sábado, 31 de octubre de 2015

Capítulo 1, DISCIPULADO EN EL HOGAR (revisión 2015)

1
 
¿QUIÉN ESTÁ PRIMERO?

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre,
 y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas,
 y aun también su propia vida,
 no puede ser mi discípulo”.

Lucas 14:26
 

Alguien dijo: “Dios no tiene dos palabras”. No es chaquetero, ni político, ni cambia como camaleón. Sin embargo, al leer los siguientes textos bíblicos acerca de la familia, si causa dudas para alguien, se le  podría perdonar.

    (1) “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios...” (Gn. 1:27-28). “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Gn. 2:22).  "...dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Gn. 2:24).
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    (2) “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). “Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:29-30). “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen” (1 Co. 7:29).

    ¿Realmente puede ser que la misma persona hizo todas estas afirmaciones? ¿No se contradice a sí mismo? El caso es que habla Dios, y sabemos que Él es verdad; no se contradice a sí mismo. Pero honestamente nos puede parecer que uno de estos grupos de versículos no significar lo que dice. Muchos piensan los problemáticos son los del segundo grupo, los textos del “verdadero discipulado”. Seguramente el Señor no dijo esas cosas a las familias, al menos no literalmente. Pero aunque no te parezca, puedo afirmar que ambos grupos de versículos significan exactamente lo que dicen. Tiene que ser así, porque todos vienen de Dios, y Él no se contradice.
    El problema lo tenemos nosotros. Quizás hemos adoptado la opinión o aceptado la enseñanza que abunda hoy entre los evangélicos, que el hogar cristiano y la vida de discipulado verdadero son conceptos mutuamente exclusivos. Escoger uno elimina al otro. Es típico entre cristianos pensar que si quieres tener una familia feliz y sana no puedes comprometerte sacrificadamente con Cristo. “Hay que ser equilibrados”, se dice, porque se cree que el verdadero discipulado es un extremismo, un comportamiento radical, desequilibrado y nada sabio. Alguien incluso llegó a escribir una artículo adviertiendo acerca de “Los Peligros del Discipulado en los Postreros Tiempos”. En un sentido siempre es peligroso seguir a Cristo en este mundo que le crucificó. Pero hubiera sido más sabio y ciertamente más bíblico escribir sobre los peligros de la mundanalidad, la carnalidad o el materialismo en los los postreros tiempo. ¡La Biblia nunca nos advierte a tener cuidado de no ser discípulos de Cristo! Pero Santiago 5:1-3 dice:

    “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros”.

Se podía haber advertido de la frialdad en las iglesias, como en la epístola del Señor a Laodicea, en Apocalipsis 3:14-17,

    “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.     

    ¡Así aconseja la Biblia acerca de los peligros en los postreros tiempos! Pero los que huyen del compromiso y el sacrificio, retratan el verdadero discipulado como algo sólo para jóvenes, solteros, o quizás algún misionero en la selva. “Ese tipo de compromiso no es para todos”, dicen, y eso apela a nuestra inercia natural, al egoísmo, al pasivismo y la pereza espiritual, y a la carne. “¡Claro!” decimos, porque ¿a quién le amarga un dulce? Es más fácil y agradable pensar así. Además, miramos a nuestro alrededor sin ver a muchos en el camino del verdadero discípulo. Entonces, seguimos en nuestro bache cómodo. Seguramente, decimos, los casados están exentos: “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”. Los solteros podrían ir, a menos que tengan planes de casarse pronto. Tal vez podrían irse un par de años para ayudar en el campo misionero, y luego volver y establecer su familia. Así lo quitan de su sistema, y satisfacen sus ganas de aventura. ¿Quién sabe, a lo mejor encontrarán alguien con quien casarse, asentarse y vivir una “vida normal”, si es que se sabe qué significa esto.
    Surgió al final del siglo XX la idea de ministrar a la famlia, en lugar de ir a todo el mundo y predicar el evangelio. Se reúnen para “enriquecerse” (emocional y espiritualmente), como un fin en sí. Sus maestros son diplomados psicólogos, consejeros o “expertos” en ministerio a la familia. ¡No se ven en la Biblia en ninguna lista de dones espirituales o ministerios, pero han invadido la iglesia, trayendo las ideas del mundo. Y suelen advertir a los del grupo a tener cuidado con demasiado compromiso porque podría arruinar su familia.  Típicamente ponen de ejemplo al sumo sacerdote  Elí, porque según dicen, pasó tanto tiempo sirviendo a Dios que descuidó y arruinó a sus hijos. La Biblia no dice esto, pero ellos sí lo afirman. También suelen señalar a Samuel y a David como otros ejemplos de hombres demasiado ocupados en las cosas de Dios que por eso dañaron a sus hijos. Son sus suposiciones, deducciones y conjecturas, no lo que dice la Biblia. El efecto neto de ese tipo de ministerio apagar el deseo de servir al Señor Jesucristo y buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia. La familia viene a ser un fin en sí, no un medio para servir a Dios. Si los matrimonios y las familias se deshacen, Cristo, el evangelio y la iglesia no tienen la culpa.
    No es malo querer tener una familia feliz, ¡por supuesto! Pero el discipulado no es el enemigo de la familia.  Un ejemplo de muchos fue una familia que iba al “enriquecimiento familiar”, y el padre llegó a prohibir el uso de la palabra “compromiso”, como si fuera una palabrota. Pero si dejamos de escuchar a esa gente, y leemos la Biblia, está claro que el Señor nos llama al compromiso total, a seguirle, imitarle y servirle.
    Así que, pregunto: ¿Es acertado este retrato los peligros del discipulado en los postreros tiempos? ¿Es el compromiso y la entrega a Cristo y Su reino realmente el problema principal que la iglesia y la familia afrontan? ¿Acaso hay tantos discípulos tomando al Señor tan literalmente, viviendo tan sacrificadamente que superabundancia de obreros para Cristo? Si leemos la Biblia, sabemos que no es así. El Señor Jescristo no falla cuando dice:

