martes, 1 de enero de 2013

¿Saber, o Seguir?




SEGUIR: Ir después o detrás de alguien…  Proseguir o continuar en lo empezado… Imitar o hacer algo por el ejemplo que alguien ha dado de ello. Dirigir algo por camino o método adecuado, sin apartarse del intento.

Hay quienes saben pero no siguen, es decir, no viven de acuerdo a lo que saben. Los conocimientos están en un “compartamento” aislado de la voluntad y los hechos. Son como teorías o doctrinas meramente intelectuales. Pero saber sin seguir no sirve. 
En 1 Timoteo 4:6 el apóstol Pablo felicita a Timoteo por ser seguidor: “...la buena doctrina que has seguido”. Muchos conocen buena doctrina. Tienen libros de doctrina, escritos por hermanos fieles. Pero no siguen.  No sigamos su ejemplo, sino el de Timoteo. Pablo le exhorta en1 Timoteo 6:11, “sigue la justicia...”, y otra vez en 2 Timoteo 2:22 “sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón limpio invocan al Señor”.  Saber la justicia no es suficiente, hay que seguirla diariamente en nuestra vida práctica. Ser justo no es lo mismo que saber de la justicia. Incluso hay algunos jueces, abogados y policías que saben las leyes pero no las siguen personalmente. Si a esto lo llamamos corrupcion, ¿qué diremos de un cristiano que no sigue la justicia?  Pablo habla con aprobación a Timoteo cuando le dice en 2 Timoteo 3:10, “has seguido”.  No es aprobado el conocimiento, sino el seguimiento. 
Este tema también sale en el Antiguo Testamento, como leemos la acusación en Números 14:43 “os habéis negado a seguir a Jehová”. Fue dicho al pueblo de Dios de aquel entonces, que era pueblo en nombre, pero no en la práctica. Como de igual manera hoy en día en el mundo evangélico hay muchos que profesan ser pueblo de Dios, dicen que son cristianos, pero no siguen al Señor ni obedecen a Su Palabra. El apóstol Juan tocó esto en 1 Juan 2:6 cuando señaló el deber de todo el que profesa conocer al Señor.
En Josué 22:5 cuando habló despidiendo a las 2 tribus y media, Josué les dijo: “que améis a Jehová vuestro Dios, y andéis en todos sus caminos; que guardéis sus mandamientos, y le sigáis a él, y le sirváis de todo vuestro corazón y de toda vuestra alma”. Más tarde en el libro de Jueces, acerca de la tercera generación de los hijos de Israel, leemos que Dios les envió pruebas y dificultades “para probar...si procurarían o no seguir a Jehová” (Jue. 2:22).
Volviendo al Nuevo Testamento, observamos cómo describe a los inconversos. Efesios 2:2 habla de cómo éramos antes de convertirnos: “siguiendo la corriente de este mundo”. El incrédulo sigue al mundo, anda al paso que el mundo marca, sigue las modas e intereses del mundo, las filosofías y religiones de mundo, no a Cristo.  En 2 Pedro 1:16 el apóstol Pedro advierte acerca de los falsos maestros y sus adeptos: “siguiendo fábulas artificiosas”. Hay muchas de ellas, pero unos ejemplos son el gnosticismo y el mormonismo. 2 Pedro 2:10 dice: “siguiendo la carne” y si queremos saber cómo es esto, leemos Gálatas 5:19-21 para ver las obras de la carne. Cuando Pedro dice: “siguiendo el camino de Balaam” (2 P. 2:15), se refiere a los que practican religión y captan a adeptos para vivir de ellos – buscando ganancia económica.
Pero el Señor Jesucristo dice acerca de Sus ovejas: “ellas me siguen” (Jn. 10:27). Seguirle a Cristo es una de las marcas de Sus ovejas. No son perfectas, ¡pero le siguen! No siguen al mundo. Los que con la boca hablan de Cristo pero con los pies siguen al mundo, enseñan dónde está su corazón: ¡en el mundo! Hay un refrán que dice: “Dime con quien andas, y te diré quién eres”.  En Romanos 4:12 habla de los creyentes gentiles que “siguen las pisadas de la fe que tuvo...Abraham”, es decir, actúan como Abraham, por la fe.  Y en Filipenses 3:16 la instrucción apostólica e inspirada es: “sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa”. No dice: “sepamos” sino “sigamos”. Muchos hoy en día saben enseñanzas pero no las siguen. Incluso en las asambleas hay hermanos que fueron fiel y sanamente enseñandos en otro tiempo por los siervos de Dios. Pero aquellos siervos ya han ido a su recompensa, y los que fueron enseñandos no están siguiendo, sino cambiando las cosas. Hay algunas asambleas que en la práctica no son como eran hace quince o veinte años. No son buenos seguidores. 
En 1 Pedro 2:21 leemos acerca del Señor Jesucristo y Sus sufrimientos: “dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”. La idea es seguir al Señor en Su fidelidad al Padre, en Su lealtad a la voluntad divina, en Su santidad y justicia, y en Su humildad cuando sufría injustamente. Esto también es seguir.
Además, al leer los evangelios, observamos que el Señor Jesucristo no llamaba a la gente a saber cosas acerca de Él, ni a sólo estar intelectualmente de acuerdo, sino a mucho más, pues decía: “sígueme” (Mt. 8:22; 9:9; 10:38; 16:24; 19:21; Jn. 1:43; 8:12; 12:26;  21:19, 22). Buscaba seguidores, y todavía los busca.
Hay que salir de en medio de los que sólo son “sabedores” y “conocedores”, y de la compañía de los que hablan bien de Cristo y el cristianismo pero con los pies (y corazón) siguen al mundo o a la carne. ¿Hay algo o alguien que te impide a ser un verdadero seguidor del Señor Jesucristo, en tu corazón y mente, con tu carácter, tus prioridades, tus gustos, tus amistades, etc.? Hay que romper con lo que impide, y entregarle todo al Señor, pues sólo Él lo merece.

