, por ella el juicio podría ser pervertido. Y Dios todavía quiere que Su pueblo esté sin avaricia y que aborrezca la avaricia. Si tenemos los ojos puestos en el Señor Jesús, como Hebreos 12:1-3 nos indica, no amaremos las cosas terrenales y pasajeras. Que Dios nos guarde de este amor ilícito y necio, y seámosle un pueblo fiel y puro.de un 

estudio dado en la Asamblea Bíblica en Sevilla por D. José Álvarez, 
anciano en la asamblea en Avilés, Asturias

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