    “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc. 10:2).

    Según Él, el problema actual es escasez  —no tanto de gente cristiana que asiste a reuniones, sino de obreros que se sacrifican para servir, le aman por encima de todo y buscan en primer lugar Sus intereses, Su reino y Su justicia. No nos engañemos, no hay abundancia de éstos, sino escasez. La población del mundo explota,. “mas los obreros pocos” dice el Señor. Puesto que es así, ¿es justo que un cristiano se quede sentado en casa, mirando la tele, divirtiéndose, trabajando, ganando dinero, acumulando cosas que no puede llevar al cielo, y disfrutando la buena vida? ¿Es correcto que pasa más tiempo y gasta más dinero en viajes y vacaciones que lo que invierte en servir a Cristo? Amigos, no ignoremos que el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida (Mr. 10:45).
    Las familias cristianas son un gran recurso para Cristo. Deben estar en la lucha para la gloria de Dios. El hogar cristiano es el primer lugar donde se debe aprender y practicar el discipulado. En ese santo entorno deben criarse siervos y soldados de Cristo. Los que impiden que las familias sigan al Señor como Sus discípulos, son culpables desanimar al pueblo del Señor. En efecto dice:  “¡Israel, a tus tiendas!”, pero de eso darán cuenta en el tribunal de Cristo, cuando Él juzgue a los que niegan Su Señorío, Su derecho de ser amado, seguido y servido por los que Él compró a precio de sangre.
    Como creyentes afirmamos que Dios desea bendecir los hogares de los Suyos. Quiere matrimonios y familias fuertes y bíblicas, donde habitan discípulos dedicados y sacrificados. El verdadero discipulado debe ser enseñado y practicado en nuestros hogares. Para las familias también es vigente la gran comisión que el Señor dio: “id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos...enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”.
    Nuestra prioridad es el Señor y Sus intereses. "Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia”, lo cual incluye la vida de familia, claro, pero no se limita a ella. La prioridad no es la familia, sino el reino de Dios y Su justicia. El Señor no dijo: “por tanto, id a vuestras casas y estad felices”, sino “id...a todas las naciones...”  La verdadera felicidad no se encuentra en un hogar ensimismado. La familia que pone a Cristo en primer lugar será bendecida y conocerá el gozo de servirle.
    ¿Cómo ponemos al Señor en primer lugar? Primero significa darle a Él el primer lugar en nuestros afectos. El primero y más grande de los mandamientos sigue vigente: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5). Nuestro Señor volvió a enfatizar esta prioridad cuando estuvo sobre la tierra. Observa que Él no suprimió la palabra “todo” ni modificó su significado (Mt. 22:37). Si hubiera querido reducir el compromiso o explicarlo de una manera más “equilibrada”, ¡tenía oportunidad! En otra ocasión habló a una multitud, de la cual algunos llegarían a ser Sus seguidores. No ocultó las demandas del discipulado sino las afirmó públicamente:

    “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26).