Todo a Cristo yo me rindo, lo que tengo, lo que soy, 
Pues le amo, en Él confío, por Su gracia al cielo voy.

CORO:
Todo lo que tengo, todo lo que soy,
¡Oh, Señor, a Ti me ofrezco y me rindo hoy!

Todo a Cristo me presento, cual humilde servidor,
Y mi vida Le ofrendo, pues al mundo muerto soy.

Ni un paso sin Su ayuda, tengo fuerzas para dar.
Su promesa me asegura: “Bástate mi gracia ya”.

Su Espíritu divino me consuela, me da paz.
Me sostiene con cariño, y por fin veré Su faz.


Carlos

miércoles, 3 de octubre de 2012


EL DOMINIO PROPIO

C. H. Mackintosh


      La palabra griega traducida "templanza" en 2.ª Pedro 1:6 en la versión inglesa King James tiene un significado mucho más profundo que el que normalmente se le asigna a ese término. Usualmente la palabra "templanza" se aplica a los hábitos de moderación con referencia a comer y beber. No cabe duda de que éste es parte de su significado, pero el sentido en el griego es mucho más amplio. De hecho, la palabra griega empleada por el inspirado apóstol significa propiamente "dominio propio" (como en la versión española Reina-Valera), y transmite la idea de uno que tiene el dominio de sí mismo de forma habitual y que sabe gobernar el yo. 
Ejercer el dominio de uno mismo es, en efecto, una gracia extraordinaria y admirable, la cual comunica su bendita influencia sobre toda la marcha, el carácter y la conducta del individuo. Esta gracia no sólo afecta directamente uno, dos o veinte hábitos egoístas, sino que ejerce su efecto sobre el yo en toda la gama y variedad de ese tan amplio y odioso término. Más de uno que miraría con orgulloso desdén a un glotón o a un borracho, puede él mismo faltar a toda hora de manifestar la gracia del dominio propio. Ciertamente, los excesos en la comida y la bebida deben ser clasificados junto con las formas más viles y degradantes de egoísmo. Deben ser considerados como parte de los frutos más amargos de este árbol tan extendido del yo. El yo, en efecto, es un árbol, y no solamente la rama de un árbol ni el fruto de una rama, y nosotros no sólo debemos juzgar el yo cuando está activo, sino controlarlo para que no actúe.  Puede que alguno pregunte: «¿Cómo puedo controlar el yo?» La bendita respuesta  es simple: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13). ¿No hemos obtenido la salvación en Cristo? Sí, bendito sea Dios, la hemos obtenido. ¿Y qué incluye esta palabra maravillosa? ¿Es simplemente la liberación de la ira venidera? ¿Es meramente el perdón de nuestros pecados y la seguridad de estar librados del lago que arde con fuego y azufre? Por más preciosos que fueren estos privilegios, la “salvación” abarca mucho más que ello. En una palabra, "salvación" implica una plena aceptación de Cristo con el corazón, como mi "sabiduría" para guiarme fuera de la oscuridad de la insensatez y de los caminos torcidos, hacia los caminos de luz y de paz celestial; como mi "justicia" para justificarme delante de un Dios santo; como mi "santificación" para hacerme prácticamente santo en todos mis caminos; y como mi "redención" para darme liberación final de todo el poder de la muerte, y entrada en los campos eternos de gloria (1.ª Corintios 1:30).
