sábado, 16 de septiembre de 2017

Sentirse Mal...Una advertencia

Durante una visita rutinaria a su médico, un paciente le comentó: “Doctor, creo que he logrado cierta inmunidad frente a los parásitos y a otras infecciones que me molestaban mucho hace 20 años. Ahora puedo comer cualquier cosa, y beber agua de cualquier arroyo, sin sentir ninguna consecuencia”.
    Como respuesta, el médico le revisó muy cuidadosamente, y luego le dijo: “Usted está muy enfermo. Sufre de extrema debilidad. Un cuerpo sano reacciona rápida y violentamente frente a los gérmenes infecciosos, pero usted se ha acostumbrado a la presencia de esos elementos dañinos, y tiene una falsa sensación de bienestar. Tenemos que iniciar un tratamiento enérgico para que usted recobre su resistencia”.
    Suele suceder el caso de alguien que va a una fiesta y, dejando a un lado la prudencia, consume desmasiado alcohol. Cuando llega la hora de volver a su casa, insiste en conducir su automóvil, pues dice estar perfectamente bien: “Jamás me he sentido mejor”. Ya en la carretera, sus reacciones son lentas, su vista está nublada, y sus cálculos acerca de la velocidad y las distancias andan muy mal. Segundos antes de llevarse por delante un árbol, se le oyó decir: “Déjenme tranquilo. Estoy perfectamente bien”.
    El dolor es algo bueno. Cuando alguien está enfermo, debe sentirse enfermo. ¿De qué otro modo sabrá que algo anda mal? Uno de los grandes peligros del alcohol es el efecto anestésico que tiene sobre el raciocinio. Una persona puede acostumbrarse de tal modo a las condiciones anormales, que sin darse cuenta erige una defensa mental en contra del sufrimiento, y llega a no sentir nada.
    La falta de felicidad y paz es para el alma lo que el dolor es para el cuerpo: un aviso de que algo anda mal. La convicción de pecado, la culpa y el temor del juicio son cosas buenas, porque nos advierten para que arrepentidos, busquemos a Dios. Él  nos hizo para que fuésemos felices en comunión con Él. Pero debido al pecado en nosotros, nos hemos voluntariamente alejado de Él. Nuestra condición de pecadores nos condena y nos conduce al juicio divino y la perdición eterna en lugar de la comunión y la bendición. Pero curiosamente, una persona puede estar feliz en sus pecados, y satisfecha sin vivir cerca de Dios.
    El mundo está dispuesto a atraer a la gente y hacerla creer que la felicidad consiste en obtener comodidades materiales, nuevos inventos y placeres. Pocos se detienen a pensar que todas esas cosas tal vez sólo sirvan para mantener la ilusión de que ya no están mal y en gran peligro. Lo cierto es que así se engañan a sí mismos.
    No hay remedio alguno fuera de Dios. “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12). “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).



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