    Es un  mensaje sencillo, claro y poderoso. William MacDonald escribe: “Nunca se debe permitir que la consideración a los vínculos familiares desvíe a un discípulo de un camino de plena obediencia al Señor” ( Comentario Al Nuevo Testamento, CLIE, pág. 291). Alguno dirá: “Ah, pero él era soltero; no entendió la vida de familia”. No es una crítica válida, pues el apóstol Pablo tampoco estaba casado. Pero para responder a esa clase objeción, citamos a Donald Norbie, un siervo del Señor, casado, que escribió:

    “Jesús era un hombre de familia. Aunque la historia guarda silencio en cuanto a detalles, puede que José hubiera sido mucho más mayor que María. Cuándo murió, no lo sabemos. Pero durante el tiempo del ministerio de Jesús, aparentemente, había muerto. Tempranamente Jesús había tomado la responsabilidad como el hijo mayor, y la familia dependía de Él. Su madre María y Sus hermanos y hermanas conocían la fuerza de Su afecto y amor. La familia de Jesús se nos presenta muy unida. Parte del dolor de Jesús mientras estaba clavado en la cruz, era la agonía de ver sufrir a su madre. Pero la familia no ocupaba el primer lugar en los pensamientos de Cristo. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Enfatizó que las relaciones espirituales son más profundas y duraderas que los lazos familiares (Marcos 3:33-35). El centro de la vida de Cristo no era la familia... Una motivación era la delicia de hacer la voluntad del Padre... Otra era Su propia y profunda compasión por aquellos que estaban perdidos... Pero tú dices: “Yo no soy Jesús. Tengo una familia que sacar adelante, un trabajo al que atender cada día. Necesito recrearme. No tengo tiempo”. Y así, los días y los años pasan, y es fácil irse a la deriva. Dejamos de repartir folletos y de testificar. Hemos olvidado cómo llorar por los perdidos y cómo rogar a Dios por ellos. Nuestra dirección y estilo de vida difiere bien poco de la del mundo perdido que nos rodea”.
                           (“Evangelism, An Option?” artículo en la revista “Missions”, 1981)

    Sin lugar a dudas, el amor a Dios nombrado en el primer y gran mandamiento es la prioridad y la base. Une nuestros corazones al corazón de Dios en todo lo que a Él le es importante y precioso. Si el Señor ocupa el primer lugar en nuestros afectos, todo lo demás encontrará su lugar correcto. Nuestros intereses estarán en las cosas de arriba (Col. 3:1), cosas espirituales y eternas, no absorbidas en las cosas pasajeras de este mundo que son indignas de nuestro amor (1 Jn. 2:15-17). Pero los que siguen insistiendo en anteponer a su familia, se arrepentirán un día, quizás tarde, cuando Dios les diga como dijo a Elí en desaprobación: “has honrado a tus hijos más que a mí” (1 S. 2:29). ¡No es malo amar a nuestra familia, pero si la ponemos antes de Dios y Sus intereses, erramos.
    Dar a Dios primer lugar significa dar preferencia a la comunión diaria con Él. En el Salmo 27:4-5 David habla de “una cosa” que deseaba. Era Dios mismo —la comunión con Él. Le quería a Dios más que Sus bendiciones. No era una emoción pasajera, sino declaró: “...ésta buscaré”. ¿Es nuestra prioridad? El Señor la aprobó en Lucas 10:42 cuando María se sentó a Sus pies. Sus instrucciones en Mateo 6:33 hablan de lo mismo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Más necesitamos desarrollar nuestra relación con Dios que con otros. No que seamos hermitaños, pero sí, nos va a costar tiempo. Habrá que sacrificar un lado otras ocupaciones, aun legítimas, a veces. Buscarle es invertir tiempo en conocerle por medio de la lectura de Su Palabra, meditando en ella (Sal. 1:2) y orando. No estamos hablando de “siete minutos con Dios” para comenzar el día, sino pasar más tiempo con Él que con la tele u otras cosas.
    Además, “Dios primero” significa darle el primer lugar en nuestros hechos. Debemos invertir los medios que Él nos da —el tiempo, el dinero y otros bienes materiales, la energía, y los dones espirituales— para servir al Señor. La devoción no termina con el devocional. Podemos abrir nuestros hogares a otros para tener comunión, utilizarlo para un estudio evangelístico o reunirnos para orar (Hch. 12:12). 
    A veces debemos salir de casa para servir al Señor, haciendo visitas, asistiendo a reuniones, ayudando a necesitados, testificando, etc. Todos los días la gente sale de su casa para ir a trabajar, a veces horas largas y horarios raros, con tal de ganar dinero. Salgamos para servir al Señor. En algunos caso habrá que dejar la casa e ir a otro lugar, aunque hayas vivido allí toda la vida. No seas anclado por una casa. directa de las Escrituras. ¡El Señor, el Maestro de todos Sus discípulos ha hablado respecto a este asunto! En Marcos 10:28-31 el Señor Jesús aprobó las prioridades del ministerio de Sus discípulos en cuanto a la familia. Si ellos hubiesen estado equivocados, desequilibrados, mal encaminados, o dándonos mal ejemplo, el Señor los habría corregido, pero no lo hizo. Al contrario, les prometió una recompensa y reafirmó sus prioridades. A nosotros Sus seguidores siglos después esto debe animarnos a hacer lo mismo. 
     Claramente, sin arrepentimiento y regreso al plan bíblico para los discípulos del Señor, continuará el declive de la Iglesia de nuestros tiempos, tal como lo lamentaba A. W. Tozer:

