viernes, 6 de marzo de 2015

1 Timoteo 6:6-10 Las Enseñanzas de Cristo sobre las Riquezas

El Dinero No Trae Contentamiento Sino Peligro


6:7 Este capítulo tiene una estrecha semejanza con las enseñanzas del Señor Jesús en el Sermón del Monte. El versículo 7 nos recuerda Su instrucción de que deberíamos confiar en nuestro Padre celestial para la provisión de nuestras necesidades. Hay tres ocasiones en la vida en que tenemos manos vacías: al nacer, cuando acudimos a Jesús, y en la muerte. Este versículo nos recuerda la primera y la última: Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
    Antes de morir, Alejandro Magno dijo: “Cuando esté muerto, sacadme sobre mis parihuelas, con mis manos no envueltas en el lienzo, sino fuera, para que todos puedan ver que están vacías”. Bates comenta acerca de esto:

    Sí, aquellas manos que antes habían sostenido el más orgulloso cetro del mundo, que
    habían sostenido la más victoriosa espada, que habían estado llenas de plata y oro, que
    habían tenido el poder de salvar o de sentenciar a muerte, estaban ahora VACÍAS.
 
6:8 El contentamiento reside en estar satisfecho con las necesidades básicas de la vida. Nuestro Padre celestial sabe que necesitamos alimento y abrigo y ha prometido suplir lo uno y lo otro. La mayor parte de la vida del incrédulo gira alrededor de la obtención de alimento y vestido. El cristiano debería buscar primero el reino de Dios y Su justicia, y Dios se cuidará de que no le falten las cosas básicas de la vida. La palabra traducida abrigo aquí significa cubierta y puede incluir un lugar donde vivir además de ropa para vestir. Deberíamos sentirnos contentos con tener sustento o comida, y abrigo, esto es, vestido y un lugar donde vivir.
 
6:9 Los versículos 9–16 tratan de modo directo acerca de aquellos que tienen un insaciable deseo de enriquecerse. Su pecado no reside en ser ricos, sino en desear serlo. Los que quieren enriquecerse son los que no se contentan con el alimento, el vestido y el alojamiento, sino que están decididos a tener más.
    Desear enriquecerse conduce a los hombres a la tentación. Para llegar a este fin, se sienten seducidos a emplear métodos deshonestos y a menudo violentos. Estos métodos incluyen el juego, la especulación, el fraude, el perjurio, el robo e incluso el homicidio. Un hombre así cae también en un lazo o trampa. El deseo se vuelve tan intenso que no se puede librar de él. Quizá se promete que cuando llegue a una cierta cantidad en la cuenta bancaria, se detendrá. Pero no puede. Cuando llega a aquella meta, desea más.
    El anhelo de conseguir dinero también trae consigo ansiedades y temores, que atan el alma. La gente que se decide a enriquecerse cae en muchas codicias necias. Hay el deseo de “ser como los vecinos”. Para mantener un nivel social en la comunidad, se ven llevados a sacrificar algunos de los valores realmente valiosos de la vida.
    También caen en codicias dañosas. La codicia por el dinero lleva a los hombres a poner su salud en peligro, y a arriesgar sus almas. En realidad, es a ese fin al que se dirigen sin darse cuenta. Se hunden hasta tal punto en su obsesión por las cosas materiales que se sumergen… en ruina y perdición. En su incesante búsqueda del oro, descuidan sus almas inmortales. Barnes advierte:

    La destrucción es completa. Hay una ruina total de la felicidad, de la virtud, de la reputación y del alma. El deseo dominante de ser rico lleva a una sucesión de insensateces que arruina todo
    en el presente y en el más allá. ¡Cuántos de la familia humana han sido destruidos así!

6:10 Raíz de todos los males es el amor al dinero. No todo el mal en el universo surge del amor al dinero. Pero sí que del amor al dinero surge toda clase de males. Por ejemplo, lleva a la envidia, a las pendencias, al robo, a la falta de honradez, a la intemperancia, a olvidar a Dios, al egoísmo, al fraude, etc. No es el dinero en sí lo que se está aquí señalando, sino el amor al dinero. El dinero puede ser empleado en el servicio del Señor en una variedad de formas en las que sólo el bien puede resultar. Pero aquí es un deseo desordenado de dinero que lleva al pecado y a la ignominia.
    Ahora se menciona un mal particular del amor al dinero, que es un apartamiento de la fe cristiana. En su loca carrera en pos del oro, los hombres descuidan los temas y las cosas espirituales, y se hace muy difícil distinguir si realmente alguna vez fueron salvos. No sólo perdieron su sujeción de los valores espirituales, sino que se traspasaron a sí mismos con muchos dolores. ¡Pensemos en los dolores relacionados con la codicia por las riquezas! Hay la tragedia de una vida malgastada. Hay el dolor de perder a los hijos al mundo. Hay el dolor de ver las riquezas esfumarse de la noche a la mañana. Hay el temor de encontrarse con Dios, sin salvación, o como mínimo con las manos vacías.
    El Obispo J. C. Ryle recapitula de este modo:

