lunes, 21 de diciembre de 2015

La Navidad



No sabemos con seguridad cuándo comenzó la celebración del nacimiento de Cristo. De ella habla Clemente de Alejandría alrededor del año 200 d.C. Siglo y medio después por orden de Liberio, obispo de Roma, el 25 de diciembre fue adoptado para celebrar el nacimiento de Cristo. Probablemente tenía el propósito de unificar los sentimientos cristianos y unir la celebración del nacimiento de Jesús con la fiesta pagana del sol. Esta fiesta se celebraba los fines de diciembre para festejar “la victoria de la luz sobre las tinieblas”, o sea el solsticio cuando los días dejan de hacerse más breves y comienzan a volverse más largos. Más tarde se notó que esta fecha no puede ser cierta porque en Palestina el tiempo es de lluvia y frío. En ese tiempo los pastores a los cuales el ángel anunció el nacimiento de Jesús no hubieran podido encontrarse de noche en los campos pastando las ovejas.
    Hoy día en muchas partes de la América Latina las celebraciones duran desde el 16 de diciembre hasta el 6 de enero, pero la fiesta más grande es la de nochebuena el 24 de diciembre. Otros países, por ejemplo, España y otros de Europa y también del Oriente, tienen su mayor celebración el 6 de enero. Por ejemplo los armenios celebran la navidad el 6 de enero, comiendo pescado frito, espinacas cocidas, y lechuga. Creen que María comió espinacas cocidas la noche antes del nacimiento de Cristo.
     Las costumbres navideñas son tan variadas como los colores del arco iris. No pueden tener su origen en el relato bíblico del nacimiento del Salvador. Aunque las inventaron y las perpetuaron los hombres, muchas personas han llegado a pensar que son sacrosantas. Como dice el refrán: “la tradición se hace ley”.
    Es interesante notar que los puritanos de Inglaterra, en sus normas estrictas, prohibieron por decreto de parlamento en el año 1644 la observancia de la navidad y las muchas costumbres relacionadas a ella. Estimaron los festejos de la navidad como profanación de cosas sagradas. Y las colonias de Nueva Inglaterra (que más tarde llegaron a ser parte de los Estados Unidos) siguieron en gran parte su ejemplo.
    Hoy día la profanación y la comercialización de la navidad es peor que nunca. Mi corazón se entristece al ver el mundo encadenado del frenesí de las festividades navideñas. Y el mundo de comercio profana el nombre de Cristo, haciendo de esa época del año una época dorada de negocio.
    En nuestros días, pocos son los que guardan los mandamientos del humilde Nazareno, pero hay muchos que ganan dinero en Su Nombre. Muchos celebran, supuestamente, Su nacimiento, pero rehusan darle lugar en su corazón. San Nicolás es más popular en esa época que el mismo Cristo. Y los niños que nada saben del Dios hecho hombre bien saben que recibirán regalos, dulces, y tarjetas. Los que olvidan la cruz del Calvario fácilmente ponen su atención al arbolito de navidad o a los belenes (nacimientos) construidos en cada pueblo y hogar.
    Mucha gente celebra este día sin conocer las historias relacionadas a la navidad. Muchos “cristianos” se apresuran a celebrarla sin saber nada de su origen, y lo peor es que no quieren saber porque no quieren cambiar. Son adictos de la fiesta. El cuerpo y las emociones se la piden.
    Los cristianos sinceros se preocupan y se entristecen al ver a sus hermanos y hermanas ocupados y preocupados por las apariencias externas de la navidad. Las iglesias bíblicas deben preocuparse de que los cristianos no se enreden en esas costumbres paganas. ¡Pero hoy en día hay congregaciones que hasta tienen el arbolito puesto en su lugar de culto!