    “Cristo llama a los hombres a llevar su cruz; nosotros les llamamos a pasarlo bien en Su nombre. Él les llama a abandonar el mundo: nosotros les aseguramos que si aceptan a Jesús, el mundo se constituye una ostra en la que pueden desarrollarse y vivir. Él les llama a sufrir; nosotros les llamamos a gozar de las comodidades que ofrece la civilización burguesa moderna. Él les llama a la autoabnegación y a la muerte; nosotros les llamamos a extenderse como árbol frondoso, o tal vez, incluso, a llegar a ser estrellas de un deplorable zodiaco religioso de quinta clase. Cristo les llama a la santidad; nosotros les vendemos una felicidad barata que hubiera sido rechazada con desdén por el más ínfimo de los filósofos estoicos”.              
            (A. W. Tozer, DESPUÉS DE MEDIANOCHE, Editorial Clie, pág. 143)

    “El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo, “cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame, porque cualquiera que quiera ganar su vida la perderá, y cualquiera que pierda su vida por causa de mí, la hallará”? Y muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su suegra”. Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría para tomar un camino tan definitivo y final como éste”.

    “El clima moral contemporáneo no facilita una fe tan maciza y sólida como la que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y frágiles cristianos de invernadero que estamos produciendo hoy en día se pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle al pueblo la verdad. Le están pidiendo a la gente que dé a Dios únicamente lo que no les cuesta nada”.

    “Hoy en día nuestras iglesias está llenas (o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia pero están muy familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser llamados meros adherentes a una fe que nunca comprendieron”.
        (A. W. Tozer, ESE INCREÍBLE CRISTIANO, Christian Publications, Inc., págs. 73-74)

    El Nuevo Testamento no nos enseña a enfocarnos en la pareja y la familia, sino a presentarnos en sacrificio vivo para el Señor. El principio de auto sacrificio es casi desconocido en nuestros tiempos excepto para aprobar exámenes o ganar dinero. Walter Chantry, en su libro The Shadow of the Cross (“La Sombra De La Cruz”), indica cómo debemos negarnos a nosotros mismos aun en el matrimonio:

    “Al escoger un cónyuge, el negarse a sí mismo debería ser una característica buscada. ¿Quiénes más apropiados para el matrimonio que hombres y mujeres que han muerto a sí mismos? Ya se encuentran viviendo para servir y agradar a Otro en lugar de sus deseos egoístas. Aún ahora se niegan, respecto a sus intereses propios y legítimos, para esperar en Uno a quien le han hecho votos solemnes”.
    (Banner of Truth Trust, pág. 55). 