Por eso, es evidente que el "dominio propio" está incluido en la salvación que tenemos en Cristo. Es el resultado de esa santificación práctica de que nos ha dotado la gracia divina. Debemos guardarnos con cuidado del hábito de tener una visión estrecha de la salvación. Debemos procurar entrar en toda su plenitud. Es una palabra que se extiende desde la eternidad hasta la eternidad y abarca, en su poderoso barrido, todo los detalles prácticos de la vida diaria. No tengo ningún derecho de hablar de salvación de mi alma en el futuro mientras rehúse conocer y manifestar su influencia práctica en mi conducta en el presente. Somos salvos, no sólo de la culpa y la condenación del pecado, sino del poder, la práctica y el amor de él en su plenitud. Estas cosas nunca deben separarse; y ninguno que ha sido divinamente enseñado en cuanto al significado, magnitud y poder de esa palabra preciosa —salvación—, lo hará. 
Al presentar ahora a mi lector unas observaciones prácticas sobre el asunto del dominio propio, voy a considerarlo bajo las tres divisiones siguientes, a saber: a) los pensamientos, b) la lengua y c) el temperamento. Doy por sentado que me estoy dirigiendo a personas salvas. Si mi lector no lo fuere, sólo puedo dirigirlo a la única senda verdadera y viviente: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa" (Hechos 16:31). Pon tu entera confianza en Él y estarás tan seguro como Él mismo lo es. Ahora procederé a tratar el práctico y tan necesario tema del dominio propio.  
En primer lugar, trataremos acerca de nuestros pensamientos y del control que habitualmente debemos ejercer sobre ellos. Supongo que hay pocos cristianos que no han padecido pensamientos perversos: esos intrusos molestos que aparecen en nuestra más profunda intimidad, perturbando continuamente el descanso de nuestra mente, y que tan frecuentemente oscurecen la atmósfera alrededor de nosotros y nos privan de mirar arriba con una vista clara y plena hacia el cielo luminoso. El salmista podía decir, "Los pensamientos vanos aborrezco" (Salmo 119:113). Son verdaderamente aborrecibles y deben ser juzgados, condenados y desechados. Alguien, hablando del asunto de los malos pensamientos, dijo:  «Yo no puedo impedir que los pájaros vuelen sobre mí, pero sí puedo evitar que se posen en mí.» Asimismo, no puedo evitar que los malos pensamientos surjan en mi mente, pero sí puedo impedir que se alojen en ella."  
Pero ¿cómo podemos controlar nuestros pensamientos? No más de lo que podríamos borrar nuestros pecados o crear un mundo. ¿Qué deberíamos hacer? Mirar a Cristo. Éste es el verdadero secreto del dominio propio. Él puede guardarnos, no sólo de que se alojen malos pensamientos, sino también de que los tales surjan en nuestra mente. No podríamos prevenir lo uno ni lo otro. Él puede prevenir ambas cosas. Él puede evitar no sólo que los viles intrusos entren, sino  que también golpeen a la puerta. Cuando la vida divina está en su actividad, cuando la corriente de pensamiento y sentimiento espiritual es profunda y rápida, cuando los afectos del corazón están intensamente ocupados con la Persona de Cristo, los vanos pensamientos no vienen a atormentarnos. Sólo cuando nos dejamos invadir por la indolencia espiritual, los malos pensamientos vienen sobre nosotros. Entonces nuestro único recurso es fijar nuestros ojos en Jesús. Podríamos también intentar combatir contra las organizadas huestes del infierno, así como contra una horda de malos pensamientos. Mas nuestro refugio es Cristo. Él ha sido hecho para nosotros “santificación”. Podemos hacer todas las cosas por medio de Él. Sólo tenemos que llevar el nombre de Jesús contra el diluvio de malos de pensamientos, y Él dará con toda seguridad una plena e inmediata liberación.  