    El dinero, en realidad, es una de las posesiones menos satisfactorias. Indudablemente, quita algunas ansiedades, pero introduce tantas como quita. Hay aflicción en su consecución. Hay ansiedad en su conservación. Hay tentaciones en su utilización. Hay culpa en su abuso. Hay dolor en su pérdida. Hay perplejidad en su empleo. Dos terceras partes de todas las luchas, peleas y pleitos en el mundo surgen de una sola causa: ¡el dinero!

El hombre más rico del mundo llegó a poseer pozos petrolíferos, refinerías, barcos petroleros y oleoductos; también hoteles, una compañía de seguros de vida, una compañía financiera y compañías de aviación. Pero había rodeado su finca de trescientas cincuenta hectáreas de guardaespaldas, fieros perros guardianes, barras de acero, focos, campanas y sirenas. Además de tener miedo a ir en avión y barco y a los chiflados, tenía miedo a las enfermedades, a la vejez, a la invalidez y a la muerte. Se sentía lleno de soledad y de melancolía, y reconoció que el dinero no podía comprar la felicidad.
 
del Comentario Bíblico, William MacDonald (CLIE), págs. 959-960

La Mujer Piadosa y Discreta


La Mujer Piadosa y Discreta



 Proverbios 11:22 dice: “Como anillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa que carece de discreción” (BAS). 

Discreta se define así: “tener o mostrar discernimiento o buen juicio en la conducta, y especialmente en el habla”. Algunos sinónimos son:  prudente, sensata, y modesta.
   
    La mujer que profesa ser creyente también profesa piedad. Entonces, debe ser y actuar siempre de manera piadosa. La piedad no es para las viejas o las beatas, sino para todo creyente, y esto incluye las muchachas y mujeres jóvenes así como las madres y las de edad avanzada. Sea cuál sea su edad, debe ser prudente y sensible en su manera de hablar. Hay casadas que no sólo influyen para mal a sus maridos (manipulándolos con comentarios en privado), sino que también enseñan mal a sus hijas. Las hay que arruinan iglesias porque no guardan sus lenguas. Alguien dijo: “Cuidado con la lengua –  es un lugar resbaladizo donde es fácil caerse”. Es un buen consejo para todos. La discreción nos lleva a pensar en lo que es o no es apropiado decir, y somete nuestra lengua al control del Espíritu Santo. La mujer discreta debe desechar todo chismorreo, incluso lo que se suele compartir “para orar”– una excusa y táctica favorita. Es mejor guardar silencio que pecar con los labios. Debe tener tanto cuidado con lo que dice en casa como en público. El Salmo 141:3-4 debe ser una oración diaria:
    “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites”.
    La mujer discreta no domina la conversación; no es liviana, irreverente ni insana en su hablar. En compañía de otros no es una payasa ni coqueta, ni se comporta de ninguna manera que llame la atención sobre ella misma, especialmente con los hombres. Las solteras deben tener especial cuidado de no usar la conversación para coquetear ni para tener la atención de los solteros. El mundo enseña lo contrario, pero la mujer piadosa no es del mundo. Si ocurre algo gracioso o humorístico, la mujer discreta sabe reírse sin dar carcajadas o cacarear haciendo que todas las miradas se dirijan a ella. Sabe guardar silencio prudentemente cuando conviene, y no necesita divulgar sus opiniones y sentimientos. No es una habladora compulsiva. Ella recuerda  que Dios estima el espíritu manso y apacible. Si es discreta reconoce qué conducta es apropiado para ella.
    Si es verdaderamente una discípula del Señor, acepta la enseñanza de 1 Timoteo 2:9-10 para su propia vida:

“Asimismo que las mujeres se atavíen con ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.