    En 1 Corintios 7:29 leemos que aquellos que tienen mujer sean como si no la tuvieran “de ahora en adelante” (BAS). Esta es una de las declaraciones “desequilibradas” de las Escrituras. No hay ningún versículo cerca que lo dé equilibrio. Al contrario, así el Espíritu Santo abruptamente reta nuestros pensamientos. Mientras que Dios diseñó, designó y aprueba el matrimonio para los Suyos, también aprueba y recomienda especialmente en estos postreros tiempos la subordinación aun de relaciones legítimas para algo de mayor importancia. ¿Qué puede tener más importancia o prioridad? El servir al Señor; proclamando el evangelio, ganando almas, enseñando la Palabra, haciendo discípulos, preparando y equipando obreros para Su servicio (Ef. 4:11-12).
    “El tiempo es corto”. El Señor viene pronto, “el lucero de la mañana” (2 P. 1:19). Es una referencia al arrebatamiento de la Iglesia para llevarla al cielo. Entonces, terminarán las oportunidadas para servirle No posterguemos nuestro servicio al Señor. Hay que redimir el tiempo, no perderlo,“porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (He. 10:37). “La noche está avanza". Pronto oiremos Su voz, la trompeta, “y así estaremos siempre con el Señor”. Seamos solteros o casados, sirvamos al Señor. ¡Ojalá que halle verdaderos discípulos en nuestros hogares.“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Lc. 12:43).

La Condición Patética De Los Cristianos Modernos

A. W. Tozer

“El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo, “cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame, porque todo el que quiera ganar su vida la perderá, y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”? Y muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su suegra”. Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría para tomar un camino tan definitivo y final como éste”.
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    “El clima moral contemporáneo no facilita una fe tan robusta y sólida como la que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y frágiles cristianos de invernadero que estamos produciendo hoy en día se pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle la verdad al pueblo. Piden a la gente que dé a Dios únicamente lo que no cuesta nada”.
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    “Hoy en día nuestras iglesias está llenas (o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia pero están muy familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser llamados livianos adherentes a una fe que nunca comprendieron”.


    A. W. Tozer, ESE INCREÍBLE CRISTIANO, Christian Publications, Inc., págs. 73-74

Auto Complacencia

Auto Complacencia: Señal de Egoísmo

    La auto complacencia es hacer algo sólo porque me gusta hacerlo. Nadie tiene derecho a hacer algo solamente porque lo disfruta. El propósito de la vida es más profundo que pasarlo bien y complacerme. No tengo derecho a tomar la comida simplemente porque me gusta. Hacer así me constituiría una bestia. La tomo porque me nutre. No es correcto hacer cosas simplemente porque te complacen; esto es buscar tus propios intereses. ¿Qué de los intereses de Dios? ¿Qué de agradar a Dios? Jesucristo nos enseña: “Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia”. No tenemos permiso divino para buscar lo nuestro propio en nada. Busca a Dios, y Él buscará tu bien. Esta es la vida de fe. ¿Realmente confías en Dios? Cuida las cosas de Dios y Él cuidará las tuyas. “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:4).
 
                           A. B. Simpson, traducido y adaptado de su libro Standing on Faith (Firmes en la fe)

Los Pecados No Confesados

por Oswald Smith

    En 1 Juan 1:9 tenemos esta afirmación: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. En otras palabras, si los cristianos confesamos nuestros pecados, Él nos perdonará. Él es fiel debido a que Él prometió y Él es justo porque Él expió. El pecado confesado es pecado perdonado, y el pecado perdonado es un pecado limpiado. Y, puedo añadir, la confesión tiene que incluir una renuncia, porque si no se renuncia al pecado, no será perdonado, a pesar de que haya sido confesado.
    La razón de que hay tantos que son tibios, fríos o indiferentes, la razón de que tantos no se gozan de su salvación, la razón de que no se gozan en la lectura de la Palabra de Dios, ni en la oración, y de que no reciben respuesta a la oración, la razón de que no tienen testimonio, es que hay algún pecado secreto, algún pecado oculto que no ha sido confesado, y que está ahí, en el corazón. ¿Por qué no lo confiesas? No lo puedes ocultar de Dios. Él lo conoce todo acerca de ese pecado. ¿Por qué no hacer una confesión total y plena a Dios y ser así perdonado? Hasta que no lo hagas, Él no puede hacer absolutamente nada por ti.
 

de su libro, Pasión Por Las Almas, Editorial Portavoz, pág. 167

sábado, 10 de octubre de 2015

Un Corazón Para Cristo

C. H. MackIntosh

Texto: Mateo 26

    En este solemne capítulo tenemos revelados muchos corazones. El corazón de los principales sacerdotes, el de los ancianos, el de los escribas, el de Pedro y el de Judas. Pero hay particularmente un corazón distinto de todos los demás: el de la mujer que trajo el vaso de alabastro con el perfume de gran precio para ungir el cuerpo de Jesús. Esta mujer tenía un corazón para Cristo. Ella podía ser una gran pecadora, una pecadora muy ignorante; pero sus ojos habían sido abiertos para ver en Jesús una belleza que la llevó a juzgar que nada de lo que se gastara en él podría ser demasiado caro. En una palabra, ella tenía un corazón para Cristo.
     Pasemos por alto a los principales sacerdotes, a los ancianos y a los escribas y detengámonos unos instantes para considerar el corazón de esta mujer en contraste con el de Judas y el de Pedro.