Sin embargo, el medio más excelente para ser preservado de las sugerencias del mal consiste en estar ocupados con el bien. Cuando la corriente del pensamiento fluye invariablemente hacia arriba, cuando es profundo y perfectamente estable, sin ningún desvío ni lagunas, entonces la imaginación y los sentimientos, que brotan de las profundas fuentes del alma, fluirán naturalmente hacia adelante en el lecho de dicho canal. Éste es indiscutiblemente el camino más excelente. ¡Ojalá que lo probemos en nuestra propia experiencia! "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz será con vosotros" (Filipenses 4:8-9). Cuando el corazón está lleno de Cristo, habiendo incorporado de forma viva todas las cosas enumeradas en el versículo 8, disfrutamos de una paz profunda e imperturbable frente a los malos pensamientos. Éste es el verdadero dominio propio.  
En segundo lugar, podemos pensar en la lengua, ese miembro influyente tan fructífero para el bien como para el mal, el instrumento con el que podemos proferir acentos de dulce y tierna simpatía, o palabras de amargo sarcasmo y de ardiente indignación. ¡Qué importancia enorme tiene la gracia del dominio propio en su aplicación a tal miembro! Graves daños, irreparables con el tiempo, puede causar la lengua en un instante. Palabras por las cuales daríamos el mundo para que fuesen borradas, puede proferir la lengua en un momento de descuido. Oigamos lo que el inspirado apóstol dice sobre este asunto:
"Porque todos ofendemos en muchas cosas. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, que también puede con freno gobernar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos frenos en las bocas de los caballos para que nos obedezcan, y gobernamos todo su cuerpo. Mirad también las naves: aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde quisiere el que las gobierna. Así también, la lengua es un miembro pequeño, y se gloría de grandes cosas. ¡He aquí, un pequeño fuego -cuán grande bosque enciende! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, é inflama la rueda de la creación, y es inflamada del infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres de la mar, se doma y es domada de la naturaleza humana: Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado; llena de veneno mortal." (Santiago 3:2-8).
¿Quién entonces puede controlar la lengua? "Ningún hombre" es capaz de hacerlo, pero Cristo sí puede, y nosotros sólo tenemos que contemplarlo a Él, con simple fe. Esto implica la conciencia tanto de nuestra absoluta impotencia como de Su plena suficiencia. Es absolutamente imposible que seamos capaces de controlar la lengua. Es lo mismo que si intentáramos detener la marea del océano, los ríos de deshielo o el alud de la montaña. ¡Cuántas veces, al sufrir las consecuencias de alguna equivocación de la lengua, hemos resuelto ordenar a ese miembro desobediente algo mejor la próxima vez, pero nuestras resoluciones resultaron ser como el rocío de la mañana que se desvanece, y no tuvimos más remedio que retirarnos y llorar por nuestro deplorable fracaso en el asunto del dominio propio! ¿A qué se debió esto? Simplemente a que nosotros emprendimos esta obra sobre la base de nuestras propias fuerzas o por lo menos sin tener una conciencia suficientemente profunda de nuestra propia debilidad. Ésta es la causa de constantes fracasos. Debemos aferrarnos a Cristo como un niño se aferra a su madre. Esto no significa que el hecho de aferrarnos tenga algún mérito en sí mismo; sin embargo, debemos aferrarnos a Cristo, pues ésta es la única manera en que podemos refrenar la lengua con éxito. Recordemos siempre estas palabras  solemnes y escudriñadoras del mismo apóstol Santiago: " Si alguno piensa ser religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino engañando su corazón, la religión del tal es vana." (Santiago 1:26).  Son éstas palabras saludables para un tiempo como el presente cuando tantas lenguas desobedientes y vanas palabras pululan por doquier. ¡Ojalá que tengamos gracia para prestar oídos a estas palabras! ¡Que su santa influencia cale hondo en nuestros caminos!  
