martes, 2 de junio de 2015

La Recepción A La Asamblea


del libro UNA ASAMBLEA CRISTIANA,  por Littleproud

Es evidente a cualquiera que lee el Nuevo Testamento que Cristo es el punto focal en todas las reuniones de la asamblea y es el centro de todas sus actividades y la autoridad de toda su administración. El lugar de preeminencia dado por Dios al Señor Jesucristo, haciéndole Centro de su pueblo, siempre ha de gobernar todos los asuntos de la iglesia. Esto es, en verdad, el tercer distintivo de una asamblea sana y espiritual.
     La predicación del apóstol Pedro el día de Pentecostés no sólo era enérgica, sino también efectiva. Los que recibieron su mensaje del evangelio fueron convertidos a Dios, y, bautizándose, así dieron testimonio público de su conversión. Entonces dieron un paso más- se identificaron con los santos. “Se añadieron aquel día como tres mil personas.” La recepción a una asamblea, para disfrutar de su comunión, es una gran bendición, a la cual debe aspirar todo hijo de Dios.

(i) ¿Quiénes deben ser recibidos?
     ¿Quiénes son los aptos para ser recibidos en, o incorporados en, la asamblea? En el caso que estamos considerando, eran los que habían recibido la Palabra (v. 41), y que se habían bautizado, quienes fueron añadidos a la asamblea.
     Tales personas se describen en el versículo 47 como “los que habían de ser salvos”, o, literalmente, “los salvados”. En el 2:47 dice: “el Señor añadía cada día a la iglesia” a los salvados. Eso de ser añadidos a la iglesia es obra del Señor, y siempre tiene que preceder la recepción a la asamblea local.
    Se ha llamado la atención a distintos términos que se usan para describir a los hijos de Dios, los cuales son sujetos aptos para participar de los privilegios de la asamblea. Son salvados (Hechos 2:47), creyentes (Hechos 5:14), discípulos (Hechos 20:7), cristianos (Hechos 11:26), santos (1 Corintios 1:2) y hermanos (Colosenses 1:2). ¡Qué hermosos títulos ha conferido Dios a su pueblo!

(ii) Dos principios en cuanto a la recepción
     Hay dos principios en las Escrituras para guiar a las asambleas en la cuestión de la recepción:
     El uno es el de recibir a quienes el Señor ha recibido. Léase Romanos 14:1-3.
     Aquí tenemos instrucciones acerca de la recepción de un hermano que es “débil en la fe”; es decir, uno que no entiende las Escrituras, ni las bendiciones ni las libertades que están en Cristo Jesús. “Recibid al débil en la fe .... porque Dios le ha recibido.” En la porción del pasaje anteriormente citado, el apóstol nos instruye a que no pretendamos a decidir sobre los escrúpulos del hombre, ni dilucidar sus dudas tocante a comer ciertos alimentos y desechar otros. Antes bien, hemos de recibirle a pesar de la debilidad dé su fe, porque Dios le ha recibido. ¿En dónde encontrará un ambiente más sano y espiritual, o enseñanza mejor para fortalecer su fe, que en la asamblea en la cual le han recibido?
    De acuerdo con esta instrucción, tenemos una amonestación semejante en Romanos 15:7: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios”.
 
     El otro es de negar de recibir a aquellos que son inmundos moral o doctrinalmente.
     Hay seis inmoralidades nombradas en 1 Corintios 5:11, que son: la fornicación, la avaricia, la idolatría, la maledicencia, la borrachera y el robo. La práctica de éstas excluye a un hombre o a una mujer de ser recibido en una asamblea, y por cierto, de la comunión en ella. Aunque la persona se llame cristiana, queda excluida de toda participación en una asamblea si es culpable de practicar los pecados nombrados. La asamblea es una casa de Dios (1 Timoteo 3:15), un lugar donde Dios escoge morar, “una morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22). Siendo ésta la morada de Dios, ha de mantenerse limpia. (Comp. Salmo 93:5).
     La mala doctrina es también obstáculo para la recepción y la comunión. “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo” (Tito 3:10). Parece que la primera amonestación de parte de los ancianos es para convencerle por las Escrituras de que está en error. Véase Tito 1:9. Si se empeña en seguir enseñando el error, entonces debe impedírsele toda participación en la enseñanza. “Es preciso taparle la boca” (Tito 1:11). Esta seria la segunda amonestación. Pero si con todo esto persiste en esparcirla mala doctrina, sería preciso desecharle. Como hemos visto, debilidad de fe no constituye ningún obstáculo para la recepción. (Véase Romanos 14:1-3). Pero, en cambio, la fe pervertida, manifestada en la retención y la propagación de errores en doctrinas fundamentales -- esto, sí, excluye a uno de comunión en las asambleas de Dios.
 
Principios para guiar en la recepción
     Algunas veces resulta difícil saber si un postulante para la recepción a la asamblea es o no verdaderamente nacido de Dios. Así era en el caso de Saulo de Tarso. Él tenía fama de ser enconado perseguidor de los cristianos antes de ser salvo. Cuando procuró tener comunión en la asamblea en Jerusalén, “todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo”. En este caso era preciso averiguar y considerar con mucho cuidado antes de recibirle. Bernabé podía contarles cómo era el proceder de Saulo después de ser salvo, y cómo había predicado “denodadamente” en el nombre de Jesús. A base de este testimonio le recibieron; “y estaba con ellos en Jerusalén, y entraba y salía” (Hechos 9:26-29).


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