 1. Judas era un hombre ambicioso. Amaba el dinero, inclinación muy común en todas las épocas. Había predicado el Evangelio. Había caminado en compañía del Señor Jesús durante los días de Su ministerio público. Había oído Sus palabras, había visto Sus caminos y había experimentado Su bondad; pero, lamentablemente, aunque era apóstol, aunque era compañero de Jesús y predicador del Evangelio, con todo, no tenía un corazón para Cristo. Tenía un corazón para el dinero. El lucro era siempre el motor que animaba su corazón. Cuando se trataba de dinero, la avidez se posesionaba de él. Las pasiones más profundas de su ser se veían despertadas por el dinero. “La bolsa” era su objeto más cercano y más querido. Satanás lo sabía. Conocía el particular deseo de Judas. Tenía pleno conocimiento del precio al que podría comprarle.  Conocía a su hombre, sabía cómo tentarlo y cómo utilizarlo. ¡Solemne pensamiento!
    Pero adviértase también que la misma posición de Judas lo hacía tanto más apto para los designios de Satanás. Su familiaridad con los caminos de Cristo lo hacía una persona ideal para entregarle en manos de Sus enemigos. El mero conocimiento intelectual de las cosas sagradas, sin que el corazón sea tocado, vuelve al hombre más insensible, profano y perverso. Los principales sacerdotes y los escribas de Mateo 2 tenían un conocimiento intelectual de la letra de la Escritura, pero no un corazón para Cristo. Ellos podían desenvolver el rollo profético sin dificultad ni demora hasta dar con el lugar donde se hallaba escrito: “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel” (v. 6). Todo esto era muy bueno, muy cierto y muy hermoso, pero ellos no tuvieron entonces un corazón para ese “guiador”; no tuvieron ojos para verle; no le quisieron. Sabían al dedillo la Escritura. Seguramente se habrían sentido avergonzados si no hubieran podido contestar la pregunta de Herodes. Habría sido una deshonra para ellos, en la posición que ocupaban, dar muestras de ignorancia. Pero ellos no tenían un corazón para Cristo, y por ello pusieron sus conocimientos bíblicos a los pies de un monarca impío, quien los iba a utilizar, si podía, para sus horrorosos propósitos de asesinar al verdadero heredero del trono. Basta con lo dicho en cuanto al conocimiento intelectual sin el amor del corazón.
     Pero nadie vaya a interpretar que nosotros podríamos subestimar el conocimiento de las Escrituras. Lejos de ello. El verdadero conocimiento de la Palabra debe dirigir el corazón a Jesús. Pero puede suceder que haya un conocimiento de la letra de la Escritura hasta llegarse a citar un capítulo tras otro y un versículo tras otro con mucho tino; sí, y tal conocimiento hasta puede verse acompañado por un andar aparentemente en armonía con él, pero, a la vez, con un corazón frío e indiferente por Cristo. Este conocimiento sólo abrirá más la puerta a Satanás, como ocurrió con los principales sacerdotes y los escribas. Herodes no habría solicitado información a hombres ignorantes. El diablo nunca se vale de hombres ignorantes o ineptos para actuar contra la verdad de Dios. No; él utiliza instrumentos más capaces para llevar a cabo su obra. Los doctos, los intelectuales, los pensadores más profundos, siempre que no tengan un corazón para Cristo, estarán muy dispuestos a servirle en toda ocasión. ¿Por qué no fue así con los magos “que vinieron del oriente”? ¿Por qué Herodes —por qué Satanás— no pudo reclutar a estos sabios para su servicio? ¡Oh, lector, advierta la respuesta!: ellos tenían un corazón para Cristo. ¡Bendita salvaguardia! Sin duda, ellos desconocían las Escrituras. No habrían dado más que pobres muestras de destreza en la búsqueda de un pasaje de las Escrituras proféticas; pero buscaban a Jesús; buscaban a Jesús con vehemencia, honestidad y diligencia. Por eso Herodes, de haberlo podido, los habría utilizado de buena gana; pero no habían de ser utilizados por él. Ellos hallaron su camino hacia Jesús. No sabían mucho acerca del profeta que hablaba del “guiador”, pero hallaron el camino que los conducía hasta el mismo “guiador”. Le hallaron en la Persona del niño que yacía en el pesebre de Belén; y, en lugar de ser instrumentos en las manos de Herodes, fueron adoradores a los pies de Jesús.
    Ahora bien; no vaya a suponerse que ensalzamos la ignorancia acerca de las Escrituras. De ninguna manera. Quienes no conocen las Escrituras errarán gravemente y sin falta. Para alabanza de Timoteo, el apóstol le pudo decir: “Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación”, pero, al punto, agrega: “por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15). El verdadero conocimiento de la Escritura siempre nos conducirá a los pies de Jesús; mientras que el mero conocimiento intelectual de la Biblia, sin ir acompañado de un amor de corazón hacia Cristo, sólo hará de nosotros instrumentos más eficaces en las manos de Satanás.
     Tal fue el caso de Judas, quien tenía un corazón de piedra que suspiraba por el dinero. Él tenía conocimiento sin una jota de afecto por Cristo, y su misma familiaridad con ese Bendito le hizo un instrumento apto para el diablo. Su cercanía a Jesús le permitió ser un traidor. El diablo sabía que treinta piezas de plata podían ponerle al servicio de la horrenda tarea de traicionar a su Maestro.
     Lector, ¡medite en esto! Aquí tenemos a un apóstol, a un predicador del Evangelio, a un profesante de fuste; pero, bajo el manto de la profesión, yacía un “corazón habituado a la codicia” (2 Pedro 2:14), un corazón que tenía amplio espacio para “treinta piezas de plata”, pero ni un solo rincón para Jesús. ¡Qué caso! ¡Qué cuadro! ¡Qué advertencia! ¡Oh, los profesantes sin corazón cuánta necesidad tienen de  mirar a Judas, de considerar su línea de conducta, su carácter, su fin! Predicó el Evangelio, pero nunca lo conoció, nunca lo creyó, nunca lo sintió. Pudo haber pintado los rayos del sol en cuadros, pero nunca sintió su influencia. Tenía abundancia de corazón para el dinero, pero no un corazón para Cristo. Como “el hijo de perdición”, “se ahorcó”, “para irse a su propio lugar” (Juan 17:12; Mateo 27:5; Hechos 1:25). Cristianos profesantes, guárdense del conocimiento intelectual, de la profesión de labios, de la piedad oficial, de la religión mecánica; guárdense de estas cosas y procuren tener un corazón para Cristo.