    Muchos de nosotros desde niño hemos guardado la fiesta de la navidad. Hemos intercambiado regalos, hemos enviado tarjetas, hemos encendido candelas, hemos roto las piñatas, y hemos comido las ricas comidas navideñas. Mas ahora estamos viendo la insensatez de todo esto. Las palabras de Dios que debemos aplicar aquí son: “No os conforméis a este siglo” (Romanos 12:2), y “no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Jn. 2:15).
    Los pobres necesitan nuestros regalos, los hambrientos nuestra comida, y los  desconsolados nuestras tarjetas–pero no sólo una vez al año. Las candelas, las luces, el árbol de navidad, los belenes (nacimientos), las posadas, las piñatas, San Nicolás, los festines, y los bailes definitivamente son del mundo. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesucristo, salimos de todo eso. Ya ni lo tocamos (ver 2 Corintios 6:17-18).
    Nosotros creemos que el Señor Jesús en verdad fue milagrosamente concebido del Espíritu Santo y que nació de una virgen en Belén de Judea durante los días del rey Herodes. Creemos que los profetas del Antiguo Testamento predijeron ese nacimiento milagroso, tanto el tiempo como el lugar. También hablaron de la matanza de los niños en Belén, la huida a Egipto, el ministerio de Cristo, Su rechazamiento, juicio, sufrimientos, muerte en la cruz, resurrección, y ascensión. Todo lo que predijeron fue gloriosamente cumplido. Los relatos del Nuevo Testamento verifican la autenticidad de las profecías, y demuestran que la Biblia es en verdad la Palabra de Dios.
    La historia del nacimiento de Jesucristo es un relato verídico de un maravilloso acontecimiento. Es fidedigna porque fue dada por inspiración del Espíritu Santo. Pero el nacimiento de Jesucristo fue sólo el comienzo de la vida más maravillosa que jamás hubo sobre la tierra.
    Es algo extraño que en el tiempo de la navidad el mundo pagano y la cristiandad apóstata se preocupan tanto del nacimiento de Jesús, pero muy poco de Su vida y menos todavía de Sus enseñanzas. Es evidente que no es necesario ser creyente para celebrar la navidad, porque muchos que no lo son celebran esta fiesta. Hacen tanto ruido acerca de la venida de los reyes magos, pero muy poco de los discursos del Maestro. Tanto cantan y dicen del pesebre, pero muy poco de la cruz. Mucho hablan de la madre María, pero muy poco de su Creador encarnado; mucho del nacimiento de Jesús, pero muy poco de Su muerte; mucho de Su primer advenimiento, pero casi nada de Su resurrección ni de Su segunda venida.
    Es un engaño del diablo enfatizar una parte de las Escrituras y menospreciar otras partes. Puede que muchas personas de hoy en día sepan en parte la historia del nacimiento de Jesús, pero quizás no sepan nada de sus enseñanzas las cualel él mismo dio a conocer a los santos apóstoles por revelación.
    La Biblia enseña claramente que los que realmente somos cristianos debemos conmemorar la muerte y la resurrección de Cristo, no Su nacimiento. Celebramos la Cena del Señor, con el pan y el vino, símbolos de Su cuerpo y sangre dados por nosotros, hasta que Él venga. De esta manera anunciamos Su muerte. No hay en la Biblia nada hay que apoya una celebración de Su nacimiento. Los ángeles anunciaron Su nacimiento. Nosotros anunciamos Su muerte, resurrección y segunda venida. Pero que nadie se equivoque pensando que menospreciamos el nacimiento de Jesús. Alabamos a Dios por la venida del Cordero de Dios al mundo como relatado en Lucas 2 y Mateo 1-2. Y como ministros del evangelio debemos predicar la historia de su nacimiento milagroso. Pero el mundo de hoy no necesita oír sólo del niño de Belén, sino también del Salvador crucificado, del Señor resucitado, y del Juez venidero, a quien todos daremos cuento de nuestra vida.
    Queridos lectores, no adoremos al niño de Belén sino al REY DO LOS REYES Y SEÑOR DE LOS SEÑORES.
    “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21).
—Aden Gingerich, adaptado
                                       

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