Dios enseña acerca de “cosas externas” como la forma de vestir. Para la mujer que profesa piedad, no sirve cualquier cosa, ni se preocupa mucho por la moda. Claro que se preocupa por cosas como peinados, ropa, adornos y el comportamiento, porque el Señor habla de todas estas cosas en Su Palabra. Dice que el cabello largo de una mujer es su gloria (1 Co. 11:15). El oro, las perlas, los vestidos costosos, y los peinados de moda no son para ella, pues sabe que todo esto viene del mundo que es enemigo de Dios, y no corresponde a una mujer que profesa piedad. Las joyas, el maquillaje, el tinte de pelo, y toda esta clase de adornos externos para aumentar la atracción física o visual no son las preocupaciones de la mujer piadosa. Desafortunadamente la mundanalidad ha entrado en muchas congregaciones – es síntoma de los postreros tiempos – pero es un error. Algunos dicen que todo esto es mera ocupación con lo externo, y se les olvida que es Dios quien se tomó la molestia de dar instrucciones así en Su Palabra. El decoro, el pudor, la modestia y la sencillez en el porte y el vestir deben marcar la mujer que profesa ser creyente.
    La mujer discreta se da cuenta de ciertas cosas. Primero, reconoce que es inconsistente moral y espiritualmente que una mujer que profesa ser creyente se adorne con joyas, y con vestidos y peinados costosos y ostentosos, porque el Señor Jesucristo, siendo rico se hizo pobre (2 Co. 8:9). Segundo, ya que quiere ser modesta y discreta, no desea que los hombres se recreen mirándola y pensando en lo atractiva que es externamente. Aparte de la belleza natural dada por Dios, lo que el hombre espiritual aprecia es el carácter piadoso de la mujer, y su espiritualidad, que es lo que enfatiza el Señor. Tercero, ella quiere ser honesta consigo misma y con los demás – no quiere vivir de fachada. Por ejemplo, si su pelo no es  rubio, ¿por qué teñirlo y hacerse pasar por rubia? ¿Por qué estar insatisfecha con el color que Dios ha elegido? Si no tiene los ojos azules, ¿por qué llevar lentes de contacto para cambiar de color? Si no tiene las pestañas largas, ni las uñas brillantes, ¿por qué pintarlas y hacer que parezcan algo que realmente no son? ¿No es esto es ser falsa? Debería preguntarse si es allí donde quiere que los demás se fijen, y si quiere que la gente  piense que ella es alguien que realmente no es. La Biblia dice que la piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia.
    La mujer discreta y sabia reconoce que la ropa modesta le conviene. No anda liada con la última moda. En cuanto a las solteras creyentes, hermanas, la discreción no es sólo para las casadas. No tenéis licencia de usar el modo de vestir para exponer el cuerpo ni llamar la atención a vosotras mismas ni agradar el ojo de los chicos. Recordad que Dios dio la ropa a los seres humanos para cubrir el cuerpo. Pensad: ¿Qué clase de hombre queréis, carnal o espiritual? ¿Queréis hacer que los hombres, al veros, os codicien  más fácilmente? Esto no es el proceder de la mujer piadosa. ¿Les invitas a mirarte y pensar en ti? Así es el propósito muchas veces de la mujer del mundo, pero no agrada al Señor. Por ejemplo, las faldas con rajas, las blusas escotadas o parcialmente desabrochadas, o con tirantes para dejar expuestos los hombros y la espalda, y las telas transparentes son cosas que una mujer piadosa y discreta evita. La discreción le ayuda a evitar ropa ajustada y estilos llamativos, porque no quiere que su cuerpo sea la atracción. Su apariencia y comportamiento son una declaración de piedad y le separan de las mujeres del mundo. Y si Dios le ha dado hijas, la mujer piadosa y discreta se esfuerza para enseñarles sencillez, modestia y discreción en la ropa y en el comportamiento, y no es indulgente ni permisiva. El mundo enseña que hay que dejar a los jóvenes hacer lo que les parece. Pero la Biblia enseña otra cosa. La discreción y la piedad son de gran valor ante Dios, y deben ser practicadas y enseñadas en el hogar y en la iglesia. “Cuando la sabiduría entrare en tu corazón...la discreción te guardará” (Pr. 2:10-12).

A DIOS LO EXTERNO TAMBIÉN LE IMPORTA:

Dt. 22:5 “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer, porque abominación es a Jehová tu Dios...”
   
Ro. 6:12-13 “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;  ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad...”

Ro. 12:1-2 “...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios...”

1 Co. 6:19-20 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo...”

1 Co. 7:34 “...La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa en cuerpo así como en espíritu”

Fil. 1:20    “será magnificado Cristo en mi cuerpo”

1 Ti. 2:9-10 “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”.

1 P. 3:3 “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos”

Considera también:
    2 Reyes 9:30; Proverbios 7:10; Isaías 3:18-23;
    Jeremías 2:32-33, 4:30;  Ezequiel 23:40

Carlos Tomás Knott