 2. En Pedro tenemos otra advertencia, aunque de naturaleza diferente. Él amaba realmente a Jesús, pero temió la cruz. Rehuyó confesar Su nombre en medio de las filas del enemigo. Se jactó de lo que haría, cuando tendría que haberse despojado a sí mismo. Se hallaba profundamente dormido cuando debió haber estado de rodillas. En vez de orar, se durmió. Y, más tarde, en vez de estar tranquilo, lo vemos blandiendo la espada. “Siguió (a Jesús) de lejos”, y luego lo hallamos “calentándose al fuego” en el patio del sumo sacerdote (Marcos 14:54). Por último, “comenzó a maldecir y a jurar” que no conocía a este Maestro de gracia. ¡Todo esto era terrible! ¿Quién se imaginaría que el Pedro de Mateo 16:16 es el mismo de Mateo 26? Sin embargo, lo es. El hombre, en su mejor condición, es como una marchitada hoja otoñal, “cual sombra que no dura” (1 Crónicas 29:15). La posición más eminente, la profesión más estentórea, pueden terminar siguiendo a Jesús “de lejos”, y negando vilmente su Nombre.
     Es muy probable —casi seguro diría yo— que Pedro habría rechazado a puntapiés el pensamiento de vender a Jesús por treinta piezas de plata; y, sin embargo, tuvo miedo de confesarle ante una criada. No le habría traicionado y entregado a sus enemigos, pero sí le negó delante de ellos. Puede no haber amado el dinero, pero su falta estuvo en no manifestar un corazón para Cristo.
     Lector cristiano, recuerde la caída de Pedro y guárdese de confiar en sí mismo. Cultive un espíritu de oración. Manténgase cerca de Jesús. Sitúese lejos de las influencias del favor de este mundo. “Consérvese puro” (1 Timoteo 5:22). Guárdese de caer en una condición de alma perezosa y letárgica. Sea vigoroso y vigilante. Ocúpese en Cristo. Ésta es la verdadera salvaguardia. No se conforme meramente con evitar el pecado manifiesto. No se contente meramente con una conducta y un carácter intachables. Fomente afectos vivos y ardientes por Cristo. Uno que “sigue a Jesús de lejos” puede negarle muy pronto. Pensemos en esto. Saquemos provecho del relato acerca de Pedro. Él mismo nos dice más tarde: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe” (1 Pedro 5:8, 9). Éstas son palabras de peso, provenientes, por cierto, del Espíritu Santo, a través de la pluma de uno que había sufrido así por falta de VIGILANCIA.
    Bendita sea la gracia que pudo decir a Pedro, antes de su caída: “Yo he rogado por ti, que tu fe no falte” (Lucas 22:32). Nótese que el Señor no dice: “He rogado por ti, que no caigas”, sino: “que tu fe no falte” cuando hayas caído. ¡Gracia preciosa y sin par! Éste era el recurso de Pedro. Era deudor de la gracia, desde el principio hasta el fin. Como pecador perdido, era deudor de “la sangre preciosa de Cristo”, y, como santo que tropieza, era deudor de la prevaleciente intercesión de Cristo. Así ocurrió con Pedro. La abogacía de Cristo constituyó la base de su feliz restauración. De esta abogacía Judas no sabía nada. Sólo aquellos que han sido lavados en la sangre participan de la intercesión. Judas ignoraba todo esto. Por eso “fue y se ahorcó” (Mateo 27:5); mientras que Pedro, como hombre convertido y restaurado, salió a “confirmar a sus hermanos” (Lucas 22:32). Nadie era más idóneo para fortalecer o confirmar a sus hermanos que uno que había experimentado en su propia persona la restauradora gracia de Cristo. Pedro fue capaz de pararse ante la congregación de Israel y decir: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo” (Hechos 3:14), tal cual él lo había hecho. Esto nos hace ver cuán enteramente fue purificada su conciencia por la sangre, y su corazón restaurado por la intercesión de Cristo.