El tercer punto que vamos a considerar es el temperamento o el carácter, el cual se halla íntimamente relacionado con la lengua y con los pensamientos. Cuando la fuente del pensamiento es espiritual, y la corriente celestial, la lengua es sólo el agente activo para el bien, y el temperamento será calmo y apacible. Si Cristo mora en el corazón por la fe, todo se halla bajo control. Sin Él, nada tiene valor. Yo puedo poseer y manifestar la calma de un Sócrates, y al mismo tiempo ignorar por completo el "dominio propio" de que habla el apóstol Pedro en 2.ª Pedro 1:6. Este último se funda en la "fe"; mientras que la calma estoica de los sabios de este mundo se funda sobre el principio de la filosofía: dos cosas totalmente diferentes. No debemos olvidar que se nos dice: "Agregad a vuestra fe, virtud..." Esto pone a la fe primero como el único eslabón que vincula el corazón con Cristo, la fuente viviente de todo poder. Teniendo a Cristo y permaneciendo en Él, somos hechos capaces de agregar a la fe "virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal, amor". Tales son los preciosos frutos que brotan como resultado de permanecer en Cristo. Pero yo no puedo controlar mi temperamento más que mi lengua o mis pensamientos, y si me propusiera hacerlo, con toda seguridad fracasaré a cada instante. Un filósofo sin Cristo puede que manifieste un mayor dominio sobre sí mismo, su carácter y su lengua que un cristiano, si éste no permanece en Cristo. Esto no tendría que ocurrir y no ocurriría si tan sólo el cristiano considerara a Jesús. Sólo cuando falla en este punto, el enemigo gana ventaja. El filósofo sin Cristo tiene un éxito aparente en la obra tan importante del dominio propio, sólo que así puede estar más efectivamente cegado acerca de la realidad de su condición delante de Dios, y ser arrastrado precipitadamente a la perdición eterna. Satanás se deleita cuando hace tropezar y caer a un cristiano, haciendo así que éste halle así una ocasión para blasfemar el nombre precioso de Cristo. 
Lector cristiano, tengamos en cuenta estas cosas. Consideremos a Cristo a fin de que controle nuestros pensamientos, nuestra lengua y nuestro temperamento. Prestemos "toda diligencia". Sopesemos todo lo que esto involucra. "Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Mas el que no tiene estas cosas, es ciego, y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados" (2.ª Pedro 1:8-9).  Estas palabras son profundamente solemnes. ¡Con qué facilidad caemos en un estado de ceguedad y negligencia espiritual! Ninguna medida de conocimiento, ya de doctrina, ya de la letra de la Escritura, preservará al alma de esta horrible condición. Únicamente "el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" será de provecho. Y este conocimiento crecerá en el alma "dando toda la diligencia para agregar a nuestra fe" los diversos dones de gracia a los que el apóstol se refiere en el pasaje tan eminentemente práctico que cala hondo en nuestra alma. “Por lo cual, hermanos, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (v. 10-11).

 Traducido del original en inglés «Things New and Old»
Flavio H. Arrué