  3. Y ahora, restan por decir unas palabras sobre la mujer que vino a Jesús con el vaso de alabastro. Ella se halla en un excelente y bello contraste con todos los demás. Mientras los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos se hallaban reunidos conspirando contra Cristo “en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás” (Mateo 26:3), ella se hallaba ungiendo el cuerpo de Jesús “en casa de Simón el leproso” (Mateo 26:1). En el momento en que Judas estaba acordando con los principales sacerdotes cómo vender a Jesús por treinta piezas de plata, ella estaba derramando el precioso contenido de su frasco de alabastro sobre la Persona de Jesús. ¡Patético contraste! Ella estaba totalmente absorbida con su objeto, y su objeto era Cristo. Aquellos que no conocían Su excelencia y hermosura podían tildar de derroche su sacrificio. Aquellos que eran capaces de vender a Jesús por treinta piezas de plata podían hablar de “dar a los pobres”; pero ella no les prestó atención. Sus razonamientos y murmuraciones no significaron nada para esta mujer, pues había hallado su todo en Cristo. Jesús era más para ella que todos los pobres del mundo. Ella sintió que nada de lo que se gastara en él sería “desperdicio”. Él no podía valer más que treinta piezas de plata para uno que tenía un corazón para el dinero. Para ella, él valía más que diez mil palabras, por cuanto tenía un corazón para Cristo. ¡Mujer bienaventurada! ¡Ojalá que te imitemos! ¡Ojalá que nuestro lugar esté siempre a los pies de Jesús, amando, adorando, admirando y venerando su bendita Persona! ¡Ojalá que consumamos y gastemos todas nuestras energías en su servicio, aun cuando los profesantes sin corazón consideren nuestro servicio como un “desperdicio” insensato! Se acerca rápidamente el tiempo en que no nos arrepentiremos de nada de lo que hayamos hecho por amor a su Nombre; si hubiera lugar allá arriba para lamentarnos tan sólo de una cosa, sería de cuán débilmente y con cuánta flojedad servimos a su causa en el mundo. Si en la “mañana sin nubes” hubiera tan sólo un rubor que cubriera toda nuestra mejilla, se debería a que nosotros, cuando estuvimos aquí abajo, no nos dedicamos más íntegramente a su servicio.
    Lector, meditemos estas cosas. Y quiera Dios concedernos ¡UN CORAZON PARA CRISTO!